sábado, 24 de abril de 2021

Cristina Martínez, socióloga: Los frikis españoles son cultos, pero muy coco adaptados a su compañeros de la sociedad




Cristina Martínez, en Salamanca. Imagen tomada de La cronica de Salamanca.




Radiografía del friki español


13 de julio 2015    /   DIGITAL     por Cristina Sánchez   




Ilustración: Rocío Cañero

«Recuerdo una vez en la universidad, ensayando una obra de teatro con mis compañeras, que alguien me dejó algo así como un cayado y sin pensarlo, lo clavé al suelo y dije con voz grave “¡Noooo puedeeeees pasaaaaar!!!!” ¡Pensé que no quedaba nadie en el mundo que no conociera a Gandalf! Pero todo el mundo me miró muy raro y pensé «vale, eres una friki y se te olvida»».

Imagen tomada de El Cuervo del Master.



A.N., una profesora de 27 años, sabía que era diferente antes de emitir ese grito de guerra contra el Balrog, concretamente desde el día en que no daba abasto porque tenía que subtitular tres capítulos de anime y además prepararse un disfraz. Le encanta la serie manga Naruto, ha releído Canción de hielo y fuego para diseccionar el alma de sus personajes y se tatuó un elfo de las cartas Magic en la ingle.




Su testimonio es uno de los muchos que ha recogido la socióloga Cristina Martínez en su tesis doctoral sobre la cultura friki en España, la primera investigación sobre este colectivo que se ha llevado a cabo en nuestro país. Aunque los seguidores del fandom tienen mucho en común (su pasión por el rol, los videojuegos o los cómics, sus sueños de pilotar el Halcón Milenario o su capacidad para convertir las tres leyes de la robótica de Asimov en objeto de debate), nadie se había puesto a estudiar con rigor esta subcultura frecuentemente estereotipada (la propia definición de la RAE, «persona pintoresca y extravagante», ya es reduccionista).

Halcón Milenario. Fotografia de Tomás Del CoroImagen tomada de Wikipedia.


Como Cristina se declara «socióloga antes que friki», ha estado más de cinco años buceando por los principales foros frikis de internet, ha encuestado a 600 personas entre frikis y no frikis, y ha conversado en profundidad con más de una veintena que se identificaban con esa etiqueta para elaborar un retrato robot del friki completamente imparcial, partiendo del concepto de modernidad líquida que acuñó Zygmunt Bauman. Si la sociedad carece de pautas consistentes, el frikismo puede ser una vía para evadirse a través de la fantasía, ¿o acaso permanecer en el lado luminoso de la Fuerza no puede convertirse en un nuevo objetivo vital en la posmodernidad?

Martínez ha descubierto que el 65% de los frikis en España (aquellos que se identifican con esa etiqueta y, al mismo tiempo, reciben ese cariñoso calificativo por parte de las personas de su entorno) tienen entre 20 y 39 años, ya que el movimiento se extendió a partir de finales de los 80 y sobre todo en los 90, con el boom de las librerías especializadas y los clubes de rol. Los frikis no nacen, se hacen gracias a la democratización de la cultura.




Pese a que cada vez hay más mujeres frikis, el 60% siguen siendo hombres y todavía hay una cierta discriminación. «Si vas a una tienda con un chico dan por hecho que vas por él», nos cuenta Martínez, que ha vivido la tensa situación de que el vendedor de cómics se dirija solamente al varón que la acompañaba. Fuera del colectivo, son consideradas outsiders entre los outsiders: muchos no frikis consideran que su comportamiento es «poco femenino».

Su comunidad es ecléctica: acogen a épicos, geeks, cosplayers, nerds y otakus, por lo que no son una tribu urbana, sino un «movimiento social de consenso». Pese a ello les une la impopularidad de sus gustos (leer Harry Potter siendo adulto no está bien visto) y, sobre todo, el apasionamiento. No basta con haber visto la saga intergaláctica de George Lucas: hay que comprarse un sable láser o una maqueta de la Estrella de la Muerte y mostrarlos con orgullo.


Como explica el Manifiesto Friki, nacido en España junto con el Día del Orgullo Friki en 2006, el colectivo tiene unos derechos in-alien-ables: a ser más friki, a quedarse en casa, al sobrepeso y la miopía (Martínez ha corroborado que las lentillas no les van demasiado), a exhibir su frikismo («salir del blíster», que si llevas una chapa de «vota a Smaug» la alegría del día es que alguien pille la referencia) y a dominar el mundo.

