martes, 13 de agosto de 2024

LA POESÍA DE ADHELY RIVERO: ROSTROS Y FULGORES DE UN PAISAJE

 


LA POESÍA DE ADHELY RIVERO: ROSTROS Y FULGORES DE UN PAISAJE

Por JOSE NAPOLEÓN OROPEZA.

        El día 30 de junio de 1984, a las seis en punto de una tarde lluviosa, en el instante en que me disponía salir de mi casa hacia Bárbula y, apresuradamente, recogía los libros de poemas de San Juan de la Cruz, Antonio Machado, Enriqueta Arvelo Larriva y algunas reproducciones de obras de pintura de Marcel Duchamp, con la idea de emplear---a manera de espejos confrontados, algunos de sus versos e imágenes pictóricas, como herramientas para el análisis y disquisiciones sobre el tópico que sería tratado en la clase de Teoría y Análisis Literario, ese día: “La imagen como mar insondable en la obra de arte”---justo cuando me preparaba a abordar mi automóvil, se acercó a las puertas de la casa, el joven  poeta Adhely Rivero.



       Después de saludarme, depositó en mis manos un pequeño libro que, bajo el sencillo título de 15 Poemas, había sido editado, bajo el sello de Amazonía. La obra, tal vez “cocida”, según me relató, rápidamente, en los días de su permanencia en el taller de poesía, dictado por el maestro de maestros Eugenio Montejo y, posteriormente con Rafael Cadenas, había sido impreso en un grueso papel de color marrón, y hojas muy ásperas. De entrada, daba la impresión de ser un libro antiguo. Con una portada de Marcos Cupido, estructurada a partir de la fotografía de unas figuras, rostros y pernas, moviéndose entre sombras, del joven del joven dibujante José Abreu, la obra había sido editada en Caracas por la Editorial Arte, que, durante el mes de junio del año 1984, de manera impecable, la imprimió, cuidando la magia del exquisito diseño del libro. 

Esdras Parra


       Luego de entregarme dos ejemplares de la obra, uno autografiado para mí y otro firmado para la escritora Esdras Parra, quien, en ese entonces, venía con regularidad a Valencia, a dictar un taller literario para jóvenes escritores en los espacios del Ateneo, abordamos nuestros carros y nos dispusimos, cada uno, a tomar su rumbo. Antes de despedirnos, le trasmití al poeta mi deseo de invitarlo a asistir a mis clases, en los próximos días, con el propósito de que dialogara con mis alumnos sobre su libro, después de leer, en el aula algunos de los textos del libro.

Carlos Ochoa


     Cuando retorné a mi casa, entrada ya la noche, bajo un tremendo aguacero, cuya fuerza inclemente, no solo arrancaría árboles sino, que destrozaría cualquier paraguas, mucho más las carpetas, que, al salir del carro, puse sobre mi cabeza, traté inútilmente, de abrir rápidamente la entrada a la casa. Pero---azotado por el viento y la fuerza de la lluvia--- no conseguía el hueco de la cerradura.

        Por fin logré entrar. Después de dejar las llaves en la mesa de la sala-recibo me senté en una vieja mecedora de mimbre, asiento favorito a la hora de disponerme a leer, luego de terminar de escribir, o, algunas veces---como aquella noche de lluvia borrascosa---al retornar a casa después de mis clases en la Universidad de Carabobo. Extraje de mi pecho, los libros de San Juan de la Cruz, Antonio Machado y Enriqueta Arvelo Larriva y el libro de Adhely Rivero, que había resguardado de la lluvia entre los otros, formando un acorazado escudo de protección bajo mi pecho.



       Coloqué el resto de los libros sobre una mesa que, a su vez, servía de revistero y me dispuse a leer 15 Poemas. Sin dilaciones, empecé a revisarlo. Una breve presentación del también poeta Carlos Ochoa, resumía en dos páginas, su opinión en torno a los certeros hallazgos de la obra escrita por Adhely Rivero, pues, según él, envuelve al lector “en la vitalidad de un acto que despierta la conciencia hacia parajes verdaderos, lo dicho en sus poemas, nos remite a un punto cardinal interior, a una sustancialidad que sustenta la naturaleza viva, latente, durable”.



     La poesía de Adhely Rivero: el tejido de un temblor oculto


        En una primera lectura de los quince poemas reunidos en la obra---cuatro de los cuales aparecen incluidos en una sección titulada Poemas Dispersos, visualicé, tras esa lectura de los textos, algunos elementos---el caballo, el verano, la luz, los pájaros, las flores, las hojas, el río, la luna, la lluvia, la casa, la tierra---que, como las ondas de las aguas de un rio agitado en la superficie de sus aguas, por alguna laja, trazan círculos; se unen; se dispersan. Los textos incluidos en 15 Poemas, fijan un espacio ensoñado en el cual---tras resurgir en un nuevo afloramiento en pos de luz---reaparecen y nos ofrecen ensoñantes visiones sobre el tema central de la obra: la recuperación de una memoria que perfila los rostros y seres que andan y desandan los caminos, urdiendo y convirtiendo---a través de un fantasioso diálogo entre vivos y muertos---el espacio del llano venezolano en un paisaje íntimo.

       En cada poema se dibuja algún detalle, mediante el registro de una voz que rastrea un signo, que fija y desfija la memoria familiar, encarnada en las acciones de un padre, de una madre y de una abuela, cuyos recuerdos y memoria se desean asir como un cuerpo absoluto. Una memoria que se intenta armar a partir de las imágenes primigenias---río, casa, luna, caballo, árboles, pájaros---de un paisaje que desea recobrar, trayendo de vuelta, un rostro, un detalle, que, a la vez, opera como ductor del recorrido silencioso, lento y pausado de los seres inmersos entre nieblas. Se esfuman y desaparecen fijando el amago de una memoria desvanecida como la luz de luna:

     Quién me espanta

      por muerto

      y come las hojas

      del caballo

 

      Me asomo

      al monte

      y es blanco de luna

 

      Sueño donde había puerta

      y siento la tierra baldía

 

      Me voy por la luz

      de linterna

      adonde no hay nadie

      en mi sueño.

