lunes, 26 de diciembre de 2016

Los que empujan el carro:

El mercadillo dominical de Sant Antoni en un cuento de Navidad

Por Javier Pérez Andújar






El Mercat de Sant Antoni todo un cuento de Navidad… pero de Dickens no de Disney

Hoy les traemos un cuento navideño de Javier Pérez Andújar publicado este pasado 24 de Diciembre en el Periódico.

De mayor he ido muchas veces los domingos por la mañana al Mercat de Sant Antoni a comprar historietas y libros de ciencia ficción, muchas veces acompañado de mis buenos amigos de Ciencia Ficción: Armando Boix, Claudio Landete, Manuel Díez, Salvador Huete y Xavier Mercet (en estricto orden alfabético). Luego nos dirigíamos a un bar y entre cervezas comentábamos las adquisiciones, las novedades del género fantástico y afines, y como no, las mil seiscientas quince cosas que pasaban por el mundo: entre ellas la guerra de Chechenia. La juventud y disentir de la corriente principal del fandom patrio nos llevó a autoproclamamos “chechenos”… y luego ellos crearon el fanzine electrónico Ad Astra, sin mí, yo tenía un posgrado en Teoría Económica que aprobar y unas clases que preparar e impartir, aunque en alguna cosilla sí colaboré. Claudio ya llevaba tiempo siendo el alma mater del fandom de Mataró, que empezó con el fanzine Mundo Imaginario… y llegó a su epítome con la Hispacon de Mataró en 1997. Luego (un poco antes de esta Hispacon) me vine a Málaga y nunca más he vuelto al Mercat de Sant Antoni.

Recuerdo el mercado de segunda mano de libros, sellos, monedas y otros cachivaches como una aglomeración de gentes extrañas. No todos se habían aseado recientemente y no todos iban a buscar gangas: algunos buscaban carteras ajenas y otros un refregón libidinoso al amparo de la alienante multitud. A finales de los años ochentas los frikis no gozábamos del prestigio actual… respeto ganado gracias a los buenos sueldos que aquellos jovencitos frikis ganan en estos momentos. De hecho pasa un poco lo mismo con la diferencia entre maricón y gay: el dinero que el segundo atesora y que al primero le falta.

Llegué tarde al frikismo, pero no a amar la Ciencia Ficción que ya hacía desde la barriga de mi madre. Fueron los precursores de Internet, las BBS y la librería Gigamesh las que hicieron el milagro de ponerme en contacto con otros aficionados, abandonar el rol de lobo solitario y unirme a la jauría. Y la jauría salía de caza al Mercat de Sant Antoni: primeras ediciones, libros descatalogados, ediciones sudamericanas: mercancías jugosas para unos o simple basura para otros. Los carros cargados de libros, monedas y sellos fueron los precursores de los mol comerciales actuales, humildes pero sus predecesores.

Pilas de tebeos y revistas, donde abundaban las pornográficas, pero también había sitio para cromos, juguetes y otros enseres a los que yo no prestaba atención. Allí estaban los libros, los libros de a duro (bolsilibros) y los tebeos: hurgaba, buscaba y rebuscaba no siempre con éxito. Aún siguen allí, esperando que el veterano, el jovenzuelo… quien sea los mueva y remueva en las mañanas de domingo barcelonesas. Como cuenta Andújar en el cuento que sigue a estas burdas palabras, los libros grandes y pequeños, rojos y verdes seguirán allí hasta que el especulador inmobiliario de turno consiga cerrarlo. Y yo añado: o hasta que el declive del libro en papel acabe por vaciar los carros de libros y en su lugar aparezcan juguetes, teclados o fundas para móviles. Esto es un cuento de navidad, uno de verdad, a lo Charles Dickens no uno edulcorado como los de Disney.

El mejor tiempo del libro ha pasado, le queda un magnífico y dorado declive por delante y será en lugares como el Mercat de Sant Antoni donde su llama brille con más fulgor. No será el lugar más bello, ni será antes las gentes de mejor cuna o fortuna, pero tener por bien seguro que en esas humildes arcadas de mercado de abastos, la magia que encierran los libros usados muestran su mejor cara.

