Luz Machado / Revista El Farol |
Salón de relegados (XII): Luz Machado
Espacio concebido por Federico Pacanins para ofrecer una selección de textos de autores venezolanos poco editados en antologías y que bien merecen ser releídos
By Papel Literario -July 31, 2020
Luz Machado (Ciudad Bolívar, 1916 – Caracas, 1999). Poeta, ensayista y diplomática. Premio Nacional de Literatura en 1987; dirigente del Movimiento Feminista Venezolano, fundadora de la Asociación Venezolana de Escritores y del Círculo de Escritores de Venezuela. Sus trabajos periodísticos fueron publicados en El Nacional y en revistas como Contrapunto, Élite, Shell, Revista Nacional de Cultura e Imagen.
Más de veinte libros de poemas dan cuenta de la palabra aparentemente sencilla, cotidiana, aunque de sabia contundencia femenina; jamás débil o desvalida. Hemos elegido uno de sus últimos libros, A sol y a sombra (Ediciones de la Contraloría General de la República. Colección Medio Siglo. Serie A letra viva. Caracas, 1997) para ofrecer nueve poemas fechados y preludiados por un epígrafe, seleccionado por la poeta, de San Agustín de Hipona:
“En la narración verídica de las cosas pasadas, lo que se extrae de la memoria no son las cosas mismas que pasaron, sino las palabras que sus imágenes hicieron concebir, las cuales, pasando a través de nuestros sentidos, quedaron en nuestro espíritu marcadas como huellas” (Libro XL. La palabra creadora).
Fuera del conocimiento (23-3-1977)
De pronto quiero
no conocer nada más.
Imaginar solamente.
Por cada palabra oída o al aire
suelta por otro,
tomar la punta del sonido
y por ahí viajar por la imaginación.
Volver a conocer otros mundos
cuyas relaciones
emergen de mí,
del sitio de mi cabeza,
que es donde los siglos han fijado
La rectoría del hombre.
Imaginar.
Así nació también,
así han nacido tantos mundos.
Y la poesía.
Y este primer apunte para un texto
fuera del conocimiento.
Los viejos templos (11-6-1974)
Se alzan solos
como periódicos de piedra
de un solo día, hace tiempo.
La intemperie, con cinceles ávidos
labra y labra
sus claustros
por donde el hombre pasa
su brizna palpitante y sonora,
indefensa.
En vez de volvernos polvo
deberíamos convertirnos en piedra
para seguir presentes y acompañando
como esos templos
a todos lo que quieran estar juntos
con nosotros,
aunque sea sin sentidos, sin sentirnos,
mas, presentes,
fuertes contra los cataclismos,
dioses por ya haber pasado
este fuego terrible de la vida,
su gran selva donde la palabra
aparece,
desaparece,
juega con la inmortalidad
por cuanto representa.
Acordes (19-9-1975)
Que el viento mueva las ramas del árbol
para poder ver, debajo,
que se mueve.
Que las mueva y no las rompa.
Parece un banco de parque
para el amor de los pájaros.
No estaba antes ahí.
Y lo he visto sin buscarlo
cuando miraba la lluvia
cayendo.
Pero está solo.
No hay nadie sentado, esperando,
dormido.
Bajo el árbol y las ramas
alguien seguramente pensó en el amor
y lo trajo.
Las toma el recuerdo ahora.
Un banco que trajo alguien.
Un árbol, en esta plaza.
La lluvia, los pájaros, el sol.
Indudablemente,
es la vida lo que miro.
Tiempo (26-5-1989)
Me gustan los almanaques,
los relojes
y paso y me miro frente a los espejos
porque creo
que no debemos olvidar el tiempo.
Babel (17-3-1976)
Ninguno habla como yo
—me dice el olvido
desde su pompa vacía
de colores, sonidos, imágenes—.
Ninguno me habla.
Y si me hablaran,
el gesto de sus cabezas
parecería decir a los demás:
“ella no es nadie,
pueden acercarse
hablar, oír,
que no hace daño,
y ya no es nadie”.
Y así pasan los días.
Y la soledad es la única
habitante de este largo olvido.
Apunte (17-7-83)
Es bondad del tiempo
saber que alguien está vivo
y recordándonos,
aunque todo lo demás sea
un gigantesco muro invisible
separándonos.
Marina (26-7-1976)
No solamente el río que fluye
deja de ser, siendo,
sino la ola del mar sobre la arena
yendo
y viniendo.
Es condición del agua
ser
negándose.
Cuidados (17-5-1984)
Cierro la puerta, la reja,
con dos vueltas de llave
cada una.
Con dos vueltas
que recorren el metal durante el día,
breve chispa fría de acero
al este y oeste de mi mano
En la clausura.
El sol afuera,
aún permanece.
Pero ya no se ve el horizonte.
Esta ciudad no tiene horizonte.
Cerros y cerros y edificios
como árboles fantasmagóricos
fantasmas de la piedra
levantada
bajo esa luz solar
liviana y cruda,
áspera y simple
de la aurora a la noche,
que una no sabe cómo no queda su línea
marcada en la curva de las horas.
Ya he cerrado la puerta.
Se acabó el día.
Pienso en el Río.
Enciendo las luces
mientras ciertas rosas de penumbra
colorida,
florecen en los rincones,
esponjadas.
Figura (12-7-1979)
Como no viene nadie,
dejo abierta la ventana
para que entre el aroma
de los lirios del patio vecino.
Tomado de El Nacional
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