 

        Las hojas del caballo se esfuman bajo la luz lunar: tal vez fueron parte del mismo sueño de imaginar la tierra. Como una puerta, que, una vez evocada, deja oír las voces y palabras de un ser que pervive, trasmutado en un fulgor etéreo, dentro del sueño de ser hoja o caballo. Todo emerge de una misma ensoñación desvanecida, tan pronto el poeta descubriese--- tras la puerta---un detalle o un rostro oculto: asume la conciencia de aceptar que nada ha sido real. Todo está dibujándose en un sueño de hoja y un caballo. Tanto las hojas como ese caballo, parecieran resumir el movimiento de las demás imágenes: la luz de la luna y la tierra totalmente baldía, forma, también, parte del sueño.


Eugenio Montejo


        Si se está vivo o muerto será siempre un juego de la luz, de los constantes vaivenes del ser en busca de continuar en el afán de asir un recuerdo absoluto. De otear en los restos de una memoria cada vez más lejana. Todo subyace en la evocación de un paso, o de otros movimientos cada vez más lentos:

     Vi caer los pájaros

     Aquel sol arando tierra

     y nos fuimos trotando

      para un olvido

      En mi río

      Están las huellas de un verano

 

      Las hojarascas suenan

      Nada queda de los pasos lentos.

   

         Todo permanece en la zona olvidada. No existe memoria de la muerte, tampoco de la vida: las imágenes nacen y subyacen, en la memoria como un sueño. Emerge la posibilidad de un olvido que borra los pasos y reafirma la condición del río como elemento de resistencia ante la desmemoria y el persistente olvido. Desde lo más profundo del ser, crecen las aguas del río: prevalece tan solo el sonido de las hojas y de la memoria signada por las huellas de un verano que sólo deja huellas en lo más profundo del ser: sin ninguna vacilación, trota hacia el olvido.

        Pero las imágenes de un persistente verano retornan para enclavar la memoria de las imágenes de un paisaje---la sabana, la palma, el sol, un rostro cuarteado, un caballo, un pájaro, las flores, un estero, la hojarasca---y los seres y rostros de un mundo interior, oculto, que, indefectiblemente, aparece y desaparece, como amago. Pero que corre, interiormente, como un río dormido, flores de pensamiento, torrente de un río que avanza transmutado en la imagen de un caballo, que trota en el viento:

     No puedo

     tenderme

     bajo la palma

           soñar

     mi caballo en el viento

 

      Borraron los esteros

     las bifurcaciones

     las flores de pensamiento

 

     Y este camino que nos trajo.

          En estos 15 textos---lo confirmaremos, al releerlo, años después, cuando el poeta, en otras obras, retome imágenes y símbolos de este libro--- asombrosamente bien tejido---desde las imágenes de una recurrente ensoñación que volverá a urdir y presentar el tema de soledad y silencio del llano, temas que obsederían al poeta: el silencio imponente de un río de luz que divide su surco y crea bifurcaciones de alguna memoria perdida. Una memoria que trata de reunir en las imágenes de una flor, de un camino o una carama, amasijo de troncos y de piedras arrastradas por un río crecido.

        En esta hermosa y contundente obra del poeta Rivero, el esplendor---perfilado en la imagen de un caballo que, entre el viento, tejerá otra senda de infinitas ensoñaciones---aflora como un universo único: nada que habite el viento volverá a ser el mismo. Pero, el caballo, resurgirá, siempre, en otros escenarios en los cuales el poeta reinventaría su figura, su egregia presencia en muchos de sus textos posteriores. Convierte al caballo en un símbolo de la fuerza desbordante de la naturaleza. Pero, también en un ser mágico que se transfigura en otros seres: lo convierte en el puente que une el cielo con la tierra: vive en el viento, transmutado en cabellera de luz, en un nudo de músculos fogosos, pues nace de un sueño de luz y de aire. Pasta en el viento que lo dibuja y desdibuja, en un siguiente texto, en otra estancia de la misma y recurrente ensoñación:

     No puedo

     tenderme

     bajo la palma

            soñar

     mi caballo en el viento

 

     Borraron los esteros

     las bifurcaciones

     las flores de pensamiento

     Y este camino que nos trajo.

        Esa ensoñación del caballo, lo mismo de éste y de otro camino, será, borrado en un siguiente instante. Pasado o presente sólo existen como un verbo nacido del aire, materia para el borrón y el paso del viento que trae, devuelve o aleja el caballo. Solo existente mientras se lo sueña. Lo mismo que las flores de pensamiento que perviven como un ser real, una flor desnuda e íngrima. Pero que, también, como el caballo, habita, recurrentemente, el mismo sueño. Igualmente pensada, mora en la zona de la intermitencia: en una y en otra orilla, la de la realidad y la de las ensoñaciones que ocurren y no ocurren debajo de una palma: el espacio en el cual iniciaría el territorio del juego permanente del olvido y desolvido. La imaginación espejeante de un camino que, bajos hilos memoriosos, trae de regreso a los seres y espacios amados. Pero, a semejanza del camino, terminan borrándose, para incitar, de nuevo, el juego a la continua ensoñación de seres amados y formas de un paisaje en permanente formación.

        En el centro de la ensoñación---donde seguramente se tejerían las imágenes y símbolos que acompañarían, a lo largo de su vida de poeta a Adhely Rivero, cuestión nacida de una elucubración nuestra, al leer el siguiente texto, mientras, oía la lluvia que, afuera, no cesaba---tuve ante mí, uno de los poemas más hermosos de esta obra, por su profundidad del bordado semántico, alcanzada tras el sencillo devaneo de las imágenes, como si fueran las líneas, rayas, los puntos de un dibujo, cuyos elementos, urdirán, en el alma, el recuerdo inolvidable de un hermoso poema:

     Ahora

     llueve

     y las gotas negras

     los paraguas

      pasan por las calles.

     Ahora puedo ver por la ventana

     un edificio temblando en el agua

     Un hombre saltando

     Una mujer pintada

     en la pared contra la lluvia

 

     Temprano

     veía esta nube en el cielo

                                    Ahora yace desplomada

                                    en el pavimento.

