Para mí, la principal dificultad al escribir una autobiografía es encontrar algo importante que contar. Mi existencia ha sido reservada, poco agitada y nada sobresaliente; y en el mejor de los casos sonaría tristemente monótona y aburrida sobre el papel.
Nací en Providence, R.I. -donde he vivido siempre, excepto por dos pequeñas interrupciones- el 20 de agosto de 1890; de vieja estirpe de Rhode Island por parte de mi madre, y de una línea paterna de Devonshire domiciliada en el estado de Nueva York desde 1827.
Casa donde vivió Lovecraft entre 1893 a 1904 en la Calle Angell Nº 454. Fotos enviadas por YogSo y Andrea Boazzi. para visitar la página de donde se tomo la imagen pulse aquí |
Los intereses que me llevaron a la literatura fantástica aparecieron
muy temprano, pues hasta donde puedo
recordar claramente me encantaban las ideas e historias extrañas, y los
escenarios y objetos antiguos. Nada ha parecido fascinarme tanto como el
pensamiento de alguna curiosa
interrupción de las prosaicas leyes de la Naturaleza, o alguna intrusión
monstruosa en nuestro mundo familiar por parte de cosas desconocidas de los
ilimitados abismos exteriores.
Cuando tenía tres años o menos escuchaba ávidamente los típicos
cuentos de hadas, y los cuentos de los hermanos Grimm están entre las primeras
cosas que leí, a la edad de cuatro
años. A los cinco me reclamaron Las mil y una noches, y pasé horas jugando a
los árabes, llamándome «Abdul Alhazred», lo que algún amable
anciano me había sugerido como típico
nombre sarraceno. Fue muchos años más tarde, sin embargo, cuando pensé en darle
a Abdul un puesto en el siglo VIII ¡y atribuirle el temido e
inmencionable Necronomicon!
Pero para mi los libros y las leyendas no detentaron el monopolio de
la fantasía. En las pintorescas calles y colinas de mi ciudad nativa, donde los
tragaluces de las puertas coloniales, los pequeños ventanales y los graciosos
campanarios georgianos todavía mantienen vivo el encanto del siglo XVIII, sentía una magia
entonces y ahora difícil de explicar.
Los atardeceres sobre los tejados extendidos por la ciudad, tal como se ven
desde ciertos miradores de la gran colina, me conmovían con un
patetismo especial. Antes de darme cuenta, el siglo XVIII me había capturado
más completamente que al héroe de Berkeley Square; de manera que pasaba horas
en el ático abismado en los grandes libros desterrados de la biblioteca de abajo y absorbiendo inconscientemente el
estilo de Pope y del Dr. Johnson como un modo de expresión natural.
Esta absorción era doblemente fuerte debido
a mi frágil salud, que provocó que mi asistencia a la escuela fuera poco
frecuente e irregular. Uno de sus efectos fue hacerme sentir sutilmente friera
de lugar en el período moderno,
y pensar por lo tanto en el tiempo como algo místico y portentoso donde todo
tipo de maravillas inesperadas podrían ser descubiertas.
También la naturaleza tocó intensamente mi sentido de lo fantástico.
Mi hogar no estaba lejos de lo que por
entonces era el límite del distrito residencial, de manera que estaba tan
acostumbrado a los prados ondulantes, a las paredes de piedra, a los olmos
gigantes, a las granjas abandonadas y a los espesos bosques de la Nueva
Inglaterra rural como al antiguo escenario urbano. Este paisaje melancólico y
primitivo me parecía que encerrabaalgún significado vasto pero desconocido, y
ciertas hondonadas selváticas y oscuras cerca del río Seekonk adquirieron una
aureola de irrealidad no sin mezcla de un vago horror. Aparecían en mis sueños,
especialmente en aquellas pesadillas que contenían las entidades negras, aladas
y gomosas que denominé «night-gaunts» [espectros nocturnos o «alimañas
descamadas»].
