miércoles, 18 de mayo de 2022

Judíos en China



Imagen tomada de Por Israel.



Judíos en China


por Tomás Merlos Hernández




A partir de los años 80, el estudio de los judíos en China se ha convertido en un tema candente de investigación académica e interés público, según la expresión de uno de los más conocidos especialistas chinos en la materia. En 1992 China estableció relaciones diplomáticas con Israel, y desde entonces han sido numerosas las películas, exposiciones o conferencias de temática judía. En Israel también hay ahora mucho interés por China, pero en el caso de muchos israelíes eso tiene que ver con su propia historia familiar. Miles de judíos huyeron del Holocausto hacia Shanghai, que contaba ya con una importante colonia judía, y bastantes de ellos emigraron luego a Israel. No eran los únicos judíos que vivían en China. A lo largo de la historia del Imperio Chino hubo comunidades judías en varias ciudades, perfectamente integradas en la sociedad china, que nunca conoció el antisemitismo, hasta que fueron finalmente asimiladas por ésta. En Kaifeng aún quedan descendientes de aquellos judíos, no tienen ya ni religión ni costumbres judaicas, pero se siguen denominando a sí mismos como youtairen (judíos).

Judíos en la Ruta de la Seda

Las vías tradicionales de comunicación entre Oriente y Occidente reciben desde finales del siglo XIX el nombre de Ruta de la Seda, por alusión al producto más preciado que transitaba a través de ella. Esta ruta, tanto terrestre como marítima, fue cambiando según los avatares políticos de los territorios que atravesaba, y su apertura fue un logro chino. A mediados del siglo II a. C. el Imperio Chino había contactado con pueblos lejanos de Asia Central para controlar con ellos a los temibles hunos. Los acuerdos diplomáticos permitieron a su vez la apertura de una vía comercial por la que la seda china, junto con las perlas de la India y los perfumes de Arabia irían al Imperio Romano, alcanzando allí precios de fortuna (Plinio se lamentaba de que los romanos se gastaran en estos tres productos suntuarios unos cien millones de sestercios al año).

Se ha especulado mucho con el hecho de que los judíos hubieran llegado a China en la época de los Han (206 a. C. - 220 d. C.). Para avalar esta teoría se cita el texto de una estela conmemorativa que había en la sinagoga de Kaifeng: Un templo fue establecido en Tailiang (Kaifeng) que se mantuvo a lo largo de las dinastías Han, Tang, Song y Ming. Esta inscripción de bellos caracteres chinos fue grabada en 1663; pero en el mismo lugar había otra estela similar más antigua, de 1489, que remontaba el origen de la sinagoga de Kaifeng al año 1163. Aunque pudiera ser posible que hubieran llegado a China judíos en el tiempo próspero y estable de la dinastía Han, no hay prueba arqueológica ni documental alguna que pueda avalar esta hipótesis.

La presencia de judíos en China empieza a ser evidente a partir de la dinastía Tang (618-907), otro momento de esplendor de la civilización china. Se ha descubierto en el noroeste de China una carta comercial en judeo-persa, datada hacia el año 718 y escrita en papel, que por entonces sólo se manufacturaba en China, y un texto de finales del siglo VIII con citas en hebreo de la Biblia. De la misma época y región son unas figuritas funerarias de aspecto semítico que se supone representan a judíos. En base a estos descubrimientos y otros más, se piensa que habría comunidades judías en Luoyang y Dunhuang, dos ciudades muy importantes de la Ruta de la Seda en China, y también en Xian, la capital de la Dinastía Tang, la metrópoli más grande del mundo en aquel tiempo. Al Colegio Imperial de la refinada capital de los Tang acudían estudiantes desde Japón y otros países de Asia, entre ellos muchos persas, incluyendo algún príncipe. Eran muy conocidos allí los mercaderes árabes y persas, por lo que se cree que no podrían faltar tampoco los judíos (un poema chino de entonces da testimonio de la presencia de judíos en Xian).

El final de la época Tang vino marcado por la pérdida de hegemonía política y cultural china en Asia Central, que empezaba a estar bajo dominio musulmán, y por una serie de revueltas populares. En una de ellas, ocurrida en Cantón en el año 879, murieron 120.000 musulmanes, judíos, cristianos y persas, según el relato de un viajero árabe. La cifra es del todo exagerada, pero las crónicas chinas dicen que se desató una plaga que diezmó la población. Por lo demás, el puerto de Cantón tenía entonces mucho tráfico internacional, la inestabilidad política había desviado el comercio a la ruta marítima entre China y el Golfo Pérsico, un ambiente que se refleja en la historia de Simbad el Marino, donde se fabulan aquellas arriesgadas travesías. Entre los comerciantes atrevidos que hacían ese trayecto estaban los judíos radanitas. Un geógrafo bagdadí del siglo IX describía a los radanitas como mercaderes judíos políglotas que viajan de Occidente a Oriente, y de Oriente a Occidente, tanto por tierra como por mar. Llevan de Occidente eunucos, esclavas, niños, pieles y espadas (...) al regreso de China vienen cargados de almizcle, aloe, alcanfor, canela y otros productos de las regiones orientales.

