Recordando al maestro Braulio Salazar, un pintor profundo que respaldó con su voluntad creadora y su amor por el arte, la formación de muchos artistas plásticos. Me disculpo por no poner créditos a la foto más reciente de Braulio. Creo que apareció en El Carabobeño pero no conozco al autor. La muchacha con vestido verde es Alba. Luego están la hija menor Rosa Matilde y el retrato de doña Rosita. Los dos varones no los tengo retratados pero son mis amigos: Iván y Leonardo. Leonardo ha sido como un hermano: hemos estado juntos en muchas aventuras bonitas.
EL INOLVIDABLE COLOR DE LA NIÑEZ
Estaba comenzando el atardecer y Braulio seguía sometido a un cuadro donde el tiempo no transcurría. Llevaba un cúmulo de horas tratando de armonizar los sentimientos de dos niñas y una anciana con un paisaje encandilador. Las tres figuras andaban recogiendo chamizas en un campo que parecía un brochazo de melancolía pulverizada.
-La gente entra y sale del paisaje portando sentimientos… -murmuró Braulio Salazar como hablando consigo mismo.
Después realizó una especie de exorcismo en una pequeña lata, con la punta de un pincel y enseguida brotó el espíritu de un bosque en el vértigo de la trementina.
Toda aquella situación de lidiar con la tela y simultáneamente con un visitante y un grabador, extraía de su memoria andanadas de recuerdos que soltaba y flotaban en el taller. Causaba asombro mirarlo pintar en esos últimos años con la pasión que lo animaba cuando era joven. Y aquel esfuerzo no era en vano: surgía como resultado invariable, un cuadro capaz de secarle la garganta al espectador más indolente y de ablandarle el corazón al más fosilizado de los seres humanos.
-La pintura se divide entre los paisajistas, los retratistas y los que hacen naturaleza muerta, cada uno se especializa en un género… así es la cuestión.
Cerca del caballete tenía un vaso de agua con cubitos de hielo, que crujían en el proceso de disolverse. De manera un tanto mecánica los hizo girar usando el dedo índice pero no bebió nada. Se desprendía de su persona una elegancia, una nobleza, como de gaviota posándose en el velamen. Sus ojos se cristalizaban en un azul transparente. Era alto y se erguía de repente como si hubiera recordado que tenía la necesidad de mirar el horizonte.
-Leopoldo La Madriz era un paisajista que me sirvió mucho de guía en cuanto a la composición… éramos muy amigos… también conocí a Manuel Cabré y fui su amigo… tú no puedes hablar de Cabré sin hablar del Ávila. y no puedes mencionar a La Madriz sin mencionar el agua que fluye en el paisaje.
Decían que su memoria se borraba paulatinamente, pero expresaba el pasado de una manera muy nítida e inclusive fresca.
-Leopoldo trabajaba con el río: él gozaba yendo a las charcas y viendo cómo se proyectaban las cosas en el agua… eso es un goce que uno puede tener o no tener. Cabré no tenía río, pero poseía todos los cerros. No me influenció ninguno de ellos porque yo era pintor de figura: a mí me gustaba hacer retratos, composiciones con el ser humano y ellos eran paisajistas. Eso no significaba que Cabré o La Madriz no pudieran pintar una figura, sino que aquello no era su especialidad- detallaba mientras continuaba retocando a sus buscadoras de leña.
Braulio Salazar en 1949 |
EL PUNTO DE PARTIDA
Braulio nació el año 1917 en la calle El Sol, a dos cuadras del río Cabriales. Después la llamaron calle Páez. El Cabriales se conservará transparente por toda la eternidad porque él lo pintó con ternura. Su primera exposición fue en 1935. Sus obras y las del pintor larense Trino Orozco compartieron espacio. La muestra resultó un acontecimiento y se organizó en la Botillería y heladería “La tropical”, ubicada en una esquina de la plaza Bolívar. Otro muchacho, empleado de banco, pronunció las palabras de presentación. Era un poeta delgadito llamado Vicente Gerbasi.
Vicente Gerbasi |
Braulio Salazar se enamoró profundamente de los misterios de la vida y trató de conversarlos, contarlos, cantarlos o escribirlos, pero sólo halló un hondo placer en el oficio de pintar los sentimientos escondidos en el objeto que se ama.
Siempre emprendió una obra de arte que tuviera como principio emocionarlo a él, hacerlo feliz a él, recordarle con albas, mediodías y crepúsculos de óleo, las mejores horas de su existencia.
