Fotograma de Nace una canción. |
La negra flor
Para MVGP
Podría mentir y decir que tengo un despertar horroroso, que hasta el segundo café mató con la mirada con más efectividad que un Colt 45. Lo cierto es que no importa a qué hora suene el despertador, yo salto de la cama como un resorte. Sin odio, sin quejas, uno viene a la vida llorado. Ahora bien, los primeros pasos y su estabilidad dependen de si tuve una conversación intensa o no, con Johnnie, Johnnie Walker o con Jack, Jack Daniels. Pero tras el transito hasta el lavabo y descargada la vejiga estoy preparado, operativo para lo que sea menester.
Y hoy es menester transportar un cargamento de Whisky de A a B (perdonadme que no os diga los emplazamientos, cuanto menos sepáis mejor para todos). Y como vengo haciendo desde hace demasiado tiempo, me pararé en un recodo, quizás el más árido del trayecto y regaré un rosal. Quizás algún día os cuente de donde saqué el rosal, pero esta vez sólo os voy a contar la historia más triste de estas dos décadas y pico del siglo XX. Deciros que da flores negras, rosas negras, pocas, pero negras como la montura de las gafas de Frank Karay, el diablo más sonriente que haya pisado esta América de sueños de libertad esplendorosos y realidades de esclavitud horrorosas.
Cartel con los personajes de El Padrino |
He perdido la cuenta del tiempo que llevo trabajando para una pequeña familia de la mafia. Somos casi invisibles y de todos ellos, el que más pasa desapercibido soy yo. No he prosperado, no tengo territorio, ni hombres a mi cargo, pero sigo vivo. Yo los entierro a todos… no es que yo los mate, sino que después de la humareda de los disparos, de llevar a los heridos a esas mierdas de clínicas de infección y muerte, alguien tiene que limpiar el estropicio, y siembre soy uno de ellos. Soy más útil que un Smith & Wesson 38 M&P. Pero no hemos venido a hablar de mí, ni tan siquiera de Frank Karay, sino de la leyenda del dolor de su novia Leticia.
Fotograma de Goodfellas |
Me viene bien dictarme a mí mismo estas líneas mientras conduzco el camión. El viaje se me hace mucho más corto. A veces, como en esta ocasión apesta a whisky, a los chicos se les ha debido romper algunas cajas al cargarlas. Si me para algún coche de policía que no esté en nómina de La Familia, voy a San Quintín del tirón. Nunca he estado en la cárcel, retenido en comisaria y enjuiciado muchas. Pero siempre acabo absuelto o con condenas insignificantes dictadas por un juez en nómina de mi Familia. En esas ocasiones he recibido presiones de todo tipo por parte de los fiscales honestos que aún quedan en la ciudad. Mentiría si dijera que no siento respeto por ellos, por su valentía e integridad. Pero yo jamás colaboraría, antes me arranco la lengua que traicionar a los míos, que defraudar a mi Familia. En La Familia se está, se puede llegar, pero una vez en ella: “se está”. Y yo se estar, llevo toda la vida estando, desde que volví de la Gran Guerra con una medalla al honor que no me dio para llevar una vida de civil honrado.
Leticia llegó, de donde llega la esperanza y el brío: directamente de una minúscula ciudad rural como lo son todas en el medio oeste. El alquiler y los “tocamientos” del encargado del garito The shimmering swan donde ejercía de corista, la trajeron a la realidad cruda y sin anestesia de la gran ciudad. Nadie recuerda cómo se conocieron Leticia y Frank, ese Frank de sempiternas gafas de Carey. Incluso, cuando lo enterré, se las coloqué, pese a que le habían volado la nariz. Pero nadie en la ciudad olvida lo de Nicky quickly hands. El mote lo ganó con su tremenda habilidad con las navajas mariposa, su sexto dedo de la mano derecha.