Benjamín de Tudela en el Sahara, en el siglo XII (Grabado de Dumouza, siglo XIX). Imagen tomada de Wikipedia.


La presencia de comunidades judías asentadas en regiones muy orientales, como la costa Malabar y Ceilán, es señalada por Benjamín de Tudela, que en el siglo XII salió de su ciudad natal hacia Oriente Medio y Persia. Fue haciendo de camino un registro minucioso de cada kehillah (comunidad judía) por la que pasaba o de la que tenía noticias, aunque con cifras cuestionables en algunos casos de poblaciones que se cree que no llegó a visitar. El manuscrito de su viaje, escrito en hebreo en Tudela en 1173, donde regresa después de un periplo de trece años, es el más valioso texto medieval sobre la diáspora judía.

Por entonces, las invasiones de los pueblos del norte de China fuerzan a la dinastía Song a desplazar la capital al sur, a Hangzhou, en el delta del Yangtsé (dinastía de los Song del Sur: 1127-1279). Sabemos de la existencia de un barrio judío en Hangzhou por el tangerino Ibn Battuta, el viajero árabe más famoso, que dijo en 1346 que esa ciudad era la más grande que había visto nunca, y que uno sus seis distritos, al que se accedía por “la puerta de los judíos”, estaba habitado por israelitas, cristianos y turcos que adoran al Sol.

Cuando los mongoles inician la progresiva conquista de China, instaurando la dinastía Yuan en 1271, empiezan a aparecer referencias a los judíos en documentos oficiales. Los nuevos soberanos son muy respetuosos con todas las religiones, y los judíos son citados en las crónicas de los Yuan con la palabra mongola zhuhu, expresión tomada del árabe djhud (en hebreo “judío” se dice yehudi). Marco Polo, que viajó a Extremo Oriente entre 1271 y 1295, también habla de ellos. Cuenta en su relato que en el ejército mongol iban sarracenos y judíos, y comenta un incidente con los cristianos que muestra la tolerancia religiosa de Kublai Khan. En otro pasaje dice Marco Polo que en la fiesta de cumpleaños del Emperador es preciso también que todos los pueblos, sea cual fuere su religión, cristianos, judíos, sarracenos y los demás paganos invoquen a sus dioses con solemnes plegarias por la vida, la salud y la prosperidad del Gran Khan.

El propio Kublai Khan había invitado al Papa a que enviara misioneros a China. El primer franciscano, Juan de Montecorvino, llegó en 1294, fundando a los pocos años el Obispado de Khanbaliq (Pekín). En las cartas de algunos de estos franciscanos se hacen comentarios sobre los judíos que vivían en China, como en una de 1326 del obispo de Zaitun (Quanzhou), en el sur de China, que comenta lo relativamente sencillo que es convertir “idólatras” (es decir, budistas), aunque ningún sarraceno o judío se convierte.

Juan de Montecorvino. Imagen tomada del  blog de Víctor Nomberto.



Estas noticias sobre los judíos de China finalizaron al caer la dinastía mongola. Ésta era muy impopular entre los chinos, que siempre consideraron a esos emperadores como gobernantes extranjeros, especialmente cuando los últimos emperadores Yuan se empeñaron en acentuar su procedencia mongola. Las revueltas populares provocaron en 1368 la toma del poder de la dinastía Ming, de etnia han, mayoritaria en China. Los emperadores Ming, en su afán ultranacionalista, cerraron las puertas de China a los extranjeros. Salvo alguna referencia aislada, no volvemos a tener noticias de los judíos chinos hasta que los que vivían en Kaifeng irrumpen de lleno en la historia al contactar con el sabio jesuita Mateo Ricci. Era el año 1605.

Matteo Ricci (a la izquierda) junto a su colaborador Xu Guangqi (chino tradicional徐光啟; chino simplificado徐光启); pinyin: Xú Guangqi;Wade-GilesHsu Kiang-ch'i) . Dominio público.
Imagen tomada del  blog de Víctor Nomberto.