La investigación de esta socióloga demuestra que los frikis son cultos (se preocupan por la corrección del lenguaje, son ávidos lectores, dominan mejor el inglés y algunos se atreven con el japonés), imaginativos (el 90% tiene su propio apodo tomado de la ficción) y dan más importancia al humor que los muggles. La propia Cristina lo ha constatado en su experiencia vital: tras conocer el proyecto Mars One, un futuro reality show en el planeta rojo, pensó que todo ser humano se habría planteado si viajaría a un planeta muy muy, lejano. Resultó que no era así. Solo los frikis supieron decir si tenían pensado o no embarcarse en una nave espacial. El resto la miraron con recelo.

Los frikis y no frikis tienen ídolos diferentes. Los novelistas J. R. R. Tolkien, George R.R. Martin y Terry Pratchett; Albert Einstein y, empatados en el quinto puesto, dos figuras tan dispares como Jesucristo y Freddy Mercury; son los ídolos de los frikis según las 625 respuestas de los participantes en la encuesta que realizó para su tesis. Los del ciudadano de a pie son bastante más mundanos: Sergio Ramos, Gandhi, Michael Jackson, Malú y Pablo Alborán.

Freddy Mercury. Fotografia de Carl Lander. Imagen tomada de Wikipedia.

«Los frikis están adaptados a la vida real, porque hoy en día es normal tener amigos en internet, pero muy poco adaptados a sus compañeros de la sociedad», detalla esta socióloga. Los propios frikis admiten que aunque las parejas mixtas pueden funcionar bien, sus diferencias bien pueden acabar siendo una causa de ruptura. «Al ser una afición llamémosle peculiar, sí que he tenido problemas en alguna relación anterior para combinar mi frikismo y mi pareja», explicaba una de las panelistas.

Martínez también ha comprobado que los frikis no son tan raritos como muchos creen. Según su investigación, están igualmente preocupados por el paro y la crisis económica, desempeñan diversas profesiones (no solo son informáticos, sino que los hay biólogos, periodistas, profesores o abogados) y no se adscriben a una ideología política concreta.

Aunque les guste llevar camisetas de sus superhéroes favoritos, esta doctora en sociología no piensa que su ropa los defina, ni tampoco su concepción del sexo. «Cuando he preguntado a los frikis sobre su sexualidad, no se confirma que sean unos pajilleros», nos explica esta investigadora, que cree que lo de describir al friki como un onanista es un tópico. Algunos frikis se decantan preferentemente por el porno japonés (el hentai), pero a otros muchos no les gusta ese género.


Los entrevistados no frikis querían ser políticamente correctos durante la investigación y señalaban que los frikis eran «graciosos», pero al final a nadie le motivaba la idea de que su hijo participara en un juego de rol en vivo ni veían aceptable lo de disfrazarse cuando no son carnavales. Algunas de sus actividades siguen estando estigmatizadas. «Los frikis están adaptados a la vida real, porque hoy en día es normal tener amigos en internet, pero muy poco adaptados a sus compañeros de la sociedad», señala esta socióloga.

Tampoco pretenden llevarse bien con todos los colectivos. Los encuestados afirmaban tener cariño a góticos y heavies, pero creen que los freaks deterioran su imagen y sienten especial antipatía por los hipsters. «Hay frikis que además son gafapastas, y esos son los más peligrosos», afirma A.N. en la tesis. Aunque comparten algunas aficiones con ellos, los frikis creen que los hipsters son excesivamente sibaritas, críticos e incluso pedantes. «Pienso que en los grupos hipsters primero viene la estética y luego la ética», asegura Martínez. Los frikis no buscan ser diferentes, sencillamente lo son.

Este detallado análisis de la subcultura friki ha servido a esta socióloga para conseguir el Premio Extraordinario de Doctorado de la Universidad Pontificia de Salamanca. Al jurado le encantó que optara por una temática inexplorada. El humor paródico estuvo presente en la presentación y Cristina cuenta entre risas que incluyó un cartel de «se busca el gato de Schrödinger vivo y muerto», en referencia a ese minino cuántico que tanto gusta a Sheldon Cooper, uno de los personajes que ha retratado la cara más amable de los frikis.

Tras el reconocimiento de la Asociación Madrileña de Sociología, que la ha otorgado un accésit en el V Premio de Jóvenes Sociólogos, Martínez continúa estudiando el mundo friki. También quiere que otros investigadores tomen su cayado y profundicen en el estudio del movimiento: aunque la cultura popular haya impregnado al resto de la sociedad, los frikis sobrevivirán.





Al fin y al cabo, la Fuerza les acompaña, el Anillo Único los ha seducido pero no ha logrado atarlos a las tinieblas y ser un ciudadano gris es mucho más triste que soñar con conquistar Poniente con una espada de acero valyrio (de imitación).


Tomado de Yorokobu





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