lunes, 2 de mayo de 2022

Novalis: La voz del poeta tiene un poder mágico; sus palabras nos descubren un mundo maravilloso que antes no conocíamos.


Novalis (1799), retrato de Franz Gareis.



Novalis: EN LA POESÍA TODO ES INTERIOR


“En la poesía todo es interior: así como los otros artistas llenan nuestros sentidos exteriores con sensaciones agradables, el poeta llena el santuario interior de nuestro espíritu con pensamientos nuevos, maravillosos y placenteros. Cuando un poeta canta estamos en sus manos: él es el que sabe despertar en nosotros aquellas fuerzas secretas; sus palabras nos descubren un mundo maravilloso que antes no conocíamos. Tiene una visión directa de la naturaleza de todos los acontecimientos y de todas las realidades, es capaz de observarlas en sus vivas y múltiples relaciones, y de compararlas con los demás objetos como si fueran figuras pintadas en un cuadro”.

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Enrique tenía entonces veinte años. Nunca había salido más allá de los alrededores de su ciudad natal, y no conocía el mundo sino por lo que había oído decir de él. Bien pocos libros habían caído en sus manos. En aquella ciudad, residencia del Landgrave, se llevaba una vida sencilla y tranquila, según las costumbres de aquella época.


Si es cierto que sólo una sabia distribución distribución de luces, colores y sombras es capaz de mostrarnos la escondida maravilla del mundo visible, y parece darnos una visión nueva y más alta de todo, no hay duda de que esta hábil distribución y esta sabia economía se encontraban por doquier en aquellos tiempos. Sin embargo, hoy en día la superior comodidad de que gozamos nos ofrece la imagen uniforme y sin matices de un mundo habitual y cotidiano.

En todas las transiciones, como si fueran una especie de reinos intermedios, diríase que hay una fuerza espiritual y superior que quiere salir a la luz; y del mismo modo como en el mundo en que vivimos los parajes más ricos en tesoros subterráneos y celestes se encuentran entre las grandes montañas, fragosas e inhóspitas, y las inmensas llanuras, asimismo entre los ásperos tiempos de la barbarie y las edades ricas en arte, en ciencia y en bienestar se encuentra la época romántica, llena de sabiduría, una época que bajo un sencillo ropaje encubre una figura excelsa.

¿A quién no le gusta pasear a la hora del crepúsculo, entre dos luces, cuando el día y la noche se encuentran y se rompen en mil sombras y colores? Hundámonos, pues, en los años en que vivió Enrique, cuando, pletórico de emoción, salía al encuentro de nuevos acontecimientos.

El muchacho se despidió de sus compañeros y de su maestro, el anciano y sabio capellán de palacio, que conocía muy bien las grandes cualidades de su discípulo y que, encomendándolo al cielo en sus pensamientos, le dijo adiós con gran emoción.

Enrique se separaba con tristeza de su padre y de su ciudad natal. Ahora es cuando sabía lo que era separarse de lo que uno ama. [...] Es inmensa la tristeza que se apodera de un joven en esta primera experiencia de lo pasajero de las cosas de este mundo; antes de llegar a este momento de la vida todo parece necesario, imprescindible, firmemente enraizado en lo más profundo de nuestro ser, e inmutable como él. La primera separación es el anuncio de la muerte: de su imagen ya no podrá olvidarse más el hombre [...].

Sus compañeros, que iban al principio callados, lo mismo que él, como si a todos les poseyeran sentimientos e impresiones semejantes, empezaron poco a poco a despertarse y a amenizar el viaje con toda clase de comentarios y narraciones.

-Hacéis muy bien en llevar a vuestro hijo allí -decían a su madre. Las costumbres de vuestro país son más dulces y agradables. La gente sabe preocuparse por lo útil sin menospreciar lo placentero. Cada cual busca el modo de satisfacer sus necesidades con una limpia alegría y respetando a los demás. El mercader se encuentra a gusto en Suabia; la gente le respeta. Las artes y los oficios prosperan y se ennoblecen allí; al que no es perezoso le parece ligero el trabajo: tantas y tan varias son las comodidades que éste le procura; y aunque esta ocupación pueda ser monótona y pesada, le asegura al hombre el goce de una gran variedad de frutos provenientes de múltiples y agradables actividades.

El dinero, el trabajo y los productos del trabajo se incrementan mutuamente, se expanden en seguida por el país y hacen florecer sus pueblos y ciudades. Y del mismo modo como las horas del día se emplean para el trabajo, las de la noche se dedican sólo a los hermosos placeres de las artes y la conversación. El espíritu del hombre busca descanso y variación, y en qué sitio puede encontrarlos de un modo más noble y más bello que en el libre juego y en las obras de una facultad tan elevada como es su espíritu creador.


