Skipaholic' Katharine Hibbert in her London squat surrounded by some of the stuff she got for free. Photograph: David Levene. |
Versión al español realizada por Guxlightyear: Un madrileño en Londres
No, no me he vuelto loco, o hippy. Es la historia de una chica que se
quedó sin trabajo en Londres y decidió vivir absolutamente sin dinero.
Lo que sigue es una traducción más o menos libre de un artículo de The Guardian:
Guxlightyear: Un madrileño en Londres
*******
Estaba sentada en un parque, sintiéndome enferma. Había
perdido mi trabajo, empaquetado mis cosas y abandonado mi apartamento de
alquiler. Mi plan era encontrar un edificio okupado, algo de comida
desechada por alguna tienda o cafetería para comer, y ver cuanto podía
estar sin gastar dinero, viviendo de lo que de otra manera sería
desperdicio. En ese momento sólo quería ir a casa, pero era demasiado
tarde.
Todas mis posesiones se reducían a un par de mudas de
ropa, un saco de dormir, y un pequeño kit de limpieza. Mis bolsillos
estaban vacíos. Tenía un billete de 20 libras en mi bolso, pero era todo
el dinero que me quedaba.
Katharine Hibbert |
Tenía 26 años, y sobre el papel, mi vida había sido bastante
buena. Trabajaba como periodista, compartía apartamento con mi hermana, tenía
amigos y un buen novio, pero la vida se estaba volviendo aburrida. Daba
todo por descontado -mi ropa, mi colección de discos, mis entradas al
teatro. Llámalo la crisis del cuarto de siglo, o no saber apreciar las
bendiciones, pero había perdido el entusiasmo e idealismo que había
sentido alguna vez.
Me sentía culpable sobre mi estilo de vida: no me
gustaban los supermercados, pero iba cada semana a recargar mi despensa.
Me preocupaba el impacto de volar, pero me gustaba irme de vacaciones, y
comer uvas importadas durante todo el año. Sospechaba que gran parte de
la ropa que puedes comprar procede del trabajo infantil, pero tenía un
buen montón de ropa comprada por puro capricho.
Entonces los bancos colapsaron. Me echaron y el dueño de
mi apartamento llamó para decir que nos subía el alquiler. Fue la señal que
había estado esperando.
Un par de años antes había conocido a gente que vivía
prácticamente con nada en ciudades británicas. Sabían donde encontrar
comida, ropa o mobiliario gratis, y cómo introducirse en edificios
abandonados y vivir de ocupa. Cuando mi antigua vida se desmoronó decidí
unirme a ellos.
Dejaría de gastar dinero durante un año. No cogería
nada que no hubiera ido a la basura de otro modo, y no robaría ni
mendigaría. No reclamaría beneficios sociales, y no aceptaría favores de
amigos que no pudiese devolver.
Ese era el plan, y esa era la realidad. Había
vagabundeado varias millas, pero no había visto ningún sitio donde pasar
la noche. Estaba hambrienta, y aunque sabía que había un ejército de
gente hurgando en la basura a escondidas, no tenía ni idea sobre cómo
encontrarlos.
Al final del primer día llamé al Advisory Service for Squatters (ASS) (Servicio de consejería para ocupas) de Londres, para
mirar en el panel donde se ofrecían espacios ocupados. No había ninguno.
Entonces un ocupa que había llamado pidiendo consejo sobre desahucios
se apiadó de mí y pasé mi primera noche en una residencia de ancianos
abandonada, ocupada por 12 personas. No fui bien recibida -alguno de los
ocupantes pensaba que no debía haber sido invitada- pero me enseñaron
una habitación vacía. Las ventanas estaban cubiertas, y la única luz
venía de una lámpara de neón en el techo, pero había una cama. Apilé dos
bolsas de 5 kilos de carbón contra la puerta del dormitorio: no iba a
parar a nadie, pero al menos me permitiría escuchar si alguien intentaba
entrar. Esta noche la adrenalina me tuvo despierta.
