José Carlos De Nóbrega y Sol Linares en un bar de Salamanca en 2015 |
Estimados Liponautas
Hace unas semanas el escritor José Carlos De Nóbrega murió en plena escasez careciendo de apoyo oficial y familiar, recordemos que su primo es el vice rector administrativo, de la Universidad de Carabobo, José Ángel Ferreira (Facebook, Twitter e Instagram). La muerte del escritor generó reacciones diversas en las redes sociales digitales, osea un gran palabrerío. De Nóbrega no necesitaba palabras, lo que necesitaba era dinero que le permitiera sobrellevar su condición médica. En Venezuela el salario mínimo mensual es de 130 bolívares, unos 3,8 dólares mientras la canasta básica cuesta unos 530 dólares. José Carlos se convirtió en uno más de los caídos causado por este estado, gobierno, régimen, dictadura o ejercito de ocupación empeñado en hacer cumplir su pensamiento, palabra, obra u omisión. Tristemente Venezuela no es capaz de hacer el milagro de levantar a José Carlos De Nóbrega de su tumba ni a ninguno de aquellos que los nuevos mantuanos sepultaron para mantener sus baronías o marquesados írritos.
Ya los días han pasado y el polvo del olvido ha logrado su objetivo. Ya la gente no habla de José Carlos y sus penas, ahora hablan de los goles de la vinotinto, de Cuchicuchi y de salones de arte usurpados.
Ya la indignación hueca habrá corrido por los desagües y las penas y el sufrimiento de José Carlos De Nóbrega será resarcido con homenajes en la plaza La Agricultura, el club Centro de Amigos, la Estación Alemana, la Estación Inglesa y la casa Pocaterra. Con suerte también será homenajeado en el Cine Imperio donde llegó a ver "No puedo parar la música" de Village People. Y con seguridad correrán elegías por montón en el periódico Ciudad Sulaco...
Y muchos Mea culpa, pero esos Mea Culpa sin la penitencia respectiva no tendrán valor alguno ni tampoco salvarán a nadie...
Todos seremos olvidados, la diferencia radica en cómo llegaremos a ese olvido...
La Gerencia
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Masa
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...
*******
ALGUIEN TIENE QUE DECIRLO
Duro, difícil sobrevivir a tanta impunidad en el país. La política de pasar agachado se ha impuesto; se ha ido conformando una amorfa masa humana que pasa por el rasero de “los habituados”, que fue así como tituló su novela Antonio Stempel Paris para referirse a la ciudadanía que vivía bajo la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Sí, se está construyendo un país de “habituados”, pero bueno es recordar que esos habituados se rebelaron en 1958. Si causa desasosiego la conducta del común, adocenado y sumiso por toda condición de humanidad; perturbador hasta la ofuscación resulta la actitud de quienes obran bajo la inteligencia de las letras, algunos de ellos con la toga de un tan predicado como ausente humanismo.
Solo en Venezuela un poeta es alguien intocable, una especie de santidad de almas impuras, un tótem o imagen de adoración perpetua en esos corros donde unos y otros no pueden verse las caras por las deudas contraídas o los favores recibidos. Los latinos crearon esa aberración al señalar que “Pictoribus atque poetis omnia licent” (A los pintores y a los poetas se le consiente todo); es decir, son buenos para la alcahuetería que necesita todo poder para amenizar sus cuchipandas. La complicidad tiene por esas granjas el más insoportable hedor. Todos parecen tener el infierno prometido a la hora de pretender mancillar el ala de esos ángeles que brillan en los altares de la patria. Tanta impolutez es preocupante como sospechoso el candoroso silencio de los muchos. Respetable que cada uno juegue sus cartas en el tarot de la política, ya se las verán con sus magos, locos y colgados, hasta con la muerte, nada más legítimo; pero cuando se es funcionario público y, por añadidura, poeta, aquí el cantar es otro.
