Estimados Liponautas
Hoy, en pleno diciembre, tenemos el agrada de compartir una nueva entrada de nuestro amigo Carlos Yusti (nos tenía algo abandonados a todos). El texto es una valoración del trabajo de la poetisa visual Keyla Holmquist .
Esperamos disfruten esta excelente entrega.
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“La
poesía visual no es ni dibujo ni pintura, es un servicio a la comunidad. El que
se agote dependerá del talento de la gente que la hace. Aquí no hay un código,
estás al descubierto”.
Joan Brossa
“Hay que hacer algo nuevo para ver algo nuevo”.
Lichtenberg
Lo medita uno (con el silencio en los bolsillos) al patear alguna
calle de la ciudad: “que me canso de ser hombre/ sucede que entro en las
sastrerías/ y en los cines/marchito, impenetrable, como un/cisne de
fieltro/navegando en una agua de origen y/ ceniza.” Así como el poeta chileno
Pablo Neruda se fastidia de ser hombre uno se aburre un poco de esa poesía de
metáfora y renglón vertical, se decepciona un tanto de esa poesía de a
cucharadas en versolibre y comadreo de la cotidianidad cabalgando el símil.
Las vanguardias literarias del siglo XX (el futurismo, el
dadaísmo, el surrealismo, etc.) realizaron experimentos visuales y grafológicos
con el poema como intentando sacarlo de su extenuación estilística. El invento
no era nuevo, no obstante si era pintoresco y contenía entre las uñas ese
impulso irreverente, esa búsqueda de la sorpresa y lo creativo al utilizar las
palabras como signos plásticos, al ensayar con distintas tipografías para
llegar al hueso de lo lúdico. Un experimento que intentaba fusionar lo visual y
lo espiritual (e incluso lo sonoro) a una poética a medio camino entre el arte
pictórico y la escritura.
En nuestro país la poesía visual tiene buenos exponentes entre los
cuales se podría mencionar a Franklin Fernández, Erro (alias Ender Rodríguez),
Ramón Ordaz, César Seco, Keyla Holmquist. Cada uno a tientas y por separado ha
explorado las posibilidades de la poesía con esas metáforas creadas desde de la
mirada y en la que el poema salta de sus goznes, se aleja de la poesía escrita
en columna para desparramarse en la página como un hormigueante (y bullicioso) enjambre
de palabras y códigos hasta
desorganizar/desplumar de una vez por todas al poema repleto de atardeceres,
crepúsculos, flores y esos “cisnes unánimes” que escribiera el inevitable Rubén
Darío.
Keyla Holmquist .Imagen tomada de Globedia |
Keyla Holmquist es una poeta que se aparta mucho de las etiquetas
y cruza las fronteras, es una especie de exploradora de los nuevos territorios
de la palabra poética y de eso que llaman poesía
visual, del arte postal y del performance literario que mezcla las artes
visuales con la palabra escrita. No es una poeta del común y es exacta la
descripción que hace el escritor Alberto Hernández: “Keyla Holmquist es una
artista que se hace poeta a cada instante. Poeta desde la mirada hasta la
palabra que emerge triunfante de su boca. Observadora, silenciosa, rebelde,
dura a veces, tierna muchas veces, esta mujer/poeta se sabe cotidiana en sus
afanes, extraña en su escritura y aérea en la búsqueda ceremonial de la
eternidad”.
La poesía como ceremonia, como ritual más allá de las palabras, de
esa metáforas que como bisturí cortan el aire de lo cotidiano reinterpretando
el mundo anodino de todos los días con una visión fresca de lo poético. Para Keyla
tanto los objetos como las palabras poseen un sentido simbólico, un umbra de
asombro que busca inquietar al lector, sacarlo de su comodidad literaria y
proporcionarle nuevas herramientas para encontrar poesía en los sitios y
objetos más inesperados.
Quizá esto escrito así sea un tanto enrevesado. Quizá lo mejor es
ver/leer algunos poemas de Keyla para ir aclarando un poco el panorama:
La especial delicadeza de este poema
visual no necesita más palabras para hacer sólida una visión singular de lo poético;
de un universo metafórico que proporciona a los objetos (y a las palabras) no
sólo una fusión armónica, sino que trasmite el sentido de la belleza sin
afeites ni trucos de poeta de feria que abunda mucho por estos barrios.
Los objetos en
algunos textos poéticos sirven a Keyla como soporte de las palabras y en esta
raras simbiosis el poema cambia por completo la percepción lector/espectador:
En Keyla el viejo
invento del caligrama, y que popularizó Guillaume Apollinaire y Juan José
Tablada, adquiere un sutil giro:
En Rimbaud hubo un anhelo que el mismo narra cuando escribe: "Procuré inventar flores
nuevas, astros nuevos, carnes nuevas, idiomas nuevos. Creí adquirir poderes
sobrenaturales. ¡Y bien, debo sepultar mi imaginación y mis recuerdos!".
