De izquierda a derecha: Guillermo Rodriguez, dos personas que nos falta identificar, Carlos Yusti en la cuarta posición, Miguel Torrence y Maritza la esposa de Torrence. Fotografía de Yuri Valecillo |
Estimados Amigos
El pasado viernes 18 de marzo de 20016, a las 9 de la mañana falleció Miguel Torrence. Uno de ls piares fundamentales de a cultura en Valencia y en el estado Carabobo.
A modo de homenaje compartimos con ustedes esta breve semblanza de Miguel Torrence escrita por Carlos Yusti.
Buen Viaje Miguel
*******
Carlos YUSTI
De joven, o más bien en esos días en que era un vago con los
bolsillos llenos de sueños desmantelados y la bravuconería barriobajera a flor
de piel, merodeaba por la escuela de teatro Ramón Zapata, frente a la plaza
Sucre. No iba por conocer la entraña argumental del teatro como arte y cosa,
mucho menos para saborear la magia del drama o la comedia servida en calienta
al público asistente. No, sólo iba por las actrices, por su vuelo vaporoso
hacia otros personajes y los senos y los muslos, claro. Yo creo que Miguel Torrence (1949-2016) se metió en esto del teatro también por las actrices y ese mundo
irreverente y bohemio que traspiraban los cómicos de la lengua en ese gran
teatro que es la calle y la vida.
Plaza Sucre |
Lo cierto es que Miguel fue tomándole el ritmo a esto del teatro y
poco a poco se fue convirtiendo en un monstruo (en el peor y mejor sentido) de
la actividad teatral en el país. En una entrevista que le hizo E. A. Moreno-Uribe, y la cual se puede lee por Internet, Miguel explica: “Estudié en
la valenciana Escuela Ramón Zapata con el maestro Eduardo Moreno y debuté como
actor hacia el 11 de octubre de 1960, en un espectáculo con los textos Petición de mano y El aniversario de Chejov. Me dediqué de lleno a la dramaturgia y la
dirección y por eso ya contabilizo más de 300 montajes y unas 60 obras
escritas”. Su visión del teatro no era para nada esquemática; le gustaba
explorar las posibilidades de asombro creativo que el teatro podía brindar y
por esa razón sus versiones teatrales de Brecht, Ibsen o Strinberg siempre
ofrecían una vuelta de turca más de autores algo polvosos, pero que Torrence
sabía ajustar a nuestro tiempo para explorar lo humano desde esa hoguera de las
vanidades y la mala conciencia política. Sobre la obra el El proceso de Lucullus, de Bertold Brecht, convirtió, como él mismo
lo ha dicho, la sala de teatro en un gran mercado libre, para recrear la obra
desde un contexto latinoamericano y exprimir todas sus variaciones políticas.
Para Miguel, militante en rojo profundo, el teatro se convirtió en
una trinchera, pero su genialidad vitalista y a contracorriente no le permitía
el panfleto teatral y siempre buscaba lo novedoso en la puesta en escena. Lo conocí
primero por su leyenda militante y luego por su mítica participación en la obra
Experimento número 1, que ofreció una aire vanguardista a un
teatro un tanto escolar.
Lo conocí en persona mucho después a través de mi amigo (y
fotógrafo) Yuri Valecillo y no me resultó tan friki como su leyenda y me pareció más bien un señor miope que veía
mucho mejor a través de los anteojos del teatro. Era un gran lector. Además
elogiaba, sin lamesuelismo, mi librito sobre Pocaterra y yo por mi parte respetaba
su quehacer teatral en volandas y con la creatividad pisándole los talones. Con
Miguel hablábamos de sus nuevos proyectos, de los libros leídos, de Sartre, Strinberg,
de las obras que escribía. Nuestra entrañabilidad con las actrices nunca fue
tema en estas tertulias y no por pudor, sino por despiste romántico. En el
fondo Miguel era un romántico pasado por el comunismo inteligente y no ese de
consignas y dogmas. Esto sin duda marcó su estilo de vivir y de hacer teatro:
siempre desechando las convenciones, siempre de enemigo del pueblo por subrayar,
tanto en el existir como en el escenario, sus convicciones/pasiones.
