GENTE INGRIMA, DE ADHELY RIVERO
POR CARLOS ROJAS MALPICA.
La historia de las peleas de gallos
parece remontarse muy lejos en la historia de la humanidad. Tres mil años antes
de Cristo, hebreos y fenicios consideraban un arte la crianza de estos gallos.
La hermosa Cleopatra fue una apasionada criadora de gallos. Se dice que Hernán
Cortéz bajó de su nave con algunos gallos a cuestas, de manera que la presencia
del gallo de pelea en América se remonta al mismo tiempo de la llegada de las
carabelas ibéricas. Sigue siendo enigmática la sentencia y petición de Sócrates
poco antes de morir “Critón, le debemos un gallo al Asclepíades. Paga mi deuda
y no la olvides”. En la cultura latinoamericana, el tema de los gallos de pelea
ha sido poco trabajado, a pesar de su indiscutible importancia antropológica.
Dijo San Agustín (354-430) “Vimos gallos de pelea preparándose para el
combate…las cabezas dispuestas para la batalla, las crestas levantadas, sus
ataques certeros, los hábiles quites; pura acción animal sin mente, y, sin
embargo, qué hábil en cada movimiento; porque una mente superior obra en ellos,
ordenándolo todo. Al final, el derecho del vencedor: el canto de victoria, un
cuerpo tenso por el orgullo del poder. Y el rito de la derrota: las alas
caídas, la estampa disminuida; todo coincidiendo de manera extraña, y por su
armonía con el orden natural de las cosas, bello...”. En los llanos de
Venezuela se oye cantar a los gallos en todos los solares. No todos son de
pelea, pero galleras hay en muchas partes. También las hay en la periferia de
algunas ciudades. Pero en general se habla poco del tema. Hay un texto escrito
sobre la historia de las peleas de gallo en Venezuela, pero no recordamos un
reportaje de prensa escrita ni televisada dedicado a explorar ese mundo, a
pesar de su inmensa riqueza antropológica y de lo que puede revelar sobre
costumbres sumergidas en la historia, la tradición social, y a menudo,
excelentemente descritas en la literatura.
En Doña Bárbara, la magistral obra de
Gallegos donde hace la más profunda penetración antropológica del llanero
venezolano que se haya escrito hasta hoy, se plantea el momento en que la madre
de Santos Luzardo decide marcharse con su hijo a Caracas, cuando éste apenas
contaba 14 años de edad. Durante una pelea de gallos ocurre un filicidio. “Aquí
te traen a Félix, acabo de matarlo”, le dice al llegar Don José a su mujer,
para entregarle el cadáver del hijo que trae a lomos de un caballo. Con ello,
el problema edípico queda planteado en el núcleo mismo de la novela, pero
también el valor simbólico del gallo de pelea. A partir de allí, Don José
Luzardo decide encerrarse en la habitación del primer altercado que tuvo con
Félix, hasta que le llegue la muerte mirando fijamente la lanza filicida que ha
enterrado en el muro. También Juan Rulfo trabajó el tema de la adicción y los
valores vinculados a la riña de gallos en un poético relato titulado “El gallo
de oro”.
Una novela más reciente de Francisco
Suniaga narra el caso de un alemán que se asienta en la Isla de Margarita y se
hace adicto a la riña de gallos.
Cien años de soledad,
la novela magistral de Gabriel García Márquez, tiene por psicológico el temor al incesto y la
tragedia surgida en una riña de gallos. José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán
son un matrimonio de primos que se casaron llenos de presagios y temores por su
parentesco y el mito existente en la región de que su descendencia podía nacer
con cola de cerdo. En una pelea de gallos en la que resultó muerto el animal de
Prudencio Aguilar, éste, enardecido por la derrota, le gritó a José Arcadio
Buendía, dueño del vencedor: "A ver si ese gallo le hace el favor a tu
mujer". La gente del pueblo murmuraba que José Arcadio y Úrsula no habían
tenido relaciones en un año de matrimonio porque Úrsula no quedaba embarazada.
