domingo, 21 de julio de 2024

Silver Reed,esa máquina de escribir, color gris plomo, al fondo

 

No es gris plomo ,pero es una Silver Reed



NOTAS DESABROCHADAS


Esa máquina de escribir color gris plomo al fondo


Carlos Yusti domingo 24 de marzo de 2024


A Miriam Yusti, in memoriam


La noticia sobre la entrega de su primera máquina de escribir (una Olivetti Estudio 46 de color azul) que hizo Rafael Cadenas al Instituto Cervantes, me resultó una metáfora de ese particular oficio/trabajo que es escribir.




Hoy la máquina de escribir es un artefacto en desuso con la irrupción de las computadoras personales. Sin embargo, fue un adminículo que forma parte de un capítulo importante de la evolución de la escritura que aún no ha terminado.


Hay muchas historias de los escritores con sus máquinas de escribir. Algunos de ellos desarrollaron determinadas manías antes de comenzar a pasear sus dedos por las teclas, tratando de encontrar la armonía exacta para escribir algún texto importante.

Gabriel García Márquez en las oficinas de Prensa Latina,Bogotá,1959.


Hay un artículo de Gabriel García Márquez, titulado “El amargo encanto de la máquina de escribir”, en el cual relata esa peripecia de escribir a mano y esa de escribir a máquina. El Gabo asegura que esos escritores que escriben a mano son mucho más de lo que uno cree. Ellos defienden esa noción de que las ideas fluyen mejor cuando el lápiz, o la pluma, se desliza sobre el papel. En cambio, esos escritores que lo hacen en vivo y en directo en la máquina de escribir sienten algo de superioridad y no conciben cómo era posible que en alguna época de la humanidad se haya escrito de otro modo.




En el artículo, García Márquez hace un recuento de sus amigos que escriben. Había uno que lo hacía directo en la máquina, pero había párrafos que se resolvían mejor si los escribía a mano. Que Carlos Fuentes escribía sólo con el índice. Que es poco frecuente que los escritores que escriben a máquina lo hagan con todos los dedos. Pero escribe algo preciso: “La verdad es que cada quien escribe como puede, pues lo más difícil de este oficio azaroso no es el manejo de sus instrumentos, sino el acierto con que se ponga una letra después de la otra”.



Ese monstruo del nuevo periodismo como lo fue Hunter S. Thompson, en un paraje solitario y lleno de nieve en Colorado, le disparó a su máquina escribir y después se disparó a sí mismo. Para Thompson sin duda su máquina era otra parte de su cuerpo, otro pedazo de sí mismo y que le permitió dar salida a sus delirios sicodélicos. Thompson con su portátil escribió de esa locura (disfrazada de normalidad inexpresiva) que le rodeaba con sensata brillantez.


 



Paul Auster es uno de sus ensayos rememora cómo un pintor se obsesionó con su máquina de escribir. Una que tuvo que comprar luego que la suya, después de un viaje, quedara inservible. Auster, sin dinero para adquirir una nueva, le contó a un amigo sobre lo de su máquina y éste le vendió una Olympia portátil, fabricada en la extinta Alemania Occidental.

Paul Auster y su máquina de escribir Olympia.


El pintor llegaba a la casa de Auster y se concentraba en la Olympia. Hacía bocetos coloreados, fotos, dibujos a carbón. Iba con frecuencia y si no estaba Auster le pedía permiso a su mujer y volvía a estar a solas con la máquina. Esto en un principio no fue del agrado del escritor, pero logró verlo desde otra perspectiva, o como Auster lo escribe: “Tengo que admitir que todo esto me produce cierto desasosiego. Los cuadros están ejecutados con brillantez, y me siento orgulloso de mi máquina de escribir por haberse constituido en tan valioso tema pictórico, pero al mismo tiempo Messer me ha obligado a ver de otro modo a mi vieja compañera. Aún me encuentro en pleno proceso de adaptación, pero, ahora, siempre que contemplo esos cuadros (tengo dos colgados en la pared del cuarto de estar), me resulta difícil pensar en mi máquina de escribir como en un eso. Sin prisa, pero sin pausa, eso se ha convertido en ella”.

Fernando Savater


Fernando Savater recuerda su primera máquina. Un regalo, o como él lo escribió: “De todos los regalos de mi vida, el que más me ha gustado fue una máquina de escribir portátil (este adjetivo hay que entenderlo en su época, ahora quizá nos pareciese un cachivache demasiado pesado y voluminoso). Me lo trajeron los Reyes cuando yo debía tener unos trece años: era de austero color gris, compacta, con teclas que me parecieron las de un piano mágico. Su marca era bien visible, con plateadas letras cursivas en relieve: Remington.

Remington





También, mi primera máquina portátil (una Silver Reed de color gris plomo) fue un obsequio de mi hermana mayor, Miriam. Estaba terminando el bachillerato y siempre andaba en apuros con los trabajos del liceo que debían ser a máquina. Un día llegó con una caja de cartón, la delicadeza no era el fuerte de mi hermana, pero era solidaria, malhablada y tremendamente gente. Me dijo: “Un regalo”. “¿Qué, una caja?”. “No seas bobo, lo que está adentro”. Saqué la máquina. Era de segunda mano, pero estaba impecable y parecía nueva. “Gracias”, le dije, “pero no sé usarla”. Me dijo con algunas palabrotas: “Ya aprenderás, además no es indispensable que seas mecanógrafo para ser escritor”.