Fotograma de Nace una canción. |
Quien la ha visto y quien la ve. Desde el funeral con ataúd vació, el rímel de Leticia se corrió y nunca más volvió a su sitio. Seguía siendo la hembra más atractiva y con más curvas de los garitos que frecuenta, sobre todo La negra flor, pero unas veces por compasión y otras por la leyenda que la acompañaba, ningún hombre se le volvió a acercar. Y sí lo hicieron muchos indeseables y mucha chusma extranjera, que intentó hacérselo con ella. En nada ayudaba que siempre llevara tres copas de más, que bailará el charlestón como si no hubiera mañana y que se ahogara en el culo de su sempiterno whisky cuando sonaban esos tristes y lentos temas de trompeta y piano, jazz-blues les llaman, cuando deberían llamarles “quejidos de los sin alma”. Leticia los rechazaba por igual, a todos, no tenía ojos más que para el recuerdo de su Frank. La mayoría, en el fondo buenos chicos pero desgraciados y desposeídos de todo, la dejaban en paz tras insistir lo normal. Lo que un hombre consideraba normal mirando a esa hembra de bandera. Si alguno, chispeado o no, se excedía, siempre había un muchacho de nuestra familia o de cualquier otra que despachaba al fulano con un guantazo y la breve pero estremecedora visión del culo de las 38 M&P. Sé de alguno que tuvo que ver y oír el tronar de estos magníficos revólveres, lo sé bien, me tocaba deshacerme del desgraciado, sin rastro, sin nombre, sin cruz y sin lamentos. Nadie repara en mí, nunca, salvo cuando llegan esos momentos, que el cadáver se desangra en el suelo y emerge la duda de si la patrulla de policía estará o no en la nómina de su cabeza de familia. Siempre, mi servicio era requerido, luego ya nuestros mayores aclaran su precio. Nosotros, los operativos, los infantes del crimen ya lo sabíamos, y con el debido respeto se dirigen a mí, y en nombre de su familia solicitan mis servicios de limpieza. Yo educado acepto el encargo y hago lo mío. Pero ya estoy hablando de nuevo de mí.
No negaré que llevé muchas noches a Leticia a su camastro de mala muerte, allí sobre La negra flor, donde la dueña la dejaba dormir por pura conmiseración. Le quitaba los zapatos, la metía en la cama y la tapaba, apagaba la luz y le deseaba buenas noches. Nunca me contestó, a lo sumo movía una mano. Pero al día siguiente, al verme me sonreía con los ojos y asentía levemente con su cabeza. Nunca supo mi nombre, ya os he dicho que casi nadie repara en mí, salvo cuando se me necesita. Pero eso es porque yo, se hacerme visible, cuando se me necesita. Podría mentir y decir que lo aprendí en la Gran Guerra, allá en Francia. Pero no sería verdad, es cierto que serví y que desde entonces ni un solo día me he separado de mi 38 Military & Police reglamentario. Pero a desaparecer y reaparecer a placer lo aprendí en mi pueblo de mala vida y mejor muerte. Pero no quiero hablar de eso ahora… ni nunca.
Estoy llegando al recodo, aminoro la marcha y miro por el retrovisor antes de salirme de la calzada para estacionar en el arcén. Es un momento, no tardo mucho. Salto del camión, voy a la parte trasera y recojo la regadera que tuve la precaución de llenar en el garaje antes de salir, y un azadón. Los chicos nunca me han preguntado por que siempre llevo las herramientas de enterrador, ya saben lo que deben saber. Siempre son cuidadosos, han aprendido a no preguntarme, nunca respondo a esas cosas. Llego al rosal en unos pocos minutos de suave caminata. Estirar las piernas me viene bien, yo que siempre acecho a las sombras. Con el azadón limpio de malas hierbas el entorno de la tumba de Frank y remuevo un poco la tierra para que el agua se filtre más fácilmente. Sé que esta tierra es mala de cojones, mala para los rosales, casi tanto como lo son los Estados Unidos para las personas, aunque si alguien me lo dijera de viva voz le descerrajaría dos tiros con mi 38 M&P, sin mediar más palabras. Pero la verdad es la verdad y yo hace tiempo que dejé de engañarme. Hago lo que tengo que hacer porque es lo que hay que hacer y porque es lo mejor para la Familia, para mi Familia. Acabada la limpieza y esponjado el suelo comienzo a repartir el agua en círculos en torno al rosal, de fuera a dentro, siendo más intenso al final. Acabo el trabajo, me retiro unos pasos y contemplo el rosal. Si considero que alguna rama, por briosa que sea, entorpece el buen crecimiento del rosal, la podo con mi navaja de muelle. Esta vez no es necesario, no ha llovido mucho en el tiempo que me he ausentado. El rosal no ha crecido demasiado. Me marcho por donde he venido, guardo las herramientas en la parte de atrás del camión, me subo a la cabina y arranco el motor. Sigo mi trayecto hasta B, para entregar el cargamento de alcohol.