        Magistral poema por la conjunción de imágenes---lluvia, cielo, paraguas, gotas negras, ventana, hombre, mujer, edificio, nube, pared y pavimento---que nacen, pasan, se dibujan de un verso a otro, dejando en el tránsito, rayas y líneas que fijan y desfijan el temblor de unas gotas de lluvia. Pero, también, de todas las imágenes que demarcan los distintos sucederes de un acontecimiento transfigurado en una línea, en una gota. Mientras desde la ventana, el poeta contempla la escena que, bajo la lluvia está bordándose---dejando la impresión y la visión de seres que pasan frente a él---en el mismo instante que se dibuja un universo nacido de las gotas de lluvia:

     Ahora puedo ver por la ventana

     un edificio temblando en el agua

     Un hombre saltando

     Una mujer pintada

     en la pared contra la lluvia

 

        Un minucioso sueño nace desde la mirada del poeta que se sitúa, detrás de la ventana, para imaginar o ensoñar qué ha sucedido, qué acontece frente a él, tras el temblor de los seres dibujados bajo la red de la lluvia. El pensamiento que tuvo temprano, se volvió real en  la caída de la nube sobre el pavimento. En ese instante, el poeta que observaba la escena, cerró, magistralmente, la visión de las cosas sucediéndose, mientras veía llover y presenciaba, desde la ventana, cómo nacía la otra historia de un instante de lluvia: la nube quedaba diluida en el pavimento. En su dureza y en su condición de esplanada quieta y receptora de los restos de un sueño.

        15Poemas cierra con otro poema dedicado al caballo, elemento presente, como símbolo obsesivo y recurrente en la constante ensoñación que da forma a esta obra en la cual---como anteriormente lo intuimos---de un texto al siguiente, el poeta nos presenta las variaciones de un mismo sueño: nada existirá si antes no resulta imaginado. La ensoñación en este conjunto de poemas nos lleva, en uno o en otro sentido, en un viaje indetenible, interminable por la experiencia de la memoria y la desmemoria, urdida a partir de la voluntad de vivir en un permanente vaivén de las palabras.

       El último texto del conjunto incluido en la sección titulada Poemas Dispersos, nos maravilla, por el novedoso tejido formal del tema del caballo, al convertirlo en un ser mítico que, por igual, desanda entre el viento y reafirma la belleza de su vigor y su grandeza, cuando se adueña de la luz y se transmuta en pozo de fulgores.

       Desde la visión de este poderoso y enigmático animal, el poeta Rivero urde el mito de una sabana transfigurada en fuego, cada vez que el caballo deja su luz en la tierra, abriendo, con su figura desdibujada por el viento, las primeras imágenes de una leyenda que cifraría el poema, al reunir las estelas dejadas, en la sabana, por su luz:

     Un caballo desdibujado en el viento

     deja la luz en la tierra

     A su paso ciframos la leyenda

     El fuego de un mito que se cruza

     en la soledad del campo

 

     Un caballo

                       Blanco

     a la medida de la sabana.

        Pasaron seis años desde aquella noche cuando me mantuve, durante largas e intensas horas leyendo y releyendo los hermosos textos reunidos por el poeta Adhely Rivero en 15 Poemas, obra en la cual daría forma a las primeras imágenes que---como ese caballo desdibujado en el viento, la lluvia, el río y la sabana---conformarían un pozo insondable en la cual la visión de los ríos, los rostros familiares de vivos y muertos, avivarán el fuego de una pasión desbordada, indetenible. Un sentimiento fogoso e infinito por la tierra llanera, dibujado como un deseo irrefrenable de volver y retornar, por siempre, a los mismos elementos, en busca de las chispas de un tizón encendido por el sol.

Adhely Rivero. Fotografía de Yuri Valecillo. 1995


       Luego de esta la primera obra---como si estuviera reafirmando su viaje sin retorno a las mismas imágenes de una sabana inundada o azotada por el fuego---con la visión del caballo que aparece y desaparece, como si él también fuese un encanto--- el poeta Rivero nos dio a conocer En sol de sed, su segundo libro de poemas, impreso en Valencia, por Alfa Impresores editado el 1990, igualmente, bajo el sello de Editorial Amazonia.



      Persiste en esta obra el tratamiento del tema del silencio, la soledad del ser que trata de rescatar las imágenes de un universo familiar que se mantiene vivo, por el solo hecho de evocarlo. De traer a colación la imagen de los seres que, alguna vez, habitaron bajo el cielo de un paisaje en permanente ensoñación: las anécdotas, los rostros, las cosas, los seres inmersos en el llano, bajo un inclemente sol en algún tiempo y en otro, bajo los torrenciales aguaceros. Todo ello formando parte de un paisaje, alguna vez real que, ahora, En sol de sed, resurge de la voluntad de pensarlas o de imaginarlas:

     Nada esperes del camino

     El paisaje y las bestias

     existen

     Aparece un río

     cuando lo deseamos

        Tras el acto de imaginar---o de desear la reaparición de las formas y seres del paisaje del llano, surgirá el río, que todo lo arrastra en espejeo de gotas y que, a su vez, ocasiona, que surjan calamidades o alegría. Pero que aparece cuando lo deseamos, subraya el poeta que, en los tres primeros poemas de esta obra, en la cual retoma las imágenes y símbolos recurrentes en todo su universo: la centella, el cielo, la lluvia, el paisaje, las bestias, el río y el sol. El río, que aparece y desaparece, nos trae, así mismo, tras la invocación que de él hace el poeta, los seres que permanecían ocultos, cada uno en lo suyo, tal como se expresa en el tercer texto de este nuevo conjunto:

      Montado sobre

      los pulmones del animal

      como raya de sol

      Cada uno va en lo suyo

      Él en su bestia.

     Yo en desvelo.


       Y en ese ir en lo suyo cada uno de los seres que hacen vida en el llano que el poeta Rivero nos retrata entre anécdotas y hechos, a través de un verbo descarnado, llevado a la esencia de una raya de sol, dominará la expresión y pervivencia de una palabra escueta, reducida a su esencia. En este itinerario, en este inacabado transitar por la sabana, Rivero, nos coloca, de nuevo, frente a algunos textos que, reaparecen, de pronto, en el conjunto de poemas que integran el cuerpo formado por En sol de sed. Texto que estuvimos analizando e interpretando en la lectura de 15 Poemas y que el lector avisado, interpretará como un deseo expreso del poeta de volver a esos ámbitos ya creados para reinventar alguno de sus elementos. Como si estuviese subrayando que estos textos, incluidos de nuevo, evidencian, en su universo, un pozo maravilloso, que, ahora, retorna, como si una vez logrados esos textos se convirtieran para el poeta en “amuletos”, como una vez lo aclaró el mismo Adhely, a lo largo de una entrevista, con motivo de la presentación de Tierras de Gadín, su tercer conjunto de poemas.



