16 marzo 2011
150 años después de su unificación, Italia sigue siendo un país dividido. Y si bien para sus vecinos forman una unidad, tal y como señala el historiador Gian Enrico Rusconi, les cuesta comprender las fuerzas centrífugas que lo atormentan.
AFP
Gian Enrico Rusconi
¿Cómo veían los europeos a Italia hace ciento cincuenta años? Con estupor, incredulidad y admiración. Ante sus ojos, los italianos habían logrado algo grandioso, la unidad nacional, algo que se consideraba casi imposible y con medios que parecían admirables. ¿Y hoy? Los europeos siguen viendo a Italia con estupor, con incredulidad, pero con una desconfianza decepcionante. Es como si ya no la reconocieran.
La Unidad italiana fue un suceso europeo de primer orden. Europa no ha sido únicamente la cámara de eco, el teatro de esta alta empresa, sino un ingrediente esencial. Italia se ha construido luchando políticamente y militarmente para convertirse en una nación europea de pleno derecho. Para otro pueblo europeo que tenía el mismo problema, el pueblo alemán, Italia constituía entonces un modelo a seguir para llegar a la unificación nacional.
El mito de la "alianza natural" germano-italiana
Cuando en 1866 Prusia se propuso realizar por sus propios medios el grandioso proyecto nacional bajo la férula de Otto von Bismarck, éste no aplicó la estrategia del conde de Cavour, padre de la unidad italiana, sino que quiso tener a Italia muy cerca para combatir al enemigo común: Austria. Así nació el mito de la "alianza natural" entre el Piamonte italiano y la Prusia germánica. En ese momento se sentaron ciertas bases de convergencias futuras entre los dos países con consecuencias de gran peso. Tanto para lo bueno como para lo malo.
La posición geopolítica de Italia es lo que obliga a la diplomacia italiana a moverse con astucia y oportunismo entre las potencias europeas. Cuando estalla la guerra en 1914, Italia, aliada formal de las potencias centrales, se declara primero neutral y luego se une al año siguiente al frente anglo-francés, produciendo las acusaciones de traición de Austria y Alemania.
En ese momento es cuando, por primera vez, los europeos se dividen abiertamente en dos campos para juzgar a Italia. Hoy parece de mal gusto seguir evocando ese momento, sobre todo después de la reconciliación europea tras la Segunda Guerra Mundial. A los europeos les cuesta comprender por qué discutimos hoy con tanta pasión y resentimiento sobre el hecho de seguir siendo o no una nación unida. Es normal.
Una "italianidad" no tan evidente
No logran comprender por qué declaramos que "no nos sentimos italianos". Para ellos, la "italianidad" de toda la península es tan evidente, a pesar de los regionalismos, que no se dan cuenta de que no se está poniendo en tela de juicio las costumbres, las tradiciones, la cocina, y la (pseudo)religiosidad de los italianos, sino la falta de sentimiento de pertenencia colectiva a un Estado.
Desgraciadamente, algunos europeos consideran esta falta como un pecado venial y por consiguiente, no comprenden hasta qué punto el federalismo tan satirizado de la Liga Norte está cargado de resentimiento anti-nacional. Para un alemán, que se ha beneficiado de decenios de federalismo eficaz y bien engrasado, es inconcebible que el federalismo sostenido por la Liga Norte esté cargado de motivaciones anti-nacionales. Pero en Italia es así. Y es un aspecto adicional de dificultad para comprenderse mutuamente.
POLÉMICA
Los italianos divididos también en el aniversario
"Italia celebra el 150 aniversario de su unidad [el 17 de marzo de 1861, Víctor Manuel de Saboya fue proclamado "rey de Italia"] en un ambiente que puede parecer sorprendente", escribe el politólogo francés Marc Lazar en La Repubblica: "la Liga del Norte, que forma parte del Gobierno, rebate las celebraciones previstas e incluso la idea misma de celebrar este evento". Para la Liga, no hay nada que celebrar porque, si el Norte se hubiera quedado fuera del resto de Italia, ahora "le irían mejor las cosas". "Además, se mantiene un acalorado debate entre historiadores e intelectuales sobre estas celebraciones, así como sobre el tema del Risorgimento", el movimiento que desembocó en la unidad italiana, añade Lazar, que además recuerda que la patronal "critica a las autoridades por haber decretado como día festivo el 17 de marzo", mientras que "la opinión pública no parece excesivamente entusiasmada por las diferentes conmemoraciones".
Pero, según apunta Lazar, el italiano no es un caso aislado: "en Europa, casi todas las celebraciones, aunque estén destinadas a fomentar la armonía y la concordia, son fuente de conflictos. Francia ha vivido guerras civiles y, cuando llega el momento de organizar conmemoraciones, siempre se encuentra con grandes dificultades. Se producen situaciones similares en Bélgica, en Alemania, en España o en Portugal. En la mayoría de países europeos asistimos a la proliferación conmemorativa, al aumento de reivindicaciones contradictorias de la memoria, pulsiones nostálgicas que celebran el pasado como una edad dorada. Los Estados europeos, ya sean antiguos o recientes, afectados por el debilitamiento de sus instancias políticas, cada vez tienen más dificultades para definirse, en la era de la globalización, del ascenso de nuevas potencias y de Europa"
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Tomado de Presseurop
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