jueves, 28 de septiembre de 2017

Borges, el humorista descatalogado







Estimados Liponautas

Hoy tenemos el gusto de hacerles llegar una nueva entrega de nuestro amigo y siempre diligente Carlos Yusti.

Disfruten de la entrada.



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Carlos Yusti



Miércoles 28 de Junio de 2017


Hay muchos Jorge Luis Borges. Sus abundantes glosadores, tesistas, críticos, hagiógrafos y algunos etcéteras se lo han repartido a placer, como si de un pastel se tratara. Hay Borges para todos. Incluso sus detractores lo han llevado a la mesa de operaciones y le han hecho incisiones, con el bisturí de la bilis, sin contemplación alguna.



En un viejo libro titulado Contra Borges, y que conservo como una extraña curiosidad bibliográfica, varios escritores la hacen de cuchilleros (había escrito cirujanos) y diseccionan sus cuentos, ensayos y poemas. Como se dice en el argot boxístico le dan hasta con el tobo. La afilada lengua de sus colegas asegura que a futuro a Borges se le recordará como a ese escritor que solía ser argentino y que hizo malabares con los tigres y los laberintos con cierta competente universalidad, pero a que a pesar de ello la academia sueca nunca le reconoció con el Nobel de literatura.



El referido libro reúne los ensayos de un granado grupo de escritores cuyo objetivo es ver las costuras y las pifias de una escritura que se apoyó en otras literaturas, o que en todo caso glosó con delicada maestría a otros autores. Escritores como Juan Fló, Juan Carlos Portantiero, Jorge Abelardo Ramos, Ernesto Sábato, y Noe Jitrik, por nombrar algunos, barnizan sus golpes bajos con cierta retórica de sesudo examen exhaustivo para disimular, malamente, su predisposición malsana para demoler, sin miramientos, al Borges encumbrado en su pedestal de celebridad intelectual.



De seguro todas estas valoraciones no sean del todo erróneas, pero lo cierto es que en Borges se operó un proceso inverso: estuvo involucrado en movimientos de vanguardia e hizo todo lo impensable en lo que a la escritura se refiere, hasta escribió guiones de cine. En suma, que era todo un incendiario que al final terminó como bombero y por eso Fabián Casas anota: “Escribió manifiestos, pegó una revista mural por las calles de Buenos Aires, dio pelea en estética y en política, se emborrachó y bailó tango hasta el amanecer y caminó sin rumbo fijo por los arrabales de la ciudad para sentir la electricidad de esas zonas donde la ciudad se perdía en el campo. Fue criollista, pensó en la Patria con mayúscula hasta que ésta se convirtió, con los años y las frustraciones, sólo en un lugar donde no estaba Perón. Pero antes apoyó la revolución rusa e intentó ser un Whitman argentino…”.


Borges luego de vivir la escritura desde ese desborde vanguardista se fue desprendiendo de toda esa quincallería innovadora y se encaminó por esa vereda de lo seguro que era esa escritura con todos los ingredientes clásicos ensayados con acierto/éxito por sus autores preferidos, sin contar que iba a utilizar su portentoso arsenal de gran lector para construir su obra como si se tratara de otra página añadida a ese canon de la gran literatura occidental.



Además le sucedió lo peor que le puede pasar a un autor y es convertirse en un escritor para escritores. Umberto Eco reconoció la influencia subrayada de Borges en su propia literatura, sobre todo de sus novelas, lo que lo lleva a escribir: “Lo fundamental en Borges es su capacidad de usar los más variados detritos de la enciclopedia para hacer música de ideas. Sin duda he intentado imitar esta lección (aunque la idea de una música de ideas me llegaba de Joyce). ¿Qué puedo decir? Que, ante las melodías de Borges, tan inmediatamente cantables (incluso cuando son atonales), fáciles de recordar, ejemplares, me siento como si él hubiera tocado divinamente el piano y yo hubiera soplado en una ocarina”. Susan Sontag, Italo Calvino, Antonio Tabucchi, por barajar algunos nombres, reconocen en Borges un escritor difícil de ignorar e incluso un quejoso como Emil Cioran escribió: “…si Borges me interesa tanto es porque representa un espécimen de humanidad en vías de desaparición y porque encarna la paradoja de un sedentario sin patria intelectual, de un aventurero inmóvil que se encuentra a gusto en varias civilizaciones y en varias literaturas, un monstruo magnífico y condenado. En Europa, como ejemplar similar, se puede pensar en un amigo de Rilke, Rudolf Kassner, que publicó a principios de siglo un excelente libro sobre la poesía inglesa (fue después de leerlo, durante la última guerra, cuando me decidí a aprender el inglés) y que ha hablado con admirable agudeza de Sterne, Gógol, Kierkegaard y también del Magreb o de la India. Profundidad y erudición no se dan juntas; él había logrado sin embargo reconciliarlas. Fue un espíritu universal al que sólo le faltó la gracia, la seducción. Es ahí donde aparece la superioridad de Borges, seductor inigualable que llega a dar a cualquier cosa, incluso al razonamiento más arduo, un algo impalpable, aéreo, transparente. Pues todo en él es transfigurado por el juego, por una danza de hallazgos fulgurantes y de sofismas deliciosos”.