Fueron días de flores, vino y risas. Frank con sus gafas de Carey y Leticia con su brillante sonrisa estaban en todos los saraos, en cualquier sitio donde se estuviera que estar, allí, los primeros: guapos, esplendorosos y refulgentes aparecían. Eran la comidilla no sólo de los bajos fondos, sino de la ciudad, con sus políticos, jueves y policías que no dan para juntar cinco hombres honrados entre todos ellos. Dos flores del fango, dos florecillas entre la nata de la sociedad. No negaré que los miraban con condescendencia y murmuraban barbaridades a sus espaldas, por cierto, casi todas ciertas. No nos engañemos, Frank era un puto gánster, sanguinario, pendenciero y presumido. Muy presumido. La Familia, mi Familia, su familia prosperó mucho con él como segundo. Yo me pasaba buena parte del día, limpiando los desaguisados. Mucha muerte, demasiada para no acabar llamando la atención de los demás clanes mafiosos. Mientras nuestra Familia se nutrió de los restos, de los deshechos que casi nadie quería, a nadie le importó. Pero otra cosa era hacerse tan rápidamente con territorios y encima brillar en el candelero de la vanidad local, apareciendo incluso en alguna de las fotos de sociedad de los periódicos. Siempre de lejos, en el fondo, pero allí estaban Frank y Leticia, Leticia y las gafas de Carey.
Ha pasado el tiempo, pero la ciudad aún recuerda lo de Nicky quickly hands: fue un sábado noche en La negra flor. El local estaba lleno, Leticia y las gafas de Carey de Frank, con él como soporte ocupaban la pista de baile, con el glamour que tienen los guapos al bailar charlestón. Nicky y su chica entraron a la pista de baile, nadie podía sospechar en que iba a acabar la cosa. Porque nadie vio cosa alguna, hasta que Leticia empujó con cajas destempladas a la chica de Nicky. No tuvo que ser un pisotón imprudente o un empujón descuidado lo que llevó a Leticia a reaccionar así. Todos habíamos visto mil veces bailar a Leticia y como solventaba los pequeños lances del baile con una sonrisa en los labios. Aquel incidente no era natural. Pero lo que me confirmó que aquello estaba premeditado fue que Nicky, sin mediar palabra se abalanzó sobre Frank, que se había acercado a separar a las chicas. Sin embargo, pudo percibir como Nicky sacaba a bailar la navaja de mariposa. Todos nos quedamos boquiabiertos con el movimiento de Frank, se dejó caer abriendo las piernas como una corista o una gimnasta, a la vez que su navaja de muelle trazaba un arco hasta el cinturón de Nicky. La navaja de mariposa no encontró cuerpo alguno en el que clavarse por lo que el gesto de lanzar la estocada lo desequilibró. Momento que aprovecho Frank, que desde el suelo, zancadilleo con su brazo al sorprendido manos ágiles. Cayó y al intentar incorporarse rápidamente, los pantalones liberados del cinturón no subieron con el resto del cuerpo. Lo que llevo de nuevo al suelo al gallito de la Familia Sorrento, nuestra principal familia rival y a la que Frank había estado arrebatando más negocios. Frank fue pateando el culo de Nicky de la forma más vejatoria posible. Nicky intentaba a la vez y sin suerte alguna: subirse los pantalones, levantarse y defenderse con la navaja. La escena fue grotesca, una vez todos fuimos conscientes que Frank no iba a matar a Nicky, que sólo quería sacar del club a la pareja de la forma más ridícula posible, el pánico inicial dio paso a la hilaridad más estruendosa, algo que nunca más he visto ni oido en mi vida. No hubo heridos, no se derramó ni una gota de sangre, pero se dio la mayor de las posibles puñaladas y la recibió el amor propio, la autoestima de Nicky. Todos, casi todos, fueron a aplaudir y celebrar la audacia con la que Frank resolvió el asunto, los muchachos de la Familia Sorrento, la familia de Nicky, se retiraron discretamente de La negra flor. Nada más pasó esa velada. Leticia y Frank coronaron su reinado, fueron el centro neurálgico del universo, al menos de nuestro universo. Fue su gran noche y también fue la última.
