Estimados Liponautas
No escribo, no soy escritor. De joven contraje la enfermedad de escribir, pero tras unos meses de padecimientos y algunos exabruptos en forma de cuentos, me curé. Soy pues un superviviente, un héroe que sigue leyendo: unas veces algo otras casi nada. Pero leo, aún me resisto, soy como un perpetuo Rhett Butler “Siempre he sentido debilidad por las causas perdidas.”. Como veis también veo series y películas, pero hoy el video no matará a la estrella de la raido, digo de la literatura, en ¿qué estaré pensando?
Hoy les presento una carta de Neil Gaiman a los escritores. Más que carta es un consuelo, un flotador para cuando el mar de dudas (apreciado lector he sentido la tentación de plasmar proceloso como adjetivo que antecediera a mar, pero he pensado en usted y me he abstenido) arrecie, como si no hubiera mañana (lector, esta vez no he podido resistirme y aquí está ese lugar común traído hasta la nausea; la ausencia de mañana).
No conozco esas inquietudes, ni desvelos, por suerte no escribo. Pero la memoria, que ya empieza a fallarme (por suerte así me ahorro el bochorno de recordar mis fracasos) me evoca un momento distante y por tanto bañado en la luz de la nostalgia que todo lo embellece. Hace 31 años de aquello, me refiero a los breves pero intensos días de preparación de la prueba de acceso a la universidad (Selectividad se llama en España). Eran tres días de continuos exámenes que determinaban a que estudios se podía optar. En algún momento de esas noches, cuando la desesperación anidaba en mi pecho dos cosas me aliviaban. Una era la magnífica canción de la Electric Light Orchestra (ELO) Secret Messages que no dejaba de sonar en RKOR la emisora local de radio en Granollers (Barcelona) que escuchaba mientras estudiaba sin consuelo, pero con una resilencia que descubría por primera vez en mi. El otro alivio pasajero era la promesa de redimir al estudiante de selectividad contando, narrando, escribiendo en todo caso esa experiencia. No lo hice, nadie lo hace (o casi), al pasar el trance lo único que pretendí es olvidarlo todo, cuanto antes, que aquello no volviese a salpicarme… ¿todo? No, a la ELO no la olvidé. Que ingenuo, nunca entendí que fueron aquellos sufrimientos los que conformaron mi carácter, para lo bueno y para lo malo.
Me jugaría un Potosí que Neil Gaiman si cumplió su palabra, una palabra dada a sí mismo y a las musas, en un momento de desesperación como la del estudiante de selectividad: el bloqueo y el hartazgo del escritor ante su inconclusa novela. Sabedor que las musas son muy meticulosas con las promesas que reciben. Neil, todo un señor, ha escrito este magnífico consuelo de desesperados.
Pasen y consuélense, si escriben porque su mal es compartido y si no, porque aún los hay más desgraciados que ustedes:
The Buggles (1980) - Video Killed The Radio Star.
Hoy les presento una carta de Neil Gaiman a los escritores. Más que carta es un consuelo, un flotador para cuando el mar de dudas (apreciado lector he sentido la tentación de plasmar proceloso como adjetivo que antecediera a mar, pero he pensado en usted y me he abstenido) arrecie, como si no hubiera mañana (lector, esta vez no he podido resistirme y aquí está ese lugar común traído hasta la nausea; la ausencia de mañana).
No conozco esas inquietudes, ni desvelos, por suerte no escribo. Pero la memoria, que ya empieza a fallarme (por suerte así me ahorro el bochorno de recordar mis fracasos) me evoca un momento distante y por tanto bañado en la luz de la nostalgia que todo lo embellece. Hace 31 años de aquello, me refiero a los breves pero intensos días de preparación de la prueba de acceso a la universidad (Selectividad se llama en España). Eran tres días de continuos exámenes que determinaban a que estudios se podía optar. En algún momento de esas noches, cuando la desesperación anidaba en mi pecho dos cosas me aliviaban. Una era la magnífica canción de la Electric Light Orchestra (ELO) Secret Messages que no dejaba de sonar en RKOR la emisora local de radio en Granollers (Barcelona) que escuchaba mientras estudiaba sin consuelo, pero con una resilencia que descubría por primera vez en mi. El otro alivio pasajero era la promesa de redimir al estudiante de selectividad contando, narrando, escribiendo en todo caso esa experiencia. No lo hice, nadie lo hace (o casi), al pasar el trance lo único que pretendí es olvidarlo todo, cuanto antes, que aquello no volviese a salpicarme… ¿todo? No, a la ELO no la olvidé. Que ingenuo, nunca entendí que fueron aquellos sufrimientos los que conformaron mi carácter, para lo bueno y para lo malo.