       Tres textos de 15 Poemas aparecen incluidos en esta segunda obra de Rivero. El poema sobre el tema del caballo que galopa en el viento y que resulta ser el sueño no deseado bajo la palma y otros dos textos, incluidos uno al lado del otro como si conformaran un díptico. El primero lo estuvimos interpretando, anteriormente. Señalamos que nos parecía el más hermosos de todos, el gran pozo de la indagación, con su tema del poema que se construye---desde la visión del poeta detrás de una ventana---siguiendo los pasos y poderes de la lluvia, al tejer y enlazar las imágenes, como signos que parecieran ser las rayas de un dibujo. Allí, indudablemente, el poeta perfiló línea formal presente en la mayor parte de su obra: el poema que se piensa a sí mismo, y que se construye frente al lector.

       El tercer texto es sumamente breve, el único titulado en el libro, resulta ser de una gran belleza por su capacidad de despertar emociones insondables, en apenas, un texto brevísimo, devenido en un inolvidable y deslumbrante haikú:

     Cartas

     A veces nos sorprende una

     nube dobladita

     bajo la puerta.

        Los tres textos se constituirán, intuimos nosotros, en fuentes para la reinvención del tema del paisaje convertido en permanente fulgor, traído a través de la memoria volcada a través de una palabra llana, elemental, llevada al hueso. Un verbo capaz de sugerir un incesante remolino de significaciones, como la imagen de una carta convertida en nube, bajo la puerta. En un universo que, definitivamente, se sostiene en un sueño constante, en una vivaz ensoñación, heredada del padre:


     Pongo la cabeza a buscar

     la resonancia de mi padre

 

     Estamos apartados

     en el mismo cerco

     de soledumbre

     Hazle saber la cabecera

     del monte azul

     Cuando corras ganado

     me dice: vas a sentir la lejanía.

 

        El rescate---o la reinvención---de la memoria perdida, extraviada en el borbollón del río, o bajo un ramalazo de sol que cerca los seres que deambulan por estos textos de Rivero, atrapa y “encierran” en el cerco de los vocablos habitados por el silencio, la soledad empozada en un neologismo urdido por Rivero, a partir del fundido de las imágenes del sol y la sombra: soledumbre, la palabra certera, eterna, como una gota de agua, de padre e hijos que, acaso, esperan, desde un solitario rincón, alguna carta convertida en nube. La suerte de uno supondrá el proseguir los pasos del otro. Los seres--- padre, hijo, abuelas, madre, caballo, monte --- cada uno en su sitio, a la sombra de un árbol, o recostado a una piedra, está destinado a buscarse en el otro. A tratar de comprender la soledad del padre desde la suya propia:

 

     Estamos apartados

     en el mismo cerco

     de soledumbre 

    Cerco signado, además, por las acciones arquetípica que cada quien cumple en un universo fundamentado en la soledad y pervivencias de todos los avatares ocasionados por la naturaleza, en tiempo de ardiente sequía, o en temporadas de inclemente lluvia.

Pero, de padre a hijo, no solamente, se hereda la tierra con su condición de ser solamente un descampado, un terreno baldío, si no, también, la aceptación del reto de convertir esa tierra en un absoluto paraíso, para orgullo de toda la familia. Del padre que tutea al hijo y le advierte, a través de un diálogo, en imágenes y “consejos” fundidos y asimilados por el hijo en un verdadero pozo de sabiduría. Sembrar; dialogar; “ver” y descubrir las huellas que deja, en el alma, el verdor del monte, profundo y extenso:

     Me voy del pensamiento

 

     Por este filo de monte

     la luna pasa

     en el alma

 

     Yo tuve tiempo de ser la tierra

     uno se siembra y se hace

     uno es el corazón

     Un olor verde y extenso

        Los rostros pasan y de padre a hijo se hereda la tierra. Pero, también, la soledumbre sostenida y llevada por un tiempo. Un instante destinado a repetirse como las faenas que supone sembrar la tierra. Y completado el sembradío, volverse esa porción de tierra que aguarda por un ser---padre, madre o hijo---destinado a reiterar y a reinventar los gestos y acciones de sus antepasados:

     Yo tuve tiempo de ser la tierra

      uno se siembra y se hace

      uno es el corazón

      Un olor verde y extenso.

       Un olor que cruza la soledad del campo. Un fuego que lo atraviesa, como el caballo el viento que deja, igualmente, huellas y herraduras en el alma. La luna pasa. Pero no el pensamiento, ni tampoco el monte que se eleva y fija, para siempre como la palabra de Adhely Rivero en estos versos, la sensación de que el verbo existirá siempre, para siempre, para nombrar un hueso: el destello de una gota de luz. El fulgor que muestra arrugas en los rostros, causados por el paso del sol en caras, rostros y ríos. Y el temblor de un hombre que anudo con sus palabras En sol de sed: la faena del sol al abril tales surcos y crear esos temblores. Esos fulgores suyos en las piedras, o en las palabras del poeta que, definitivamente, nombra y anuda la imagen de un sediento sol en su vigilia:

     Cavamos sobre hueso de ganado

     tierra blanca

     resplandeciente y fina

     Yo mismo soy el hombre

     en este universo

 

     Lejos golpea el casco

     un sentimiento de vigilia

     los sostenemos para oír

     lo profundo del suelo


       Se ara y se cava la tierra blanca, bañada por un sol que la vuelve resplandeciente y fina, fijando de esa manera, el pacto entre padres e hijos. El hueso de ganado funda y resume toda la pervivencia de una tierra que resplandece como el hueso dormido en sus entrañas. El hombre que proclama ser el dueño de aquel universo. Sostiene la pujanza de vida, la vigilia custodiada por el padre y el hijo, hilando el sueño de estar despierto desde siempre:

       Lejos golpea el casco

       un sentimiento de vigilia

       Nos sostenemos para oír

       lo profundo del suelo

       Oír y ver lo profundo del suelo sostiene la vigilia, ese sentimiento evocado y traído por los golpes de un casco que reafirma la persistencia de una historia contada y vivida a partir de la imagen de una tierra tan blanca, resplandeciente y fina, como el hueso que resume esta historia. Cada uno de los actantes---padre o hijo---en diferente tiempo, en el mismo escenario, ha proclamado ser el hombre de un universo atrapado en los golpes del casco del caballo que, acaso, evoquen y traigan a la memoria el instante en que los antepasados empezaron a reiterar los mismos gestos.