Les dejo, en mejores manos, las de Javier Pérez Andújar, disfruten.
by PacoMan

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JAVIER PÉREZ ANDÚJAR


SÁBADO, 24 DE DICIEMBRE DEL 2016


Las paradas de libros del mercado de Sant Antoni eran todas juntas como un animal vivo. La criatura más fascinante, imprevisible y, dentro de su especie, la más antigua de Barcelona o acaso del planeta. Un ser libre, acosado ahora por el más ladino de los cazadores: la reforma urbana. La misma que, como siempre, una vez hubiera cobrado y despedazado su pieza, despreciaría la carne muerta y comerciaría con la piel arrancada en forma de postales conmemorativas, de libros con muchas fotos en blanco y negro, de reproducciones 'vintage', y exhibiría su cabeza disecada en el lugar más visible a modo de sádico homenaje. Pero todavía ese animal que era el mercadillo luchaba por escapar... Barajando semejantes ideas se había levantado aquel domingo el señor Jaume Corberó, vecino del Bon Pastor y escritor de novelas retirado. La inmensa mayoría de ellas, tal vez unas doscientas, firmadas con el seudónimo de James Corby; la inmensa mayoría de ellas, publicadas en la colección Safari ('Los tigres tienen hambre', 'Infierno de marfil', 'El guardián entre el centollo'... ); la inmensa mayoría de ellas, emergiendo ahora en Sant Antoni como pecios, como restos de un antiguo naufragio entre precipicios de libros, farallones de tinta. Al señor Corberó, cuando se conocía su apellido, siempre le preguntaban si estaba relacionado con el famoso fabricante de cocinas, y él encogía sus anchos hombros y respondía invariablemente que pudiera tratarse de otra rama familiar, pero que ambos eran... desde luego Corberó.


Ya se imaginaba el señor Jaume Corberó que ese domingo no se habrían instalado todas las paradas; pero como le habían dicho que aun y todo siendo el día de Navidad también abrirían, madrugó relativamente, se afeitó despacio con aprensión de cortarse, se masajeó con Floïd Vigoroso, contempló en el espejo su orondo rostro con el compañerismo de los solitarios, se guardó doblada en un bolsillo del chaquetón de cuero una bolsa del súper y salió a ver libros. Libros usados que llegan de nuevo como si volviera un amigo de antaño, la amistad es un pájaro migratorio. Libros leídos por ojos desconocidos, pasadas sus páginas por manos que nunca van a tocarse. Libros que han sido llevados en otros bolsillos, dormidos en otras camas, leídos en otras sillas. Pero son nuestros, nos pertenecen de un modo privado porque ya han sido humanos. Nada más interminablemente humano que el inmenso mar de libros revueltos de Sant Antoni. Tempestad de vidas y de biografías. A lo que el señor Jaume Corberó iba los domingos al mercado de Sant Antoni era a vivir. Las palabras son lo más parecido que tenemos a la vida, porque son lo más inmortal que hemos creado.



'EL MAESTRO DEL JUICIO FINAL'

En la parada de un librero gordo que nunca hablaba, el señor Jaume Corberó sintió curiosidad por 'El maestro del Juicio Final', una novela de miedo y misterio de Leo Perutz, autor que ahora estaba volviendo por la puerta grande a ponerse de moda, y la pescó con sus dedos consumidos y todavía rápidos. Se puso las gafas de vista cansada para leer lo que decía en la solapa. No admitía que se le hubiese fatigado con tanto como le quedaba por ver. Porque no era gran cosa lo que habían contemplado sus ojos, salvo la torre de Londres y la sede de Scotland Yard durante un corto viaje hacía más de medio siglo, todo el cine del mundo, eso sí, y los miles de folios que entraron por el carro de su máquina de escribir. Pero estos venían siempre en blanco.



Para el señor Corberó, lo más auténtico, lo más genuino del mercadillo, eran los carros donde traían y llevaban los libros. Cabía dentro de cada uno una parada entera; bien calculado, unos 500 o 600 kilos de papel. Eran muebles de museo, antiguos y maravillosos, ahora con la madera carcomida y el hierro viejo, veteados con remiendos de otras maderas como la chaqueta de un vagabundo. Pero es que leer es lo más vagabundo. Acaso les hiciese falta una restauración, algún cuidado para que no se echasen a perder irremediablemente. En realidad se había perdido un montón, encima se trataba de los más antiguos, cuando los libreros fueron exiliados a una carpa en la cercana calle Urgell al empezar las obras del mercado. Los comerciantes que, por vejez o cansancio, renunciaron a proseguir con las paradas fuera del recinto se desprendieron de ellos, y acabaron destruidos a hachazos porque ya no hacían falta. Ahora quedaban apenas sesenta carros, que entre semana se guardaban en los almacenes de la calle Borrell y del pasaje de Sant Antoni abad. Algunos modelos estaban inspirados en un tipo de carro popular en Alemania. El señor Corberó recordó cuando su madre le advertía que, si no estudiaba, el día de mañana sería un 'camàlic', uno de esos que empujan carros, y pensó que quizá no debió de esforzarse lo suficiente pues se había pasado la vida empujando el carro de la máquina de escribir. Pero tampoco se arrepentía de no haber servido más que para los libros. Con ellos el mundo era mejor.


Tomado de El Periodico.

MERCAT DOMINICAL DE SANT ANTONI

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by PacoMan 

En 1968 nace. Reside en Málaga desde hace más de tres lustros.

Economista y de vocación docente. En la actualidad, trabaja de Director Técnico.


Aficionado a la Ciencia Ficción desde antes de nacer. Muy de vez en cuando, sube post a su maltratado blog.

Y colabora con el blog de Grupo Li Po


Actualizada el 31/12/2022

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