María Teresa Castillo |
LA CULTURA COMO PERIÓDICO
José Pulido
María Teresa Castillo entra a la sala de redacción como si fuera una persona desconocida que se ha extraviado entre tantos escritorios; los habitantes del periódico sienten su presencia y comienzan a saludarla. Entonces esboza su sonrisa preciosa jamás borrada por ninguna circunstancia.
Algunos que la conocen desde hace más tiempo, le mencionan su época de costurera en Nueva York y luego su etapa como una de las primeras periodistas de Venezuela y pionera en la promoción intensa de actividades culturales. Al salir de toda esa conversación se acerca hasta el promontorio de papeles que rodea mi máquina de escribir, para preguntarme “¿quieres almorzar con Arthur Miller?” como si preguntara ¿quieres comer perros calientes en la Plaza Venezuela?
Plaza Venezuela. Fotografía de Wilfredor |
A María Teresa le encantaba ayudar, pero más le agradaba emocionar. Luchaba parejo por la cultura desde sus años juveniles y luego como presidenta del Ateneo de Caracas.
Su pasión por el arte no tenía comparación con nada. Pero no podía escapar a su sino de reportera natural. Es un amor que no se cura. María Teresa Castillo constituía una valiosa ayuda externa para todo lo que redundara en beneficio de nuestro trabajo periodístico en el área cultural.
Ese era uno de los asuntos interesantes que transformaban en experiencia fantástica estar ahí, en El Nacional, formando parte de un equipo de profesionales que constituían una elite.
El Ateneo de Caracas y los ateneos de todo el país, generaban una determinante cantidad de eventos culturales y eran centros hiperactivos, donde se mostraban y se debatían creaciones artísticas de diversas disciplinas. Demás está decirlo: sus programaciones fluían hacia El Nacional, que fungía como un cauce natural.
LA
CALIDAD CREA COSTUMBRE
El
Nacional contó desde sus inicios con reporteros, fotógrafos y diseñadores que
tenían una visión más trascendente y profunda sobre los hechos: sabían cómo
abordarlos, describirlos, evaluarlos.
Los
colaboradores, esos escritores de artículos y de crónicas especializadas, eran
cada vez más genuinos. El diseño del diario iba despejando una especie de mapa
sentimental y cotidiano para ver el país y el mundo.
Eso fue
haciendo de El Nacional un periódico capaz de captar sus propios lectores, de
crear costumbre de lectoría, exigencias de calidad. Reconocer la cultura como
una fuente inagotable y primordial de la civilización permitió que la gente se
orientara con mayor eficiencia.
Las
páginas de arte buscaban el pensamiento del filósofo, la composición y la
ejecución del músico, el lenguaje corporal de la danza y el ballet; la
contundencia expresiva del teatro; las imágenes más conmovedoras del cine; los
avances de la arquitectura que transformaban el paisaje de las calles; las
artes plásticas y visuales viejas o novedosas; la interpretación vertiginosa de
la literatura y el sacramento de la poesía.
En dos
platos: La cultura. Algo que podía explicarse a través de creadores que
tronaban duro, con características universales.
Pedro León Zapata. Fotografía de Carlos Ayesta. |
Pedro León Zapata, con sus caricaturas, se convirtió en la crónica del día, la
definición del presente, el arte como explicación de cada momento. ¿Su secreto?
La inteligencia incesante. Al menos eso dijo, aunque de esta manera:
“Yo soy
absolutamente incapaz de mejorar, y también incapaz de empeorar, porque yo no
aprendo. Hago las cosas y no me las aprendo, lo cual puede ser una especie de
autocrítica. También puede entenderse como una afirmación un poco vanidosa: yo
no aprendo quiere decir yo no repito, yo no práctico fórmulas, yo carezco de
recetas. Los que aprenden son aquellos que descubren recetas y van a lo largo
de todo su trabajo descubriendo recetas para realizar sus cuadros, para
realizar sus poemas, para escribir sus libros, para cocinar su comida y hasta
para vivir: terminan siendo personas que viven con recetas”.