Electric Light Orchestra (1983) Secret Messages
Me jugaría un Potosí que Neil Gaiman si cumplió su palabra, una palabra dada a sí mismo y a las musas, en un momento de desesperación como la del estudiante de selectividad: el bloqueo y el hartazgo del escritor ante su inconclusa novela. Sabedor que las musas son muy meticulosas con las promesas que reciben. Neil, todo un señor, ha escrito este magnífico consuelo de desesperados.
Pasen y consuélense, si escriben porque su mal es compartido y si no, porque aún los hay más desgraciados que ustedes:
by PacoMan
Estimado Escritor del MeNaEsNo (Mes Nacional de Escribir Novelas)
Quizás estás listo para darte por vencido. Ya has pasado aquel primer arrebato furioso cuando todo: los personajes y la idea eran nuevos y entretenidos. No has llegado aún a ese trascendental tobogán hasta el desenlace, cuando las palabras y las imágenes brotan en la cabeza a veces más rápido de lo que puedes escribirlas. Estás en el medio, un poco más allá de la mitad del camino. El glamour se ha desvanecido, la magia se ha ido, te duele la espalda de tanto escribir, tu familia, amigos, reales y virtuales, han pasado, durante la redacción de la novela, de ser comprensivos y alentadores a quejarse de tu lejanía o de tus visitas llenas de preocupación y de la falta de buen humor. No sabes por qué comenzaste tu novela, ya no recuerdas por qué te imaginabas que alguien querría leerla y estás bastante seguro de que si la terminas, no habrá valido la pena el tiempo o el empeño gastado. Y cada vez que te detienes el tiempo suficiente para compararla con lo que tenías en la cabeza cuando empezaste (una radiante, brillante y maravillosa novela, en la que cada palabra escupe fuego y abrasa, un libro tan bueno o mejor que el mejor que hayas leído alguna vez) te resulta un chasco tan dolorosamente diáfano que te sientes muy seguro, que sería una bendición simplemente borrarlo todo.
Bienvenido al club.
Así es como se escriben las novelas.
Tú escribes. Esa es la parte difícil que nadie ve. Tú escribes en los días buenos y también escribes en los días malos. Como un tiburón, tienes que seguir nadando o morir. La escritura podría ser tu salvación o no serlo, podría ser tu destino o no serlo. Pero eso no importa. Lo que ahora importa son las palabras, una tras otra. Buscar la siguiente palabra. Escríbela. Repítelo.
Repítelo. Repítelo
Quizás estás listo para darte por vencido. Ya has pasado aquel primer arrebato furioso cuando todo: los personajes y la idea eran nuevos y entretenidos. No has llegado aún a ese trascendental tobogán hasta el desenlace, cuando las palabras y las imágenes brotan en la cabeza a veces más rápido de lo que puedes escribirlas. Estás en el medio, un poco más allá de la mitad del camino. El glamour se ha desvanecido, la magia se ha ido, te duele la espalda de tanto escribir, tu familia, amigos, reales y virtuales, han pasado, durante la redacción de la novela, de ser comprensivos y alentadores a quejarse de tu lejanía o de tus visitas llenas de preocupación y de la falta de buen humor. No sabes por qué comenzaste tu novela, ya no recuerdas por qué te imaginabas que alguien querría leerla y estás bastante seguro de que si la terminas, no habrá valido la pena el tiempo o el empeño gastado. Y cada vez que te detienes el tiempo suficiente para compararla con lo que tenías en la cabeza cuando empezaste (una radiante, brillante y maravillosa novela, en la que cada palabra escupe fuego y abrasa, un libro tan bueno o mejor que el mejor que hayas leído alguna vez) te resulta un chasco tan dolorosamente diáfano que te sientes muy seguro, que sería una bendición simplemente borrarlo todo.
Bienvenido al club.
Así es como se escriben las novelas.
