miércoles, 23 de enero de 2019

The garden: Un cuento de Baja fantasía.

Por PacoMan






The garden


PACO MANCERA


El batir de la mar sobre la arena de la playa reconfortaba a los niños. Entre carreras y  saltos por el escaso plano que las arenas cedían, en presente de amor, a la melosa mar en su retroceso: Alí recorría con ansias el hueco que la risueña niña había abierto en su carrera. En un esplendoroso salto, logró alcanzar la espalda de Maragda. Entre grandes carcajadas cayeron sobre la arena y la mar juguetona se unió a la dicha, regalándoles el frescor de sus aguas.

​El tiempo del verano estaba pasando, pero los jóvenes no eran conscientes más que de su alegría infantil. La serenidad de los parajes nocturnos con la cálida mar Mediterráneo aportando la belleza de lo infinito y los gráciles niños beréberes aportando el tema central del paisaje era, sin duda, una imagen que al otro lado de la madre mar sería apreciada. La rapidez de la vida la Vieja Dama había gobernando sin piedad en los corazones de los jóvenes europeos. Maragda, ajena a todo aquello que a escasos kilómetros se desarrollaba, increpaba al viril Alí, ¡Tonto el último!.

​La carrera desenfrenada de los jóvenes complacía sobremanera a las arenas que por simpatía a los niños saltaba al paso de los pies de los corredores, llenando de puntos blancos el entorno de los chicos. La distancia prudencial que Alí había permitido a su retadora, se iba acortando rápidamente. Maragda, en su desequilibrada carrera, no podía dejar de chillar de alegría; de esa alegría contagiosa que sólo saben dar los niños. La mar rendida a los encantos de la joven marroquí besaba sus delicados pies. Alí recortó su ágil carrera y acomodó su trote al de la niña. El jadeo de la respiración del príncipe de sus sueños, cerca de ella, aumentó la excitación de la carrera. La Luna, hasta entonces medio escondida medio visible, decidió asistir al fin de la carrera e iluminando a los competidores el trecho de blanca arena que faltaba por cubrir hasta la roca, mostró su grandeza a la mar dichosa y a las felices arenas magredíes.

​La pugna por alcanzar la atalaya marítima se saldó con la victoria de la joven Maragda. Muerta de risa se recostó sobre la gran piedra y mirando como Alí se sentaba en la arena.

​¡He ganado!, ¡he ganado!.

​Sí, corres mucho. Vamos a ver si hoy se ve comentó Alí mientras comenzaba a encaramarse al farallón.

​¿Se verá?

​Si la brisa sopla fuerte y se lleva la suciedad del aire, puede que sí.

​Alí, ¡ayúdame!.

​Los pequeños niños se acabaron de subir a la atalaya que muchos otros han usado y aún usan para poner sus ojos en el viejo continente. Pues la certeza es que sólo la vista podrían poner en Europa. Una fortaleza continuamente vigilada se imponía entre la pobreza que se acumulaba en la África olvidada y Europa, la que fuese doncella, ahora Vieja Dama, convertida en bruja por el paso del tiempo. La mezquindad de los unos, la insolidaridad de los otros y la previsión de todos, cerró las puertas del paraíso a cualquiera que no hubiera nacido dentro de sus fronteras. Algunos dijeron que fulanito lo consiguió o que menganito vive ahora en Málaga, pero la verdad es que todos lo pensaron alguna vez y que muchos intentaron cruzar el pequeño trozo de mar que los separa del edén. Pero lo único cierto es que muy pocos lo consiguieron, pero aún menos, duraron más de un año antes de ser detenidos. Aún así, el ansia de mejorar, de salir de la maldita miseria que el devenir había predispuesto, hace que en las noches de verano con buena mar algún valiente intente salvar el capricho salado que guarda Europa de inmigrantes indeseados.

​No veo nada Alí.

​Debes tener paciencia, algunas noches se puede ver y otras no.

​Y ¿por qué?

​Bueno, creo que necesitan tener nubes encima.

​¿Por qué aquí no lo hacen también?.

​Porque ellos son ricos y nosotros no.

​En el pueblo también hay ricos, está el dueño de la tienda ...

​No, allí todos son ricos; interrumpió bruscamente el muchacho el más pobre tiene más que el más rico aquí.

​Yo también quiero ser rica y tener muchas cosas.

​El muchacho dejó de otear el cielo en busca de la señal y miró a Maragda. La carita de la niña estaba bañada por la luz de la luna. El ansia y la determinación llenaba el pecho del joven Alí. Y sólo como los antiguos héroes pudieron hacer, le habló a la niña que estaba a sus pies.

​Cuando seamos mayores te llevaré allí y seremos muy ricos, tan ricos que cuando seamos viejos no tendremos que trabajar.

