sábado, 7 de octubre de 2017

Malas Juntas





Estimados Liponautas

Hoy tenemos el agrado de compartir un texto de nuestro amigo Héctor Seijas. Es un inédito en la red y por lo tanto nos da un motivo de celebración. 

Deseamos disfruten de esta propuesta literaria.

Atentamente


La Gerencia.

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Por Héctor Seijas

Adquirí el libro sobre Oddun de Ifá, el oráculo, luego de haber visitado por segunda vez al Babalao.


Esperaba pacientemente la confirmación de la palabra empeñada a los caracoles. Pero el convenio, si acaso era tal, acordado con el Babalao, antes de sacrificar el gallo a Changó, consistía en dejarlo todo en manos de los Orishas, de modo que de mi parte la venganza no tendría lugar. Ha corrido agua bajo el puente. Las cosas han cambiado, aunque los nombres siguen siendo los mismos. Pero yo no, ahora ando solo. Solo y escotero, como decía Juan Primito, el personaje de Rómulo Gallegos. Y da pena ajena decirlo, pero a esta edad de la vida, a los 60, debo aceptar que mi abuela tenía la razón en cuanto a las malas juntas. Y sus consejos continúan vibrando dentro de la conciencia como una llamada de alerta. Las palabras de mi abuela retumban, hacen ecos, irrumpen filosas y cordiales, sacadas de un refranero campesino; piedras talladas con el verbo popular: así pues, es mejor estar solo que mal acompañado y el buey solo bien se lame. No lo olvides, remataba, diciendo que no confiaba ni en sus pantaletas, porque las ligas corrían el riesgo de romperse y darse el caso, que pasando por delante del mismísimo altar de la iglesia, podían caérseles en plena misa. Y vaya que mi abuela era una mujer guapa y brava y muy aseada y trabajadora. Ella fue mi ejemplo. Una mujer honesta y trabajadora que me enseñó la noción de estilo un día en que batía un tarro de leche de mala gana y ella me corrigió y tomó la cuchara y me dijo: así, así es que se bate la leche, con estilo, en la vida hay que tener estilo para todo. Dios te guarde abuela por esas enseñanzas que ni qué budismo zen ni que ocho cuartos.

Ella, por cierto, no era que no sabía, sino que no comía con cubiertos, o por lo menos no los utilizaba o los utilizaba al mínimo; ella, que comía con las manos, así como debe comer un hindú o un yanomami, desde hace siglos, como comían los campesinos en tiempos de Homero, así comía mi abuela campesina y sabia con las manos, con un estilo peculiar que hacía gracia y que provocaba verla, sosteniendo un trozo de pan con los dedos índice, pulgar y medio, el mudra de la comunión cristiana, libre de la imposición de los cubiertos.

–Tienes enemigos que jode, dijo el Babalao, al tiempo que rociaba los caracoles con unas gotas de agua como para darles vida y despertarlos y hacerlos cantar.

Un amigo viene y me asegura que la cuestión no es para desgarrarse las vestiduras. En el juego de la vida se apuesta, quieras o no quieras, siempre apuestas, así te hagas el loco; siempre apuestas, hasta desde tu ignorancia y tu indiferencia, y los resultados de las jugadas los conoces después de que la ruleta ha dado unas cuantas vueltas y después de que los dados han sido cargados y rodados y las barajas sometidas a la prestidigitación del jugador avezado; te das cuenta de los resultados, las cifras a favor y en contra. Y en un país de apostadores como el nuestro, donde prácticamente se nace bajo las patas de un caballo pelotero.

Las apuestas alcanzan la épica política y militar y social como un bumerán de largo alcance y las consecuencias son absolutas y relativamente reversibles, por donde se vea. Sucede con los caballos, los políticos y los amiguetes. Y por eso el interlocutor vía email me advierte que después de Hegel, quien firmaba que había visto el espíritu del mundo pasar a caballo cuando Napoleón ingresó a Weimar; cualquier error, cometido por andar con malas juntas queda justificado, porque si Hegel se equivocó con Napoleón, ¿qué quedará para uno que no llega ni a la altura de las sandalias del pensador alemán? A menos que nos creamos las últimas coca-colas del desierto, y, en efecto, esto es lo que acontece mayormente entre algunos que ya no son ni amigos ni pueden serlo ni jamás lo han sido. A quienes, de ahora en adelante, confino al redil de las malas juntas. Aquellos con quienes uno no debe asistir ni al templo, ni al mercado ni a la plaza pública.




Y mucho menos llevarlos a casa. Si no quiere terminar a merced de un Barbarazo. Alguien capaz de asesinarlo por la espalda con una puñalada trapera haciéndole ojitos por otra parte y robándole hasta el queso, la pistola y la metafísica si le dejan.

–Bien lejos contigo, chigüire. Y contigo, bien lejos.

Y viene el tiempo y pasa volando como en una publicidad de aviones y el mundo rueda cuesta abajo como Gardel y los rostros y los nombres se traspapelaron pero continuaron siendo los mismos. Este y aquel y el otro con quienes me vieron en bares de dudosa reputación.

Todos malas juntas que no se las deseo a nadie. Y también las tuve, que se los digo yo, que se las daban de poetas, revolucionarios y dueños de la caja de los machetes. A estos no los quiero ni en pintura porque hasta parecen gente decente.

Así lo leí en el oráculo de Oddun de Ifá:

“Tu mejor amigo es tu peor enemigo”.

Agúzate que te están velando


Héctor Seijas 



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Héctor Seijas 

Ha publicado: La posibilidad infinita (1989); La flor imaginaria (1990); Cuadernos de pensión (1994); Cruz del Sur, una revista, una librería, una causa (2002); Comprensión de nuestras ciudades (2005); Siete poetas rumanos (2009); Caracas revisited. Una poética de la nocturnidad (2010); Amada Caracas. Antología esencial de la ciudad contemporánea (2014) y El spleen de Caracas. Crónicas en el bajo mundo (2015). Ha colaborado en publicaciones periódicas de larga enumeración. Fue jefe de redacción de la revista A Plena Voz y durante la cuarta república trabajó como docente en barrios de pobreza crítica para el ministerio de la Cultura, la Biblioteca Nacional, el Ministerio de la Familia y otras instituciones. Hasta el año pasado (2015) se desempeñó como cronista en El Correo del Orinoco, pero fue desalojado de allí por una junta interventora. En la actualidad, integra el Ejército de Reserva del Proletariado, a causa del desempleo inducido por el macartismo y la lumpen burocracia que prevalece.  Por ahora. 

P.D.: En busca de editor: Los asesinos del zen. Crónica de los hombres infames (2016).


1 comentario:

  1. Amigo Héctor: ¿Quién que haya soñado y siga soñando en este país con un mundo justo, no ha descubierto que anduvo acompañado de malas juntas durante muchos años? Gracias por escribirlo de una manera tan precisa. Abrazos y buenas vibras

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