Noomi Rapace como Lisbeth Salander en la serie de peliculas suecas basadas en las novelas de Larsson |
A Lisbeth Salander: Una declaración de amor
Por Fernando Mires
| 19 de Marzo, 2012
Vergüenza; debería darme
vergüenza. Haber leído la trilogía Millenium de Stieg Larsson sólo hace
pocos días obliga a pedir disculpas; no sólo a la memoria de un genial
autor fallecido en plena euforia creativa (Millenium iba a ser
tetra-logía) sino ante mí. Vergüenza, porque desde mi niñez cuando leía
las aventuras de Morgan y Sandokan según Emilio Salgari, no me había
sumido tan intensamente en una historia, hasta el punto de postergar
citas, incumplir obligaciones, retrasar horarios y asustar al prójimo
con mis ojos rojos.
Millones de personas ya han leído la
trilogía antes que yo. ¿Qué me impulsó a esa insólita omisión? En las
pocas reuniones a las que acudo la gente no cesaba de hablar de Stieg Larsson y su trilogía. No hay crítico literario que no se haya referido a
ella. Ni siquiera un artículo de Vargas Llosa publicado el 2009
dedicado a Lisbeth Salander, la heroína de la trilogía, logró inducirme a
leer esa historia.
Busco razones que expliquen tamaña insensatez: ¿Falta de tiempo? ¿Cierta hostilidad hacia los “libros de moda? ¿Desconfianza literaria frente a los thrillers? ¿Haber visto las excelentes versiones televisivas suecas y pensar que los libros no podían ser mejores? Quizás hay un poco de cada cosa. El hecho es que nunca una frase tan manida como “es mejor tarde que nunca” me había parecido tan lúcida y, sobre todo, tan verdadera.
Por cierto, sería absurdo después que los mejores críticos literarios del universo han escrito sobre Millenium ensayar una sola línea más. Pero como lector creo estar en condiciones de rendir cuentas acerca de mi entusiasmo. Me refiero a la inevitable atracción que siento por Lisbeth Salander quien, con sus apenas 48 kilos, su diminuta estatura y sus 26 años, lucha en contra de los representantes del mal, sean estos padres sádicos, impenitentes violadores, malignas instituciones psiquiátricas, tratantes de blancas, policías y jueces corruptos, comerciantes de armas, y otras linduras similares.
Comparado con lo que hubo de padecer
Lisbeth en su infancia, la de Oliver Twist fue un dechado de felicidad.
Hija de un criminal sádico, ex espía ruso protegido por los servicios
secretos a quien ella a los 12 años intentó asesinar para defender a su
madre, fue enviada, mediante diabólica conjuración, a una clínica
psiquiátrica. Allí, por “prescripción médica” pasó la mayor parte del
tiempo atada a un camastro. Pero no voy a contar la historia. Valga lo
dicho para señalar que la que enfrentaba Lisbeth no era una maldad
abstracta, sino otra: la maldad convertida en sistema, aquella que se
guarece bajo instituciones y sigue el mandato de supuestas “razones
superiores”, es decir, la maldad del poder cuando no encuentra límites
que lo detengan.
No obstante, Lisbeth no es, en ningún
caso, una moralista. Si he “conocido” a alguien sin ninguna noción de la
moral convencional, con tanta indiferencia frente a los preceptos, las
normas y las leyes, sin la más mínima inhibición sexual, con tan escaso
interés sobre ideologías y teorías, con una tan radical ausencia de
religiosidad, esa persona es, no puede ser otra que no sea Lisbeth
Salander.
Nada más lejos de ser una justiciera. A
diferencias de Batman quien combate el mal en nombre de un alto
principio moral, Lisbeth carece en términos absolutos de cualquier
“Super Yo”. Su lucha en contra del mal la realiza siempre, o por cumplir
con algún contrato bien pagado, o en defensa propia. Es decir, ella no
enfrenta al mal abstracto; sólo a su representación en personas o en
sistemas que la persiguen y la acosan. O en otros términos: su pasión no
surge de una afirmación del “bien” sino de una negación existencial del
mal: un mal cometido a ella o a las personas que ella llegó a estimar e
incluso amar, como fue el caso del héroe masculino de la historia, el
sagaz, maniático y guapo periodista Mikael “Kalle” Blomvitz .