José Arcadio Buendía reta en duelo a Prudencio y lo mata al atravesarle la
garganta con una lanza. Sin embargo, su fantasma lo atormenta apareciéndose
repetidas veces en su casa lavándose la herida mortal con un tapón de esparto.
Así es como José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán deciden irse a la sierra. En
medio del camino José Arcadio Buendía tiene un sueño en que se le aparecen
construcciones con paredes de espejo y, preguntando su nombre, le responden
"Macondo". Así, despierto del sueño, decide detener la caravana,
hacer un claro en la selva y habitar ahí, en el lugar revelado en su sueño.
Casi parece una versión latinoamericana del relato bíblico de Abraham
conduciendo a los judíos desde Egipto hasta la tierra de Israel.
En la trama literaria de Adhely Rivero
se puede leer una versión poética del criador y de sus gallos en el llano
venezolano. No se trata de “literatura” solamente, sino de un relato surgido en
el mundo vivencial de Arismendi, su terruño natal, de profundos registros en
sus paisajes interiores. Allí aparece Don Elieche Manro:
Elieche Manro era misterioso, parco en
el hablar, muy solitario.
Mi madre le mandaba dos tazas de café
negro muy fuerte durante el día.
Cuando me correspondía el mandado
entraba silencioso
para oírlo hablar con algún gallo.
Atendía veintisiete gallos de pelea
todas las mañanas,
antes de irse al trabajo a desempeñar su
cargo de juez.
Se decía que apestaba a excremento de
ave
o aguardiente de caña que rociaba con su
boca
para refrescar el cuerpo del animal.
Era de rostro colorado como la piel de
un gallo.
Vivía solo en su casa grande en la calle
Rómulo Gallegos,
frente a mi casa.
Misterioso, de poco hablar, pero se
comunicaba en secreto con sus gallos. Sabía cuándo estaban listos para el
combate. El mundo interior de Don Elieche estaba consumido por la rutina y la
soledad, pero se enriquecía cuando hablaba con sus gallos. No sabemos qué
escuchaba cuando estaba lejos de sus gallos, si ocurría un gran silencio o si
seguía escuchando a los gallos que llevaba por dentro, en los rincones de su
espíritu. Cuando se ama a los gallos, no desaparecen cuando te alejas, sino que
siguen cantando como una extraña sensación de presencia.
El gallo es símbolo de vida y muerte, de
esperanza que se abre con el amanecer del día y de pasión rabiosa que quiere
ver la sangre del adversario extraída a punta de pico y espuela. En el círculo
del combate, la batalla es a muerte, allí ocurre una transmutación del hombre
en gallo y del gallo en hombre. Gallo/hombre y hombre/gallo que va y retorna en
juego de espejos del ruedo a la grada, desde que la ira se va apoderando de uno
y otro, dejando atrás el razonamiento y los sentimientos suaves, para dar paso
al derroche de energía y rabia característicos del energúmeno en que se va
transformando el apostador. Con cada espuelazo se incrementa la tensión que
debe terminar con la vida del más débil. Es por eso mismo que no cesa la
presencia del gallo en el mundo subjetivo del gallero:
Nadie se queda absorto ante la matanza
de unos gallos.
No temo echarme una vaina por venganza u
hombría.
Los galleros somos de una raza
particular como los gallos.
Yo tengo la raza de los apureños, indio
revuelto con Páez,
es una raza de gente con la sangre
salitrosa.
Arismendi es un pueblo tendido en un llano de sol y silencio. Hay pocas calles, poca gente y pocas cosas. Las ventanas de las casas dan a la calle, pero nadie se asoma a los postigos para mirar la vida al interior de las casas. El peatón y el jinete son subjetividades similares, que saben por lo que sienten y no por lo poco que se oye u observa dentro de las casas…
Don Elieche caminaba silencioso por los
aleros de las casas del pueblo,
para evitar el sol que lo tornaba
colorado intenso en sus mejillas.
