lunes, 4 de abril de 2011

Isabel Allende en 1999: "Chile se convirtió en un país completamente materialista, lo único que importa es lo que uno gana, lo que uno tiene y lo que uno compra".





Estimados Lectores

Hoy le obsequiamos esta vieja entrevista que publicó la revista dominical Feriado del diario El Nacional en 1999.

Esperamos sea de su agrado.


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"Chile se ha convertido en un país completamente materialista, lo único que importa es lo que uno gana, lo que uno tiene y lo que uno compra". 
Señas para una llama.
Una entrevista a Isabel Allende





"Chile se ha convertido en un país completamente materializado, lo único que importa es lo que uno gana, lo que uno tiene y lo que uno compra". 


"Fui seducida y, además, no fui violada. No guardo ningún rencor hacia aquel incidente"

Señas para una llama



Revista Feriado. 4 de abril de 1999. Nº 823



Superadas las adversidades por el fallecimiento de su hija, haciéndose acompañar por los espíritus y con una nueva epopeya literaria recién publicada, la escritora chilena radicada en la localidad de San Rafael, California, vuelve a desbordar sus emociones. Fiel creyente del destino, Allende celebra la humillación de Pinochet ante los ojos del mundo y mira con preocupación la realidad actual de su país de origen. Arde la mecha de la novelista más leída de América Latina

Edmundo Bracho (Exclusiva para Feriado) Fotografías: Ramón L Suárez




Y de arriba hacia abajo siempre arderá la vela. Así nos recuerda el bardo Van Morrison la manera cómo se consume la cera una vez que la mecha se enciende. La vela que Isabel Allende guarda sobre su escritorio, sin embargo, ardió desde el vientre. Ni arriba, ni abajo. En el mero centro. "Soy parte de un grupo de mujeres que nos reunimos a orar. Rezamos básicamente por la gente que está enferma. Durante la primera reunión que tuvimos después de que murió mi hija Paula, en 1992, pusimos velas nuevas delante de cada una. Me sentía muy mal tras la muerte de Paula y recé con mis compañeras para tratar de soportar aquel dolor. Entonces sentí una presencia ardiente en mi vientre, un fuego en el medio de mi cuerpo. Luego nos sentamos a meditar y me dijeron que mirara mi vela. Estaba ardiendo por la mitad, y ahí se fue cavando un hueco. La vela no se dobló ni se quebró, dejaba un hueco en su centro. Yo dije que aquello debía tener una explicación científica, pero mis compañeras me señalaron que aquello no era coincidencia: era justo mi vela, era justo la primera oración después de la muerte de Paula. Era una señal, me decían: 'Por qué no lo tomas como una señal de que tu hija está contigo'. Desde entonces tengo esa vela aquí conmigo, para recordar que hay cosas muy misteriosas, muy extrañas; que si estoy atenta a esos signos particulares, me siento acompañada por los espíritus".



Allende, la más leída de todos los escritores latinoamericanos en estos momentos, podría hace una década sostener el credo de su homologa Isak Dinesen, cuando ésta apuntaba que todas las penas y agonías pueden hacerse soportables cuando sobre ellas se escribe. Quizá el lastre de una tiranía política que deshizo familias enteras en su Chile natal podría exorcizarse a través de la narración. Ese podría ser el caso de La casa de los espíritus, obra que la encumbró internacionalmente, o De amor y de sombra.



Pero cuando su hija Paula cae en estado de coma a finales de 1991, a los 27 años de edad, para morir un año después, el aguerrido estoicismo que caracterizaba a la autora, si bien la llevó a redactar líneas notables en el biográfico título Paula, no pudo sostenerla en pie hasta años después. A la inconmensurable Dinesen, escandinava para más señas, nunca se le corrió de entre sus dedos la vida de una hija a quien velara, en estado vegetativo, noche tras noche, durante más de un año. Allende escribiría Paula. Pero con ello no terminaba de ahogar el dolor. Más que buscar proverbios de supervivencia danesa, Allende se fortalecía acompañándose de espíritus, muchos en forma de retratos. Hay más sobre su escritorio.



CABALA Y ENTEREZA


También la mesa es muestrario de la foto de Omaira Sánchez, imagen de una niña reclamada por la furia volcánica del Nevado del Ruiz durante la tragedia de Armero, Colombia, en 1987. Aquella instantánea le dio la vuelta al mundo en un circo massmediático, que luego la olvidaría. Para Allende es una presencia constante ante la fatalidad, ante la adversidad. "Esa niña atrapada en el lodo es como mi hija atrapada en su cuerpo, años después. Paula estaba como Omaira: atrapada en una situación sin salida. La única salida posible era la muerte". Era la entereza de Paula, la de Omaira, la que la escritora necesitaría par salir del bloqueo creativo que, dice, sucedió a la publicación de las memorias del largo adiós a su hija.