Cuando tenía seis años conocí la mitología griega y romana a través de
varias publicaciones populares juveniles, y fui profundamente influido por
ella. Dejé de ser un árabe y me
transformé en romano, adquiriendo de paso una rara sensación de familiaridad y de identificación con la antigua Roma sólo menos
poderosa que la sensación correspondiente hacia el siglo XVIII En
un sentido, las dos sensaciones trabajaron juntas; pues cuando busqué los clásicos originales de los cuales se
tomaron los cuentos infantiles, los encontré en su mayoría en
traducciones de finales del siglo XVII y del XVIII El
estímulo imaginativo fue inmenso, y
durante una temporada creí realmente haber vislumbrado faunos y dríadas en ciertas arboledas venerables. Solía construir
altares y ofrecer sacrificios a Pan, Diana, Apolo y Minerva.
Lovecraft y su amigo William J. Dowdell en Boston |
En este período, las extrañas ilustraciones de
Gustave Doré -que conocí en ediciones de Dante, Milton y
La balada del Antiguo Marinero- me afectaron poderosamente. Por primera vez empecé a intentar escribir: la
primera pieza que puedo recordar fue un cuento sobre una cueva
horrible perpetrado a la edad de siete años y titulado «The Noble Eavesdropper»
[El noble fisgón]. Este no ha sobrevivido, aunque todavía poseo dos hilarantes esfuerzos infantiles que datan del año
siguiente: «The Mysterious Ship» [La nave misteriosa] y «The Secret of the Grave» [El secreto de la tumba], cuyos
títulos exhiben suficientemente la orientación de mi gusto.
A la edad de casi ocho años adquirí un fuerte
interés por las ciencias, que surgió sin duda
de las ilustraciones de aspecto misterioso de «Instrumentos filosóficos y
científicos» al final del Webster's Unabrigded
Dictionary. Primero vino la química, y pronto tuve un pequeño laboratorio muy atractivo en el sótano de
mi casa. A continuación vino la geografía, con una extraña fascinación centrada
en el continente antártico y otros reinos inexplorados de remotas maravillas. Finalmente amaneció en mí la
astronomía; y el señuelo de otros mundos e inconcebibles abismos cósmicos eclipsó todos mis otros intereses
durante un largo período hasta
después de mi duodécimo cumpleaños. Publicaba un pequeño periódico
hectografiado titulado The Rhode
Island Journal of Astronomy, y finalmente -a los dieciséis- irrumpí en la publicación
real en la prensa local con temas de astronomía, colaborando con artículos mensuales sobre fenómenos de actualidad para un
periódico local, y alimentando la prensa rural semanal con
misceláneas más expansivas.
Fue durante la secundaria -a la que pude asistir con cierta
regularidad- cuando produje por primera
vez historias fantásticas con algún grado de coherencia y seriedad. Eran en gran parte basura, y destruí la mayoría a los
dieciocho, pero una o dos probablemente alcanzaron el nivel medio del «pulp». De todas ellas he conservado
solamente « The Beast in the Cave» [La bestia de la cueva] (1905) y «The
Alchemist» [El alquimista] (1908). En esta etapa la mayor parte de mis escritos, incesantes y voluminosos, eran
científicos y clásicos, ocupando
el material fantástico un lugar relativamente menor. La ciencia había eliminado
mi creencia en lo sobrenatural, y la verdad por el momento me cautivaba más que
los sueños.
Casa donde vivió Lovecraft entre abril de 1926 y mayo de 1933 en la Calle Barnes Nº 10 . Fotos enviadas por YogSo y Andrea Boazzi. Para visitar la página de donde se tomó la imagen pulse aquí |
Soy todavía materialista mecanicista en
filosofía. En cuanto a la lectura: mezclaba ciencia, historia, literatura
general, literatura fantástica, y basura juvenil con la más completa falta de
convencionalismo. Paralelamente a todos estos intereses en la lectura y la
escritura, tuve una niñez muy agradable; los
primeros años muy animados con juguetes y con diversiones al aire libre, y el
estirón después de mi décimo cumpleaños dominado por persistentes pero forzosamente cortos paseos en
bicicleta que me familiarizaron con todas las etapas pintorescas y excitadoras de la
imaginación del paisaje rural y los pueblos de Nueva Inglaterra. No
era de ningún modo un ermitaño: más de una banda de la muchachada local me
contaba en sus filas.