Braulio Salazar vivió enteramente de las sensaciones experimentadas en la infancia. Quería retratar y pintar la voluptuosidad, la sensualidad y la cruda ingenuidad de la vida que habían estremecido su niñez. Braulio amó lo que habían idealizado sus ojos de niño y lo usó como lenguaje poético en el estupor de la tela.
Debido a tan sencilla pero sincera motivación, todo lo que pintó se transformó en una expresión apacible de la tragedia y de la alegría. ¿Cómo se borra del corazón la segunda mujer amorosa que un niño descubre? ¿Cómo se reduce el tamaño galáxico y la anchura universal de la primera calle donde se jugó a ser libre?
DE AZUL MARINO
“La imaginación aplicada a la totalidad del mundo es insípida en comparación con la imaginación aplicada al detalle”, escribió Wallace Stevens.
Y quizás, justificando esa esencialidad poética, es que Braulio Salazar, en algunas composiciones nostálgicas, deslizó, entre cielos y lavanderas, ciertas pinceladas que rememoran el azul del jabón Las Llaves. Su padre, Braulio Antonio Salazar, trabajaba en la fábrica de ese jabón, que indudablemente pasó a formar parte de las sensaciones hogareñas del venezolano.
Braulio padre manejaba el camión que trasladaba la copra desde el litoral a la fábrica de Valencia. En algunas ocasiones, Braulio acompañaba a su padre en esos viajes que tenían el mar como destino. Cuando el camión se detenía a esperar la pulpa de los cocos, Braulio se quedaba apartado y solitario, mirando a los trabajadores, captando el paisaje, dibujando la playa, esbozando los cocoteros.
Cuando tenía once años pintó dos marinas, que fueron sus primeras obras al óleo. Esos cuadros se conservan en la casa del artista. A lo largo de su vida pintó muy pocos paisajes marinos. Pero esa época influyó de manera determinante en él porque lo convirtió en un artista que meditaba sin premura y sin egoísmo sobre la gente y sus modos de llevar la existencia.
doña Rosita |
HABLANDO DE RETRATOS
Le echó una mirada al grabador y se mostró interesado cuando, a manera de interrogante, el entrevistador leyó uno de los planteamientos insuperados y sinceros de Juan Calzadilla. El poeta Calzadilla dijo que Braulio “hizo del retrato el territorio vedado de sus afectos entrañables, pintando en este género por el gusto que le procuraba desentrañar en el lienzo la imagen de sus familiares o sus amigos; o sencillamente por un interés puramente psicológico. De allí que desdeñara pintar por encargo, actividad que, en el pasado, fue el medio de supervivencia que el oficio de pintar proporcionó a sus cultores”.
-En el retrato no se trata de pintar lo que está por fuera sino de retratar lo que está por dentro. Uno puede pintar a una persona que se parezca a la persona, pero uno descubre en ese cuadro que el hombre era un borracho o que el hombre no bebía aguardiente. Todas las actitudes interiores hay que sacarlas, hay que expresarlas en el lienzo para que el espectador piense y sienta que está viendo realmente a la persona que ha sido retratada -opinó el maestro valenciano. En ese momento parecía que iba a vivir hasta los cien años.
Se quedó callado como esperando algo más. Y escuchó abismado otro párrafo de Calzadilla refiriéndose a las creencias que conformaban la personalidad artística de Braulio Salazar. “Yo soy Braulio”, susurró.
“Él pensaba que el cuadro debe revelar el punto ideal de encuentro entre el hombre y la naturaleza, sin privilegiar ni a uno ni a otro en una composición frente a la cual experimentamos un sentimiento intimista, conforme al efecto armónico buscado en la relación de hombre y paisaje. La retratística fue lo primero, luego descubrió el paisaje y finalmente fundió ambos temas en una sola unidad que iba a privar en adelante. En esta medida fue apartándose del paisaje puro de sus inicios. El resultado da idea de la síntesis que ha buscado en los últimos años”.
El maestro Oswaldo Vigas reveló en pocas palabras el uso que Braulio le daba a la tierra para lograr “tonalidades evanescentes”. Ocurrió en el homenaje que se le rindió en 1977, en el Ateneo de Valencia: “Llegó a conseguir todos los tonos de la paleta combinando tierras de los cerros y las quebradas valencianas, convenientemente molidas y mezcladas pacientemente en el mortero con el aceite y la trementina. Parece que hasta los colores de las flores frotadas contra el papel o la tela contribuyeron a su experiencia de pintor”.