Tú escribes. Esa es la parte difícil que nadie ve. Tú escribes en los días buenos y también escribes en los días malos. Como un tiburón, tienes que seguir nadando o morir. La escritura podría ser tu salvación o no serlo, podría ser tu destino o no serlo. Pero eso no importa. Lo que ahora importa son las palabras, una tras otra. Buscar la siguiente palabra. Escríbela. Repítelo.
Repítelo. Repítelo
Un muro de piedra seca es algo hermoso cuando se ve bordeando un campo en medio de la nada, pero se hace más impresionante cuando te das cuenta de que fue hecha sin mortero, que el constructor necesitó escoger cada piedra para que encaje con las otras. Escribir es como levantar un muro. Es la continua búsqueda de la palabra que encaja en el texto, en tu mente, en la página. La trama y los personajes, la metáfora y el estilo, todo esto es secundario frente a las palabras. El constructor levanta su muro piedra a piedra hasta alcanzar el otro extremo del campo. Si no lo construye, no estará allí. Así que mira a su pila de rocas, recoge la que parece que mejor se adapta a su propósito, y la coloca.
La búsqueda de las palabras adecuadas no es algo sencillo, pero nadie va a escribir tu novela por ti.
La búsqueda de las palabras adecuadas no es algo sencillo, pero nadie va a escribir tu novela por ti.
Cuando llegué a las tres cuartas partes de la última novela que escribí (Anansi Boys, por si se lo preguntan) llamé a mi agente. Le dije lo estúpido que me sentía por escribir algo que nadie querría leer, por lo planos que eran los personajes, por la trama insubstancial. Firmemente le propuse que estaba dispuesto a abandonar la novela y escribir otra cosa en su lugar, o quizás podría abandonar el libro y comenzar una vida nueva como jardinero, ladrón de bancos, cheff de McDonald’s o biólogo marino. Y en vez de empatizar o estar de acuerdo conmigo, o empujarme a seguir con una ola de entusiasmo -o incluso discutir conmigo- ella dijo simplemente, alegremente suspicaz, "Ah, estás en esa parte del libro, ¿cierto?"Me quedé asombrado. "¿Quieres decir que he hecho esto antes?"
"¿No te acuerdas?"
"No realmente".
"Oh, sí", dijo. "Pasas por esto, cada vez que escribes una novela. También les sucede a mis otros clientes. "
Ni siquiera podía considerarme único en mi desesperación.
Así que colgué el teléfono y me fui al Café donde estaba redactando mi novela, recargué el tanque mi pluma y seguí escribiendo.
"¿No te acuerdas?"
"No realmente".
"Oh, sí", dijo. "Pasas por esto, cada vez que escribes una novela. También les sucede a mis otros clientes. "
Ni siquiera podía considerarme único en mi desesperación.
Así que colgué el teléfono y me fui al Café donde estaba redactando mi novela, recargué el tanque mi pluma y seguí escribiendo.
Una palabra tras otra.
Las novelas se escriben de esta única manera, a menos que los duendes vengan durante la noche y conviertan esas notas desordenadas que garabateaste en el capitulo nueve al amanecer.
Todos sabemos que el único escenario real es el primero.
Así que persevera. Escribe una palabra y luego otra.
Muy pronto estarás en el tobogán, y no es imposible que pronto estés cerca del final. Buena suerte ...
Todos sabemos que el único escenario real es el primero.
Así que persevera. Escribe una palabra y luego otra.
Muy pronto estarás en el tobogán, y no es imposible que pronto estés cerca del final. Buena suerte ...
Versión al español realizada por PacoMAN y Richard Montenegro
Versión original en inglés tomada de Aqui
Versión original en inglés tomada de Aqui
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Dear
NaNoWriMo Author,
By now
you’re probably ready to give up. You’re past that first fine furious rapture
when every character and idea is new and entertaining. You’re not yet at the
momentous downhill slide to the end, when words and images tumble out of your
head sometimes faster than you can get them down on paper. You’re in the
middle, a little past the half-way point. The glamour has faded, the magic has
gone, your back hurts from all the typing, your family, friends and random
email acquaintances have gone from being encouraging or at least accepting to
now complaining that they never see you any more—and that even when they do
you’re preoccupied and no fun. You don’t know why you started your novel, you
no longer remember why you imagined that anyone would want to read it, and
you’re pretty sure that even if you finish it it won’t have been worth the time
or energy and every time you stop long enough to compare it to the thing that
you had in your head when you began—a glittering, brilliant, wonderful novel,
in which every word spits fire and burns, a book as good or better than the
best book you ever read—it falls so painfully short that you’re pretty sure
that it would be a mercy simply to delete the whole thing.
