jueves, 16 de febrero de 2017

Jiro Taniguchi, el poeta del manga.

Por Joan Antoni Fernández




                                    

El sábado 11 de febrero de 2017 nos ha dejado uno de los más célebres autores de manga, el gran Jiro Taniguchi. Apenas contaba 69 años de edad, y en sus manos quedan prisioneras infinidad de imágenes que ya no podrá dibujar. Considerado como el autor japonés más europeo, siendo todo un ídolo en Francia, encontraremos a faltar su trazo depurado y realista, muy en la línea clara franco-belga. Por desgracia, su magia se ha apagado para siempre.



Jiro Taniguchi nació en Japón el 14 de agosto de 1947, en la prefectura Tottori. Sus inicios fueron como los de tantos otros mangakas, los creadores de cómics japoneses. Siendo aún muy joven, en el año 1966, entró a trabajar como asistente en el estudio del dibujante Kyota Ishikawa, donde aprendió la técnica del manga. Ya en 1972, con sólo 24 años de edad, publicaba su primera obra propia, “Kareta Heya” (La habitación ronca).



Ya en aquellos inicios comenzó a publicar historias cortas para varias revistas, llegando a crear en 1975 una serie propia, “Namae no Nai Doubutsu Tachi (Animales sin nombre). Como su título indica, se trata de una historia protagonizada por animales.



Seguirían años prolíficos, primero formando equipo con el guionista Natsuo Sekikawa, junto a quien crearía títulos como “Mubio Toshi” (Ciudad sin defensa), “Nashikaze wa Shiroi” (El viento del oeste es blanco), “Problemas en mi negocio” o “Lindo 3!”, entroncados con el género negro. De dicha colaboración destaca  la extensa “Botchan no jidai” (La época Botchan), cinco volúmenes sobre la obra clásica del escritor Natsume Soseki, mostrando el convulso periodo Meiji en Japón. Dicho trabajo obtendría el Premio Cultural Tezuka Osdamu en 1998.



También conviene mencionar su colaboración con otros guionistas, en especial Marley Karibou. Con este último desarrolló historias repletas de gánsteres y detectives, dentro del más puro género negro. Citemos por ejemplo las historias “Blue Fighter”, “Knuckle Wars” o “Rudo Boy”. Aparte, en colaboración con Shirow Tozaki, publicó el manga “K”. Aunque sería de nuevo con Sekikawa y su obra “Hotel Harbour View” en 1986 cuando llegaría a ser conocido en occidente, en especial dentro de EE.UU., Francia y España.

Kazuo Kamimura

Pero una colaboración con otro de los grandes, el también tristemente desaparecido mangaka Kazuo Kamimura, marcaría un giro inesperado en su carrera. Fue el mismo Kamimura, de quien Quentin Tarantino tomaría prestada su Lady Snowblood para Kill Bill, quien facilitó el contacto de Taniguchi con el cómic occidental. Y aquello lo cambió todo.



Tomando las riendas del guión y orientándose a un público adulto, Taniguchi comenzó a crear historias con personajes complejos, muy alejados de los arquetipos del manga juvenil. Hasta las viñetas eran mucho más elaboradas, ricas en detalles y ambientación, en extremo detallistas. Tan sólo conservó como característico del manga su pasión por  el movimiento, dotando de mayor vistosidad a las historias. Así desarrolló un estilo propio que fue considerado el puente entre la forma de confeccionar el cómic occidental y el estilo del manga japonés.



Ya en los años 90, y con guiones propios de carácter intimista, fue creando obras de gran enjundia. “Aruku hito” (El caminante), Chichi no koyomi” (El almanaque de mi padre) o “Haruka-na machi e” (Barrio lejano), la cual fue merecedora al premio L’Alph Art como mejor guión en el Festival de Angulema de 2003, obteniendo también el premio a la mejor obra en el Salón del Cómic de Barcelona de 2004.



Fue tal su éxito que hasta llegó a colaborar con Moebius, publicando en la revista semanal Morning la obra Ikaru (Ícaro). Con guiones del propio Moebius y de Jean Annestay, aunque debía proseguir en varios volúmenes, esta historia de ciencia ficción sobre un joven que vuela acabó de forma abrupta debido a sus bajas ventas. Al final fue publicada en un único tomo recopilatorio.