A la mañana siguiente, temprano me aposté, en la callejuela (un conector de backyards) más estrecha y oscura, pero bien comunicada con las calles que demarcaban los límites del territorio de mi Familia y la Familia de Nicky. Deduje que Frank temiendo un ataque de los Sorrento visitaría personalmente y temprano nuestros hombres de “frontera”. Y como yo, también lo deduciría Nicky. Y este lugar era el más adecuado para un ataque. Así fue, Nicky apareció por el extremo superior de la calle, y Frank lo hizo por el inferior, comenzaron a acercarse, pero mi intervención sorprendió a ambos. Salí gritando como cuando asaltábamos las trincheras de los Boches allá en Francia, con la 38M&P desenvainada y apuntado a Nicky, de un solo disparo lo abatí. Uno no se hace merecedor de una medalla del congreso por cualquier cosa. Casi nadie lo sabe, pero tengo una extraordinaria puntería, que no ha mermado con el paso de los años y los hectolitros de bourbon. Así, en el anonimato, consigo que nadie venga a desafiarme para labrarse fama como pistolero. Fui hacia Frank, que a duras penas comenzaba a entender que había pasado. Cuando llegué a su altura, le disparé directamente a la cara, volándole la nariz y con ella la mitad del cerebro. Y rápidamente me volví a esconder en mi agujero, junto a las dos grandes lonas que tenía allí preparadas. Dejé pasar un rato, hasta que empezaron a llegar los primeros curiosos que rápidamente llamaron a los muchachos de las familias. Cuando ya hubo suficientes de ambos bandos, salí de mi escondite con ambas lonas. Me acerqué primero al cadáver de Nicky lo observé, como si me cerciorará de su defunción. Y luego hice lo mismo con el de Frank. Busqué al muchacho de mayor jerarquía de los Sorrento, me dio su visto bueno con la cabeza. Envolví cada cadáver en una lona e hice mi trabajo, ese que tantas veces me han visto hacer.
Nadie vio lo que realmente pasó o a nadie le intereso contar algo distinto a que los dos gallitos de pelea de dos Familias se habían enfrentado en un duelo por el honor mancillado de Nicky, por lo que pasó la noche anterior en La negra flor, matándose el uno al otro. Las dos familias con sus roces y desavenencias no iban a entrar en una guerra por este altercado, ya que el honor de ambas estaba a salvo. Además, los Sorrento habían conseguido lo que buscaban: sacar de la circulación a Frank. Nuestra Familia se había ahorrado una guerra con los Sorrento, dejó de llamar la atención y pronto nos olvidaron. Sin Frank Karay, todo volvió a ser como antes. Sólo quedó Leticia y su dolor de leyenda. Yo siempre hago lo que tengo que hacer y hago lo que es mejor para mi Familia. Es mentira, en las calles de esta gran ciudad no se libra una guerra. No, las guerras acaban, lo sé he luchado en una. Aquí se libra la vida. Vivir otro día más, es el premio de luchar en las calles de esta gran ciudad. Y yo en lo de sobrevivir soy de los mejores. Pero ya estoy hablando otra vez de mí
Tomado de Neaconatus
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