Welcome to
the club.
That’s how
novels get written.
You write.
That’s the hard bit that nobody sees. You write on the good days and you write
on the lousy days. Like a shark, you have to keep moving forward or you die.
Writing may or may not be your salvation; it might or might not be your
destiny. But that does not matter. What matters right now are the words, one
after another. Find the next word. Write it down. Repeat. Repeat. Repeat.
A dry-stone
wall is a lovely thing when you see it bordering a field in the middle of
nowhere but becomes more impressive when you realise that it was built without
mortar, that the builder needed to choose each interlocking stone and fit it
in. Writing is like building a wall. It’s a continual search for the word that
will fit in the text, in your mind, on the page. Plot and character and
metaphor and style, all these become secondary to the words. The wall-builder
erects her wall one rock at a time until she reaches the far end of the field.
If she doesn’t build it it won’t be there. So she looks down at her pile of
rocks, picks the one that looks like it will best suit her purpose, and puts it
in.
The search
for the word gets no easier but nobody else is going to write your novel for
you.
The last
novel I wrote (it was ANANSI BOYS, in case you were wondering) when I got three-quarters
of the way through I called my agent. I told her how stupid I felt writing
something no-one would ever want to read, how thin the characters were, how
pointless the plot. I strongly suggested that I was ready to abandon this book
and write something else instead, or perhaps I could abandon the book and take
up a new life as a landscape gardener, bank-robber, short-order cook or marine
biologist. And instead of sympathising or agreeing with me, or blasting me
forward with a wave of enthusiasm—or even arguing with me—she simply said,
suspiciously cheerfully, “Oh, you’re at that part of the book, are you?”
I was
shocked. “You mean I’ve done this before?”
“You don’t
remember?”
“Not
really.”
“Oh yes,”
she said. “You do this every time you write a novel. But so do all my other
clients.”
I didn’t
even get to feel unique in my despair.
So I put
down the phone and drove down to the coffee house in which I was writing the
book, filled my pen and carried on writing.
One word
after another.
That’s the
only way that novels get written and, short of elves coming in the night and
turning your jumbled notes into Chapter Nine, it’s the only way to do it.
So keep on
keeping on. Write another word and then another.
Pretty soon
you’ll be on the downward slide, and it’s not impossible that soon you’ll be at
the end. Good luck…
Neil Gaiman
En 1968 nace. Reside en Málaga desde hace más de tres lustros.
Economista y de vocación docente. En la actualidad, trabaja de Director Técnico.
Aficionado a la Ciencia Ficción desde antes de nacer. Muy de vez en cuando, sube post a su maltratado blog.
Y colabora con el blog de Grupo Li Po
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Richard Montenegro. Perteneció a la redacción de las revistas Nostromo y Ojos de perro azul; también fue parte de la plantilla de la revista universitaria de cultura Zona Tórrida de la Universidad de Carabobo. Es colaborador del blog del Grupo Li Po: http://grupolipo.blogspot.com/. Es autor del libro 13 fábulas y otros relatos, publicado por la editorial El Perro y la Rana en 2007 y 2008; es coautor de Antología terrorista del Grupo Li Po publicada por la misma editorial en 2008 , en 2014 del ebook Mundos: Dos años de Ficción Científica y en 2015 del ebook Tres años caminando juntos ambos libros editados por el Portal Ficción Científica. Sus crónicas y relatos han aparecido en publicaciones periódicas venezolanas tales como: el semanario Tiempo Universitario de la Universidad de Carabobo, la revista Letra Inversa del diario Notitarde, El Venezolano, Diario de Guayana y en el diario Ultimas Noticias Gran Valencia; en las revistas electrónicas hispanas Alfa Eridiani, Valinor. miNatura, Tiempos Oscuros y Gibralfaro, Revista de Creación Literaria y de Humanidades de la Universidad de Málaga y en portales o páginas web como la española Ficción Científica, la venezolana-argentina Escribarte y la colombiana Cosmocápsula.
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