-Aunque no queráis seguir el oficio de vuestro padre -prosiguieron los mercaderes- y prefiráis dedicaros, según nos han dicho, al estudio, no es preciso por ello que entréis en religión y renunciéis a los más bellos placeres de esta vida. Bastante mal es ya que las ciencias y el consejo de los príncipes estén en manos de una clase tan apartada de la vida común y con tan poco experiencia de las cosas como son los clérigos. En la soledad en que viven, sin tomar parte en los negocios del mundo, es forzoso que sus pensamientos adquieran un dejo de esterilidad y que no puedan atender a las cosas de esta vida. Hombres sabios y prudentes también los encontraréis en Suabia entre los laicos; podréis escoger la rama del saber humano que más os plazca: no os han de faltar los mejores maestros y consejeros.

Enrique, que al oír esto se había acordado de su amigo el capellán de palacio, dijo al cabo de un rato:

-Aunque yo, con toda mi inexperiencia de las cosas del mundo no os pueda contradecir en lo que decís sobre la incapacidad de los clérigos para juzgar y dirigir los asuntos terrenos, permitidme que os recuerde a nuestro excelente capellán de palacio, que sin duda es un ejemplo de hombre sabio y de maestro cuyas enseñanzas y consejos yo nunca podré olvidar.

-Respetamos de todo corazón a este hombre tan bueno -contestaron los mercaderes-; sin embargo, sólo estamos de acuerdo en lo que decís sobre su sabiduría, si por sabiduría entendéis aquel modo de comportarse en la vida que se aviene con la voluntad de Dios. Si le consideráis tan prudente en las cosas del mundo como versado y docto en las cosas que atañen a la salvación, permitidnos que disentamos de vuestra opinión. Esto no quiere decir que por ello deje de ser este religioso un hombre digno de la mayor alabanza: hasta tal punto está sumido en la ciencia de las cosas sobrenaturales, que no puede preocuparse de ver y penetrar las terrenas.

-Con todo -dijo Enrique-, ¿no os parece que aquella sabiduría superior es precisamente la más adecuada para conducir de un modo sereno y desapasionado los asuntos de los hombres?, ¿no os parece que aquella sencillez e ingenuidad, propias de un niño, son capaces de encontrar el recto camino que conduce a través del laberinto de las cosas de este mundo de un modo más seguro que aquella sabiduría segada por consideraciones de interés propio y desencaminada y cohibida por los muchos azares y complicaciones de la vida? No sé, pero me parece como si hubiera dos caminos para llegar a la ciencia de la historia humana: uno, penoso, interminable y lleno de rodeos, el camino de la experiencia; y otro, que es casi un salto, el camino de la contemplación interior. El que recorre el primero tiene que ir encontrando las cosas unas dentro de otras en un cálculo largo y aburrido; el que recorre el segundo, en cambio, tiene una visión directa de la naturaleza de todos los acontecimientos y de todas las realidades, es capaz de observarlas en sus vivas y múltiples relaciones, y de compararlas con los demás objetos como si fueran figuras pintadas en un cuadro. Tenéis que perdonarme que os hable como un muchacho soñador: sólo la confianza en vuestra bondad y la memoria de mi maestro, que desde hace tiempo me ha enseñado este segundo camino, que es el suyo, me han podido hacer tan osado.

-Hemos de reconocer -dijeron los buenos mercaderes- que no somos capaces de seguir el hilo de vuestros pensamientos… Nos parece que tenéis dotes para ser poeta: habláis de un modo tan fácil y suelto de todo lo que ocurre en vuestro espíritu…; nunca os falta la expresión exacta ni la comparación adecuada. Por otra parte, se os ve inclinado a lo maravilloso, que es el elemento de los poetas.

-No sé -dijo Enrique-; desde hace tiempo oigo hablar a menudo de poetas y de trovadores, pero nunca he visto a ninguno. No puedo ni sospechar cómo debe ser el extraño arte de estos hombres; sin embargo, anhelo siempre oír hablar de él… [Mi maestro] decía que, antiguamente había sido un arte mucho más extendido, que todo el mundo había tenido un conocimiento mayor o menor de él. Decía que había sido un arte emparentada con otras artes excelsas que hoy en día no se conservan. Que el cantor era un hombre distinguido de un modo especial por una gracia divina merced a la cual vivía en un mundo invisible desde el que, como iluminado, predicaba sabiduría celestial a los hombres bajo el ropaje de hermosas canciones.

A esto dijeron los mercaderes:

-En realidad, aunque muchas veces hemos oído con agrado los cantos de los poetas, jamás nos hemos preocupado por desentrañar los secretos de su arte. Es muy posible que la venida de un poeta al mundo tenga que ver con algún astro especial, porque realmente hay algo de maravilloso en este arte. Las otras se distinguen muy bien de ésta y se pueden comprender mucho mejor. Uno puede saber fácilmente lo que son la pintura y la música, y con paciencia y constancia puede uno iniciarse en estas artes: los sonidos están en las cuerdas, no hace falta más que adquirir la habilidad necesaria para moverlas y sacar de ellas una bella melodía.