-¿Cómo salió de ese limbo de silencio literario?


-Luego de la muerte de Paula, pasé dos años sin saber qué hacer. Y entonces me di un tema, como lo haría un periodista. Soy periodista por vocación y por entrenamiento. Un tema opuesto a la idea de la muerte. Así escribí Afrodita. Después de eso me sentí desbloqueada. Inmediatamente, el 8 de enero de 1998, me senté a escribir Hija de la fortuna, libro que ya tenía pensado desde que terminé de escribir El plano infinito, en 1991, y para el cual había estado investigando. La escritura salió muy rápida. Lo hice en seis meses, trabajando diez horas diarias. Volví a tomar el tema de Hija de la fortuna el 8 de enero del 92. Inicio todos mis libros en esa fecha.


-¿Es por una razón cabalística?


-Hay algo de eso, pero también lo hago por disciplina.


-De una carga abiertamente erotómana, Afrodita aparece a la venta pocas semanas antes de la salida del medicamento Viagra. ¿Fue estrategia de mercadeo?


-Noo, ¡ja, ja! Todo lo contrario. Aunque si el libro sale después del lanzamiento del Viagra, no lo compra nadie.



LAS CARTAS ECHADAS


Para muchos, Hija de la fortuna es la novela más ambiciosa de Allende. Nuevamente nos devela la bitácora íntima de una heroína. Su nombre es Eliza Sommers. Nutriendo una quimera pasional, deja el puerto chileno de Valparaíso, en 1869, para seguirle los pasos inquietos a su amante, Joaquín Murieta, hasta los territorios de aquella California de la fiebre del oro. "Ella lo deja todo -señala la autora- y lo desafía todo por lo que ella cree que es el amor". A la postre no encuentra la correspondencia amorosa, la fantasía se transmuta en el encuentro de su propia libertad, o lo que es igual, en el descubrimiento de sí misma.


-¿Hay algo autobiográfico en ese itinerario sentimental, en ese viaje hacía sí misma de Eliza, que es el nudo de Hija de la fortuna?


-No es autobiográfico el argumento, pero es cierto que la novela es un viaje en el tiempo, en el espacio, en el amor... Pero, sobre todo, es un viaje interior. Eliza empieza como una muchacha provinciana; encerrada en una casa, en un corsé; educada para ser una señorita. Igual como me enseñaron a mí. No en un corsé, en una faja. Ella sale de ese mundo para lanzarse a uno completamente masculino, que era el de California del siglo pasado. Tiene que masculinizarse para poder triunfar en esa arena. Comienza a vestirse como hombre, a adoptar actitudes hombrunas, y cuando se siente ella misma, libre y fuerte, vuelve a la ropa femenina, ya sin el corsé. Es como una me táfora del feminismo, de lo que le ha pasado a nuestra generación de mujeres.





-A diferencia de sus novelas anteriores, en ésta aparece una figura masculina de una presencia muy fuerte, que es Tao Chi'en. ¿Quién sería para usted en la vida real ese maestro, ese guía espiritual que es Tao Ch'ien?


-Muchos lectores lo ven a él como el protagonista. El personaje está basado en un médico acupunturista, Mikishi-ma, que atendió a Paula. Fue él quien me habló a fondo de la medicina china, del uso de hierbas, de la importancia de los puntos de energía del cuerpo.


-En la novela, Tao Chi'en le dice a la heroína: "En cada reencarnación volveremos a encontrarnos*. ¿Cree usted en la reencarnación y en el concepto de karma?


-No creo en la reencarnación, pero sí creo en el destino. Karma sería una forma de llamar al destino. No creo en ese karma fatalista que te amarra para siempre a una cosa predeterminada. Pero creo que hay destinos, que a uno le dan unas cartas marcadas. Con esas cartas uno hace lo que puede. Uno juega su juego bien o lo juega mal. Las cartas están: porque uno nace en un sitio determinado, de una raza o de otra, sano o enfermo, hombre o mujer... Depende de esas cartas la biografía que vas a tener.

-Hay un determinismo entonces, como Hace ver él personaje Tao Chi'en, cuando acota que en la vida nada es en balde, que en la vida nunca se llega a ninguna parte, que se camina no más.


-Creo que el proceso es lo que importa. No los objetivos.


-En Hija de la fortuna, el personaje de Joaquín Murieta vive atormentado por un romanticismo político que, en el medio norteamericano, nadie pareciera entender. ¿Es un rasgo ideológico del latinoamericano?