​¿Seguro que me llevarás Alí?

​Sí, te lo prometo levantando la vista al cielo ¡Mira Maragda!, ¡se ve!,

​¿Dónde?, ¿dónde está?.

​Ahí, enfrente, ¿lo ves?.

​¡Sí!, ¡lo veo!.

​Te lo dije, ¿te acuerdas que te lo dije?. Es como si Alá escribiese en el cielo.

​¡Es verdad!, pero...  ¿que pone?.

​Se ve muy poco... está muy lejos, pero dicen que en las primeras letras pone the garden y que hay más, pero nunca se entienden.

​Y ¿qué quiere decir?

​Hassan me dijo que quiere decir jardín.

​Y me llevarás a ver ese jardín. ¿Verdad que iremos?.

​El muchacho se volvió hacia la niña, Te lo prometo.

​La mar retozaba a los pies del farallón, la luna regaba con luz la playa y las arenas imponían su presencia a la parejita que con la vista perdida en nubes lejanas, soñaban con soluciones. Soluciones a problemas más allá de lo humano y lo divino. No faltaron algunas, muy pocas, estrellas para fijar como si de alfileres se tratase, las promesas de tiempos mejores de niños que creen como hombres.



*​*​*

​El mar se batía fuertemente contra el frágil casco de la embarcación. La noche dejaba al satélite regar con su mortecina luz, la chalana. La barca remontaba el frío Mediterráneo que separa África de Europa. En su interior una pareja de adolescentes intentan el sueño de una vida. Alí oteaba el negro horizonte buscando aquella luz en las nubes, que le guiase. La costa española, aunque cercana, todavía no se divisaba. Los escasos catorce kilómetros los habían cubierto en un par de horas y los controles de las lanchas de la guardia civil marítima no habían hecho acto de presencia. Las fechas no eran las más adecuadas para cruzar, todavía no era el tiempo de la aceituna y no se necesitaban brazos que cobrasen poco, trabajasen mucho y se quejasen menos. Alí sabedor de esas circunstancias supuso que las medidas de protección serían menores. Una vez en España, una joven pareja de musulmanes no llamaría la atención. Las mujeres jóvenes no emigran, Maragda era su coartada; pasarían por una pareja de españoles con orígenes berberiscos. La guapa adolescente que compartía los avatares de la fuga con Alí, había cortado sus lazos con África. Huir de casa, juntarse con pobre patán sin futuro y probar suerte en la ruleta del mar; dejaron a un padre furioso que nunca entenderá qué hizo mal con su pequeña Maragda.

​Alí se cansó de hacer cola en el consulado europeo. Cada año las licencias de emigración legal a Europa eran menos, el soborno a los funcionarios marroquíes más alto y los aspirantes no dejaban de aumentar año tras año. Los sindicatos europeos fijaban posiciones negociadoras más bajas en la cuota de emigrantes, las organizaciones patronales no tenían nuevas formas de presión y el gobierno europeo debía admitir que el desempleo de sus ciudadanos no cualificados no dejaba de aumentar. Los beneficios se iban a resentir, porque el flujo de mano de obra barata debía ser cortado. Era año de elecciones y el pueblo estaba harto de tantas promesas incumplidas. Pero Alí no sabía que los ricos también lloran. Él, un paria entre los miserables, no tuvo más idea en la cabeza que la emigración, única forma de prosperar en una tierra condenada por la cercanía del paraíso, que atraía como un imán humano lo mejor de sus hijos, quedando en aquella orilla maldita del Mediterráneo los despojos que la Vieja Dama no quería: los cobardes, los torpes y los descendientes de los poderosos.

​Maragda, ajena a cuestiones abstractas concentraba sus esfuerzos en sacar el agua, que empeñada en arrastrar a las profundidades la pobre chalupa no dejaba de colarse por la borda.

​Las nubes lejanas hicieron su parte de trabajo y se dejaron proyectar aquellas misteriosas luces que haciendo de faro para modernos Ulises moriscos, también sirvieron para que dos niñitos marroquíes pusieran imágenes a sus sueños.

​¡Maragda mira!, ¡las luces!.

​¡Sí!, qué grandes se ven.

​Ya debemos estar muy cerca.

​Ahora se ven más letras, se distingue una o, una f, una d, una e, una l, una iy...

​¡La playa! con ese grito, interrumpió a la chica mientras señalaba la franja de arena cercana.

​¡Lo hemos conseguido!.

​¡Sí!.

​Ajeno a la alegría de los jóvenes, el mar no dejó de acercar la barca a la playa, meta de tantos soñadores. El satélite con su fría claridad daba luz a un sueño hecho realidad. La pareja de jóvenes había culminado su reto, la Vieja Dama se presentaba a ellos, y se dejaba orador por sus pies. Pies de ilegalidad en el paraíso.