Mi salud me impidió asistir a la universidad; pero los estudios
informales en mi hogar, y la
influencia de un tío médico notablemente erudito, me ayudaron a evitar algunos de
los peores efectos de esta carencia. En los años en que debería haber sido
universitario viré de la ciencia a la
literatura, especializándome en los productos de aquel siglo XVIII del cual tan extrañamente me sentía parte. La
escritura fantástica estaba entonces en suspenso, aunque leía todo lo espectral que podía encontrar
-incluyendo los frecuentes sueltos extraños en revistas baratas tales como
All-Story y The Black Cat-, Mis propios productos frieron mayoritariamente versos y ensayos: uniformemente
despreciables y relegados ahora al olvido eterno.
A Lovecraft les fascinaban los helados |
En 1914 descubrí la United Amateur Press
Association y me uní a ella, una de las organizaciones
epistolares de alcance nacional de literatos noveles que publican trabajos por su cuenta y forman, colectivamente, un mundo en
miniatura de crítica y aliento mutuos y provechosos. El beneficio recibido de
esta afiliación apenas puede sobrestimarse, pues el contacto con los variados miembros y críticos me
ayudó infinitamente a rebajar los peores arcaísmos
y las pesadeces de mi estilo. Este mundo del «periodismo aficionado» está ahora mejor representado por la National Amateur Press
Association, una sociedad que puedo recomendar fuerte y conscientemente a
cualquier principiante en la creación. Fue en las filas del amateurismo organizado donde me aconsejaron
por primera vez retomar la escritura fantástica;
paso que di en julio de 1917 con la producción de «La tumba» y «Dagon» (ambos publicados después en Weird Tales) en rápida sucesión-. También por
medio del amateurismo se establecieron
los contactos que llevaron a la primera publicación profesional de
mi ficción: en 1922, cuando Home Brew publicó un horroroso serial titulado «Herbert West - Reanimator». El mismo círculo, además, me
llevó a tratar con Clark Ashton Smith, Frank Belknap Long, Wilfred
B. Taiman y otros después celebrados en el campo de las historias
extraordinarias.
Hacia 1919 el descubrimiento de Lord Dunsany -de quien tomé la idea del panteón artificial y el fondo mítico representado por «Cthulhu», «Yog-Sothoth», «Yuggoth», etc.- dio un enorme impulso a mi escritura fantástica; y saqué material en mayor cantidad que nunca antes o después. En aquella época no me formaba ninguna idea o esperanza de publicar profesionalmente; pero el hallazgo de Weird Tales en 1923 abrió una válvula de escape de considerable regularidad. Mis historias del período de 1920 reflejan mucho de mis dos modelos principales, Poe y Dunsany, y están en general demasiado fuertemente inclinadas a la extravagancia y un colorismo excesivo como para ser de un valor literario muy serio. Mientras tanto mi salud había mejorado radicalmente desde 1920, de manera que una existencia bastante estática comenzó a diversificarse con modestos viajes, dando a mis intereses de anticuario un ejercicio más libre. Mi principal placer fuera de la literatura pasó a ser la búsqueda evocadora del pasado de antiguas impresiones arquitectónicas y paisajísticas en las viejas ciudades coloniales y caminos apartados de las regiones más largamente habitadas de América, y gradualmente me las he arreglado para cubrir un territorio considerable desde la glamorosa Quebec en el norte hasta el tropical Key West en el sur y el colorido Natchez y New Orleans por el oeste. Entre mis ciudades favoritas, aparte de Providence, están Quebec; Portsmouth, New Hampshire; Salem y Marblehead en Massachusetts; Newport en mi propio estado; Philadelphia; Annapolis; Richmond con su abundancia de recuerdos de Poe; la Charleston del siglo XVIII, St. Augustine del XVI y la soñolienta Natchez en su peñasco vertiginoso y con su interior subtropical magnífico. Las «Arkham» y «Kingsport» que salen en algunos de mis cuentos son versiones más o menos adaptadas de Salem y Marblehead. Mi Nueva Inglaterra nativa y su tradición antigua y persistente se han hundido profundamente en mi imaginación y aparecen frecuentemente en lo que escribo. Vivo actualmente en una casa de 130 años de antigüedad en la cresta de la antigua colina de Providence, con una vista arrobadora de ramas y tejados venerables desde la ventana encima de mi escritorio.
