Estimados Amigos
Daniel Santos es una figura emblemática en Venezuela, forma parte de nuestro recuerdo reales o prestados. Escuchar una de sus canciones puede hacernos recordar a algún miembro de nuestra familia o diversos episodios de nuestra infancia, adolescencia o adultez. Es un cantante multitarea que aún sigue telegrafiando emociones. Solo es cuestión de escuchar nuevamente alguna de sus canciones. Hoy tenemos el gusto de compartir con ustedes un texto que nos obsequió gentilmente Hector Seijas.
Esperamos disfruten de la entrada.
Daniel Santos es una figura emblemática en Venezuela, forma parte de nuestro recuerdo reales o prestados. Escuchar una de sus canciones puede hacernos recordar a algún miembro de nuestra familia o diversos episodios de nuestra infancia, adolescencia o adultez. Es un cantante multitarea que aún sigue telegrafiando emociones. Solo es cuestión de escuchar nuevamente alguna de sus canciones. Hoy tenemos el gusto de compartir con ustedes un texto que nos obsequió gentilmente Hector Seijas.
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LOS JARDINES DESAPARECIDOS
Crónicas de la ciudad contemporánea
Héctor Seijas
En Sabana Grande funcionaba un local que abría hasta la madrugada y que llamaban Mi
Jaca. Su verdadero nombre era El Atlántico y en verdad que llegar a este local, después de
haber cruzado la noche a bordo de un barco ebrio, representaba un tanto a favor del día, a
punto de estallar en multitud de hombres y mujeres encaminados a sus labores, al despuntar
la aurora fragorosa de la urbe.
Los amanecidos permanecíamos alojados en la penumbra vaga de aquel hemiciclo
consagrado a las ruinas de una noche que nunca terminaba, y que giraba como un carrusel
donde estaban encaramados aquellos protagonistas insignes de la bohemia como perros
realengos, perros de la calle, perros kurdos y rabiosos.
Sabana Grande en los 50 |
Artistas como jóvenes cachorros que deambulaban en compañía de Pascual Navarro, Rafael
Francesqui, Francisco Massiani y Víctor Valera Mora, y una retahíla de infractores, porque
si no, no se llamaría bohemia, que vivían de una ubre fantástica, un manantial de golillas,
chuleos y puterías, tráficos menores e incendios que cerraban un capítulo y abrían otro,
como aquél de La Bajada, que amaneció hecha cenizas y convertida, gracias al fuego, en el
primer cadáver de crematorio velado por la bohemia, y se dio la voz de retirada, y aunque
usted no lo crea la pachanga y todo se acabó, el sol nos dijo que llegó el final, y el
estruendo rumoroso en torno a las barras y el volumen sideral de aquel jaleo que hizo
historia terminó señores.
Vino el Ángelus Novus, el Ángel de la Historia del pintor Paul Klee, y desalojó las mesas,
las habitaciones de los hoteles y los santuarios del amor quedaron desguarnecidos.
La bohemia de Sabana Grande tocaba a su fin con la construcción del metro y la ciudad
emergía de su laberinto de crisálida como una mariposa equivocada.
Y estando yo en Mi Jaca, al filo de la madrugada, en compañía de un amigo que por
entonces fungía como compañero de la Escuela de Letras, me percato de una presencia
legendaria; venía en compañía un petit comité, que, sin duda, debían ser sus músicos de
cabecera, su tripulación a bordo. Carajo, dije por lo bajo, se me salió, pues, de la emoción,
cuando veo que entra el mismísimo Daniel Santos, en persona de carne y hueso y paltó
recortado a la medida de la noche: El Jefe, El Inquieto Anacobero, El Duro Daniel hacía su
entrada subrepticia, muy serio el hombre, y pilas, mirando sin mirar, a un solo punto,
directa e indirectamente, a la puerta o más allá ¿quién sabe?, vainas de malandro viejo;
demarcado por un círculo de tiza mágico, invisible, irreversible que lo protegía de cualquier
intromisión, fortuita o peligrosa o no deseada, la que fuese.