El mandarín Ai Tian, un judío de Kaifeng, estando de visita en Pekín, quiso conocer a un célebre erudito europeo de religión monoteísta, que él creía que era judío. Gracias a sus conocimientos de matemáticas, astronomía y cartografía, y rodeado de complejas máquinas europeas, el jesuita Matteo Ricci había recibido en 1601 la autorización para residir en la capital imperial y su fama de hombre sabio se había extendido. Cuando se presentó ante él Ai Tian, Ricci se enteró de que había judíos viviendo en China, y que la kehillah de Kaifeng era la última que quedaba (según ellos hubo otras en Ningpo, Ningxia y Huizhou). Eran entonces unos pocos clanes familiares, tenían sinagoga y rabino, estaban circuncidados, guardaban el shabat y las fiestas judaicas, seguían las prescripciones alimentarias, pero ya pocos sabían leer el hebreo y tenían necesidad de que se instruyera a los jóvenes en el conocimiento de esa lengua y de la Biblia. Ai Tian no sabía de la existencia de Jesucristo, y Ricci tampoco intentó aclararle sus diferentes creencias, dado que intuyó que esos judíos podrían llegar a convertirse en cristianos.

Judíos de Kaifeng. 1907. National Geographic.



Matteo Ricci comunicó inmediatamente a Roma el “descubrimiento” de los judíos de Kaifeng, pero pasaron tres años hasta que se pudo enviar a un jesuita a esa ciudad, con una carta en chino de Ricci para el rabino, en la que ponía a su disposición la Biblia en hebreo, así como el Nuevo Testamento, donde se narra la llegada del Mesías. El rabino comentó al enviado que el Mesías no llegaría antes de 10.000 años (esta es la cifra china para “lo innumerable”), no obstante si el padre Matteo aceptaba venirse a vivir a Kaifeng y dejar de comer carne de cerdo, le haría sucesor suyo como rabino de la sinagoga. Pero a los pocos meses tres jóvenes judíos se presentaron ante Ricci para informarle de que el rabino había muerto y para pedirle que los instruyera en religión. Éste escribió de nuevo a Roma pidiendo urgentemente que le enviaran a uno o dos miembros de la orden que supieran hebreo y chino para convertir a los judíos de Kaifeng, dada la buena predisposición que tenían.

 Un modelo de la sinagoga de Kaifeng en el Museo de la Diáspora, Tel Aviv .Imagen tomada de Judíos de Kaifeng.




La noticia de que había judíos chinos se extendió por Europa. El rabino sefardí Manasseh ben Israel, en su libro escrito en ladino y publicado en Ámsterdam en 1650, Esperança de Israel, identificó a estos judíos como descendientes de una de las tribus perdidas de Israel, según lo que se dice en Isaías 49:11-12, donde se habla de la alegría del retorno de los miembros del pueblo elegido: Yo tornaré todos los montes en caminos, y estarán preparadas las vías. Vienen de lejos: Estos del norte y del poniente; aquéllos, de la tierra de Sinim. Manasseh identificó erróneamente esa tierra de Sinim con China (a partir de los manuscritos del Mar Muerto sabemos que ese lugar era la antigua población egipcia de Siene, la actual Asuán). No obstante, el libro de Manasseh tenía un mensaje mesiánico y en pocos años fue traducido a cinco idiomas y se multiplicaron las ediciones. El descubrimiento de que había judíos viviendo en China reavivaba la interpretación bíblica de que el Mesías vendría cuando los judíos estuvieran habitando todos los confines de la Tierra. El único “confín” que faltaba, según Manasseh, era Inglaterra, conocida precisamente por los judíos medievales como Kezé ha-Arets, el “confín de la Tierra”. Los judíos habían sido expulsados de Inglaterra en 1290 por Eduardo I, y era vital conseguir que hubiera de nuevo comunidades judías en Inglaterra para que viniera “ya” el Mesías, de ahí el título de su libro. Pero había más motivos para esa petición.

Corrían tiempos muy difíciles para el mundo judío, una ola de antisemitismo barría Europa desde sus regiones orientales, donde en 1648 se había producido en Ucrania una masacre de judíos de proporciones apocalípticas, lo que había hecho resurgir la esperanza mesiánica. En palabras de Paul Johnson: 1648 fue un hito sombrío en el camino que condujo al Holocausto. Pero 1648, con su masacre y su angustia, fue también –gracias a una serie de coincidencias que algunos podrían denominar providenciales– el primer eslabón de una notable cadena de hechos que condujo a la creación de un Estado judío independiente. Muchos judíos empezaron a emigrar hacia Occidente, en busca de un lugar donde poder vivir en paz. El destino final no podía ser Ámsterdam puesto que allí, aunque los judíos vivían en paz, no tenían derecho a la ciudadanía, y una inmigración masiva los habría puesto a todos en una difícil situación, como había pasado en Hamburgo, de donde fueron expulsados todos los judíos en 1649. Inglaterra parecía, pues, un destino ideal para esos judíos errantes, dado que se acababa de derrocar la monarquía y se había ejecutado en 1649 al rey Carlos I. Manasseh pidió a Cromwell que se derogara la ley que impedía a los judíos vivir en Inglaterra, y se presentó en Londres en 1655. El Consejo dictaminó ese mismo año que no existía tal “ley”, que aquella expulsión fue una prerrogativa real, aunque no llegó a un acuerdo sobre la aceptación de los judíos. No obstante, por vía de omisión, al año siguiente se fundaba la sinagoga de Londres, la primera comunidad judía moderna, con todos los derechos reconocidos. Cuando en 1664 la ciudad de Nueva Ámsterdam pasa a ser de soberanía inglesa y a denominarse Nueva York, los judíos comienzan a emigrar allí. Los judíos norteamericanos ya no iban a ser una minoría carente de derechos, sino miembros partícipes del Estado naciente que estaba por venir y cuya democracia tan bien encajaba con la manera judía de organizarse socialmente. Nueva York se convertiría en la ciudad con más judíos del mundo (12 % de la población de ese Estado en la actualidad), y éstos se enraizarían con el pueblo norteamericano hasta el presente, con un estatus de poder, como grupo social, que no es necesario destacar.