Estuve a la deriva, cansada, sola, y llorosa durante más
de una semana después de eso. Sabía que tenía que encontrar un nuevo
hogar antes de que los murmullos sobre mi presencia en la residencia se
hicieran más altos, pero no se me ocurría nada que hacer. Entonces
recibí un mensaje: un conocido de un conocido, Chris, tenía un hueco en
su casa ocupa – una casa Victoriana que el Ministerio de Justicia dejó
abandonada y que él y otros tres tipos de unos veintitantos habían
ocupado. Se aseguraron que entendiera la ley sobre la ocupación: entrar
en propiedad privada no es delito en Inglaterra o Gales, así que los
ocupas no están violando la ley simplemente por entrar en la propiedad
de otro. Si un ocupa echara a alguien de su casa, podría ser arrestado
directamente pero si el edificio no está en uso una vez que se ocupa
cuenta como hogar, y la única manera de echar a los ocupantes es a
través de un juicio civil. El proceso puede durar sólo una semana, así
que Chris y sus compañeros habían buscado un edificio que no había
estado en uso durante mucho tiempo, con la esperanza de que el
propietario no se diera prisa en iniciar el proceso. Chris también me
presentó a otros ocupas cercanos, que habían formado una red en la que compartían noticias, habilidades y herramientas, y en la que se ayudaban
en caso de necesidad.
Después de vivir allí durante más de un mes nos llegó la
notificación para desalojarnos. Intentamos negociar estar en el edificio
hasta que los propietarios lo necesitasen, pero no tuvimos suerte.
Encontrar algún otro edificio vacío no fue demasiado difícil: cerca de
un 1.5% de las casas en Inglaterra y Gales habían estado vacías durante
más de 6 meses. Pero no estaba acostumbrada al riesgo, incomodidad y
miedo durante las primeras semanas en un edificio nuevo. Algunos
parecían hervir con la adrenalina, pero yo pasé esas primeras semanas
bastante asustada. Nunca llegué a disfrutar las mudanzas como ocupa, a
pesar de que tuve que hacerlo 6 veces ese primer año. Pese a todo me fui
acostumbrando a elegir nuevos edificios y ver cómo los alguaciles
tiraban a los contenedores las cosas que no me podía llevar.
Amueblar un nuevo hogar era muy fácil. Los paseos se
convirtieron en “ir de contenedores”. Cada día tenía un pequeño triunfo:
un edredón, ¡casi como nuevo!, ¡Una radio!, ¡Un maletín de piel falsa
de cocodrilo! Cada vez que veía algo que pudiese ser útil, me lo
quedaba. Un aparato para hacer rodajas con huevos duros pasó a nuestro
armario de la cocina, y puse un perrito de juguete con pito en mi bici
(que también encontré en un contenedor), en lugar de una campana. Me
convertí en una adicta a los contenedores.
Aprendí muy rápido nuevas habilidades: algo de
fontanería, cómo arreglar unas goteras, cómo cablear una caja de
fusibles… Encontramos una bañera en la basura, construimos un marco con
madera desechada, y la conectamos con tuberías viejas. Arreglábamos
ventanas rotas con trozos de acrílico. Un radiador se convirtió en el
panel de secado para un fregadero echo con una bañera de bebés. Parecía
cutre, pero lo habíamos hecho nosotros, y esas casas destartaladas
empezaban a parecer hogares.
Al principio encontrar comida llevaba tiempo y era
desagradable, Tenía que abrir varias bolsas de basura real antes de
encontrar algo que mereciera la pena. Y aunque siempre acababa
encontrando algo que llevarme a la boca, evitaba subir la vista, por si
acaso me encontraba alguna mirada disgustada.
Con el tiempo llegué a abrir bolsas de verdadera basura
con menos frecuencia. Aprendí a qué hora las cafeterías y las tiendas
tiraban la comida, y empecé a ajustar mi ruta dependiendo de lo que me
apeteciera comer. Aprendí que las bolsas que contenían comida tendían a
pesar más que las que tenían solo cajas, y que cuanto más exclusivo fuese el
supermercado, más comida tiraban. Pronto empecé a llegar a casa cargada
con sopa de calabacín, pasteles de salmón, pollo para calentar,
albaricoques, cereales de desayuno, barras de pan… Para fruta y
verdura, visitaba New Covent Garden, de venta al por mayor. Las
papeleras estaban llenas de productos frescos casi perfectos para comer
en el mismo día o al siguiente, pero que no valían para la distribución a
minoristas. Me pegué festines de melones y mangos, arándanos y
frambuesas, cerezas y aguacates.