En todas las valoraciones y malentendidos en torno a ese Borges exultante de su fama y publicidad (Sábato ha anotado en su denuesto a Borges que la “fama es un conjunto de equivocaciones”) nunca se tomó en cuenta a ese humorista de impecable estampa, a ese burlón chocarrero que en definitiva fue Borges. Sin concesiones ironizó sobre el arte, el patriotismo, la literatura y todo lo que le vino en gana. La academia sueca no lo premia con el nobel no por su inclinación a la derecha, ni debido a que sus textos aparecieran en una revista de la dictadura o porque aceptara complacido una condecoración de Pinochet (actos todos de un humorismo fuera de serie y a contracorriente), sino por ese despliegue de humor tan bizarro, clarividente e inclasificable del que hizo gala cuando todas las equivocaciones de la fama ya no podían hacer mella en su escritura.



En estos días, releyendo los cuentos de Kipling, de Chesterton y de H. G. Wells, percibo los ecos de estos autores en los cuentos de Borges. No sólo en cuanto a los temas, sino a esa estructura lingüística desnuda y eficaz al momento de narrar para atrapar el interés del lector. Autores que traspapeló en su estilo en la cual lo vanguardista ha desaparecido por completo y en la que sólo se distingue ese clasicismo eficaz en la construcción de la frase y el párrafo, siempre cuidando de no caer en lo cotidiano vulgar y apoyándose en los pies de página de una enciclopedia vasta y memoriosa.

Borges en su regreso de la vanguardia se decidió a convertirse en un humorista y se esmeró en pasear su stand-up comedy por el mundo en entrevistas, conferencias y actuaciones públicas. Siempre sus salidas y dardos, cargados de humor, fueron proverbiales. En una oportunidad un periodista, quizá recordando la tragedia del avión argentino que se estrelló en los Andes, le preguntó: “¿Es verdad que en la Argentina hay caníbales?”. Borges respondió de inmediato: “No, ya nos los comimos a todos”. De García Lorca dijo: “Lorca es sólo un gitano profesional”. Con respecto a Cien años de soledad aseguró: “A esa novela le sobran cincuenta años”. En una conferencia le pasaron un papel con una pregunta: “¿Qué opina, Borges, de Nabokov?”. Y él respondió preguntando: “¿Nabo…, Nabo qué?”. Ante la pregunta: “¿A qué atribuye que todavía no le hayan otorgado el Premio Nobel de Literatura?”, y él sonreído respondió: “A la sabiduría sueca”.

Autorretrato de Vasco Szinetar con Jorge Luis Borges en 1982.


Tabucchi escribió que si se indaga en esa paradoja de la vida traspapelada con la literatura se llega a esa especulación de Borges en la que un escritor se convierte en un personaje en sí mismo, en un sueño que algún otro está soñando. Ese humorista descatalogado que fue Borges era ese personaje surgido de ese juego de espejos de su personalidad tímida y circunspecta.



Sin duda en ese futuro (completamente cibernético de bibliotecas virtuales y libros en red) la historia contenida en El libro de arena será estimada como una premonición precursora de la Internet y a su autor (en letra menuda) se le recordará como un humorista argentino que escribió cuentos fantásticos. Como justa equivocación final, tan irónicamente digna del mejor y peor Borges.

Borges en 1983 con una máscara de hombre lobo en una foto de Claudio Pérez Míguez

Tomado de Letralia



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Carlos Yusti en Barcelona, con la estatua de Colon al fondo, al final de la Rambla donde desemboca en el puerto.



Carlos Yusti (Valencia, 1959). Es pintor y escritor. Ha publicado los libros Pocaterra y su mundo (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Carabobo, 1991); Vírgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994) y De ciertos peces voladores (1997). En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el 2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categoría Crónica, por su libro Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión. Como pintor ha realizado 40 exposiciones individuales. Fue el director editorial de las revistas impresas Fauna Urbana y Fauna Nocturna. Colabora con las publicaciones  El correo del Caroní en Guayana y  el Notitarde en Valencia y la revista Rasmia. Coordina la página web de arte y literatura Códice y Arte Literal


 Tomado de Letralia


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Actualizada el 14/03/2023


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