Renato Rodríguez. Foto de William Dumont |
Queridos lectores de esta página:
El texto que les presentamos hoy fue escrito por Alberto Hernández sobre una novela importante y perteneciente a una época muy especial de nuestra historia literaria. Es la novela Al Sur del Equanil, de Renato Rodríguez, editada por tercera vez en la colección El Dorado de Monte Avila Editores, en el año 1972.
Muchos recordaremos esa novela y ese escritor, legendario, se podría decir, el feliz hallazgo que significó el ingreso del lenguaje coloquial y el fluir de conciencia en el texto narrativo y por otro lado la actitud esquiva del autor ante los lectores y público en general, lo que, por supuesto, hizo recrudecer su leyenda. Renato Rodríguez, luego de publicar varios libros notables, entre ellos Al Sur del Equanil y El Bonche (en su momento llegó a ser comparado con Kerouac) se dedicó a la carpintería y se retiró al interior del país.
Supe que hace unos años Monte Avila editó una colección de cuentos, llamada "Quanos."
Alberto Hernández ha asumido la tarea de rescatar del olvido notables y puntuales piezas de nuestra literatura. Lo hace con constancia e implacabilidad. El orden es caótico, quién sabe por qué escoge un escritor o una obra, cómo vienen sus recuerdos, eso es lo que menos importa. Es valiosísimo su aporte como reseñista o reseñador literario, profesión fantasma desde hace años en Venezuela, es algo que agradecemos en masa y desde lo más profundo de nuestra alma.
La reseña de hoy, además, trae el regalo de un prólogo escrito por Orlando Araujo y cierra con unas palabras del querido Juan Liscano.
Qué más se puede pedir? Disfrutemos.
Graciela Bonnet
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Crónicas del Olvido
AL
SUR DEL EQUANIL
Alberto Hernández
1.-
He regresado a “Al Sur del Equanil”. A la
humilde edición de la Colección El Dorado de aquella Monte Ávila Editores de
1972, producto de la Tipografía Vargas, nada elegante, descuadrada y hasta fea,
pese a la ilustración de la portada del recordado Mariano Díaz.
Y digo vuelvo porque leía –sin entenderla-
esa novela extraña de Renato Rodríguez a los días de ser lanzada al pobre
mercado editorial venezolano de aquellos años. Vivía yo en España en una
pasantía en mis ansiosos días de estudiante de medicina entre Salamanca y la
Complutense, que de tales estudios sólo resultaron unas ganas de adentrarme en
la poesía y en la narrativa sin dejar de pensar en cadáveres, autopsias,
suturas, diagnósticos, terminología médica, anatomía uno, fisiología, entre
otras preocupaciones que hoy son recuerdos y siguen siendo angustias mojadas
por la nostalgia. Entonces me topé con el pequeño formato de aquella romántica
aventura de Monte Ávila en la que bebimos muchos de los que hemos pasado los
sesenta.
Volví a Renato como se regresa a una
película. Ya Renato se murió, hace algunos años en Sabaneta de Aragua. Y nos
dejó esa novela un poco escrita a los brincos, mal corregida y hasta olvidada
por quienes se dicen defensores de la literatura nacional.
Pues bien, de nuevo Renato Rodríguez conmigo
en el año 2004, en reedición de la Monte Ávila de estos años, que ya no tiene
nada de romántica, pero sí de muchas ligerezas y hasta de dudosos autores. Con
portada de Carlos Contramaestre se vuelve a respirar el Techo de la Ballena y
hay cierta revelación. Aceptable, sin solapa, sin el gusto de otros días, pero
legible, con los mismos sobresaltos de la sintaxis de Renato y las omisiones
originales.
Leí este Renato de hoy con mucha
expectativa. Y sentí que regresaba a casa. Sentí que el frío europeo se colaba
entre las páginas y mostraba lo mejor de su misterio nocturno. En medio del
trópico me miré en los ojos del Renato que un día presentí y vi en el Sur de
Aragua.