Coger comida de los cubos no es del todo legal. La basura
pertenece a la tienda que posee el cubo o a la empresa que la recoge,
pero la policía no se mete, normalmente.
Durante los dos primeros meses como ocupa gasté 54 céntimos. 10 de ellos se me fueron en una fotocopia, y los otros 44 me los gasté en un KitKat en mi momento de bajón de la primera semana. De manera sorprendéntemente rápida me acostumbré a vivir sin dinero. Dormía en un colchón todas las noches, y no pasaba más de 2 días sin lavarme. Al principio estaba preocupada pensando que tendría que vivir con compañeros drogadictos, así que pedí a mi novio que esperara un mensaje mío cada noche, diciendo que estaba bien. Si no lo recibía un día, sabría que me había pasado algo. Pero después de un par de noches, sentí que era una tontería. Incluso sintiéndome decaída y solitaria, me sentía segura.
Sin embargo, según pasaba el tiempo me di cuenta de que
necesitaría alguna pequeña fuente de ingresos: dependía del aceite de
mis compañeros para cocinar, y me estaba quedando sin gel de ducha.
Incluso aunque el contrato de mi móvil costaba sólo 10 libras al mes, no
había pagado la factura del mes anterior.
Un día me percate de que si podía alimentarme y vestir con la basura de otros, también podría sacar algún dinerito con ello. Me encontré una trituradora de papel, con caja y todo, y la vendí en Gumtree por 15 libras. Lo siguiente que encontré fue una televisión, y saqué 30 libras con ella. En una semana había sacado 45 libras de la basura.
Un día me percate de que si podía alimentarme y vestir con la basura de otros, también podría sacar algún dinerito con ello. Me encontré una trituradora de papel, con caja y todo, y la vendí en Gumtree por 15 libras. Lo siguiente que encontré fue una televisión, y saqué 30 libras con ella. En una semana había sacado 45 libras de la basura.
Era más de lo que necesitaba. Cuanto más pasaba sin
comprar cosas, menos cosas quería. Cuatro meses después de dejar mi
trabajo y mi piso, fue mi cumpleaños. Mi familia y amigos me preguntaron
que quería. Me costó muchísimo pensar en algo. Por supuesto había cosas
que echaba de menos: un cepillo de dientes eléctrico o ropa de cama
decente, pero teniendo que abandonar las casas rápidamente, necesitaba
llevar conmigo sólo lo estrictamente necesario, así que acumular
posesiones no tenía ningún sentido.
Empezaba a sentir un poco de aburrimiento, así que le
pedí a mi madre entradas para el cine. Mi padre me pagó las cuotas del
equipo de fútbol y mi hermana me compró un pequeño reproductor MP3 con
algunos discos dentro. Mi novio me llevó al teatro.
Pero según pasaban las semanas el aburrimiento empeoró.
No quería volver al trabajo del que me habían echado, pero echaba de
menos el hecho de trabajar. Tener un empleo le daba cierto sentido de
propósito a mi vida.
Empecé a sacar libros de filosofía de la biblioteca.
Aprendí a tejer y convencí a un amigo a que me enseñara a jugar al
ajedrez. Al final empecé a trabajar otra vez, pero no por dinero. Ayudé a
crear un jardín comunitario en un solar abandonado. Cociné para el
grupo “East London Food Not Bombs”, que conseguían los ingredientes a
partir de desperdicios, y los cocinaban y los daban gratis. Así que
cuando uno de los voluntarios mencionó que el grupo necesitaba más
miembros no me lo pensé. Volví a poner un despertador, lo que me hizo
más feliz.
Me había propuesto vivir gratis durante 12 meses, pero
cuando pasó ese tiempo no tenía ninguna gana de parar. El piso en el que
vivíamos era muy cómodo y habíamos vivido allí durante varios meses sin
ninguna amenaza de desalojo. Encontrar comida no era ningún problema.
Dormía tanto como quería, leía tanto como me apetecía y salía, tanto a
pasear al parque como a los museos. Mis padres ya habían dejado de
preocuparse por mí.