Mientras tanto, los contactos de los jesuitas con la sinagoga de Kaifeng iban siendo cada vez más frecuentes, habían instalado allí una misión, pero no llegaban los expertos solicitados y las relaciones empezaron a enturbiarse. Los judíos se percataron de que los jesuitas eran “cristianos de la cruz”, como llamaban los musulmanes a los nestorianos, que aunque tuvieran los mismos libros sagrados que los judíos, sus creencias y costumbres eran muy diferentes: no se circuncidaban, no sacrificaban como se debía a los animales, comían cerdo… Estas diferentes prácticas convirtieron la conversión al cristianismo de los judíos de Kaifeng en algo imposible, no sólo para los jesuitas sino también para los protestantes, que fracasarían igualmente en el intento. Pero fueron esas mismas prácticas comunes las que los aproximaron cada vez más a los musulmanes, muy numerosos en Kaifeng, cuando sus propias creencias se debilitaron.

Dibujo del interior de la Sinagoga de Kaifeng. Imagen tomada de Judíos de Kaifeng.



La presencia de judíos y musulmanes en Kaifeng, llamada antiguamente Bianliang y Tailiang, está también relacionada con la Ruta de la Seda. La ciudad de Kaifeng, muy cercana al río Amarillo, había sido elegida capital del Estado de Wei en el siglo III y de la dinastía Zhuo en el siglo X. No obstante, fue durante la dinastía Song del Norte (960-1126) cuando se convirtió en una de las ciudades más pobladas y opulentas de la Tierra, comparable a Bagdad y Córdoba, por su situación estratégica junto al Gran Canal. Ahí terminaba en la época Song la Ruta de la Seda, por lo que como ya sucediera en Xian y más tarde en Pekín, la presencia de mercaderes extranjeros era continua y algunos terminaron por establecerse definitivamente allí. La historia y creencias de la kehillah de Kaifeng se encuentran fundamentalmente en las estelas que había en su sinagoga, ya citadas. En esas inscripciones se cuentan los avatares de la comunidad, sus creencias principales, así como la concordancia de éstas con la tradición china. Los judíos de esta ciudad habían conseguido escalar puestos sociales relevantes y no querían que sus creencias religiosas pudiera suponerles un perjuicio en sus carreras. Por ello, no sólo conciliaron su religión con la moral confuciana, sino que su misma sinagoga mostraba claramente su adhesión tanto al Dios de Moisés como al Emperador de China.

La sinagoga de Kaifeng que, como ya se dijo, había sido construida por primera vez en 1163, fue destruida dos veces por sendas inundaciones. En 1461 se desbordó el río Amarillo y la sinagoga tuvo que reconstruirse, lo que se aprovechó para ampliarla y embellecerla. Pero en 1642 hubo un desastre terrible, en una de las sublevaciones que precedieron a la caída de la dinastía Ming (1644). La ciudad de Kaifeng llevaba algún tiempo sitiada, y para poner fin al asedio las tropas rebeldes rompieron los diques del río Amarillo, muriendo en la inundación unas 100.000 personas. La sinagoga quedó totalmente devastada y los rollos de las Escrituras y los manuscritos hebraicos quedaron destruidos, pero lograron salvarse unas 200 familias judías. Se rehizo un Sepher Torah completo con fragmentos salvados de diferentes rollos, y de nuevo se reconstruyó la sinagoga, por tercera y última vez. Este edificio ya desapareció, pero guardamos una descripción bastante detallada de principios del siglo XVIII.