-Sin duda alguna, es una cualidad más nuestra que norteamericana. Para un latinoamericano es casi imposible entender la política de Estados Unidos. Primero, porque, salvo algunos detalles o sutilezas, hay muy poca diferencia aparente entre los republicanos y los demócratas. No hay (en Estados Unidos) ese apasionamiento ideológico que tenemos nosotros, que siempre estamos hablando de política. Tampoco hay esas figuras míticas que nosotros solemos tener, como el Che Guevara, o personajes que despiertan la imaginación.


-Su padre dejó su hogar cuando usted era una niña. ¿Cómo ha incidido ese hecho en la elaboración de sus personajes masculinos?


-Creo que en ninguno de mis libros hay un padre amoroso y presente. Siempre el padre brilla por su ausencia. O está ausente, o está muerto, o es un padre tan autoritario que no se relaciona con los hijos, como en La casa de los espíritus. Me cuesta mucho imaginar un padre amoroso, tal vez por eso no aparece en mis libros, a pesar de que tengo un padrastro que adoro. Pero mi padrastro llegó a mi vida muy tarde, yo ya estaba formada.


-¿Es cierto que usted le envía a su madre todos sus manuscritos?


-Sí, claro. Ella los recibe con un lápiz rojo en la mano.


-¿Nunca ha querido censurar algo ese lápiz rojo?


-Yo no le envío lo que tenga que ver con las partes sexuales, con el Papa y con la Iglesia. Le doy un manuscrito sin esos pasajes, que después los incorporo.


SEDUCIDA PERO NO VIOLADA


-Mitad del libro Paula es sobre su divorcio, sobre su nuevo matrimonio... en fin, sobre usted misma. Narra más sobre su autoafirmación que, por ejemplo, sobre el tipo de persona que era su hija. Hasta Pablo Neruda, siendo usted una joven periodista, le reprochaba su incapacidad de narrar los sucesos sin hablar de sí misma.

-Sí, es cierto. Por eso era una pésima periodista. Pero ese aspecto, ahora, en la escritura, no importa. Esos defectos pueden ser virtudes a la hora de escribir una novela.


-¿Por esa razón dejó el periodismo para dedicarse a la ficción?


-No. Dejé el periodismo porque no tuve la oportunidad de trabajar como periodista cuando vivía en Venezuela. Tuve que hacer otros trabajos, y no hacer lo que a mí me gusta que es escribir. Si hubiera podido seguir trabajando como periodista quizá nunca me hubiera dedicado a la novela.


-¿Fue difícil vivir en Venezuela?


-No pude hacer periodismo, pero Venezuela me acogió a mí y a mi familia con los brazos abiertos. Eran los comienzos de los años 70, una época muy abierta de Venezuela, en la que llegaron muchos refugiados políticos. Venezuela les abrió los brazos cuando no tenían a dónde ir. Actualmente, mi familia vive allá: mi hijo se casó con una venezolana, mi hija con un venezolano. Tengo un nieto venezolano, un hermano que vive en Bailadores, donde cultiva rosas. Siento un enorme agradecimiento hacia Venezuela, no sería escritora hoy si no fuera por todo lo que ese país me dio.


-Sin embargo, se le ha escuchado hablar de Venezuela como un país sumamente inseguro y que, además, padece una crisis moral.


-No me atrevo a juzgar a nadie desde el punto de vista moral. En cuanto a la inseguridad en el país, eso es muy cierto. El año que llegué ya era evidente, pero cuando me fui, 13 años después, la cosa había empeorado muchísimo. Habían entrado a robar mi casa 17 veces. Nos tenían marcados. Entonces, un buen día decidí dejar la puerta abierta. Ya era lo mismo dejarla cerrada que abierta.


-En un pasaje de Paula revela un incidente violento, que hasta entonces lo había mantenido en secreto: usted fue maltratada sexualmente de niña. ¿Está en ese acto una de las claves de la violencia y el odio de clases en Chile que leemos en algunos de sus libros?


-No lo creo. Aquella no fue una situación violenta. Fui seducida y, además, no fui violada. No guardo ningún rencor hacia aquel incidente. Era una niña muy pequeña y me engañaron, me sedujeron. No tenía ningún control sobre la situación. El era un pobre hombre ignorante que tampoco tenía mucho control. Y es que en todo el mundo hay una gran violencia contra la mujer.


-¿Su visión de la mujer en la sociedad actual no tiene, como diría su hija Paula, algo de "sentimentalismo y sobredramatización"?


