31 de enero de 2022
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EL PAÍS QUE TENÍA Un poema de José Pulido que nos movió los cimientos.
Una antesala para celebrar la poesía de José. Nos tomó por sorpresa este país en pasado. Y nos sacudió la tierra. De allí mis palabras de aquella hora, que tomaron un derrotero un tanto extra literario, mérito del poema. Debido a la fuerza de lo dicho, nos hizo revisar nuestro pasado inmediato y logró además alebrestar nuestro fuero interior. Porque la poesía no se ocupa únicamente de cantar lo bello, sino de señalar aquello que desatendemos; que no es sólo el nervio de la hoja, sino, incluso, las vilezas que -a veces por patentes o evidentes- pasan desapercibidas.
A continuación su comentario previo al poema del país que se tuvo. Luego su poema. Y para cerrar lo que generó en un servidor …
Luis Alejandro Contreras Loynaz
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“…Este poema es del 2017 y lo repito para no dejar de estar molesto. Cada vez que estoy tranquilo me digo “no puede ser” y debo retornar a la molestia que me causa todo lo injusto que nos ha tocado y nos sigue tocando vivir. Lo acompaño con una foto de mi teléfono…”
(JP)
El país que tenía se fue de mí
se llevó el agua clara y los sabores
con que hicieron mis huesos y mi sangre
y borró las palabras que formaron mi espíritu
el país que tenía apagó el cariño mayestático
que circulaba como energía eléctrica
en los corazones de la gente común
y prohibió ilusionarse con el futuro
la decencia surgida por temor a los cielos
se derritió como cera ante al ardor del oro
mi país huyó con la moral entre las piernas
y solo puedo recordarlo como si hubiera muerto
ya no puedo reconstruirlo con nostalgias
ni con las imágenes que cicatrizan en mis sueños
cuando hagan uno nuevo no podrán comprender
por qué hay habitantes que parecen sacados de raíz
hay un país geográfico que jamás se va
pero se deteriora igual que la columna y las rodillas
y otro que se desvanece
en el ayer soporífero de las plazas
El país que tenía se fue de mí
yo no lo abandoné, yo no estaba grabado en él
son sus marcas las que lleva mi alma
desde la época en que la leche recién ordeñada era normal
yo nunca fui importante
para ese país fugitivo
yo apenas era un trámite
y hasta me cambiaron el nombre
porque cualquiera podía ser
empleado del destino
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A JOSE PULIDO Y EL PAÍS QUE TENÍA
UNO. Creo que nunca le tuvimos, querido José. Es mi percepción. Él nos tuvo a nosotros, acaso para su desgracia, pero nosotros (no todos, pero el grueso de nosotros) no le tuvimos. O le tuvimos para echarlo por la borda de una nave en la que ya íbamos sin rumbo. Es lamentable, pero es así. Sólo una cosa podría confortarnos. Y es que, tomando -para ampliar- aquella frase de Aquiles Nazoa, hay una Venezuela física y espiritual. Esa Venezuela desdibujada que han convertido en un esparadrapo de nación, no es el país físico y espiritual, eso es una farsa montada sobre una realidad física y espiritual. Esa farsa desconflautada sólo tiene un valor o peso específico ante los ojos de terceros, porque el cinismo pacta con la perversidad y se vale de la materia para imperar. Basta con que una minoría cuente con el poder de avasallar para que impere sobre una mayoría. Y quienes no tienen alma ni espíritu, sino una cáscara vacía entre pecho y espalda, por supuesto, no cuentan con antenas, poros ni vellos para captar el trasfondo de las cosas. Lo único que captan, como una criatura muy primaria, acaso un protozoario o un platelminto, es lo que pueden devorar y defecar. Son, como dice en algún lugar, Alan Watts, un tubo por el que entra y sale el mundo, no más, sin otras consideraciones ni relaciones con el espíritu del mundo (o anima mundi). Con todo y tamaña ola de adversidades, presiento que la Venezuela espiritual aún existe y goza de buena salud. Se quedó injertada en un ramito de nuestro fuero interior. De no ser así no estaríamos leyendo este poema que mueve los cimientos de lo que hemos sido, somos e intentamos seguir siendo, más allá de toda expoliación. Un fuerte abrazo y gracias por compartirnos ese país que, acaso, no volverá, pero que nos habla de ese otro país que existe y habla en tu voz y en las voces de cada uno de nosotros, porque es un país que nos crece por dentro, como aquel árbol del que una vez hablara el viejo Pound.
Y DOS. Acaso no quiera yo perder las esperanzas. Por eso me digo, todos los días, que el país lo llevamos cada uno en el pecho, mi querido y doblemente admirado José. Estoy de acuerdo contigo en que ese país del panadero que visitaba las casas desde las 3 am y dejaba pan y leche, puerta por puerta, donde nadie era capaz de robarse lo que ese hombre del reparto dejaba, ese país de cantadores que eran los vendedores ambulantes de escobas y escobillones, entre otros enseres y de los cuales uno no salía de su asombro ante la cantidad innumerable de mercancía que acarreaban en su carretilla, el de los amoladores y zapateros que se tomaban su cafecito preparado por la vecindad que visitaban, ese país ya no es. Al tanto estamos de que tú no has versado de una muerte espiritual de todo ser nacido acá. Pero es que tu poema me ha llevado a pensar en ello. Disculpa si mis palabras apuntan hacia otro derrotero, pero ha sido tu poema, lo remarco, el que me ha clavado el espuelazo. Y a pesar de que no logro creer que toda persona nacida en estas latitudes se haya dejado arrastrar por la perversidad, aunque las carencias y el hambre sean acaso capaces de hacer salir al lobo que se ampara detrás de la jungla de cada corazón. Hoy precisamente hablábamos de eso en casa. La diáspora le duele al que se queda. Y el que se queda le duele a la diáspora. Por ello quiero creer (o, al menos, seguir intentándolo) que ese país no ha muerto, que lo llevamos, cada uno, injertado en nuestros corazones y que cada corazón despide el aroma de nuestro humus.
Me resisto a doblar la cerviz ante esa avalancha que se ha llevado todo por delante...
Un abrazo!
Luis Alejandro Contreras Loynaz
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José Pulido. Fotografía de Gabriela Pulido Simne |
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