       Retorna a las imágenes, a esos símbolos que tejen sus imágenes. Se afana en la tarea de reinterpretarlas y convivir con ellas, otra vez, por la vía de la reinvención llevada a cabo por el propio poeta, en otros textos de su obra En sol de sed:

     Respeto los restos    

     y en particular la memoria.

     Tengo toda la tierra por delante

     De la punta del río

     a la mata

     Ahora abandono los bienes

     por andar en los sueños

       Y en la andanza, empezará a resurgir, de nuevo, las imágenes del universo familiar, el  recuerdo de quienes reposan en el cementerio y el sueño de andar, en ellos, entre los vivos y los muertos: Respeto los restos/ y en particular la memoria, nos dice el poeta, aunque reconozca que vivirá entre la andanza, infinita, de las ensoñaciones. Tiene la tierra por delante. Pero, en sus manos, una porción de ella en la existencia de dos cementerios que, por la misma vía de las andanzas, conviven, con él, en cada paso:

   Un cementerio

   donde pisan y pastan animales

   Cuando lleve

    se respira malamente

    el olor de la centella

    El viento no deja de cantar

    En la atmósfera

    tábanos y moscardones

           

    Un cementerio de pueblo

     donde somos tan eternos

                          en familia.

         El primer cementerio, donde pisan y pastan animales, se transforma, tras la lluvia, en el olor de la centella y en el pasto del viento que trae, vida-muerte en la imagen de tábanos. Quizá no exista si no uno solo: el cementerio donde las figuras de la familia, los vivos y los muertos son eternos. Pisan el mismo suelo. Un suelo y una atmósfera en los cuales todos los seres que habitan allí, padre e hijo, eternos en familia, son eternos por repetir las mismas andanzas y por revivir las mismas ansias de romper el cerco de silencio y soledad:

       Pongo la cabeza a buscar

       la resonancia de mi padre

      Estamos apartados

     en el mismo cerco

    de soledumbre

    Hazle saber la cabecera

    del monte azul

    Cuando corras ganado

   me dice: vas a sentir la lejanía.

 



      Voces y huesos en la poesía de Adhely Rivero: retrato de un paisaje.


       Como si hubiese escrito un solo libro, en diferentes versiones reales y algunas veces fantasiosas de un mismo retrato---tal como sucede con las obras que ofrecen genésicas aproximaciones e indagaciones de un tema, en distintos escenarios y épocas---toda la obra del poeta Adhely Rivero, desde aquel libro inicial---15 Poemas---constituido en el pórtico, en la puerta auroral de su creación poética, en el gran pozo de todos los fulgores, hasta Frontera Invisible, aún inédito, pasando por En sol de sed (1990); Los poemas de Arismendi (1996); Tierras de Gadín (1999); Los poemas del viejo(2002); Medio Siglo La vida entera (2005) y Compañera (2012), ha sido estructurada sobre la base de una intensa y luminosa indagación del tema del paisaje del llano venezolano, magistralmente registrado y retratado en distintos instantes, tomando como punto de confluencia, el contrapunto de voces y visiones mágicas, fantasiosas, de los seres que pueblan el espacio del llano.  Todo ello retratado mediante el fundido y transfiguración de voces y hablas de personajes que hilvanan---mientras trabajan y dialogan---detalles o visiones del paisaje, como si estuviesen dibujando un mosaico y confluencia de miradas alternas.  Visiones creadas, o recreadas, a partir de una palabra desnuda, transfigurada en fulgor:

       La palabra que me enseña

       a montar

       corre apacible

       duro es el acto

       de sostener la línea del cuerpo

       en la pendiente del lomo

       El viento me empuja a la tierra


       Pierdo la silla

       los estribos

       y se va el caballo

       Oigo la voz

       en el aire.

       Sin que el otro con el cual se dialoga en este poema aparezca, de cuerpo entero, resulta transfigurado en una palabra que corre apacible desde el primer verso, en el cual la memoria, y el instante de montar un caballo, se funden en el acto de sostener el cuerpo sobre la silla de montar.  El viento, siempre presente, de manera real o derivado en otras imágenes, cumple, ahora, la doble función de devolver palabras del otro a través del recuerdo del padre y, también, de sacudir el cuerpo, como si el aprendizaje de montar---el caballo, o el poema---dependiese de resistir a la fuerza del viento que empuja hacia abajo:

       El viento me empuja a la tierra

       Pierdo la silla

      los estribos

      y se va el caballo

 

         El caballo se va.  Tras su huida el viento se apacigua, concluida su parte en la jornada: empujar al jinete hacia la tierra, que, tras la pérdida de los aperos de montar un caballo, como en retorno apacible, oye la voz del padre ese otro que lo lleva al comienzo de la faena tan dura de sostener la línea del cuerpo.  Pero, tras oír la voz en el aire, el jinete reanudaría la faena de un aprendizaje que, tal vez, transforme, la caída, en un logro.  Oye la voz.  El viento fuerte cumplió su cometido. Pero el aire devuelve ecos.  La palabra que enseñó a montar, trae, de nuevo, el mensaje.  La anunciación de una línea.  El acto se ha cumplido.  El poema está hecho.

       Todas las faenas, todas las acciones que se cumplen, a lo largo del día en un conuco, en una finca, en un potrero, resultan elevadas, en la voz del poeta a la condición de devenir en un acto trascendente y genésico.  Cada amanecer implicará, tras la repetición de la faena cumplida, individualmente, por cada trabajador del conuco o de la finca.  Con alegría, cantando al ganado, o cortando monte, se cumple el acto de reconciliación con la cosmogonía de un universo nacido en el instante en que, muy alegres, entonando coplas, o tonadas, los obreros inician la faena del día, el trajinar de las cosas y de los seres que aparecen y reaparecen entre el viento, como si fuesen una revelación:

       Vuelvo a cantar ganado

      con el corazón

      divertido

      en el viento

      y él se queda oyendo el pasto

      en la sombra.

         Sólo seis versos tejen una epifanía en este poema. El acto de cantar ganado, celebrando, en acto reiterativo, la memoria rastrea, cantando, el instante de arrear el ganado al comedero. El viento vuelve a hacerse presente esta vez, animando la jornada de arrear y cantar, mientras se agita la escena.  El otro que, algunas veces, se convierte en punto de luz y, esta vez en red de sombra, se queda oyendo el pasto que crea su propia música, al ser agitado por el viento.



