jueves, 27 de septiembre de 2018

RETRATOS Y TORMENTOS, de Luz Machado



Luz Machado



Crónicas del Olvido

RETRATOS Y TORMENTOS, de Luz Machado

**Alberto Hernández**

1.-

Este libro tiene dos maneras de leer. En prosa y en verso. El primer libro, “Retratos”, narra eventos y traza la imagen y las figuras de distintos personajes, pero igual del paisaje que envuelve a quienes se mueven en estas líneas. Una atmósfera en la que la primera persona se pasea por el plural mayestático para luego sumergirse en el yo profundo de la poeta, en ese yo propio, pero también ajeno que habla desde la desesperación, el arrebato de la luz, desde la ausencia.

Estos retratos vivos destacan rostros, cuerpos enteros, vidas interiores, colores, fisonomías, orígenes, geografías espirituales. La belleza de estos textos viene acompañada de una suerte de quietud en la que las palabras pueden saborearse en distintos tonos.

Es una poesía decantada, precisa, descriptiva, pero también atada a los verbos que cuentan las peripecias y reflexiones de quienes son habitantes nostálgicos de ella.

De su país se trajo la estatura, su fuerza corporal y su idioma distinto. Cuando pasa en bicicleta por la calle, seguramente recuerda las calles de su pueblo, porque canta bajito una melodía que yo recuerdo haber oído en su país y que aquí, bajo el sol nuestro, es como un paisaje en una postal, volando.

De sus ojos, uno se entorna, pestañeante. El otro se abre hierático, vidrioso. Así, parece su cabeza la de un dios antiguo que prefiere no ver sino a medias el mundo. Sus manos, cuando sueltan o aprietan los tornillos de las llaves del agua, lo hacen como si abrieran o cerraran las fuentes mismas de la inmortalidad. Por algo vino de Italia, el país más azul que he conocido”.

Este trozo de existencia contada en este poema se ajusta a nuestros días, cuando el país se riega por el mundo producto de una diáspora provocada por un poder cruel. Leer estas imágenes nos lleva a nuestros orígenes, a aquel país que se hizo con las manos y la fuerza de quienes fueron nuestros abuelos, nuestros antepasados. La poesía revisa ese mapa afectivo y pedregoso a veces que se ha ido borrando con los años.

Este retrato de aquellas horas podría tomarse como un tributo a quienes siempre han sido emigrantes, desplazados y luego bienvenidos a la nueva tierra de su labor.





2.-

La segunda parte de esta aventura poética de Luz Machado se alista con un epígrafe de Antonio Machado:

Se miente más de la cuenta
por falta de fantasía
también la verdad se inventa”.

Y desde ese mismo instante en que este aforismo aparece ante los ojos del lector, Luz Machado ilumina sus “tormentos” con otro de Fray Luis de León:

“Yo cantaré, y diré que soy tu hechura”.

Ambos textos se tocan, se rozan, se complementan. Mentira, fantasía, invento: en el mismo colador: creación. Canción, hechura. Se canta desde el invento para hacer, para crear, y desde la mentira para crear un nuevo lugar, una atmósfera, un mundo distinto, mejor o peor. Tormentos. La esencia de lo que viene.

El primer poema, “Reconocimiento”, de esta parcela de imágenes, dice:

Gritaban el improperio y la blasfemia
igual que látigos cerca del rostro.

Y no sabía que era para ahuyentar
Sus propios demonios.
Y alejarme”.

Se somete la lectura a la presencia de varios ecos, personajes, simulaciones, hasta decantarse en uno, el blasfemado, el insultado, el atormentado. Los versos, livianos, ligeros de equipaje, viajan por la comprensión del lector.

Son poemas escritos en la década de los años 60 del siglo pasado. Son poemas que vienen de unos retratos, de rostros que ya estuvieron, que se quedaron en las repisas, llenos de polvo. Pero quedan las voces en el aire, en la memoria que ahora es página escrita, cómplice lectora.

En “El sacrificio”, Luz Machado usa sustantivos duros, dolorosamente significativos: “martirios, verdugos, despojo, monstruos, castrados, apedreada, mofa, vituperio, locura, etc”. Palabras que se acumulan en quien las pronuncia hasta dejarlas al final como un derrumbe:

…no encontró metal alguno para alcanzar
 la muerte,
 y poco a poco, 
lentamente,
a la sombra del tiempo,
ya viéndolos desnudos,
trasmutada en sorda constelación
de asco y espanto y pánico, 
 se sostiene como idea imposible”.

En estos “Tormentos" se nota la actitud sosegada de quien se sentó frente a su propia desazón y le mostró al lector lo que ahora es su impronta. Leer con la calma, la quietud de quien viene de un viaje, de un antiguo retrato y se descubre.

La lectura, como la escritura, son “Apuestas” tan humanas como bestial son su decir y trazo en el ánimo ambiguo:

El premio ha de ser jugoso.
Corrompido. Pero dulce.
Igual a mayores tormentos.
La víctima al resistir
Es premiada:
¿Pero están bien tus hijos, tu familia?
¿Entonces?...
Metal de sangre para la logia.
Y el lenguaje común y los gestos
aprehendidos.
Esa es el alma nueva. La otra.
Cambiada, silencio. Goce.
En el trueque
no importa la víctima”.