Sin duda todo poeta cree tener estos poderes inexplicables, pero la vida con
sus lecciones, en ocasiones crueles, va equilibrando las cargas y el poeta que
lo es de verdad reconoce sus limites y sólo intenta crear vínculos desde la
palabra poética, puentes inesperados para cruzar los abismos de la imaginación
y los recuerdos:
Keyla intenta
desligarse de las fronteras existente entre la pintura y las palabras; desechar
las alambradas entre objetos y palabras para festejar lo poético desde lo
visual sin perder lo irónico ni lo estético y subrayando la feminidad sin
concesiones:
Retomando estos de los objetos en los poemas de Keyla es necesario
acotar que no realiza bricolajes con los objetos (como lo hace Franklin
Fernández), sino que emplea el objeto como soporte e incorporándolo al lenguaje
como un signo más; por supuesto un signo bastante singular con sus contornos y
su especificidad definidos:
En la serie de
poemas titulados Cartas de amor, el
objeto participa de esa correspondencia amorosa (un plato y una cucharilla
repleta con sopa de letras, un envase, etc.) como una línea que le agrega a
estas cartas-poemas un sentimiento inédito sin caer en la cursilería ni en el
melodrama ya que los objetos aportan un poco de humor, con toda su cotidianidad
a cuesta, a algo tan profundo como el amor:
Candela Vizcaíno
ha escrito: “La poesía visual no se hace para ser declamada (oída) como la
tradicional, sino que necesita un soporte impreso, dibujado o pintado. Se vale
de formas e imágenes que se entremezclan, a veces, con las palabras. Se conoce
también como poesía concreta. Y toda ella es una amalgama de artes y fórmulas
diversas, a veces hasta supuestamente contradictorias”. Y esto es precisamente
lo que interesante de la poesía visual que busca ser un ejercicio pleno de la
palabra y las artes donde el ojo y el espíritu coincidan para, como escribe
Vizcaíno, “trate de abrir una puerta oculta del inconsciente con una simple
mirada, de un vistazo, de un golpe. Quiere ser aparentemente sencilla en su
rabiosa complejidad”.
Los poemas de
Keyla cumplen con esa premisa: sencillez compleja y sin complejos ni pruritos.
Cada poema es un intento de borrar las fronteras entre arte visual y arte
escrito:
Guillermo Sucre escribió: “Ya es bueno decirlo: el mundo no es sólo realidad sino también
experiencia. Y la experiencia del poeta es sobre todo verbal. Es obvio que
puede nombrar las cosas, pero, al hacerlo, está tratando en primer lugar con
palabras. Esas palabras, a su vez, no expresan al mundo, sino que aluden
(interrogan, ordenan) a su experiencia del mundo. Lo que es distinto y más
preciso. La verdadera originalidad, así como la intensidad, no reside en lo
nombrado sino en la manera de nombrarlo; no está en lo visto sino en la manera
de verlo”.
La poesía visual
es una manera de nombrar y ver al mundo, pero es también una requisitoria sobre
la poesía, sobre sus mecanismos creativos y sobre esa relojería precisa, sobre
esa carpintería de ordenamiento del lenguaje y que antaño se llamaba
inspiración. Eso podría ser también la poesía visual: un carromato de
quincallería exótica. La vida, desde ese armatoste que avanza, puede ser sólo
un instante que pasa, un sueño inútil que edifica pasiones, un soliloquio de
nervios tensados, un silencio acobardado en un objeto.
El trabajo poético de Keyla es una
contienda sempiterna con las formas tradicionales de la poesía y es al mismo
tiempo una invitación para descubrir la belleza desde la lectura y la mirada,
desde ese ámbito en cual el lector/espectador también comience a crear. La
poesía visual es una posibilidad a pensarse desde el poema como acto creador y
como creación extravagante que es un reto abierto a muchas posibilidades. Por
eso estoy convencido que Georg Christoph Lichtenberg concibió un poema visual
cuando escribió: “Un patíbulo con un pararrayos.”
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Carlos Yusti en Barcelona, con la estatua de Colon al fondo, al final de la Rambla donde desemboca en el puerto.
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Carlos Yusti (Valencia, 1959). Es pintor y escritor. Ha publicado los libros Pocaterra y su mundo (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Carabobo, 1991); Vírgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994) y De ciertos peces voladores (1997). En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el 2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categoría Crónica, por su libro Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión. Como pintor ha realizado 40 exposiciones individuales. Fue el director editorial de las revistas impresas Fauna Urbana y Fauna Nocturna. Colabora con las publicaciones El correo del Caroní en Guayana y el Notitarde en Valencia y la revista Rasmia. Coordina la página web de arte y literatura Códice y Arte Literal
Tomado de Letralia
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