        Cada poema de Rivero pareciera registrar el instante en que el viento pasa entre las cosas para reafirmar una memoria, a través de una imagen, o para revelar en los seres, en los objetos y en los hechos de la vida cotidiana---como apuntábamos antes---un momento de revelación.  Pero, igualmente, de premonición de sucesos, de hechos, en un tránsito vital al cual se llega, luego de reiterar tareas y oficios, tal vez excusa para alcanzar ese sentido premonitorio, ese percance:

       Todos llegaron contando

       la vaquería

       bañaron los caballos

      y se fueron al corral

      sobre los tramos

      Estaban enamorados de esta vida

     Al fondo de la casa

     bajaba la noche

     y me dije

     estos van a ser ladrones de ganado

     Me cerca la euforia

     la sabana se hacía oscura

     cuando dábamos la vuelta

    al patio

           Las tareas del llanero en el campo---contar el ganado que retorna al corral, después de ser alimentado en los pastizales y de pasar por los abrevaderos de melaza, agua y sal---se cumplen siempre, en medio de un ambiente de jolgorio, chanzas y entonación de tonadas.  Alimentar al ganado y a los caballos---a los que, además, bañan luego de cumplir alguna faena dentro o fuera del espacio en el que viven---se constituye, siempre, en una celebración de cada día.

        Cumplida la faena, quienes custodian al ganado y los caballos, se encaraman en los tramos de madera que rodean y cercan el corral.  Allí montados, allí encaramados, pasarán buena parte del día, cantando o silbando, o, simplemente, conversando, ajenos a relojes.  Pero atentos a cualquier eventualidad que pudiese presentarse en el corral.  Atentos a cualquier indicio---natural o humano---que altere o signe un cambio en la vida del corral:

       Estaban enamorados de esta vida

       Al fondo de la casa

       bajaba la noche

       y me dije

       estos van a ser ladrones de ganado

       Me cerca la euforia

        la sabana se hacía oscura

        cuando dábamos la vuelta

        al patio.

        Quizá en este poema---entre los muchos textos escritos por Rivero, valiéndose del recurso de la descripción y narración de eventos, que se suceden y se alternan para ofrecer visiones distintas de los hechos---el poeta nos presenta un texto en el cual, haciendo gala de su extraordinario talento para crear un pozo de aproximaciones y significaciones semánticas con una sola imagen, crea un universo (la casa/la noche/la sabana).  Una imagen de la cual se sirve para crear un profundo mar de sugerencias.  La euforia que cerca y envuelve al poeta, en el recuerdo, le permite avizorar el destino de algunos seres humanos que cumplen faenas en el corral.  Todo ello envuelto en la imagen de la noche que recoge, que une y junta y en la visión de la sabana---que a nosotros siempre nos ha parecido una mesa extendida al infinito---y la vuelta que todo lo sintetiza en la vuelta al patio, tras la cual, seguramente, todo volverá a comenzar.

        Y en la obra de este gran visionario del tema del llano venezolano como un universo peculiar en el cual las cosas que se marcan y se suceden en la vida de esa peculiar región de nuestro país donde todos los seres, animados y desanimados, participan de la inmensidad de la geografía de ese espacio, quizá como muy pocos escritores---con la notable y luminosa excepción de la gran Enriqueta Arvelo Larriva---ha encontrado un original elemento de creación, mediante el uso de un lenguaje descarnado que, no obstante, encierra y acuna en sus verbos luminosos (compactos como piedra de río), la fuerza del viento.

     Un espacio que invita a la expansión, a la libertad y goce con el pecho abierto a la sabana extendida al infinito. Cada elemento en la vida del llano---sometido, por igual, a dos fuerzas destructoras y, a la vez, creativas, refundadoras de la vida en su tierra, como lo son la inundación producto de las lluvias inclementes y la sequía causada por la inclemencia del sol sobre los seres: invierno y verano, gestoras de vida y de muerte, han sido transfigurados en los versos minimalistas de Adhely Rivero.  Versos profundos en su belleza sugerente, en la maestría de un verbo seductor y proteico.  Un verbo reducido a su mínima expresión, que exhibe una luz potencial, afianzada en la fuerza de yuxtaponer diversas historias, empleando tan sólo palabras desnudas que producen fulgores, como un cráneo yacente bajo el sol:

       Lo nuevo son las cercas

       las rejas

      la estufa

      En la infancia

      apilamos la madera

      escogida en verano

     Las provisiones venían

     en los bongos

    Los hombres medían el horizonte

    a palanca

    Este invierno se tupió la sabana

    el camino real

 

    La familia está en la ciudad

    Todo amanece húmedo

    vacío en los cuartos grandes

     si pasan las aguas veremos la casa

      en pie

     Perdíamos las riquezas que teníamos

     del mundo.

        ¿Cuántas historias y anécdotas quedaron encerradas en este bello texto que, aun teniendo, cada palabra, la gracia y el fulgor de una gota de agua, nos ha resumido la fuerza del río y la luz de un universo, donde, rastrear la memoria, ha supuesto fundir, en unos cuantos versos, la energía de los cuatro elementos de la naturaleza?  Después de haber leído este poema nadie quedará indemne, luego de haber atravesado un espacio en el cual todo brota, todo brilla. Nace en una imagen que nos lleva, de entrada, al elemento tierra, acunada en la memoria de madera apilada, y de nuevas cercas que iluminan un rincón.  Ése de donde ha de brotar un universo que emerge al calor del verano.  La madera apilada.  Las cercas.  Las rejas y el hombre midiendo el horizonte, con una palanca, quizá en busca de la mayor riqueza que teníamos del mundo: la infancia resumida en este retrato que apila los recuerdos en un montón de madera y en el golpe de agua que tupe la sabana y borra, para siempre, la visión de algún camino real.



     Tierras de Gadín”: ceremonias del silencio y del río.


        En el año 1999, el poeta Adhely Rivero nos dio a conocer un conjunto de poemas titulados Tierras de Gadín, poemario que, en ese mismo año, había sido galardonado con el Premio Único de Poesía “40 Aniversario de la reapertura de la Universidad de Carabobo”, de acuerdo al veredicto del jurado de calificación, integrados por los poetas Manuel Briceño Guerrero, Enrique Mujica y Lidda Franco Farías.

