jueves, 18 de septiembre de 2014

Clarice Lispector: Cuando escribo no atiendo ni a los lectores ni a mí







Estimados Amigos

Hoy compartimos con ustedes la entrevista que El Nacional le hizo a la escritora brasileña Clarice Lispector en 1975.

Deseamos que disfruten de este documento.


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“Ellos toman mis defectos”
Trópicos melancólicos.
Una entrevista a la escritora brasileña Clarice Lispector


9 DE NOVIEMBRE DE 1975


Trópicos melancólicos



Por María Esther Gilio


Durante una larga media hora hilvanamos frases divagantes sobre Río, el calor, el Carnaval, el perro, los perros, Buenos Aires, el frío y otra vez el perro; un fox terrier muy astuto que se complacía en manejarla. Golpeaba mi memoria la historia de Tomás Eloy Martínez sobre los periodistas que luego de pasar dos horas con ella volvían con una cinta donde se escuchaba el sonido de sus propias voces.

La primera pregunta, entonces, debía ser construida de manera tal que si ella no daba con la respuesta adecuada quedaría entrampada y en mis manos.

—Su fama parece no coincidir con usted misma.

—¿Por qué? —dijo fijando en mí sus grandes ojos castaños.

—Bueno, se dice que usted es elusiva, difícil, que no habla. A mí no me parece así —dije, y esperé un bendito “No soy así, no, por supuesto, no soy así”.

Ella respondió: “Todo lo que tengo que decir lo digo en mis libros. Sus colegas tienen razón”.

Evidentemente, tenían razón.

—Sus libros me han dejado llena de interrogantes.

—Seguramente yo no podré aclarárselos.



—Bueno, habrá algunos que sí podrá. ¿Cuándo empezó a escribir, por ejemplo? —me miró sonriendo.

—Esa pregunta no puede haberle surgido de la lectura de mis libros…

—No, en realidad era una manera de entrar en materia.

—Encontraría la respuesta en cualquier biografía mía. Empecé a escribir a los 7 años de edad.

—Me pregunto sobre qué escribía una niña de esa edad. ¿Hadas, brujas, piratas?

—No, no. Eran cuentos sin hadas, sin piratas. Y por eso ninguna revista quería publicarlos. Yo los enviaba, pero no los publicaban. Porque no se referían a hechos sino a sentimientos. Ellos no querían eso, querían historias en las que ocurrieran cosas.

—¿Cómo sentimientos? Pensando en la edad que tenía me cuesta imaginarlo. Dé un ejemplo.

—No, no puedo. No me acuerdo. A los 9 años escribí una pieza de teatro, pero sentí un gran pudor y la escondí.

—¿Cuál era el tema?

–El amor. Tuve vergüenza y la escondí.



—Pensaba cómo se conciliaría esa vocación suya de amar y “recibir algunas veces un poco de amor en cambio” y su reticencia en los contactos personales, por lo menos conmigo ahora y con otros periodistas otras veces.

—Soy tímida, muy reservada.

—Y muy alejada del mundo que la rodea, ¿o no? Usted me mira fijamente cada vez que le hablo, pero siempre pienso que no me ve, que más bien está asomada sobre sí misma...

—Puede ser. Pero no estoy ajena al mundo que me rodea. (…)

—Al leerla me he preguntado muchas veces si cuando escribía pensaba en sus lectores.

—Cuando escribo no atiendo ni a los lectores ni a mí.

—¿No pretende, en definitiva, comunicarse con alguien concreto?

—No, sólo atiendo a lo que escribo.

—¿Y cuando la obra está terminada?

—Cuando está terminada y publicada entonces sí pienso en el lector.



—¿Piensa en su relación con el lector?

—Aunque la obra ya no me parece mía. Aunque la siento separada, ajena.

—Tal vez por eso justamente puede pensar en esa relación. ¿Y cuál es en general su conclusión, considera que se comunicó con el lector?

—Creo que hay comunicación, que me comuniqué.

—Vuelvo, entonces, a su necesidad o vocación de dar amor… Su lejanía, su natural misterio, dificultan seguramente esa posibilidad. La mayor parte de lo que escribe es para elites, ¿no cree?

—Ya no. Durante mucho tiempo escribí para pocas personas. Últimamente soy cada vez más popular. Creo que estoy de moda. Hay gente que me imita.

—¿Mujeres?

—¿Por qué mujeres?

—Su literatura es esencialmente femenina. Pensaba que sobre todo las mujeres se sentirían inclinadas a imitarla.

—Usted cree que mis libros no podrían haberlos escrito un hombre.



—Como los de Emily Brönte o Carson McCullers o Katherine Mansfield.

—Yo también creo eso, pero no me imitan solamente las mujeres, sino escritores jóvenes en general.

Finalmente añade: “Ellos toman mis defectos”.

—¿Cuáles son sus defectos?

—Manierismos que me limitan y los limitan sin necesidad a ellos.

—¿Cuáles, por ejemplo?

—Nooo.

—¿Por pereza?

—Soy muy perezosa —dijo apenas sonriendo.

—Al leer sus novelas a veces siento que usted vive, a través de ellas, fantasías que le son muy entrañables. Experimento cierto pudor por la impresión de estarla espiando por una cerradura…

Sin mirarme asintió con la cabeza.


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20/06/2024

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