sábado, 15 de diciembre de 2018

Demencia Precoz, el poemario, y TeófiloTortolero






Prólogo


Teófilo Tortolero



Un poeta nos explicaba cómo pudo ver un día a alguien que marchaba caminando a la vez sobre ambas orillas de un ancho y caudaloso río. El cauce era dilatado y la corriente impetuosa, pero considerables eran el poderío y el entrenamiento del mago. Y sin embargo, aún para él, decía Michaux«Qué difícil era, oh, qué difícil». Se trata, en efecto, de El País de la Magia, de este poeta de las graves ocurrencias que es Henri Michaux, próximo a veces a Artaud pero con más gusto que este para la anécdota y no totalmente inmune a las seducciones del chiste. Mas no es chiste eso de los ríos sobre cuyas opuestas orillas uno quiere caminar simultáneamente. La poesía misma es sin duda uno de esos ríos. En la perspectiva de alguien que vive trepado a una profesión no literaria, la poesía es como el caudal que desde un cerro se ve discurrir a lo lejos. Puedo acercarme a la corriente, y eso es lo que hago. Pero no puedo sino circular por una orilla. Al poeta lo veo en la otra. Sin dejar la mía, quisiera estar también en la orilla del autor. Es difícil y esa dificultad debiera hacernos meditar.

Teófilo Tortolero .Fotografia de Hector López Orihuela

Acerca de Demencia Precoz trataría yo de decir que también el gran poeta que es su autor me parece atormentado por el ansia de dominar orillas opuestas: la de la belleza y la del sentido. ¿Son éstas las orillas de la poesía? Quizás sean también −y sobre todo− las de la vida. En aquéllos en los que el anhelo de expresarse poéticamente se da con tanto apremio como en Teófilo Tortolero, es legítimo creer que el arte no es un ejercicio con el que se intente amenizar el quehacer del vivir. es más bien el esfuerzo mísmo de vivir, empresa de vida o muerte. Es así como Tortolero tenía necesariamente que ser, pese a las apariencias, eso que es en su libro: el poeta de lo cotidiano y a la vez de lo trascendental. Nos muestra, por ejemplo, lo aventuroso que resulta ensayar: «un paso de salida / a la sala de este día». En el autor de Demencia Precoz no se da automáticamente lograda esta síntesis que es cada hombre, síntesis imperceptiblemente vivida por los más en el aburrimiento de lo trivial o en la distracción de lo festivo. Lo que a los otros le viene gratuita pero insulsamente dado, para el poeta de este libro es algo que hay que ganar en la angustiosa tarea de buscar sentido en cada cosa y cada gesto. El lector, acongojado, le puede seguir en la lucha que libra por la unidad y la coherencia del ser cuando nos dice que se le: «vienen caminando los ojos por la espalda», o cuando, como si las lágrimas no fueran de uno y no se dieran en uno mismo, nos confiesa:«quiero esconderme de este llanto». La lucha por la unidad se da dentro del poeta pero también, en el mundo y en el tiempo. Es así cómo se nos habla de alguien que vive en lo actual y que sin embargo fue: «el primer animal de mi recuerdo», y las preguntas brotan de su libro con respecto a: «el olor de la leche caliente / la sangre pequeña en la nariz»; y sobre: «los lagos y lo manso que fui …». Bello y dramático, este libro es inquietante, Con él puede el autor lograr su unidad y coherencia personales, pero con él amenaza las nuestras. Sus versos nos hacen dar cuenta de lo frágil de la propia unidad y de cuan precaria resulta la coherencia de nuestro propio mundo. Nos estremecemos al sentir que también para nosotros puede ocurrir que no haga hora esta noche, Esta noche sin tiempo, con: «sólo el aire en los tubos de hueso», no puede ser, en efecto, sino: «la helada, la muerta, la perdida»; realidad de algo que ya no sabemos si es nuestro, si corresponde al nosotros que somos o casi somos, o si más bien corresponde a un mundo que fuera y casi no es, que se va desvaneciendo hermanándonos en la nada. Su libro termina abriendo una contemplación sobrecogedora que podría definirse diciendo que es el negativo del panteísmo, su vértigo recíproco, nacido al asomarse a las simas de lo nulo, al entrever la solidaridad en lo ninguno, al sentirnos en comunión con el Gran-Todo-de-la-nada-de-los-casis, de que habló Miguel Hernández. La fuerza angustiosa que emana de este libro no nos conmueve tan sólo por la gravedad de los temas que en lo más íntimo de sus poemas se entretejen. No debe ni remotamente pensarse leyendo a Teófilo Tortolero en lo que no podría sino aparecer como temeraria tarea: la de escribir ensayos en verso. Las turbadoras imágenes que usa, el ritmo de sus versos, a veces rotundo y a veces descuidado y lacio como rehusándose hasta en lo sonoro a coagularse en conclusiones; todo ello tiene en primer lugar valor poético. Es como poeta que hay que saludar y muy alto, a Teófilo Tortolero. Como todos los buenos versos, los suyos pueden ser llanamente leídos y luego leídos, diríamos, a trasluz para captar entonces en filigrana aquellos perfiles en que la belleza y el sentido se dan finamente confundidos.

José Solanes

José Solanes

Tomado de Revista Poesía


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