2.-
Escribo esta nota acompañado de Orlando
Araujo. Me lo traigo a esta página en un diálogo desde el silencio, aunque
Orlando y quien esto rasguña siempre hablaron en buen tono, él furiosamente y
yo con una sonrisa en los labios. Pero a veces intercambiábamos: él muerto de
la risa y yo con cara de perro.
Para aquella edición Orlando escribió un
prólogo luminoso que transcribo para que los lectores de hoy lo vean, lo
repasen, lo consideren o no lo consideren. Aquí se los dejo:
“En la feria de vanidades literarias que caracteriza
a mi país, Renato Rodríguez es un caso insólito: escritor envidiablemente
dotado con las galas de una imaginación inagotable, dueño de un estilo
narrativo en que el humor y una vaga tristeza de existir van ganando la
solidaridad del lector, hasta el punto de ir leyéndolo como si fuéramos
nosotros mismos el viajero y el autor. Y, sin embargo, Renato parece ir
renunciando en cada página a posteriores afanes y compromisos de escritura. Un
advierte la inevitable necesidad que este solitario tiene de expresar su
soledad y simultáneamente advierte la desesperanza, la melancolía y la
conciencia de inutilidad conque agoniza en sus letras.
Pero las desgastadas aristas de palabras
como escepticismo, pesimismo, náusea o absurdo no sirven un cuadran a esta cierta
y gozosa manera de querer y no querer, de encontrar lo que no se anda buscando
y de llorar y amar a solas en el rincón disimulado de palabras al parecer triviales.
“Al Sur del Equanil” es novela de lenta
gestación y de escritura trashumante. El autor comienza a escribirla en Chile
(1949), sin mucha seguridad de que escribe una novela; y va a continuar
escribiéndola en las estaciones de su viaje a Lima, Caracas, Francia y
Alemania, hasta concluirla en 1961. Sólo se publicará en 1963. Conocemos la
edición mexicana y la dábamos por primera edición hasta que el propio autor
corrigió nuestro error en una carta estupenda que alguna vez publicaremos:
“La
primera edición de “Al Sur del Equanil” no se hizo en Méjico sino en Caracas y
fue distribuida por la desaparecida librería Ulises de Sabana Grande, cuyo
propietario Félix Alvarado creyó en mí. La librería desapareció cuando el dueño
y el dependiente Ricardo fueron apresados por la Digepol, así como el
encargado, el marinero hondureño Enamorado Fuentes. La edición fue hecha a
expensas de mi amigo Mauricio Odremán, a quien conozco desde 1945 y quien
siempre confió en mí y me alentó. A pesar de encontrarse en aquella época sin
trabajo y enfermo, con una cruel dolencia, Mauricio desembolsó el dinero
haciéndome ver que estaba en condiciones de hacerlo cuando en realidad se
hallaba en extrema pobreza”.
“Al Sur del Equanil” es, también, una
curiosidad bibliográfica: agotadas sus dos modestas ediciones, hoy es difícil
conseguirla hasta prestada y pasa por ser prácticamente desconocida por los
lectores más jóvenes. Y este libro, sin embargo, adelanta en un quinquenio la
renovación que, a partir de 1968, impulsaron en sus novelas de frescura
coloquial y desarraigo ambulante, Francisco Massiani, Laura Antillano, Carlos
Noguera. “Al Sur del Equanil” enlaza esta renovación con la nobleza
confidencial de las escrituras de Teresa de la Parra, y con las frustradas
potencias de Andrés Mariño Palacio.
Corresponde a la exigente agudeza de Juan
Rulfo la intuición de los valores de la novela de Renato cuando, por el
afortunado azar que se llama Teresa Selma (actriz, mujer y ángel), el libro
llegó a sus manos y él se refirió informalmente a lo que consideraba un
verdadero hallazgo y una muestra a nivel hispanoamericano, de la mejor narrativa
venezolana. También leyeron el libro Aldo Pellegrini y Ernesto Sábato; este
último lo recomendó a la Editorial Sudamericana para su publicación; y Jorge
Álvarez -¿se acuerdan de este filibustero editorial?- solicitó varias veces
autorización del autor para su publicación. Pero Renato Rodríguez, para la
fecha, ya había decidido hacerse carpintero y no escribir más. Carpintero sigue
siendo, pero de buena fuente sabemos que no ha podido dejar de escribir. Sólo
que no publica.