En la pintura la gran maestra es la Naturaleza: ella es la que ofrece al hombre esta infinidad de hermosas y extrañas figuras, ella es la que da a las cosas colores, luces y sombras; una mano diestra, una mirada certera y un conocimiento del modo de preparar y mezclar los colores son capaces de imitar perfectamente esta gran espectáculo. Y por esto es muy fácil también comprender el efecto que estas artes producen en los hombres, el agrado que sus obras les proporcionan.

El canto del ruiseñor, el murmullo del viento, las luces, los colores y las formas nos placen porque dan agradable ocupación a nuestros sentidos; y como la Naturaleza, que es la autora de todas estas cosas, ha producido también nuestros sentidos y los ha conformado según ellas, la imitación artificial de la Naturaleza tiene que agradar forzosamente a éstos. La Naturaleza misma quiere gozar del inmenso arte que en ella se encierra: por esto se transforma en seres humanos; en ellos se alegra de su propia magnificencia, separa lo placentero y dulce de las cosas y lo vuelve a crear de un modo tal que, bajo las más variadas formas, puede disfrutar de ello en todo tiempo y lugar.

En cambio, en la poesía no hay nada externo sobre lo que podamos apoyarnos cuando queremos saber lo que es. No es un arte que cree nada con las manos o por medio de instrumentos. La vista y el oído no perciben nada de ella, porque la acción propia de este misterioso arte no es el hacernos oír el sonido de las palabras.

En la poesía todo es interior: así como los otros artistas llenan nuestros sentidos exteriores con sensaciones agradables, el poeta llena el santuario interior de nuestro espíritu con pensamientos nuevos, maravillosos y placenteros. Cuando un poeta canta estamos en sus manos: él es el que sabe despertar en nosotros aquellas fuerzas secretas; sus palabras nos descubren un mundo maravilloso que antes no conocíamos. Tiempos pasados y futuros, figuras humanas sin número, regiones maravillosas y sucesos extraordinarios surgen ante nosotros, como saliendo de profundas cavernas, y nos arrancan de lo presente y conocido.

Oímos palabras nuevas y no obstante sabemos lo que quieren decir. La voz del poeta tiene un poder mágico: hasta las palabras más usuales adquieren en sus labios un sonido especial y son capaces de arrebatar y fascinar al que las oye.

Antiguamente toda la naturaleza debió de estar más llena de vida y de sentido que ahora. Fuerzas que hoy en día los animales apenas parecen advertir y que sólo el hombre es capaz de sentir y gozar, movían entonces cuerpos sin vida; y así era posible que hubiera hombres hábiles que, por sí solos, realizaran hazañas y provocaran fenómenos que actualmente se nos antojan totalmente inimaginables y fabulosos.

De este modo, según nos cuentan viajeros que todavía han oído estas leyendas de boca de la gente del pueblo, en tiempos muy remotos, en las tierras que ocupa ahora el imperio griego, debió de haber poetas, que, con el extraño son de maravillosos instrumentos, despertaban la secreta vida de los bosques y los espíritus que se escondían en las ramas de los árboles; hacían revivir las simientes y convertían regiones yermas y desérticas en frondosos jardines; domesticaban animales feroces y educaban a hombres salvajes, despertando en ellos amables instintos y artes de paz, convertían ríos impetuosos en tranquilas corrientes, y hasta llegaban a arrancar a las piedras de su inmovilidad para hacerlas mover al ritmo de sus cantos.

Estos hombres debieron de ser al mismo tiempo oráculos y sacerdotes, legisladores y médicos, porque su arte mágico era capaz de penetrar la más profunda esencia de la realidad; conocían los secretos del futuro, las proporciones y la estructura natural de todas las cosas, y hasta las fuerzas interiores y las virtudes curativas de los números, de las plantas y de todas las criaturas.

A partir de entonces la naturaleza, que hasta aquel momento había sido una selva en la que reinaba la confusión y la discordia, se llenó de múltiples y variados sonidos y de extrañas simpatías y proporciones. Y lo raro es que a pesar de que nos han quedado estas hermosas huellas que nos recuerdan la presencia en el mundo de aquellos hombres bienhechores, su arte o su delicada sensibilidad ante la Naturaleza se hayan perdido.

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GEORG P. FRIEDRICH VON HARDENBERG (NOVALIS), 1772-1801. Enrique de Ofterdingen, capítulo II. Ediciones Orbis, 1982. Traducción cedida por Editora Nacional, Madrid. 

Archivado en: -CALEIDOSCOPIO — August 30, 2007 @ 1:37 am



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