     En “Tierras de Gadín”, el poeta Adhely Rivero prosigue en su indagación del tema del silencio, mediante el recurso de un diálogo con el río, en su doble bifurcación: el dibujo de la corriente del río que rodea y pasa por las tierras del Gadín---con todo lo que implica el decurso de un río, y la contemplación del movimiento constantes de las aguas arrastrando caramas, piedras de todos los tamaños y forma remolinos en su cauce. Como, igualmente, en los diálogos alternos sostenidos ente padre-hijo-madre-campesinos, mientras observan el avance de la carama en las aguas revueltas de un río crecido, o en la montaña nevada de una circunferencia creada, al amanecer, entre los signos que anuncian el comienzo de un día, en reiterado oleaje de acciones y miradas:

   Los botes pesados entre

  las olas del río

 En la puerta una balanza repite

 la circunferencia

   y se construye una montaña nevada

   de quesos

   Hoy es lunes

   y los lunes mi padre abre el comercio

    alambre de púas

    nylon         sal

     víveres y enseres

     apilados

     en el sopor del verano.

         Como si se tratase de una visión congelada, de un retrato de una escena detenida en el tiempo, sobre las olas del río sobre las cuales unos botes aguardan, el poema arranca a partir de la visión de un detalle del paisaje externo---olas, botes---y, enseguida, marca el itinerario por el espacio del almacén destinado a la venta de quesos.  Una vez abierta la puerta, comienza el instante de otra vuelta: un giro y registro de las acciones reiteradas que anudan el comienzo del día:

 

      En la puerta una balanza repite

      la circunferencia

      y se construye una montaña nevada

      de quesos

      Hoy es lunes

 

         Y el universo familiar se abre cuando el padre despliega la puerta---un lunes cualquiera---y, tras abrirla, empieza un nuevo día que nos permite “ver” lo que guarda en el local de su casa destinado a almacén, a despensa de los objetos en torno a los cuales transcurre el resto del día.  Todo ello preanunciado por la imagen de la circunferencia, del círculo abierto a un nuevo día.  Se reiteran miradas y visiones de los distintos momentos y formas, apiladas allí en el sopor del verano.

Adhely Rivero


         Y el viento, con su sopor, continuamente, mueve las cosas, al ritmo que impondría el padre, mientras arregla el lugar para el próximo encuentro, en el cual, padre e hijo reanudarían su diálogo y, entre bromas y chácharas, prosiga la vida ese día lunes.  Una hora, un día que---tal como decíamos---se abre cuando la puerta es desplegada a un nuevo comienzo.  Una puerta que, por igual, permitirá ir al rescate de la memoria de los antepasados y la doble visión, contrastada a través de diálogos alternos, vivencia frente a la realidad, el goce del instante de ver los rostros de gente conocida, en el doble sueño que avanza tejiendo vivencias y esperanzas puestas en el olor del río que pasa y trae la posible embarcación que vendría cargada de sueños:

        Tengo un olor de río

         El oído muy fino

         puesto en la embarcación que viene

         Serena

          sin tropezar carama

          Se agota el día

          que me hará ver la estela

          La gente conocida

          Se levantan los pájaros

          Certero el sueño que viaja

          cortando las curvas del cauce.

           

          Entre el sueño que viaja y corta las curvas del cauce, persiste el olor del río.  Una corriente que abre los sentidos, a la espera del ser que se sueña, mientras se aguarda el arribo de una embarcación en la que habría de alumbrar la estela.  La luz que devuelva, o traiga el rostro de gente conocida. La espera conforma líneas de un sueño que corta las curvas del cauce.  Pero ni el rostro, ni la estela terminan anudando el final de este sueño:

       Se levantan los pájaros

        Certero el sueño que viaja

         cortando las curvas del cauce

         Todo ha quedado en la certeza del olor del río.  Lo rubrica el vuelo de los pájaros que se levantan, reafirmando, así---y no de otra manera---que las curvas del cauce han sido cortadas, aun cuando se sueñe en la verdad del curso de ese viaje, cierto o incierto, cuyo término sólo será firme con la llegada de la embarcación que, acaso, no forme parte de esa ensoñación.

        Pero el sueño prosigue. El sueño del ser que deambula por las Tierras de Gadín, trazando, en su avance, los puntos y líneas de una ruta signada por las olas del río que, en sus giros---como antes lo intuimos---abren la puerta tras la cual, una balanza coloca a los seres que irán marcando, con sus pasos, la sal y la memoria del día que permite reiterar las mismas visiones.

Aly Pérez


         El poeta Aly Pérez, en las palabras de presentación escritas con motivo de la publicación de Tierras de Gadín, en un certero análisis interpretativo de los hallazgos formales de esta obra que, en la urdimbre de sus imágenes, se tejen múltiples imágenes para que la memoria navegue entre ellas:

       “Al leer Tierras de Gadín, se abre el pelaje del verano y las ánimas del invierno se enmudecen ante lo huraño de la llanura. “Gadín” viene de la voz campesina: bello arcaísmo que significa estrechez de río. Luego, se va haciendo vena de agua o sudor de humedad entre barro y piedras, donde botes pesados arrastraron en la superficie un mundo lleno de historias que navegan en la memoria.  Así el poeta recupera en su palabra la inmensidad de esta tierra donde cada hombre es llanura y silencio.  Sentimos el invierno, la hierba seca, el árbol y el polvo del camino, el paso leve del animal entre bajíos y remolinos solares, dando paso a un tiempo de nubes ennegrecidas que dejan caer el canto melancólico del aguacero, en rebosados cántaros en la vastedad de tanto espacio”

       Pero esa vastedad de tanto espacio, de la cual nos habla el poeta Aly Pérez parece volverse inmensidad íntima, callada, en el juego de la memoria que conjuga diversos tiempos y anécdotas en una sola imagen: la de los antepasados, la de los dueños de la tierra heredada y la de los ancestros familiares que son recordados.  O invocados, tratando de lograr, a través de ellos, la comprensión de un universo en permanente cambio:

      Esto es la perdición

      por andar de noche

      Nos topamos la lluvia

      oscura y fría

      Ánima

      de los que donaron las tierras

       mudaron sus ganados

       corrales

       y sus entierros de oro

       para fundarnos

      Ánima

     bisabuela

     te invoca mi claridad

     de sentimiento

     Dime el camino

    de la vacada.