Escuela de Artes Plásticas “Arturo Michelena” |
Con un sentido pedagógico avanzado, fundó en Valencia la Escuela de Artes Plásticas “Arturo Michelena”, después de haber creado en el año 1945 un taller libre, tres años antes de que surgiera el de Caracas. Él incitó la postmodernidad y lo académico cuando compartió sus experiencias y conocimientos con otros artistas jóvenes. Fue maestro y pintó desaforadamente en el tiempo que la enseñanza le dejaba. Y también metió en la molienda su corazón bohemio y romántico. De sus empeños pedagógicos y solidarios partieron muchísimos artistas que hoy son orgullo del país cultural.
La Evolución del Mundo (1964), mural ubicado en la Cámara de Comercio de Valencia, estado Carabobo. Fotografía de Richard Montenegro. |
EL MURALISMO
“Mi pueblo…lleno de árboles y de hojas, como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos. Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad. El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche, siempre los mismos; pero con la diferencia del aire. Allí, donde el aire cambia el color de las cosas…”
Esto lo escribió Juan Rulfo. Pero pudo haberlo dicho Braulio Salazar. Sobre todo cuando floreció el muralismo mexicano expresando un alma colectiva.
En el muralismo siempre palpitó una función social. Una descripción histórica. Y una esencialidad cultural. Sentimientos y pensamientos locales en busca del universo.
A Braulio Salazar le causaron honda impresión los muralistas mexicanos, en especial Diego Rivera. Profundizó en los logros de esos artistas y trató de comprenderlos sin que ello cambiara su punto de vista como creador.
Nunca dejó de aclararlo: “Me interesan todas las tendencias en arte, pero yo no cambio mi manera de hacer ni de sentir las cosas”.
Hasta el año 1948, estuvo Braulio en México estudiando las técnicas del muralismo. Allá aprendió a realizar murales con las técnicas más antiguas: al fresco, al duco y a la encáustica.
La técnica de la encáustica fue definida así, muchísimo antes de que apareciera Cristo en el panorama: “Hay que extender una capa de cera caliente sobre la pintura y a continuación hay que pulir con unos trapos de lino bien secos”. Según Plinio, El Viejo, los artistas aprendieron eso de los marineros, quienes pintaban sus barcos poniéndole cera a la pintura, para impermeabilizar la madera.
Vitral de José Braulio Salazar. Título: Sin título. Año: 1956. Ubicación: Aula García Maldonado de la Escuela de Medicina Luis Razetti. Era el antiguo auditorio de la Escuela de Enfermería. Está detrás del edificio de Odontología. Fotografía de GermanX. Imagen tomada de Wikipedia. | . | |
Sin embargo, sus mejores murales los hizo con cerámicas y otros materiales resistentes al agua, al sol, a los embates del tiempo y la naturaleza. El pabellón de enfermeras del Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria contiene un vitral abstracto de Braulio Salazar: una rareza. Y en el Museo de Arte La Rinconada hay otro, cuya majestuosidad es inimitable.
Aún en lo abstracto su paisaje poético y sentimental es completamente visible.
No hablaba en vano. Por algo confesó, una tarde amarillenta: “Mi paisaje es un paisaje espiritual, no hay en él proyección de nada de lo que existe”
Rosa Matilde |
HACIA EL FINAL
A esta altura del asunto existencial que hace recordar ahora aquella conversación, apareció Rosita. He ahí el porqué de sesenta años de amores. Braulio la contempló a sus anchas. Seguía siendo la dulce dama cuyos ojos parecían estar mirando algo que se iba, que se alejaba. Braulio movió los labios como si quisiera preguntar respecto a un tema que no podía ubicar.
Alba Marina |
Después, en un aparte, el pintor Leonardo Salazar, hijo mayor de Braulio, confesó que no le habían hablado a su padre sobre la muerte de Alba Marina. “Mi hermana Alba Marina, tú la conociste”, dijo Leonardo pesaroso.
Leonardo Salazar y José Pulido |
Alba Marina, por supuesto. Candorosa y bella. Su padre la pintó vestida de verde. Y transmitía la sensación de que era un ángel a punto de llorar.
-Alba Marina no ha venido… -le comentó a Rosita aquella vez. El grabador apenas recogió esa frase.
Probablemente, la ausencia de Alba Marina es lo que el pintor trataba de comprender y de esclarecer en el rostro de las niñas que hurgaban dentro del paisaje, buscando ramitas secas. Eso ocurrió durante uno de los últimos atardeceres de Braulio Salazar.
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José Pulido. Fotografía de Gabriela Pulido Simne |
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