A pesar de su militancia otra,
le gustaba mucho Strinberg y Henrik
Ibsen. Creo que también Samuel Beckett. Le atraía ese teatro en el que los
personajes poco a poco van dejando a la intemperie el alma con sus soles
negros. No era amable con ese teatro tan predecible y tan rajatabla.
Recuerdo que para el montaje la obra El pequeño Eyolf de Ibsen, concibió trasformar el escenario es una
jaula en la cual los personajes se
moverían como pequeñas ratas feroces. El gran armatoste, de hierro y cabilla,
era estrambótico y un tanto aterrador.
En su cabeza Torrence concebía la obra como un laboratorio que en vez de ratas
tendría hombres y mujeres rabiosos encerrados en esa jaula de sus odios,
miedos, prejuicios y pequeñeces. Además
le dio un papel al viejo Valecillo*. Como es lógico este Ibsen se vivificaba
desde una perspectiva nada ortodoxa, pero la jaula era una metáfora que le
quitaba frescura e impacto a la actuación, pero así y todo la obra tenía esa
costura surrealista y tétrica que desconcertaba mucho a los espectadores.
Si algo distinguió el trabajo como director de Miguel Torrence fue
esa pasión irreverente por hacer del teatro un espacio crítico lleno de lirismo
cromático y de esa geometría iconoclasta que exploraba todos los riesgos
escénicos como intentado descubrir, a través personajes desgarrados y
volátiles, el alma del tiempo que le tocó en suerte. Su genio punzante y
descreído atrajo a sus amigos y enemigos de rigor.
Samuel Beckett |
Lo cierto es que su huella en el teatro nacional ha quedado, lo
demás, incluso este texto, es sólo fraseo de principiante. La última vez que
hablamos estaba preocupado por Sartre, por su teatro. Estaba en una relectura
pasionaria. Le dije para desalentarlo: “Sartre más que un escritor, era una
especie vedette turbia de pupitre. Además es un autor hoy sólo de libros de
remate, pero Camus ese si…” Miguel me dijo un tanto teatral, extendiendo los
brazos: “Soy un existencialista por costumbre, la nausea todavía me dura”.
Nunca le dije maestro. Aunque creo que no le hubiese gustado. De
todos modos el título se lo ganó en buena lid. Sus enemigos están más tristes
que sus amigos, ya no tienen donde hincar su tridente. Como ratas, de ese
laboratorio de la pequeñez y la intriga al que pertenecen, ya no tendrán donde
roer su falta de genio, su amargura de no tener talento. A veces el mundillo
cultural es una nausea y mira que no soy existencialista.
Miguel era como yo: un autodidacta. Y como yo leía mucho. Sus
padres le quemaron los libros para que no se enfermara, pero Miguel, ay, ya
estaba enfermo de literatura. Enfermedad que vertió con gran acierto y
competencia en el escenario y eso se le agradece. La oscuridad se cierra como
un parpado. El público espera. Se abre el telón y la maquinaria del sueño y la
imaginación se echa andar como una callada mariposa que vuela en la oscuridad.
*José Valecillo: Carpintero, esperantista, actor, guerrillero y lector de teatro. Padre del fotógrafo Yuri Valecillo.
*******
Carlos Yusti en Barcelona, con la estatua de Colon al fondo, al final de la Rambla donde desemboca en el puerto. |
Carlos Yusti (Valencia, 1959). Es pintor y escritor. Ha publicado los libros Pocaterra y su mundo (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Carabobo, 1991); Vírgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994) y De ciertos peces voladores (1997). En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el 2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categoría Crónica, por su libro Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión. Como pintor ha realizado 40 exposiciones individuales. Fue el director editorial de las revistas impresas Fauna Urbana y Fauna Nocturna. Colabora con las publicaciones El correo del Caroní en Guayana y el Notitarde en Valencia y la revista Rasmia. Coordina la página web de arte y literatura Códice y Arte Literal
No hay comentarios:
Publicar un comentario