-Hay una mezcla de las dos cosas. Quizá porque me gusta tanto contar cuentos y oír cuentos tengo una mente que selecciona lo más brillante de la historia y lo más oscuro. No me quedo nunca con los términos medios, con los grises. Cuando escribo siempre hay momentos muy culminantes y otros muy amargos, y creo que a eso se refería mi hija. Y el sentimentalismo siempre lo he tenido porque no tengo miedo a expresar mis emociones: la alegría, el dolor, el amor, la ternura. A pesar de que vivo en Estados Unidos, un país en cuya cultura no se usa eso, para mí es necesario expresarlo todo. No le tengo miedo.


-¿Qué dice su esposo, que es estadounidense, de esa confesa emotividad a flor de piel?


-Mi pobre esposo ya está más o menos acostumbrado, porque además a él le encanta todo lo que tenga que ver con lo latino, con nosotros, con nuestro idioma, con nuestra música. ¡Por algo se casó conmigo!.


Con Chile en las venas y Pinochet en la mira


-Usted ha dicho que no es partidaria de hacer juicios morales, pero ¿tiene algo que decir en relación con la crisis moral que atraviesa Chile por la detención de Augusto Pinochet?


-Creo que nosotros que tanto hablamos de moral, somos corruptos e inmorales. En Chile, que es un país profundamente católico, la gente mantiene una actitud muy pacata. Sin embargo, nadie tuvo una actitud moralista para defender las víctimas de la tortura. Ahora todo el mundo en Chile está tratando que la verdad no salga a flote, porque nadie quiere ver lo que sucedió, que fue espantoso. Doy otro ejemplo: no existe en Chile el divorcio, pero no conozco a nadie, o creo que sólo a una pareja, que siga casado con la misma persona que se casó a los 19 años. Todo el mundo se separa, se casan con o sin papeles, anulan matrimonios sobornando jueces y cometiendo perjurio... Entonces ¿dónde está la moral?


-Además de su postura irreconciliable con la dictadura de Pinochet ¿qué tanto incidió su rechazo a esa inmoralidad descrita para asumir el exilio como destino?


-Me fui porque no pude soportar el golpe militar. Cuando me divorcié de mi marido, en 1987, salí de Venezuela a California a promocionar mi libro, y entonces conocí a mi actual marido. Yo nunca planifiqué que darme en Estados Unidos. Me ha tocado vivir casi toda mi vida fuera de Chile. Casi no he vivido en Chile.


-Pero ha declarado que sólo cuando está en Chile es usted misma.


-Cuando era chica y mis padres eran diplomáticos nos mudábamos de país cada dos años. Tenía una idea romántica de Chile. Después, a los 15 años, regresé a Chile y me dije: "De aquí no me muevo más". Pero las circunstancias de la vida son tan raras: vino el golpe militar y debí irme; he viajado por todo el mundo, y en todas partes yo siento que no soy yo, libremente yo. Sólo en Chile es donde hablo mi acento, donde mis amigos y yo hemos evolucionado en la misma dirección. Allá entiendo todo lo que pasa. En otras partes soy siempre extranjera.


-¿No regresaría a Chile ni para ser usted misma?


-Pertenezco a esa generación de exiliados latinoamericanos que vieron sus familias destrozadas y cuando llega el momento de regresar a su país de origen tienen que hacer la terrible elección: su familia o su país.


-¿Qué impresiones se llevó de la última vez que estuvo en Chile?


-Fue justo cuando detuvieron a Pinochet, y lo que más me impactó fue el miedo de la gente, el miedo a los militares, el miedo a la verdad, el miedo de los de derecha porque se le desmoronen sus privilegios, el miedo del gobierno a que los militares den otro golpe, el miedo de la izquierda, la poca que queda, a que vuelva la represión. Por otra parte, Chile se ha convertido en un país completamente materializado, lo único que importa es lo que uno gana, lo que uno tiene y lo que uno compra. Antes no era así. Durante la dictadura se cambiaron los valores. Bajo el nuevo esquema neocapitalista, el trabajo y los trabajadores están reprimidos y controlados. La libertad es para el capital, nunca para el trabajo. Entonces se creó una especie de bonanza económica que no alcanzó para todos. Todavía hay una tercera parte de la población que vive en la pobreza.


-En su opinión, ¿Pinochet debería ser condenado por jueces británicos o españoles, descartando consideraciones de soberanía chilena?


-No existe ninguna posibilidad de que Pinochet sea juzgado en Chile. Ahí hay una ley de amnistía que lo libera a él y a todos sus secuaces de todos los crímenes cometidos durante la dictadura. Nunca será juzgado en Chile. Además, ya no importa tanto (el juicio) porque la humillación pública y universal que ha sufrido Pinochet basta para colocarlo junto a Calígula, Hitler e Idi Amín; en ningún caso junto a Napoleón, como él pretende.




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16/12/2024

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