Por algún tiempo esa máquina gris plomo estuvo al fondo del cuarto en un rincón. Hasta que llegó el momento de usarla. Aprendí a escribir con una sola mano y todavía lo hago. Me gustaba el ruido de las teclas golpeando el rodillo. En esa máquina escribí mis primeros textos y mi primer libro. Escribía con furia y la máquina llegó un momento en que colapsó. Sus mecanismos internos saltaron y la guaya que movía el carro se rompió. La puse al fondo del cuarto como amuleto y recordatorio. Luego he tenido otras máquinas y esa primera máquina gris plomo desapareció en esos torbellinos de limpieza doméstica sin darme por enterado.





En la película de David Cronenberg El almuerzo desnudo, basada en la novela homónima de William Burroughs, hay unas máquinas de escribir bastante alucinantes. La cinta de Cronenberg toma de la novela de Burroughs (y de otros de sus libros) la atmósfera de alucinaciones, aportadas por esos viajes con drogas duras, y esto la aleja bastante de la novela de Burroughs, lo que la convierte en una obra autónoma.

Naked Lunch [1991] Original Trailer 4K Restored



Cronenberg hace una biopic velada de Burroughs, a tal punto que el personaje principal es un duplicado del escritor hasta en el vestir (traje, sombrero y corbata). La trama no puede ser más caricaturesca. William Lee (Peter Weller, encarnando al propio Burroughs) es un exterminador de insectos que trata de alejarse de las drogas y de su vida algo turbia. Ahora es escritor. En este entretanto descubre que su esposa (Judy Davis) se ha vuelto adicta a la sustancia (un polvo amarillento) con que su marido extermina a las cucarachas. Una noche de tragos, en medio de un juego a lo Guillermo Tell, el exterminador mata accidentalmente a su esposa de un disparo. Debido a ello William Lee debe escapar a la Interzona, una versión de pesadilla retocada de Tánger (lugar donde el propio Burroughs escribió la novela en la que se basa esta película). Antes de escapar a la Interzona cambia la pistola por una máquina de escribir Clark Nova, ficticia claro. Esa Clark Nova se trasmuta en un insecto que habla a través de su cavidad anal y donde un escritor amanerado (Ian Holm) y su esposa (también Judy Davis) son peones de un entramado de espionaje retorcido entre los seres humanos y una raza de ciempiés gigantes. Las máquinas de escribir dejan de ser objetos inanimados y en un giro kafkiano se tornan en seres zoomorfos parlantes, especie de escarabajos, cuya cabeza está conformada por las teclas y debajo de sus alas se esconde su cavidad anal, por donde habla. Cronenberg debió aferrarse a lo dicho por Burroughs en una entrevista: “Mi teoría fundamental es que la palabra escrita fue literalmente un virus extraterrestre que hizo posible la palabra hablada. La palabra no ha sido reconocida como un virus porque alcanzó un estado de simbiosis estable con el huésped…”.

Clarice Lipector frente a su máquina de escribir. ¡Mentira! es la modelo y escritora Alice Denham'playmate' de Playboy en 1956

No siempre la relación del escritor con su máquina de escribir ha sido tan extraña como en la película de Cronenberg. Algunos escritores hablaban de su extenuación al pasar horas frente al teclado; otros tuvieron que pagar exceso de equipaje al llevar su portátil. Además, por el excesivo y rudo uso las máquinas se deterioraban. La escritora Clarice Lispector en una de sus crónicas, titulada “¿Hasta la máquina?”, escribe: “Mandé a reparar mi máquina de escribir. Insertado alrededor del rodillo (o como quiera que se llame lo que ustedes saben) todavía estaba el papel donde el reparador de máquinas había intentado escribir para ver si ya no tenía defectos. En el papel estaba escrito: s d f g ç l k j a e v que Dios sea loado p oy 3 c”.


 

Miyó Vestrini


Se editó un libro póstumo de poemas inéditos de Miyó Vestrini con el sugerente título Es una buena máquina. Dicho título surgió debido a que entre sus papeles había un folio escrito a máquina:


kkksskkskskkskkskkk oosoosoo


magali ruz si —fafafannnn


su es


sí es una buena máquina


 

Es una buena máquina


Ahora que mi hermana Miriam no está, el recuerdo de esa máquina de escribir, color gris plomo, al fondo de mi cuarto, me hace escribir todo esto. Miriam leía a veces mis textos y aunque no los entendía mucho estaba orgullosa de su hermano que escribía libros. Su regalo me permitió trabajar con las palabras, organizarlas de tal manera hasta conseguir arrancarles alguna chispa de belleza. Esa máquina de escribir color gris plomo fue nuestro nexo afectivo secreto, la complicidad a toda prueba; esa complicidad filial que se escribe con esa estridente música de las teclas golpeando el rodillo.



Silver-Reed Silverette ultraportable typewriter demo




https://letralia.com/ciudad-letralia/notas-desabrochadas/2024/03/24/maquinas-de-escribir/



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Carlos Yusti en Barcelona, con la estatua de Colon al fondo, al final de la Rambla donde desemboca en el puerto.



Carlos Yusti (Valencia, 1959). Es pintor y escritor. Ha publicado los libros Pocaterra y su mundo (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Carabobo, 1991); Vírgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994) y De ciertos peces voladores (1997). En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el 2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categoría Crónica, por su libro Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión. Como pintor ha realizado 40 exposiciones individuales. Fue el director editorial de las revistas impresas Fauna Urbana y Fauna Nocturna. Colabora con las publicaciones  El correo del Caroní en Guayana y  el Notitarde en Valencia y la revista Rasmia. Coordinó la página web de arte y literatura Códice y Arte Literal. Actualmente es coeditor de la revista digital Cárcava


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