RUFINO BLANCO FOMBONA: A usted no le interesa mi tristeza ni la de los demás.
Una entrevista de Ida Gramcko
“Fui un malcriado,grosero y travieso”
6 DE NOVIEMBRE DE 1943
Por Ida Gramcko
Escribo y dedico a don Rufino Blanco Fombona, maestro de la literatura y de la vida, el reportaje de su infancia. La pluma de don Rufino es tan caudalosa como los ríos de Venezuela. Por ello este reportaje viene a ser a consecuencia de una alegría que experimenté en su casa, entre rebanadas de pastel y ráfagas de lluvia, bajo el cromo plomizo de un atardecer. Don Rufino omnipotente y señorial comenzaba:
–Hace un tiempo como para hacer visita…
Con esa sencilla frase inició el camino hacía a intimidad y desde su balcón volvió el rostro para mirar el cielo pesimista que fruncía el ceño entre las cejas de dos nubarrones blancos.
–Le advierto a usted que me he calado hasta los huesos, le dije.
–Para reponerse del remojón, ¿quiere usted un whisky? –ofreció, enganchando el principio de la entrevista.
–No, gracias. Deseo, en cambio, que me obsequie el relato de su infancia.
(Se acomodó en su asiento, reaccionado imperturbable). –Tengo poco que decir… Que fui como todos muchachos, que soy todavía como todos los muchachos… Pero antes saboreé el pastel…
–Es que –le interrumpí con la boca llena– creo que soy capaz de saborear, al mismo tiempo, los dos manjares. Quiero combinar, don Rufino, el alimento positivo de su pastel con los bombones de su espíritu que han de ser redondos y azucarados.
(Rió con una risa abierta y tumultuosa. En la risa de autor de Dos años y medio de inquietud se encierran pequeñas risas y risas grandes, alegres y tristes, dulces y amargas). –Le repito, hija mía, que mi infancia dista mucho de ser un manjar apetitoso.
–Permítame que lo dude.
–Si se empeña en conocerla, espere un instante.
Bajo el cielo lagrimoso, don Rufino se detuvo a meditar. En derredor de nosotros, las nubes y los recuerdos eran manchas grises. Los recuerdos de don Rufino islotes perdidos que iba desentrañando de fondo de un mar de años cuyas olas murmuran en fotografías de tinte borroso, en cuadernos polvorientos, en una flor marchita… En tanto que el maestro pensaba, observé el aspecto del salón donde vive su espíritu, donde se plastifican su sensibilidad e imaginación, el abandono de su alma ante lo externo y trivial: junto a un jarro con rosas hay un par de botas y una estatuilla; sobre el escritorio se desparraman corbatas, ceniceros, libros; en el diván, revistas y diarios. A cada paso surge el hombre múltiple. A cada paso están sus cosas descuidadas, manchadas, tiradas, volcadas, diseminadas…
De súbito y rotundamente, habló don Rufino:
–Somos inconscientes hasta los 18 años. De allí en adelante somos tristes y luego…
Como ante una cuestión de interés cálido, se hizo recatado, comedido. Y en seguida, con fugacidad, esguince y quiebro:
–Somos los que podemos ser. Nada más. Usted pide mi infancia, mi etapa inconsciente, porque no le interesa mi tristeza ni la de los demás.
–¿Eh? A eso vengo, por más que haya que tratar ciertas cosas con gran delicadeza.
–Claro está, como que toda juventud es egoísta y se surte de su propio dolor. Tampoco le interesa a usted lo que soy ahora.
–¿Cómo que no?
–No, porque lo que puedo ser lo está usted viendo: soy algo que vive en una habitación de ambiente confuso, con no se qué angustias y abandono, o desamparo. Pero no se trata de esto. ¡Vamos con mi infancia!