La nueva sinagoga de Kaifeng tenía un aspecto exterior e interior muy semejante a los templos chinos. Arriba del pórtico de la entrada había un gran rótulo en chino con el nombre Templo de la Pureza y de la Verdad, y a cada lado un león de piedra traídos de la entrada de un templo budista. Se sucedían luego hasta cinco pórticos más, el primero con otra inscripción en chino que decía Venerad al Cielo y bendecid al Imperio, y el último con otros dos leones de mármol. La distribución de salas y lugares de culto procuraba conciliar el ámbito de las prácticas confucianas, el culto a los antepasados, con las propiamente judías. Al mismo tiempo, las inscripciones doradas en hebreo y en chino daban cuenta del sincretismo religioso de los judíos de Kaifeng. Como ejemplo de inscripciones hebraicas: “Escucha Israel, Dios nuestro Dios es el único Dios. Bendito sea su nombre, gloria a su reino por la eternidad”, “Inefable es su nombre, porque Dios es el Dios de los Dioses”, etc. Y como ejemplo de inscripciones en chino: “Viva, viva, viva el actual Emperador”, “Honrad al Cielo y rezad por el Imperio”, “La ciencia de la religión judía está de acuerdo con las enseñanzas de Confucio”, “Cultivando las virtudes de la Benevolencia, Rectitud, Corrección, Sabiduría y Fidelidad alcanzaréis el primer principio de los sabios y filósofos” (las cinco virtudes confucianas), etc. En total se conocen 61 inscripciones en chino que había en los arcos y muros de la sinagoga que muestran cómo los letrados judíos armonizaban perfectamente la tradición judía con la china.

 Lista de miembros en un libro de oraciones, en caracteres hebreos (sin señalar vocales) y caracteres chinos, alrededor del siglo XVII.Imagen tomada de Judíos de Kaifeng.



Cuando los jesuitas vieron cómo habían adaptado los judíos su religión al confucianismo creyeron que eso podía servir de ejemplo al cristianismo para que por fin tuviera plena aceptación en China. El propio padre Ricci, rasurándose el pelo y ciñéndose un traje talar a la manera budista, en un primer momento, e investido luego con todo el ropaje de un erudito chino, años después, había buscado una manera de aproximarse a la cultura china. Cuando se vistió de budista se equivocó, porque él pensaba influir en el entorno del Emperador, pero los budistas estaban poco considerados entre el funcionariado. En cambio, estudiando a fondo la lengua y cultura chinas, exhibiendo sus conocimientos científicos y mostrándose en apariencia como un letrado más, pudo lograr el beneplácito imperial. Los franciscanos, que desde el tiempo de los mongoles habían perdido influencia en China, y también los dominicos, protestaron ante el Papa por lo que consideraban una introducción de prácticas paganas en la liturgia de los jesuitas en China. Es lo que se conoce como “querella de los ritos chinos”, una controversia teológica que se desata en 1633 y que durará todo el siglo, aunque el trasfondo era tanto político como teológico, ya que estas órdenes denunciantes querían gozar en China de los privilegios de la orden denunciada.

Fundamentalmente esa controversia tiene que ver con la aceptación por los jesuitas de la moral confuciana, los ritos del culto a los antepasados y la identificación de Dios como Tian (Cielo), a la manera china. Las órdenes mendicantes decían que la moral confuciana era puramente civil, ajena por completo a lo sagrado, que el culto confuciano a los antepasados no era más que idolatría y que al identificar a Dios con el Cielo se rebajaba lo insustancial a lo meramente material. El papa Inocencio X condena en 1645 los ritos confucianos, pero la Compañía de Jesús persiste aún muchos años intentando convencer a la Jerarquía Católica que la manera como los judíos de Kaifeng han logrado perpetuar su religión durante siglos es muy válida para los cristianos en China. Otro jesuita, el padre Giampaolo Gozani es enviado a Kaifeng para hacer una meticulosa investigación de las creencias de los judíos. El informe que envía a Roma en 1704 argumenta con claridad la compatibilidad de creencias distintas y ritos semejantes, pero antes de llegar el escrito al Santo Oficio éste ya había prohibido a los jesuitas realizar esas prácticas (sin embargo, en 1933, el papa Pío XI autorizaría a los chinos convertidos al cristianismo el poder seguir realizando sus ritos de culto a los antepasados).