Me propuse una estrategia, una justificada palabra de saludo, algún acercamiento que me
permitiera decir que había tenido el honor de conocer al cantor de La Despedida, la canción
escrita por Don Pedro Flores y que fue la máxima expresión del cancionero
latinoamericano aquel 1941, el año en que EE.UU. repele la agresión japonesa de Pearl
Harbour.
El Gran Cáfe en Sabana Grande |
Ya había carburado suficiente caña como para estar sin inhibiciones, aceitada la muela y
dispuesto a entablar una parla; si fuese posible, sí, por favor, le dije a uno de los músicos
que coincidió conmigo en el mingitorio, mientras meábamos las birras se lo pedí, que me
presentara al Jefe y así lo hizo al salir conmigo del baño de Mi Jaca.
–Daniel, el joven desea conocerte.
El Jefe se levantó, caballeroso, me invitó un trago. O estaba de buenas Daniel o yo le había
caído bien y por eso había condescendido.
Me dijo que venía de actuar en La Pelota, un establecimiento que funcionaba bajo la figura
de Paulino Casanova, el pelotero grandes ligas. Llevaba una correa cuya hebilla
representaba el escudo de su Puerto Rico. Antes lo había visto libar erguido con un vaso de
whisky a las tres de la tarde en el desaparecido bar El Viñedo, (des) ubicado en una esquina
caliente de la avenida Casanova.
El Gran Cáfe en Sabana Grande |
Por esa época, lo leo en el libro de entrevistas Confesiones de Daniel Santos, que le
realizara Héctor Mujica; estaba en trance de divorcio de su séptima esposa, una dama
venezolana, de quien se separa en marzo de 1982. Mil mujeres, pero sólo siete esposas. Y
una vida corrida en siete ruedos, y uno más. El ruedo de la política, pensé, llevada a cabo
por un juglar, un cronista del firmamento estrellado del mar Caribe, un protagonista de la
noche y de su humo espeso, que huele a piel de camerino, a sopor de fraude, a burdel y a
nicotina y a yanquis putañeros que descargaban sus vejigas en las plazas públicas de La
Habana y San Juan de Puerto Rico.
Nuestro encuentro duró muy poco. Y les mentiría si les dijera de qué hablamos. No, Daniel
Santos permaneció callado casi todo el tiempo, vainas de malandro viejo. Hasta que
amaneció y El Inquieto Anacobero comenzó a cantar por todos los rincones de nuestra
América y el mundo: “Vengo a decirle adiós a los muchachos porque pronto me voy para la
guerra”.
Héctor Seijas
Ha publicado: La posibilidad infinita (1989); La flor imaginaria (1990); Cuadernos de pensión (1994); Cruz del Sur, una revista, una librería, una causa (2002); Comprensión de nuestras ciudades (2005); Siete poetas rumanos (2009); Caracas revisited. Una poética de la nocturnidad (2010); Amada Caracas. Antología esencial de la ciudad contemporánea (2014) y El spleen de Caracas. Crónicas en el bajo mundo (2015). Ha colaborado en publicaciones periódicas de larga enumeración. Fue jefe de redacción de la revista A Plena Voz y durante la cuarta república trabajó como docente en barrios de pobreza crítica para el ministerio de la Cultura, la Biblioteca Nacional, el Ministerio de la Familia y otras instituciones. Hasta el año pasado (2015) se desempeñó como cronista en El Correo del Orinoco, pero fue desalojado de allí por una junta interventora. En la actualidad, integra el Ejército de Reserva del Proletariado, a causa del desempleo inducido por el macartismo y la lumpen burocracia que prevalece. Por ahora.
P.D.: En busca de editor: Los asesinos del zen. Crónica de los hombres infames (2016).
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Interesante relato. Agradecido por compartirlo.
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