De vez en cuando un mensaje enviado por algún ocupa de
nuestra red me recordaba que las dificultades -desalojos, o problemas
con la policía- estaban más cerca que si estuviese viviendo como la
gente normal. Pero normalmente la vida continuaba sin alarmismos. Apenas
tenía dinero: unas pocas libras de vender basura, pero ya no era una
fuente de ansiedad. Vivir de la basura de otros se había convertido en
un hábito. Calculé cuánto había gastado todo ese tiempo y me daba una
media de menos de una libra diaria.
Nunca me había sentido tan sana y calmada. Dormía y comía
correctamente. Todavía tenía preocupaciones, pero estaba menos
estresada que cuando ganaba dinero: tenía todo lo que necesitaba, y
gente alrededor ayudándome cuando lo necesitaba.
Pero las circunstancias que permitían que viviera así me
cabreaban. Incluso si los negocios y la gente no pudiesen reducir su
cantidad de desperdicios, no tienen porqué tirar todo lo que les sobra a
la basura. FareShare, la ONG que distribuye comida, tiene capacidad
para distribuir 15 veces más comida de lo que hacen ahora. Sin embargo
muchas organizaciones se esfuerzan para impedir que la gente coja la
comida que tiran. Muchos cubos están cerrados con cerrojo. Muchos pisos y
casas abandonados son destrozados deliberadamente para evitar que nadie
viva en ellos. Cualquiera que se mude sabe que terminará siendo
desalojado, simplemente para que el edificio siga vacío. Todos los
edificios de los que me echaron, excepto uno, siguen vacíos.
Algunos sitios que eran fuentes fiables de alimentos han
empezado a ser saboteados. Por ejemplo, una sucursal de EAT que solía
tirar bolsas enteras de sandwiches, bocadillos, ensaladas, yogures y
fruta todos los días, sigue haciéndolo, pero ahora los empleados se
encargan de abrir cada paquete antes de tirarlos a la basura. Al vaciar
los yogures encima de las ensaladas y los sandwiches consiguen que todos
sean incomibles. En New Covent Garden, la policía metropolitana a
empezado a dar papeles a las personas que rebuscan en la basura diciendo
que tomar la basura podría ser considerado un robo.
No necesita ser así. Se podrían aumentar los impuestos a
los vertederos para fomentar el reciclado de la basura. La Empty Homes Agency tiene un montón de sugerencias sobre cambios en el sistema fiscal
que podrían hacer más caro dejar las casas vacías durante largos
periodos de tiempo.
Free: Adventures on the Margins of a Wasteful Society por Katharine Hibbert |
El movimiento okupa podría ser considerado como parte de
la solución. Tiene una larga historia en Inglaterra, desde el siglo 17
hasta las comunidades ocupas de los 60 o 70, que sirvieron para crear
muchas e las asociaciones de hogares actuales. Y sin embargo, como okupa
en la Inglaterra de hoy he sido tratada como la peste, como una paria.
¿Por qué? En Barcelona, la capital de Europa en eso de rebuscar en la
basura, la gente puede verte cargando con bolsas desde los contenedores
de la comunidad sin mirarte raro.
En las carreteras de Washington la gente hace cola para
hacer autostop. Esta es una práctica que empezó en los 70 como respuesta
a la ley de los carriles de Vehículos de Alta Ocupación (VAO). Las
autoridades locales podrían facilitar algo similar. Incluso las señales
de puntos de autostop que se ven en Holanda podrían ser de ayuda aquí.
Con lo que a mí respecta, sigo viviendo en mi pequeño apartamento okupa. Soy mucho más optimista ahora que cuando me alejé de mi
antigua vida. El mundo no es ese lugar hostil y peligroso que había
imaginado, y veo mucho más claramente sus posibilidades. Sigo adelante,
no sólo por las casas vacías, la comida desechada o los bienes de
consumo descartados, sino por la gente de la que dependo y que depende
de mí, tanto amigos como extraños.
Este fragmento que acabo de traducir (y que es la traducción más
larga que he hecho en mi vida) se ha extraído de “Free: Adventures on
the Margins of a Wasteful Society” escrito por Katherine Hibbert. Me ha
parecido realmente interesante, aunque tiene unas pocas cosas que no me
cuadran.
Tomado de Gux light Year
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