Otra polémica teológica relacionada con los judíos chinos fue la llamada “querella de las Escrituras”. La polémica era muy antigua, los Padres de la Iglesia habían acusado a los judíos de eliminar de la Biblia toda referencia a Jesucristo como Mesías y durante siglos se había soñado con encontrar alguna vez unas Escrituras “puras”. Cuando se supo que los judíos de Kaifeng tenían su propia Biblia, se suscitó de nuevo esta cuestión. Leibniz, que seguía atentamente las informaciones de los jesuitas en China, muy interesado por la filosofía de Confucio y Mencio y por los hexagramas del Yi Jing (I Ching), pidió en una carta a un padre jesuita que se examinara atentamente la Biblia de Kaifeng para observar si había diferencias con la Biblia cristiana. Ese examen completo no pudo llevarse a cabo hasta 1721, en que el jesuita Jean Domenge tuvo el permiso para comparar un Sepher Torah de Kaifeng con la Biblia cristiana, aunque no pudo comprar ninguno de los rollos como se le había encargado. Por lo demás, la visita de Domenge, experto en chino y hebreo, como había pedido Ricci hacía más de un siglo, fue fundamental para el conocimiento de esta kehillah, por el trabajo tan esmerado que hizo, no sólo por la copia de diversos textos hebraicos, sino también por sus dibujos muy detallados: el exterior e interior de la sinagoga, los objetos de culto, etc. El resultado fue, según Domenge, que la Biblia de Kaifeng era idéntica a la edición de la Biblia de Ámsterdam. Se venía con ello a comprobar una vez más que no había habido falsificación de la Biblia, que la extensión de la diáspora judía habría impedido censurar los mismos pasajes en todos los rollos, y que, en suma, ningún rabino responsable habría consentido jamás quitar o cambiar una sola letra del texto bíblico, por la razón que fuese.

Con la llegada de los manchúes, la nueva dinastía Qing (1644-1912), habrá un cambio en profundidad en lo referente a las religiones. Los emperadores Qing tuvieron en general una actitud mucho más xenófoba que los Ming. Se cerraron todas las misiones y se impidieron los cultos cristianos, por ser occidentales, se toleraron los musulmanes, puesto que llevaban siglos en China, y se ignoró a los judíos, dado su escasísimo número. Estos últimos prefirieron instruirse más a fondo en los arcanos de la lengua y cultura chinas, antes que dedicar tiempo al estudio del hebreo y de la Biblia, que como no la habían traducido al chino, se fue convirtiendo para todos en un gran enigma. Por otra parte, los matrimonios mixtos habían ido en aumento, por la disminución de la población judía, y empezaron a realizarse sin que hubiera conversión al judaísmo de la pareja, por lo que las tradiciones y prescripciones judías se fueron perdiendo. La muerte del último rabino, hacia 1800, aceleró el final de la larga crisis anunciada por Ai Tian hacía ya dos siglos al padre Matteo Ricci: si no había educación hebrea de la juventud, la kehillah terminaría por desaparecer. Por otra parte, el aislamiento de los judíos de Kaifeng fue realmente extraordinario. Las comunidades judías siempre necesitaron del contacto de unas con otras para seguir existiendo, y la de Kaifeng sobrevivió demasiado tiempo aislada.

El siglo XIX es testigo de unos judíos de Kaifeng desorientados que, por una parte, se niegan celosamente a mostrar su sinagoga a los cristianos y menos aún a cederles uno de los trece rollos de la Torah que conservaban, pero, por otra parte, ni le dan uso social o religioso al recinto ni saben ya exactamente en qué consistía la religión de sus antepasados. Esto viene a coincidir con una pérdida de prestigio social de los judíos de Kaifeng, ya no hay un número importante de letrados, oficiales del ejército, médicos, etc., como había en siglos anteriores, los antiguos clanes judíos van desapareciendo, y los que quedan apenas tienen recursos para mantener una sinagoga, que había sido suntuosa pero que en 1840 era ya una pura ruina. Es entonces cuando se expone en la plaza del mercado un Sepher Torah abierto, con un cartel ofreciendo una recompensa a quien descifre qué es lo que se dice ahí. Pocos años después, los descendientes de aquellas familias judías empiezan a vender rollos de la Torah, llegando a quedarse a final de siglo sin ninguno. Aun así, aunque fueran para entonces totalmente ignorantes en cuanto al judaísmo, todavía seguían manteniendo las prescripciones alimentarias. Muchos se hicieron musulmanes, por esas prácticas comunes citadas antes, de hecho, en Kaifeng hay hui hui de gorro blanco (musulmanes) y hui hui de gorro azul (musulmanes de origen judío). Otros siguieron las prácticas religiosas chinas, y algunos incluso se hicieron monjes budistas, como se ve reiteradamente en los censos de población de estos dos últimos siglos.

La memoria de sus raíces judías ha quedado en los pocos herederos de aquellos judíos de Kaifeng que siguen viviendo en esta ciudad (no llegan a 300 en la actualidad). Hay historias conmovedoras de niños en la escuela y mayores en el trabajo reclamando su condición judía e Yicili (Israel) como el lugar de sus ancestros. Cuando en 1953 el gobierno comunista hizo su primer censo, una ciudadana de Kaifeng consiguió que se la inscribiera como de nacionalidad judía, apelando a que su padre había sido censado así treinta años atrás. Esa es la voluntad actual de la mayoría de los descendientes de los judíos de Kaifeng, ser considerados como una nacionalidad china más. En la actualidad hay reconocidas oficialmente 55 minorías étnicas o nacionalidades, más la etnia han dominante. No obstante, esta voluntad puede estar movida por algún interés, si consiguieran el reconocimiento de “minoría étnica” tendrían algunas ventajas, como la posibilidad de tener más hijos, que estos tuvieran preferencia en el acceso a la Universidad, subvenciones estatales, etc. No obstante, a estos “judíos” les faltan requisitos fundamentales de las nacionalidades chinas como una lengua distinta, costumbres y creencias diferentes, y, especialmente, un lugar de origen dentro de los límites de China.