​La pareja de guardias civiles no debían estar allí. Su servicio indicaba otra ruta; pero el agente Peter García tenía ganas de orinarse en el Mediterráneo y como a su compañero Michael Hernández le daba todo absolutamente igual, se acercaron a aquella playa. No fue difícil ver la barca barrada en la playa y más fácil todavía seguir las pisadas. La pareja de policías echaron a correr en cuanto descubrieron dos personas huyendo por la playa. La persecución fue breve, una de las sombras corría poco y la otra, más alta, se paraba a esperarla. La arena que saltaba por los pasos de los corredores no era blanca, el mar no vino a besar sus pies y el satélite no compartió su alegría con la pareja de enamorados. Solo dos personajes disfrutaban con la excitación de la persecución. Tampoco fue agradable sentir el aliento de los perseguidores en la nuca de los perseguidos. Desagradable fue el golpe que sufrieron las arenas de aquella playa europea, cuando los guardianes de la ley alcanzaron a los aterrorizados corredores. Dos puñetazos y una patada bastaron para reducir al desesperado Alí; a Maragda le basto el duro revés del agente Michael para comprender que cualquier resistencia provocaría más muestras de "afecto" de aquellos hombres vestidos de verde.

​¡Coño, es una mora!, ¡joder y es guapa!.

​¡A ver Miguel!, échame una mano con este moro.

​Entre ambos agentes esposaron al embravecido Alí. Los jóvenes no entendían castellano, pero sabían quienes eran aquellos individuos. Tantas veces habían soñado con eludirlos que verlos tan cerca, tan reales, había impresionado más a los adolescentes que la cruda certeza del fracaso de su fuga de la pobreza.

​¡Coño!, es verdad que es guapa esta morita comentó Pedro mientras esposaba a la horrorizada Maragda.

​Es la primera vez que cogemos una tía, siempre vienen solos. Ya verás cuando lo contemos en el cuartel.

​Se me está ocurriendo una idea.

​Te la quieres tirar ¿o qué?.

​No, no... a ver que te parece: el dueño de la casa de putas del otro lado del pueblo, me dijo que muchos de sus clientes le piden una putita mora, que les da morbo follarse una moruna.

​¿Me estas diciendo que no entreguemos la tipa en el cuartel y la vendamos al dueño del "puticlub"?.

​Sí y lo que saquemos, a medias.

​¿Qué hacemos con el moro?.

​Pues..., bueno nos lo cargamos.

​¡Joder Pedro!.

​Sí, tráeme del coche la pistola del maricón aquel que detuvimos ayer.

​El agente Michael dudó unos momentos. Vender como puta una ilegal es una cosa, pero cargarse un tío así por la cara, es otra muy diferente. Pero ¿a quién le iba a importar?; además, si no se lo cargaban el tipo iba a decir que estaba con una chica cuando los detuvieron y eso sí que iba a interesar a alguien. Esos jodidos abogados de SOS racismo. Estaba claro, Pedro tenía razón.

​Cuando Miguel volvió con la pistola del coche, Pedro estaba arrastrando al moro a la barca. El tipo se resistía, seguro que se olía algo raro.

​¡No te quedes ahí y échame una mano!.

​Entre los dos agentes metieron a Alí en la embarcación. Con determinación, el agente Peter cogió la pistola que su compañero le ofrecía y a quemarropa disparó sobre el joven rifeño. La bala atravesó la cabeza de Alí. Pedro le quitó las esposas del cuerpo sin vida del beréber y entre ambos guardias civiles empujaron la chalana hasta el mar, de fondo los chillidos de Maragda pusieron el único toque de realidad de la macabra escena.

​Está apunto de cambiar la marea y se la llevará mar adentro.

​Amordazaron a la joven y la subieron al automóvil. Desde la carretera aún se veía la barca con su trágica carga. El satélite ajeno a todo, siguió iluminando las arenas de la playa, únicos testigos del fin de un sueño.

*​*​*

​Miguel miraba el viejo artefacto, al lado del coche patrulla. Desde la puerta posterior del burdel, la luz eléctrica que perfilaba la figura de Pedro hablando con el dueño, dejaba observar claramente el Láser. Desde que tenía consciencia aquel cacharro había iluminado las noches con nubes. Noche tras noche, aventando el mismo reclamo a potenciales clientes de amores de pago; venir a disfrutar, venir a The garden of delicious



Tomado de Ficción científica



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by PacoMan 

En 1968 nace. Reside en Málaga desde hace más de tres lustros.

Economista y de vocación docente. En la actualidad, trabaja de Director Técnico.


Aficionado a la Ciencia Ficción desde antes de nacer. Muy de vez en cuando, sube post a su maltratado blog.

Y colabora con el blog de Grupo Li Po




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