Lo invitaron a las ferias de El Baúl a
unas peleas,
allí se encontró con el doctor
Estanislao Mejía,
profesor de la Universidad y juez en el
estado Carabobo,
quien tenía un ojo defectuoso, a su
espalda le decían tuerto,
un hombre delicado y con poder.
Don Elieche para intrigarlo
cuando presentaban los animales en medio
de la gallera,
le agarraba la cabeza a su gallo y
decía: doctor Mejía el gallo mío ve bien.
En el desarrollo de la refriega su gallo
recibió una espuela y perdió la pelea,
molesto le gritó: doctor todo tuerto es
malo.
A lo que el juez inmutable contestó: así
es colega y sonrió.
La tensión poética de Gente íngrima
atraviesa todo el relato. En el habla castellana de Hispanoamérica se conoce la
expresión “íngrimo y solo”, ambas palabras significan casi lo mismo, pero juntas
en una sola frase, expresan el colmo de la soledad. El yo poético de Adhely
Rivero absorbe la vida interior del gallero, el gallo, las calles solitarias de
Arismendi en plena canícula del mediodía y la derrota final en Barquisimeto,
donde hay más cosas, pero también mayor soledad para Don Elieche, quien,
vencido por los años, termina con dos gallos enjaulados por toda compañía. El
lector también viaja como un peregrino por su propia geografía interior guiado
por la palabra íngrima y sola del poeta, se junta a sus paraísos subjetivos y
calla en religioso silencio el misterio de Don Elieche.
Valencia, febrero de 2022
Adhely Rivero nació en Arismendi, estado Barinas, Venezuela en 1954. Está residenciado en Valencia desde 1970. Licenciado en Educación mención Lengua y Literatura por la Universidad de Carabobo. Fue Jefe del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, donde dirigió la Revista Poesía y coordinó el Encuentro Internacional Poesía de Universidad de Carabobo. Ha obtenido varios premios por su trabajo poético, entre ellos el Premio de Poesía Facultad de Ciencias de la Educación (dos años consecutivos) U. C. Premio ‘Miguel José Sanz’ de la Facultad de Derecho de la Universidad de Carabobo. Premio de Poesía de la Universidad de Carabobo. Premio de Poesía Universidad ‘Rómulo Gallegos’. Premio de Poesía ‘Cecilio Chío Zubillaga’ de Carora. Premio Único de Poesía 40 Aniversarios de la Reapertura de la Universidad de Carabobo. Ha publicado los libros: 15 Poemas (1984); En sol de sed (1990); Los poemas de Arismendi (1996); Tierras de Gadín (1999); Los Poemas del Viejo (2002); Antología Poética (2003); Medio Siglo, La Vida Entera (2005); Half a Century, The Entire Life, (2009): versión al Inglés de Sam Hamill y Esteban Moore. Poemas (Antología editada en Costa Rica) (2009): Compañera (2012). Poesíe Caré, Poemas queridos (2016), Versión al italiano de Emilio Coco, publicado en Colombia. Está representado en varias antologías nacionales y en la antología italiana La Flor de la Poesía Latinoamericana de hoy, tomo I, II, editada en Italia, 2016. Ha participado en diversos e importantes Festivales de poesía a nivel nacional e internacional, entre ellos, el Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia, en 2007 y 2016. Festival Internacional de Poesía Al-Mutanabi en Suiza. 2008. Festival Internacional de Poesía de Bogotá, Festival Internacional de Poesía del Mundo Latino, México. Festival Internacional de Poesía de los llanos Colombo-Venezolano en Yopal, Colombia. Feria Internacional del Libro de Bogotá, Colombia, Feria Internacional del Libro de Caracas, Venezuela. Festival Internacional de Poesía de Venezuela. Festival Internacional de poesía de los llanos colombo-venezolano en Arauca, Colombia. Encuentro Internacional Poesía Universidad de Carabobo, Feria Internacional del Libro Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela. Bienal Internacional de Literatura “Mariano Picón Salas”, Mérida, Venezuela. Sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, alemán, francés y árabe. La revista POESIA le rindió homenaje en su número 156.
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