        Esa comunicación, esa invocación permanente de los antepasados, de quienes donaron o vendieron las tierras, permite un permanente intercambio, no sólo de recuerdos, sino de momentos epifánicos: el encuentro o invocación de la bisabuela supone el goce de un instante de suprema claridad.  Tras la continua mudanza de los objetos familiares, se inicia el traslado, el aprendizaje que vendría del permanente contacto con los antepasados.  Como bien lo señala el poeta Pérez, la obra de Adhely Rivero, se torna llanura inmensa y silencio que urde un camino de luz.  Porque, además de vivir reinventando los pasos de sus ancestros, a través del recuerdo, reinventa, de manera permanente, los rituales mágicos de mirar hacia el cielo:

       No va a llover

       y llueve

      Todo el día miramos al cielo

      Hay un desplazamiento de pájaros

      contrario al viento

      el sol está alto

      y la sombra menuda bajo

     la bestia

    Encima llevo

    la vieja estampa del alma

    de los vaqueros

      Diría uno

      bien que lo engaña el tiempo.

            Gestos y figuras ancestrales que reiteran acciones arquetípicas que han tenido, gracias a la palabra, elemental desnuda que predomina en la obra poética de Adhely Rivero, la ocasión de ser fundadas mediante la fijación de un verbo que torna universal todo aquello que nombra, con la excusa de vivir, a plenitud, la experiencia de nombrar toda la tierra, al decir agua o cielo:

       Me das tu palabra y la tomo a bien

       A decir verdad, se siente agua

   en toda la tierra

       Es muy frío el sueño

       En la pureza del día

       el invierno

       en la casa

       cumpliendo la orfandad

       del cielo.

         El juego de miradas, de visiones cruzadas, de líneas e imágenes que alternan diferentes percepciones de las estelas de luz que siempre dejan en la casa, en la sala, en el patio, la tierra, el cielo o la lluvia. En el ánimo del poeta---a partir de imágenes, primigenias, arquetípicas---queda registrado el devaneo de una visión que, aun partiendo de la percepción de un elemento real, siempre, estará revestida de un aura de una permanente ensoñación: crea atmósferas mágicas, maravillosas, que envuelven los espacios y seres en una permanente transfiguración epifánica, en sujetos de una incesante revelación perenne:

       Todo está entero

        Se fue la lluvia

        y los animales van llegando al humo

        Las aves amontonadas en la troja

        con los quesos

        El almohadón de plumas

        parece un pájaro ahogado

        en la sala

        Dios me da el cielo claro

        para que vea que todo está

        entre la casa y el patio.

          En ese cielo claro que anuncia la revelación del universo a partir de un detalle ese “pájaro ahogado” en la sala, quizá rubrique la nueva visión que funde las miradas del patio al interior de la casa.  “Todo está entero”, se nos dice.  La lluvia ha cesado.  O tal vez, comienza ahora otra lluvia, al que estaría signada por la reconciliación del ser que ha presenciado el paso de la lluvia como un gesto de Dios que amontona las aves en la troja y, al mismo tiempo, los convierte en humo.  En otra lluvia.

 


           Los distintos rostros de Adhely Rivero

           Adhely Rivero nació en Guadarrama, Arismendi estado Barinas, el día 04 de junio de 1954.  Desde el año 1970, está residenciado en Valencia, donde cursó estudios, en la Universidad de Carabobo, tendientes a la obtención del título Licenciado en Educación, Mención Lengua y Literatura por la Universidad de Carabobo.  En esta institución, además, cursó estudios en la Maestría de Literatura Venezolana.

        Poeta, editor, ejerció, durante varios años el cargo de jefe del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo. Director de la Revista Poesía.  Fundador y coordinador del Encuentro Internacional Poesía de la Universidad de Carabobo.  Director de las Ediciones Poesía de la Universidad de Carabobo.  Fundador y coordinador de las Ediciones El Cuervo, traducciones, de la Universidad de Carabobo. Miembro del Comité de Redacción de la revista Zona Tórrida.  Ha dictado Talleres de Poesía en la Universidad de Carabobo.

       Fue condecorado con la orden Alejo Zuloaga Egusquiza, en su única clase, por la Universidad de Carabobo, como “un reconocimiento a su larga trayectoria como poeta y como destacado promotor de la literatura y su encomiable y brillante ejercicio del cargo de Jefe del Departamento de Literatura, de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, proyectando la imagen de la institución, dentro y fuera del país, a través de las labores de extensión de dicho Departamento, convertido, gracias a la labor del poeta Adhely Rivero, en una sólida referencia en el ámbito nacional e internacional”, tal como reza el Decreto Rectoral, firmado por la profesora Jessy Divo de Romero, rectora de la Universidad de Carabobo.

          En el número 156 de la Revista Poesía, le fue reconocida su labor al frente de la misma.  Su obra poética ha sido galardonada en diversos certámenes nacionales de poesía.  Está representado en varias antologías nacionales e internacionales.  Participó en el Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia, en 2007, y 2016.  Festival Internacional de Poesía Al-Mutanabi en Suiza, 2008.  Festival Internacional de Poesía de Bogotá, Colombia.  Festival Internacional de Poesía del Mundo Latino, México.  Festival Internacional de Literatura de los Llanos colombo-venezolano, Yopal, Casanare. Colombia.  Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires, Argentina.  Festival Internacional de Literatura de los Llanos colombo-venezolano, Arauca, Colombia. Feria Internacional del Libro de Bogotá, Colombia.  Feria Internacional del Libro de Caracas, Venezuela.  Festival Internacional de Poesía de Venezuela.  Encuentro Internacional Poesía Universidad de Carabobo.  Feria Internacional del Libro Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela.  Bienal Internacional de Literatura “Mariano Picón Salas”, Mérida, Venezuela.   

       Su obra ha sido traducida, parcialmente, al inglés, portugués, italiano, alemán, francés y árabe.  Actualmente, se encuentra en la revisión de un nuevo volumen de poemas que ha titulado Frontera invisible.


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*José Napoleón Oropeza (+) es poeta, ensayista, narrador y compilador. Ha sido dos veces ganador del Concurso de Cuentos de El Nacional (1971 y 1992), Premio Bienal de Literatura José Rafael Pocaterra (1978), Premio de Novela Guillermo Meneses (1975), Premio de Narrativa Manuel Díaz Rodríguez (1983) y Premio Conac de Narrativa Manuel Vicente Romerogarcía (1997), entre otros.



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