Ahora está claro para mí que cualquier mérito literario real que posea
está confinado a los cuentos oníricos,
de sombras extrañas, y «exterioridad» cósmica a pesar de un profundo interés en
muchos otros aspectos de la vida y de la práctica profesional de la revisión
general de prosa y verso. Por
qué es así, no tengo la menor idea. No me hago ilusiones con respecto al
precario estatus de mis cuentos, y no espero llegar a ser un competidor serio
de mis autores fantásticos favoritos: Poe, Arthur Machen, Dunsany, Algernon
Blackwood, Walter de la Mare, y
Montague Rhodes James. La única cosa que puedo decir en tavor de mi trabajo es
su sinceridad. Rechazo seguir las convenciones mecánicas de la literatura
popular o llenar mis cuentos con personajes y situaciones comunes,
pero insisto en la reproducción de impresiones
y sentimientos verdaderos de la mejor manera que pueda lograrlo. El resultado puede
ser pobre, pero prefiero seguir aspirando a una expresión literaria seria antes
que aceptar los estándares artificiales del romance barato.
He intentado mejorar y hacer más sutiles mis
cuentos con el paso de los años, pero no logré
el progreso deseado. Algunos de mis esfuerzos han sido mencionados en los
anuarios de O'Brien y O. Henry, y
unos pocos tuvieron el honor de ser reimpresos en antologías; pero todas las propuestas para publicar una colección
han quedado en nada. Es posible que uno o dos cuentos cortos
puedan salir como separatas dentro de poco. Nunca escribo si no puedo ser espontáneo: expresando un sentimiento ya
existente y que exige cristalización. Algunos de mis cuentos
involucran sueños reales que he experimentado. Mi ritmo y manera de escribir varían bastante en diferentes casos, pero
siempre trabajo mejor de noche.
De mis producciones, mis favoritos son «The Colour Out of Space» [El
color que cayó del cielo] y «The Music
of Erich Zann» [La música de Erich Zann], en el orden citado. Dudo si podría tener algún éxito en el tipo
ordinario de ciencia ficción.
Creo que la
escritura fantástica ofrece un campo de trabajo serio nada indigno de los mejores
artistas literarios; aunque uno muy limitado, ya que refleja solamente una
pequeña sección de los infinitamente complejos sentimientos humanos. La ficción
espectral debe ser realista y centrarse en la atmosfera; confinar su salida de
la Naturaleza al único canal sobrenatural elegido, y recordar que el escenario,
el tono y los fenómenos son más importantes para comunicar lo que hay que
comunicar que los personajes y la trama. La «gracia» de un cuento
verdaderamente extraño es simplemente alguna violación o superación de una ley
cósmica fija, una escapada imaginativa de la tediosa realidad; por lo tanto son
los fenómenos más que las personas los «héroes» lógicos. Los horrores, creo,
deben ser originales: el uso de mitos y leyendas comunes es una influencia
debilitadora. La ficción publicada actualmente en las revistas, con su
orientación incurable hacia los puntos de vista sentimentales convencionales,
estilo enérgico y alegre, y artificiales tramas de «acción», no puntuan alto.
El mejor cuento fantástico jamás escrito es probablemente «The Willows» [Los
sauces] de Algernon Blackwood.
23 de noviembre de 1933.
Escrito en 1933 para la revista Unusual Stories, donde nunca llegó a publicarse.
Título original: Some Notes on a Nonentity
Traducido por Eduardo Giordanino y Carles Bellver Torlà.
Traducido por Eduardo Giordanino y Carles Bellver Torlà.
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Entrada actualizada el 21/08/22
.-..-.El ‘Arte de interpretar textos y especialmente el de interpretar los textos sagrados’ está en cada Libre Albedrio ó en cada Uno, está bién o mal dependiendo de la razón lógica de interpretación.-..-.
ResponderEliminarAgradecemos de manera tardía el comentario de nuestro visitante anónimo. Gracias por dejar constancia de tu visita y bienvenido seas este espacio
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