Los antiguos judíos de Kaifeng se llamaban a sí mismos yiciliye (israelitas), leían en hebreo y hablaban persa entre ellos (en el siglo XVIII aún hablaban persa los ancianos), sus costumbres alimentarias los diferenciaban de la mayoría han, aunque, como hemos visto, habían conciliado sus creencias y tradiciones chinas con las judías. Pero, ¿tenían una etnia distinta? Esto plantea una cuestión muy interesante, porque desde que tenemos noticia de ellos, según todos los testimonios, su fisonomía era semejante a la de los chinos, además de indumentaria y aspecto físico cultural similar, como las coletas de los hombres que habían impuesto los manchúes, o los pies vendados de las judías de Kaifeng. Las fotografías que se tomaron a principios del siglo XX así lo muestran, y los descendientes actuales presentan rasgos fisonómicos totalmente chinos.

Judíos en la China moderna

Cuando China pierde la Guerra del Opio contra Gran Bretaña (1842), cinco puertos chinos quedan abiertos al comercio internacional. Uno de ellos, Shanghai, no era más que un puñado de cabañas, pero en un enclave excepcional. El territorio se divide en tres partes, una china y dos concesiones extranjeras, la angloamericana y la francesa, que se constituyen a su vez como territorios soberanos independientes de cualquier Estado. Uno de los primeros comerciantes extranjeros establecidos en Shanghai fue el judío sefardí David Sasson. Natural de Bagdad, había huido a la India en busca de un lugar más amable con los judíos, y de ahí pasó a Shanghai, en 1845, donde viene a crear lo que sería con el tiempo un auténtico emporio, con negocios bancarios y comerciales de todo tipo. La kehillah sefardí de Shanghai se convierte en poco tiempo en floreciente, en 1930 son unos 700 miembros, no muchos contando con una población de 57.000 extranjeros, pero muy influyentes, dado que de los 99 miembros de la Bolsa, 38 eran judíos sefardíes.

Cuando en 1931 los japoneses invaden Manchuria, empiezan a emigrar a Shanghai judíos asquenazíes rusos que se habían establecido tiempo atrás en Harbin, en el noreste de China. La política expansionista del zar Nicolás II le había llevado a ocupar un territorio chino que quería rusificar. Viviendo Rusia en aquel final de siglo una ola de antisemitismo que empujó a miles de judíos rusos hacia Norteamérica, el zar garantizó la libertad de culto y laboral de los judíos que se fueran a vivir a Harbin. Poco después, la revolución bolchevique provocó la llegada de unos 200.000 rusos a la zona, aunque de ellos sólo algunos miles eran judíos. Durante la invasión japonesa de Manchuria la mayoría de éstos emigró a Shanghai, donde a finales de los años 30 había unos 4.000 judíos rusos, y otros marcharon a Tianjin y Qindao (por esos años quedaban unos 2.500 judíos rusos en Harbin).

Los sefardíes de Shanghai prestaron apoyo y dieron sustento a los asquenazíes de Harbin, pero pronto se constituyeron como dos comunidades diferentes. Aquellos, más numerosos y con buena posición económica, eran políticamente conservadores. Los recién llegados, en cambio, muy empobrecidos, eran muy activos políticamente, muchos de ellos comprometidos con la causa sionista.

A esta emigración de Harbin se vino a sumar en Shanghai la procedente de Europa, huyendo de los nazis. En abril de 1933 se publican en Alemania las primeras leyes antijudías, e inmediatamente salen de allí unos 37.000 judíos, de los que unos 300 emigran a Shanghai. Son los primeros de un total estimado de unos 18.000 judíos centroeuropeos que buscaron refugio en esta ciudad, casi todos alemanes y austríacos. La ruta marítima hacia China se hacía normalmente por Italia, por este trayecto: Trieste, Alejandría, Suez, Bombay, Hong Kong y Shanghai.

En 1937 los japoneses bombardean Shanghai y ocupan la parte china de la ciudad. Unos 120.000 chinos se refugian en las concesiones extranjeras. Éstas se declaran neutrales y siguen acogiendo a refugiados europeos, que al llegar a Shanghai se encuentran con una ciudad devastada por los bombardeos y superpoblada. La vida no es fácil, pero los comités de apoyo judíos funcionan a la perfección y no sólo se garantiza la supervivencia de los refugiados, sino que además se imparte enseñanza a niños y jóvenes y se organizan actividades culturales para los mayores. La edición de periódicos, revistas y panfletos es continua, y en varios idiomas: inglés, alemán, francés, yiddish, hebreo, chino..., la vitalidad y energía de Shanghai fue extraordinaria en aquellos años.