No pierde elasticidad su ímpetu, dejando asomar el motín de su espíritu, en agitación constante: “Fui malcriado, grosero y travieso”, apuntó con regocijo mientras su mano perfilaba los bordes de cada adjetivo, sutilizando los palmetazos que ha debido recibir del preceptor. Porque tan grosero, malcriado y travieso fue don Rufino que me contó a siguiente anécdota:
“Tenía diez años y no me gustaba el francés. Mi profesor era un amable viejecito de apellido Calcaño y Parizu, que sólo se atrevía amonestarme con palabras temblorosas. Aquel día, sin embargo, me amenazó. Yo me estremecí de coraje, salí de clase, le esperé en la calle con una vara… Cuando el profesor salió para dirigirse a su casa, arremetí contra él, propinándole tres varillazos que si no le hicieron mayor daño le proporcionaron un rato bien amargo”.
En el corazón de don Rufino, que fue precoz en virilidad y fuerza impetuosa, no hubo, al parecer, crueldad refinada ni meditación de castigo. Todo en él fue nervio, contraste y pasión; todo se producía en él por mediación del arranque instintivo, de impulso ardoroso que tan hermosamente exaltó Unamuno en una de sus obras. Y ya que rozamos nombres célebres, recordemos al sensual Charles Baudelaire con quien don Rufino, eterno niño voluptuoso, compartió alegremente la aventura de romper los prismas multicolores del vendedor de cristales.
Don Rufino estudiaba con tesón, como un verdadero poseso. Y eso que lo habían expulsado de colegio Santa María por la agresión al profesor. Estudió entonces en el colegio San Agustín. Se sintió un pequeño dios, brillante en las letras, displicente con las matemáticas. Con los conocimientos que había adquirido era capaz de dominar un mundo sin límites ni horizonte. Le daba la impresión de que no sólo leía con los ojos sino con las manos, que se hundía en las páginas como en un mar para salir a la luz con ellas llenas de perlas.
Tomado de El Nacional
Ida Gramcko. Imagen tomada de La Poeteca. |
Tomada de El Nacional.
ORACIÓN
Pronto a comparecer en la presencia
del Supremo Hacedor,
pongo a sus pies mi vida, montoncito de polvo,
y lucecita trémula, mi postrera oración.
El polvillo medroso se perderá en el viento
la lucecilla trémula la apagará el ciclón.
Lo tangible desaparece
no hay esperanza sino en Dios.
¿Mereceré a tus ojos el nombre de malvado?
Jamás herí en la espalda, Señor;
no desafié sino a los fuertes,
no castigué sino al felón.
Tendí mi mano al débil y di mi pan al pobre
y la mentira nunca mi pluma ni mis labios deshonró.
Si esto es ser malvado, lo confieso:
malvado soy.
Tú pesas las conciencias y ves en los abismos
¿Dignarás sondear mi corazón?
Por libertad, patria y derecho
me bató como quisiste, haciéndome quien soy:
el tirano y el hombre de alquiler me afrentaron
y cada golpe devolví a los dos.
De nada me arrepiento. En mi vida
nada que pueda mancillar mi honor.
Infantuelo, corría tras de las mariposas;
joven, tras de las damas, bellas como las hizo Dios;
rota, flecha divina, su virtud fe dulce mirada,
corrí tras los maridos que me acercaban al amor;
después tras la fortuna, más esquivas que las mujeres
y ya ni tras la Muerte... La veo venir... Llegó
Mi reló no marcha a derechas.
¿Pero qué tendrá este reló?
Hice libros. Tuve hijos. Sembré árboles. Nadie
su papel de varón entre varones satisfizo mejor.
Sentí piedad del infortunio hasta en los tigres,
¿no la sentirás tú de mí, Señor?
En tus manos encomiendo mi espíritu,
vela por los que amo que ya no puedo velar yo...
Y una ráfaga de tu bondad magnífica
refresque y apacigüe, en el postrero instante, mi corazón.
Montevideo, enero de 1941
R. Blanco - Fombona
On board SS Argentina
Tomado del original en el archivo de Jorge Schmidke.
Texto e imagen tomado de Rufino Blanco Fombona
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ResponderEliminarMuchas gracias por tu visita y comentario Alejo Urdaneta. Bienvenido.
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