Es en pleno siglo XXI cuando Jiro Taniguchi brilla en todo su esplendor. Admirado tanto en Japón como en Francia, incluso siendo publicado en España por el sello Ponent Mon, la lista de sus obras crece cada vez más. Citaremos por ejemplo “Sosaku Sha” (El rastreador), “Seton”, “Hare yuku sora” (Un cielo radiante) y “Mahou no Yama” (La montaña mágica). Esta última sería la primera obra suya publicada en formato europeo y a color. En 2008 publica “Fuyu no dobutsuen” (Un zoo en invierno), historia autobiográfica de su juventud, donde narra la marcha de su pueblo natal a la gran ciudad y sus inicios como ayudante de un mangaka.




Obras de encargo, como “Los guardianes del Louvre” que es una gozada a nivel visual, se dan de la mano con otras como “El caminante”, “El almanaque de mi padre”, “El gourmet solitario” o “Furari”. En todas ellas cada viñeta se convierte en un ejercicio de virtuosismo, transmitiendo una calidez y una armonía inusitadas hoy en día. Un estilo contemplativo con un discurrir plácido, captando atmósferas y emociones. Visionar una obra de Taniguchi es como practicar el yoga o meditar, una fuerza interior recorre al lector y le llena de paz.



Poesía visual, al igual que en los haikus (poema breve japones compuesto por tres versos de cinco, siete y cinco moras respectivamente) se detiene en el disfrute de la belleza implícita en cada momento. Nos deleitamos con el vuelo de un ave o la caída de la lluvia, un sorbo de sake o un caminar sin rumbo fijo; todo resulta hermoso y liviano. Lejos quedan las prisas y los estruendos. Sólo importan las emociones, los recuerdos, los instantes que atesoramos.



En definitiva, la grandeza de Jiro Taniguchi radica en que en todas sus obras nos invita a un viaje emotivo y maravilloso. El destino es un lugar situado en nuestro interior, donde en apariencia no sucede nada. O tal vez suceda todo, porque se trata de nuestra propia vida.





Gracias, Jiro Taniguchi, por mostrarnos tanta belleza.


                                                                                                               Joan Antoni Fernández.



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Joan Antoni Fernández nació en Barcelona el año 1957, actualmente vive retirado en Argentona. Escritor desde su más tierna infancia ha ido pasando desde ensuciar paredes hasta pergeñar novelas en una progresión ascendente que parece no tener fin. Enfant terrible de la Ci-Fi hispana, ha sido ganador de premios fallidos como el ASCII o el Terra Ignota, que fenecieron sin que el pobre hombre viera un céntimo. Inasequible al desaliento, ha quedado finalista de premios como UPC, Ignotus, Alberto Magno, Espiral, El Melocotón Mecánico y Manuel de Pedrolo, premio éste que finalmente ganó en su edición del 2005. Ha publicado relatos, artículos y reseñas en Ciberpaís, Nexus, A Quien Corresponda, La Plaga, Maelström, Valis, Dark Star, Pulp Magazine, Nitecuento y Gigamesh, así como en las webs Ficción Científica, NGC 3660 y BEM On Line, donde además mantenía junto a Toni Segarra la sección Scrath! dedicada al mundo de los cómics. Que la mayoría de estas publicaciones haya ido cerrando es una simple coincidencia... según su abogado. También es colaborador habitual en todo tipo de libros de antologías, aunque sean de Star Trek ("Últimas Fronteras II"), habiendo participado en más de una docena de ellas (Espiral, Albemuth, Libro Andrómeda, etc.). Hasta la fecha ha publicado siete libros: "Reflejo en el agua", "Policía Sideral", "Vacío Imperfecto", “Esencia divina”, “La mirada del abismo”, “Democracia cibernética” y “A vuestras mentes dispersas”. Además, amenaza con nuevas publicaciones. Su madre piensa que escribe bien, su familia y amigos piensan que sólo escribe y él ni siquiera piensa.


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                                                                                                        Actualizada el 02/03/2024

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