A pesar de las notas y juicios de ocasión,
cuando el libro apareció, y los cuales tienen el valor de las firmas que los
calzan (Guillermo Meneses, Ludovico Silva, Jaime Tello, Alfredo Chacón, Elisa
Lerner y Salvador Garmendia, entre otros), lo cierto es que a esta novela se le
ha silenciado. Confesamos haberla leído por el interés que en sus programas
universitarios y en sus comentarios, le ha concedido siempre Rafael Di Prisco,
quien incluye un fragmento en su reciente antología con el juicio que, en una
de sus recientes exploraciones críticas sobre nuestra actual narrativa, expresa
Juan Liscano:
“…una
novela irreverente, construida y escrita con desenfado, llena de situaciones
picarescas y violentas, destructora de seguridades y convencionalismos que
barajando vivencias y acciones contradictorias, incide en expresar la angustia y rebelión existenciales
en este tiempo de hundimiento y desorden”.
Volvamos a decirlo: sabemos que Renato
Rodríguez tiene trabajos inéditos interesantes, que no confía en la literatura
como oficio a medias ejercido, sino como dedicación plena de una vida al
destino de escribir. No vamos a glosar ni a discutir por ahora, esta verdad de
difícil realización: digamos, sencillamente, con la ingenuidad profunda de un
buen lector (esa pretensión tenemos) que, a pesar de aquel convencimiento,
Renato como todo escritor auténtico no podrá ceñir jamás a la disponibilidad de
tiempos exclusivos, la necesidad espiritual, visceral y cojonal de expresarse,
irrefrenable por razón y sentido de mirar hacia dentro y hacia fuera de su
propia vida que un buen día, frente al mar, en un camino, acariciando el testuz
de una vaca melancólica, se le plantó por delante y le tiró una trompetilla.
En consecuencia este prólogo acuerda que el
carpintero Renato Rodríguez no tiene derecho a privarnos de sus letras, como
san José no nos privó del niño a pesar de tantas dudas; y asimismo que, en
pleno ejercicio de la soberanía universal de Nos, el lector, le pedimos que
levante el secuestro en que mantiene los frutos de su afán.
Dado, firmado y sellado al Sur del Equanil,
al Norte de una buena novela y en presencia del Mar de las Antillas”.
Así lo escribió Orlando Araujo y así se lo
entregó a los lectores.
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Graciela Bonnet
Nació en Córdoba, Argentina, en 1958. Es Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela (1984). Ha trabajado 25 años como correctora de pruebas y supervisora de ediciones por contrato para todas las editoriales venezolanas, entre ellas Monte Avila, Planeta, Biblioteca Ayacucho, ediciones de la Casa de la Poesía, Pomaire, Eclepsidra, Santillana, Editorial Pequeña Venecia, La Liebre Libre. Experiencia de tres años como redactora free lance para una editorial de libros de autoayuda. Escritora fantasma (sin firma) realizó investigaciones para crear libros, novelas, tesis y monografías.Es dibujante amateur. En 1997 el grupo editorial Eclepsidra publicó su poemario "En Caso de que Todo Falle." En 2013 editorial Lector Cómplice editó "Libretas Doradas, Lápices de Carbón" En el año 2000 participó del encuentro de Mujeres Poetas en Cereté, Colombia.
Y su blog es: Graciela Bonnet Vertiente Recíproca
Alberto Hernández
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Nació en Calabozo, estado Guárico, el 25 de octubre de 1952. Poeta, narrador y periodista. Se desempeña como secretario de redacción del diario “El Periodiquito” de la ciudad de Maracay, estado Aragua.
Fundador de la revista literaria Umbra, es miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo y colaborador de publicaciones locales y extranjeras. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria.
Ha publicado los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996). Además ha publicado el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999). Recientemente ha publicado «Poética del desatino» y «El sollozo absurdo».
Interesante crónica de un escritor desconocido para mi, que gracias a Alberto Hernandez me acaba de presentar.
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