Decir lo propio amerita un preámbulo de intención. La amenaza más común, a la que muchos temen, es la de ser acusados de padecer el mal del resentimiento, cuando no, es la cochina envidia. Apartando el reparto de canonjías, prebendas y premios de consolación, privilegios de viajes y derecho a brindis en Palacio, creo que, si un hombre de pensamiento está consciente de su papel u oficio, lo que no tiene sitio en el mercado, puesto que no compite con nadie, debe quedar claro que la naturaleza a que se ajustan mis palabras, están muy lejos de esos enredos de comadres envidiosas o cualquier posible resentimiento por algún eslabón perdido.
Como nunca en nuestra historia los poetas han burlado el cerco de Platón. Pululan en la República, retratados y bien pagados por quienes ejercen el poder. Saltan como monos de un lugar a otro en el racimo de cambur. Su servilidad es ejemplar. Cómo olvidar el record Guiness de Poesía que le otorgó Luis Alberto Crespo a Hugo Chávez Frías. Después de aquel alumbramiento su fortuna es otra. Atrás quedaban las bonanzas de Miguel Otero Silva. En el pasado, época de la Cuarta, tanto Gustavo Pereira como Tarek Williams Saab estamparon poemas condenatorios ante las puertas de Miraflores. Gracias a esos poemas franquearon sus puertas, echaron a los fariseos del templo, exorcizaron los males hasta dejarlas francas para sus pasos de líricos oficiales. Cumplieron con sus sueños de poetas, sin duda, porque las injusticias desaparecieron. Ellos viven decorosamente en la historia del nuevo paraíso. Oírlos o leerlos deja un bálsamo de paz y soberanía.
Leo con estupor el texto “La soledad del escritor José Carlos de Nóbrega”, de la también escritora Sol Linares. Aunque hay soles apagados, es notable el brillo en el de Linares. Sus palabras, culposas y desalentadoras ante la partida hacia lo ignoto de José Carlos de Nóbrega, la conducen a una triste confesión: “Nadie sabe muy bien para qué se escribe, ni por qué, con tanta persistencia”, para concluir diciéndonos que “En la muerte, todos seremos un poco César Vallejo”. Eufemismo aparte, ese “todos”, querida Sol, no solo corresponde al crucifijo de los desahuciados por quienes debieron socorrerlos, sino que en él están incluidos todos los ciudadanos de a pie de este país. No está la Venezuela actual para asistir al espectáculo del poema “Masa” de César Vallejo, donde millones de hombres en coro hicieron el milagro de levantar a un muerto. Ese socialismo redentor sigue siendo utópico entre tantos fementidos patriotas. Y es que, a Vallejo, el de Santiago de Chuco, no el de París, nunca lo abandonó el telurismo indígena, esa incógnita raíz que lo unía con la muerte, con la que dialoga buena parte de su poesía. “En suma, -dice el poeta-, no poseo para expresar mi vida, sino mi muerte”.
Pues, sí, nos quedan rebotando en los cielos de la mente las enfáticas palabras de una entrevista que le hicieron al poeta José Carlos de Nóbrega en 2006: “Un mundo donde se premia la mediocridad y la mayoría se inclina hacia el poder, y, de paso, esas cuotas de poder están administradas por una burocracia ya calificada como estúpida e indolente. Ese es el mejor pretexto para escribir y vacilarse el mundo”.
He de suponer que sus amigos cercanos, ese funcionariado voraz, goloso, omniabarcante, lo miraría con ojeriza, como poco confiable para los planes de la patria, en vista de que, en sus reflexiones, primaba el discurso crítico contra el poder, poder que tiende al estatismo en todas sus connotaciones, y al isócrono modelo del partido y el pensamiento únicos. Pájaro de mal agüero este poeta a quien no conocí y empecé a querer gracias a este canal de Facebook. Como este mundillo está lleno de terribles contradicciones, los dejo con este búmeran:
PINTA EN LAS PUERTAS DE MIRAFLORES
Me pregunto
cómo podré reunir todo el estiércol posible
en una metáfora, para decirles para siempre
que se hundan ella.
Ramón Ordaz |
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