17 octubre 2008
Hernán Zin
Decía el ya desaparecido Norman Mailer que resulta más sencillo escribir no ficción que novela porque “el argumento lo da Dios”. Y lo cierto es que la trama del libro The Bang Bang Club resulta tan compleja, profunda e inesperada en su descripción de la naturaleza humana, que parece más bien la creación de un autor que una obra basada en hechos históricos tan desgraciados como cercanos en el tiempo.
El Bang Bang Club era el nombre bajo el cual se conocía a cuatro jóvenes fotoperiodistas sudafricanos blancos que tomaron enormes riesgos para denunciar al mundo las atrocidades del régimen del apartheid.
Particularmente, a principios de los años noventa, cuando ya se sentían los vientos de cambio y cuando el país se sumió en un violencia sin precedentes. De este grupo formaban parte Joao Silva, Kevin Carter, Greg Marinovich y Ken Oosterbroek. A su alrededor gravitaban otros grandes fotógrafos de guerra como Gary Bernard y James Natchwey (la labor de este último la retrata el documental War Photographer, nominado a un Oscar).
Aunque debido a la censura del gobierno de Partido Nacional su trabajo apenas salía publicado en Sudáfrica, fue un artículo publicado en la revista local Living el que les puso nombre. Los llamó los “Bang Bang Paparazzi”.
Por razones evidentes, el nombre “paparazzi” se cambió por el de “club”, ya que no se puede comparar la labor de estos jóvenes que se jugaban la vida para meterse en los townships con el trabajo de quienes cazan imágenes de Britney Spears o Paris Hilton.
Violencia orquestada
Corrían tiempos duros para Sudáfrica. Cada día se contaban decenas de muertes en los enfrentamientos entre los seguidores del Congreso Nacional Africano de Mandela (ANC), y los zulúes separatistas del Inkatha, dirigidos por Mangosuthu Buthelezi.
Se perpetraban masacres en trenes, en las calles, pero sobre todo en los albergues para trabajadores y estudiantes de los barrios negros. Se mataba a gente al azar.
Con el tiempo se descubrió que los zulúes, más allá de sus disputas ancestrales con los xhosas, estaban siendo alentados por las fuerzas blancas a luchar contra su propia gente con la intención de demostrar al mundo que los negros no se podían gobernar a sí mismos, y que el partido de Mandela no estaba preparado para tomar el poder.
La Comisión Goldstone demostraría más adelante que no pocos de los que asesinaba a la gente en los trenes eran extranjeros a sueldo, llegados desde Angola o Namibia, y que trabajaban a sueldo de grupos extremistas blancos.
Morir para contar
Si el mundo llegó a saber la verdad, como afirma Desmond Tutu en la introducción del libro, fue gracias a la labor de estos cuatro fotógrafos, dos de los cuales acabaron su vida de forma trágica.
Ken Oosterbroek murió durante las luchas en Tokoza, un township situado al sur de Johannesburgo. Tenía 28 años. Y el hecho sucedió el 18 de abril de 1994, apenas unos días antes de esas primeras elecciones democráticas y no racistas que los miembros del Bang bang club habían luchado por que tuvieran lugar.
Kevin Carter, que sufría de adicción a las drogas, se suicidó dos meses más tardes. Había recibido el premio Pullitzer por sus imágenes de una niña y un buitre en Sudán. Fotografía por la que también se puso en duda su integridad moral, en un debate que al menos a quien escribe estas palabras le ha parecido siempre estúpido, y propio de quien no ha estado en nunca en el terreno o de articulistas ociosos sentados a miles de kilómetros en la comodidad de sus redacciones (como sucedió a nivel nacional con Arcadi Espada, cuyas críticas a la obra de Javier Bauluz fueron igual de estúpidas, o quizás más…).
Sacas la foto y acto seguido espantas al buitre. Ganas, a cambio, una imagen que sacudió millones de conciencias. El asunto no tiene más misterio, como sostiene Joao Silva, que estaba allí junto a su amigo y que captó la misma imagen. El niño no estaba abandonado, se encontraba junto su familia a un centro de alimentación de la ONU en el sur de Sudán.
Greg Marinovich ganó también el Pullitzer por su cobertura del asesinato de Lindsaye Tshabalala. Sigue en activo. Y es autor, junto a Joao Silva del libro The Bang Bang Club. Obra de prosa un poco deshilvanada, pero que no quita que estemos ante un documento histórico y humano tan fascinante como aleccionador.
Joao Silva, ganador del World Press Photo, continúa asimismo al pie del cañón. Me crucé con él en Kenia, durante los episodios de violencia post electoral del pasado mes de enero. Sus imágenes,desde conflictos como Irak, muestran su compromiso continuado con la denuncia de la barbarie.
Tomado de 20 minutos
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