Mikael Blomvitz, a diferencias de
Lisbeth, es un hombre de valores y principios aprendidos e inculcados.
O, para decirlo de un modo filosófico: Mientras Lisbeth es un personaje
“nietzscheano”, Blomvitz es uno “kantiano”. Como es fácil adivinar,
entre ambos no podía sino existir una inevitable atracción. Lo que uno
no tenía, lo tenía el otro.
De modo que si escribo estas líneas no
es para ensayar alguna crítica literaria. Si lo hago, en cambio, es para
confesar que, a través de esa astuta y anoréxica Lisbeth Salander he
podido confirmar una sospecha que todavía no obtenía configuración. Esa
sospecha dice más o menos así: “La contraposición del mal no es siempre
la bondad; o por lo menos no lo es si el mal es radical, y la expresión
más radical del mal se encuentra inscrita en el principio de la muerte.
Frente a ese mal radical no vale la pena oponer ninguna bondad, por más
radical que sea. Sólo es posible oponer a ese mal el principio de la
vida”.
Y bien, para mí, Lisbeth Salander
representa, en primer orden, la personalización más radical y osada del
principio de la vida que me es posible imaginar.
Eso significa que, si hablamos en
términos morales, tendríamos que diferenciar, a mi juicio, entre dos
tipos de moral. Una es la moral prescriptiva, y esa la encontramos
inserta en mandamientos, en constituciones, en fin, en leyes religiosas o
civiles. La otra es una que precede y en gran medida trasciende a las
leyes. Esa es la moral del ser. Y el ser para ser requiere negar a todo
lo que es no-ser.
Entiéndase: no me refiero a la moral del
Emilio de Rousseau, a esa que nos dice que el humano es bueno por
naturaleza (leyendo a Larsson obtenemos más bien pruebas de lo
contrario) Transgrediendo al filósofo podríamos decir, en cambio, que la
naturaleza es buena no porque es buena sino porque es natural. Es, si
se quiere, la de Lisbeth, una moral negativa, o mejor aún: de
resistencia en contra de todos los poderes que impiden ser al ser. Con
su agilidad, su sabiduría internética y su increíble “memoria
fotográfica”, desató Lisbeth, a lo largo de tres voluminosos tomos, una
lucha a muerte en contra de la muerte arriesgando su vida por la vida.
Sé que podríamos discutir durante siglos
acerca de sí la moral que aprendimos es superior o inferior a la que
trae el ser consigo al venir al mundo. Frente a un tema de esa dimensión
nunca será simple otorgar veredicto alguno. Lo único que en ese punto
tengo relativamente claro es que en nombre de la primera moral se han
cometido los más horribles crímenes que pueda imaginar la mente humana,
siempre por supuesto que esa mente no sea la de Stieg Larsson. Y que no
existan seres, ficticios o reales –da lo mismo- como Lisbeth Salander,
dispuestos a “matar a la muerte”, sea en el prójimo o aún, si así es
necesario, dentro de la propia alma.
Tomado de Prodavinci
Esto está increíble! Y siento haber comprendido el significado de una manera muy similar, solo que tu lo has logrado precisar en palabras. Muy buena la analogía de personalidades con los filósofos. Siento que el artículo pudo haber sido mucho mas largo, pero tal cual dices, sería sumamente extenso. Y pues realmente Lisbeth, los demás personajes y la historia se da a extrañar. Me encantó leer esto.
ResponderEliminarGracias AEBS por comentar el texto de Fernando. Bienvenida al blog. Esperamos lo disfrutes
EliminarGracias AEBS por comentar el texto de Fernando. Bienvenida al blog. Esperamos lo disfrutes
ResponderEliminarSi eres fanatico de los libros de Stieg, de las peliculas y sobretodo de Lisbeth Salander unete al grupo: "MILLENNIUM: Bienvenido Ciudadano Wasp" en Facebook, en este grupo posteamos fotos, frases, información, etc para todos los fanes hispanohablantes
ResponderEliminarhttps://www.facebook.com/index.php?lh=113e4e07608381ba1ca1cb28fae9d032&eu=qfUuF0BbVLVzcXPgs4mVHQ#!/groups/257907800997315/