3.-

La muerte, ese viaje que atormenta. Ese silencio que ensordece. La muerte es poesía y cuerpo. Forma y simulación. Quietud e indagación de quien se queda frente al rostro del que comienza el viaje. Ambos son preguntas y respuestas. 

Y así llega la muerte. Entre los versos, ilimitada. Se confirma tema, y una vez más afirma Miguel Casado:

“El sujeto de los poemas vive, pues, desdoblándose, observándose constantemente, convierte sus gestos y contradicciones en motivo de contemplación –angustiada y serena; melancólica”.

El sujeto/ muerte tiene el poder sustantivo de apelar a su poder, a su hambre de ser y estar, de no irse, de ser tema permanente, no sólo de la poesía, sino de todo el pensamiento. la muerte está en todas partes: es.

Luz Machado escribe en “Con orla negra”:

La muerte es insaciable.
 Abre en cualquier momento su almacén de agonías
 sin horarios ni precios
 pero bien caros muertos”.

Y para no dejar o arrastrar dudas, la mira como un evento social, clínico, de horario, carnalmente visual:

TARJETA DE PÉSAME

Cuando una ventolera
pasa el duelo
tocando a rebato sus campanas
de lágrimas
mientras corren los días
y nace la enfermedad
igual a una enredadera venenosa que florece
en fiebre. 
Un día amanece un día
como si no hubiera ocurrido tanto mal
y empezamos a recordar
que el futuro es para el recuerdo
y hemos de olvidarlo. 
 Para no morir del duelo
 y de la enfermedad”.

4.-

Y tan vivo está el sujeto muerte, el sujeto duelo, el sujeto recuerdo y olvido que la misma muerte se olvida de ella, tanto que es necesario recordarla en versos, así como lo hizo Pepe Barroeta, y así como queda escrito en estos versos de Machado:

ESTÁN MUERTOS:

Sí, todos están muertos. 
No es posible que la soledad de otro ninguno
la sientan. 
Que no se abra la puerta por teléfono.
Que no suene la hoja de madera
que cierra nuestra casa
Que no importa si el otro vive o agonía. 
Si tiene pan para la noche y un sorbo de agua
hasta el amanecer. 
Que ninguno se mueve recordando. 
Que ninguno recuerde. 
No es posible. 
Pero ¿cuándo murieron? 
Qué racha o sed los secó
los llevó al otro lado de la gran mirada
de quienes sienten abrirse la memoria
como un frailejón, ávido, nunca afectado 
por el frío, tan lejos, por las lejanas
cimas donde el alma
de la tierra yace helada? 
Están muertos. 
A veces me devuelvo y los sacudo.
Unto con sal de amor la lengua infiel, los ojos
para que les pique la vida y su semilla de fuego. 
Y nada. No comprendo. No comprenden. Parece, sí, 
que están muertos. 
Si no lo estuvieran, se acercarían 
a compartir el ímpetu
que a pesar de todo quiere desenterrarlos
pese a mi propia muerte, 
también”.


José Barroeta. Fotografía de Héctor López Orihuela


El vértigo, el mareo de distanciarse del mundo, de irse lentamente, de acontecerse con lo invisible. De no ser más, pero está el poema, los huesos de las palabras frente a quien abre el libro.

¿Cuánto tiempo hace de Luz Machado? ¿Cuánto de quienes se quejan de poemas, poetas y poesía, sandalias sin pescador y hasta mano en el mentón mientras otro se desdibuja en un poema aprendido? ¿Cuánto hace que la muerte es ella, esa mujer enterrada, convertida en libro?

Y es vértigo otro de sus poemas. Y otro, el “De las condenas”.

Y éste:

TENSIÓN BAJA:
De pronto se siente una necesidad
de quedarse en casa
de la que se sale
cuando también ordenan salir y hablar y hacer
lo que también ordenan”.

Y la soledad, un teatro abandonado, sin personajes, en silencio, hasta el fin, hasta el momento de cerrar la casa, el libro y pronunciar con Luz Machado:

VEJEZ
En la maleta de los viajes,
huele a tiempo guardado”.

Era 1972 cuando el tiempo se hizo en su cuerpo. Y el poema tocó el tiempo actual, el de la muerte, el de la necesidad por el otro, el de llegar a ser cuerpo vencido, poesía.


*******


Alberto Hernández. Fotografía de Alberto H. Cobo.


Alberto Hernández

Nació en Calabozo, estado Guárico, el 25 de octubre de 1952. Poeta, narrador y periodista. Se desempeña como secretario de redacción del diario “El Periodiquito” de la ciudad de Maracay, estado Aragua

Fundador de la revista literaria Umbra, es miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo y colaborador de publicaciones locales y  extranjeras. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria.

En Venezuela ha publicado sus trabajos en la Revista Nacional de Cultura, Imagen, Solar, Poda, et al. Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de CaraboboIntegrante de “Crear en Salamanca”, página digital de la ciudad castellana. Igualmente, en Cervantesmileshighcity de la ciudad de DenverEstados Unidos. Y en diferentes blog nacionales e internacionales.



En 2018 fue reconocido en la XVII Edición del Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana por su novela “El nervio poético”.




Ha publicado los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio (1996). Además ha publicado el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999).  Stravagnza (Italia 2012), 70 poemas burgueses (Caracas 2014), Ropaje (Cancún, México. 2012), Los ejercicios de la ofensa (Estados Unidos. 2010)
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