El bombardeo de Pearl Harbour y la entrada en guerra de los EEUU tiene consecuencias en Shanghai. Las autoridades japonesas imponen la creación de un gueto judío al que envían unos 14.000 refugiados en mayo de 1943. Un mes después, la Cruz Roja Internacional comunica que unos 6.000 judíos del gueto están a punto de morir de hambre y otros 9.000 lo estarán pronto. La solidaridad judía internacional acude en socorro de Shanghai y logran sobrevivir a la hambruna, pero los bombardeos de la aviación americana causan muchas bajas. Fue precisamente el auxilio que prestaron los médicos judíos a los miles de chinos heridos en los bombardeos lo que selló una amistad que aún se recuerda. Los testimonios de agradecimiento de los ciudadanos chinos de Shanghai para con los refugiados judíos son innumerables.

Al término de la guerra muchos judíos partieron de Shanghai con múltiples destinos, incluyendo Israel. La llegada al poder de los comunistas en 1949 provocó en los siguientes años la salida de China de los judíos, que llegó a ser prácticamente total durante la Revolución Cultural (las estelas judías de Kaifeng, como tantos restos venerables de la antigua China, sufrieron también el furor ignorante y enloquecido de los guardias rojos de Mao Zedong). Muchos de los judíos que abandonaron la República Popular China se quedaron con sus familias en Taiwán y Hong Kong (en la entonces colonia inglesa, unos 1000).

Las reformas políticas de China durante las últimas décadas ha cambiado la situación de los judíos en este país, que de hecho están volviendo a crear pequeñas comunidades en grandes ciudades. Se ha pasado de la demonización de los judíos en la época de Mao, al considerarlos como el grupo de poder dominante dentro del capitalismo, a una manifiesta atracción de los chinos por todo “lo judío”, paralela al poder de sugestión del consumismo entre la sociedad china actual y a la identificación que se hace de los judíos como miembros de una comunidad con estrechos vínculos familiares y sociales, que sobresale en el ámbito científico y cultural. En el imaginario de los chinos de hoy día, los iconos con los que identifican al pueblo judío: Poder-Dinero-Familia-Inteligencia, no son sino una muestra de sus deseos más inmediatos. Más allá de los tópicos al uso, tanto chinos como judíos reconocen que sus tradiciones culturales tienen bastantes elementos en común: amor a la familia, cohesión social, énfasis en la educación, tolerancia con las creencias, sentido práctico de la vida, fidelidad a una escritura ancestral, etc. La historia de los judíos en China es milenaria y aún no se ha reflexionado lo suficiente sobre las enseñanzas que se pueden extraer de esa historia, más allá de lo puramente anecdótico de los “judíos de ojos oblicuos”, que nos sigue sorprendiendo. En China los judíos no han sufrido nunca persecución a causa de su religión (en el caso del maoísmo, el motivo no era religioso sino político, un judío que contribuyó mucho a la difusión del maoísmo en Occidente fue el periodista Israel Epstein, que vivió en China prácticamente toda su vida hasta su muerte). Los judíos han sido siempre una minoría, pero tampoco por ello mismo han estado marginados. Las razones de los prejuicios religiosos, exclusión social y masacres que han sufrido los judíos a lo largo de su historia hasta culminar en el horror del Holocausto no son universales, el antisemitismo no es el reverso lógico y atroz del judaísmo, es pura ideología.

Mientras el antisemitismo era común en el continente europeo, desde el vulgar desprecio al judío hasta la hoguera donde ardía el converso judaizante, la sinagoga de Kaifeng se embellecía con inscripciones de inspiración bíblica y confuciana. La serenidad que emanan es aún más potente cuando nos percatamos de que eran contemporáneas del dolor de tantos hermanos suyos de religión. Acabemos con una de caracteres chinos de 1658: La inteligencia penetra los misterios profundos.





Tomás Merlos Hernández es catedrático de Filosofía en secundaria y coordinador del programa Comenius “From Prejudice to Knowledge. Jewish History and Culture in Europe". 



Fuente:

http://www.alfonselmagnanim.com/debats/103/espais03.htm

 


Nunca pensé encontrarme con chinos-judíos | Kaifeng.
23 mil visualizaciones para el 18 de mayo de 2022.





La Comunidad JUDÍA Más Grande de CHINA | HARBIN
123.966 visualizaciones para el 18 de mayo de 2022.




No hay comentarios:

Publicar un comentario