La actividad cultural en Venezuela ha sido diversa y de distintos niveles. Las artes plásticas, la música, la literatura y el teatro han destacado, han trascendido las fronteras. Entre muchos eventos valiosos, surgieron cinco grandes “territorios” culturales para los periodistas del área: Los escritores y las editoriales; los ateneos como promotores y motivadores del hecho artístico; los museos; el Festival Internacional de Teatro y el logro más importante por su expansión internacional: el Sistema de Orquestas Sinfónicas.
SOFÍA IMBER. Imagen tomada de La Gran Aldea |
Sus ojos vieron miles de obras de arte. Un torbellino de emociones, conflictos, genialidades, arrebatos, y sensibilidades penetraron desde las pinturas y las esculturas a través de esos ojos mordaces.
Hace un tiempo Sofía comentaba: “Si nosotros tenemos un Bacon es “el Bacon”, y lo mismo ocurre con el Miró, con el Braque. Siempre hemos tratado de escoger la obra que completa una visión del núcleo de una colección. Todas son obras absolutamente imposibles de adquirir hoy en día y válidas per se”.
CARLOS GIMÉNEZ. Imagen tomada de TintaTeatro Venezuela |
Hablando con Viviana Marcela Iriart y Ana María Fernández de Rodríguez, Carlos Giménez dijo, sobre la importancia que tenía el Festival Internacional de Teatro:
“Yo creo que es de importancia vital, porque consolida todo un aspecto y una filosofía de vida frente al teatro. Sin embargo, es un hecho relativamente incomprendido en todo el contexto venezolano, por la inversión que esto significa. Es verdad que sería muy beneficioso para el país si el Estado invirtiera ese dinero en otras prioridades importantes, como por ejemplo crear una Escuela Nacional de Teatro, una Compañía Nacional de Teatro, pero nosotros sabemos que esto no sucede. Nuestro país es el imperio de los hechos consumados, de la cultura de facto. Yo creo por otra parte, que el festival proyecta y genera una relación internacional del teatro venezolano, le abre nuevas estructuras, eleva el nivel de reflexión, potencia y califica la labor de nuestros creadores y genera toda una apertura que incorpora a una gigantesca clase a la actividad teatral, especialmente a la gente joven”.
JOSÉ ANTONIO ABREU. Imagen tomada de la UNESCO |
Cuando tenía 35 años de edad, José Antonio Abreu esbozó con claridad uno de los conceptos fundamentales del Sistema de Orquestas y Coros: “Los niveles superiores acaban arrastrando a los inferiores. Nunca ocurre al revés, si fuera al contrario, la orquesta se disolvería.”
Siempre pareció un hombre de físico endeble, pero nunca dejó de moverse a la carrera, averiguando las salidas de los laberintos y ubicando las puertas ocultas por donde atravesaría con su habitual terquedad, para sorprender las antesalas del poder.
Niños y jóvenes van y vienen por todas las calles del país inseparablemente unidos a un violín, un bajo, una trompeta, un saxofón, una flauta, una batería, un estuche agregado a la vestimenta y al modo de ser.
Los estuches de instrumentos musicales amontonados al pie de los aviones, ya son una imagen corriente en cualquier aeropuerto. Si algún despistado se extraña ante las formas que asume el equipaje, no faltará quien explique lacónicamente: “Es el Sistema”.
FUNDACIÓN EN TIERRA ESCRITA
El Nacional se fundó con la idea de colocar el país en el terreno de las libertades y de los adelantos que el mundo podía exhibir en esos momentos. Pero esa fundación se hizo con invocaciones culturales, con fe en el arte y sus poderes creadores.
Antonio Arráiz |
Miguel Otero Silva nombró a Antonio Arráiz como primer director del periódico. Arráiz era una vanguardia que se había templado en Nueva York y en la cárcel de La Rotunda. Miguel Otero, con su humildad de guerrero sencillo, se convirtió en el primer jefe de redacción. Arráiz y Otero Silva atrajeron a todos los narradores, ensayistas, poetas, músicos, pintores, arquitectos, intelectuales, bailarines, dramaturgos, actores y otros más que se identificaban con el empuje alentador de sus palabras.
Pablo Neruda y Miguel Otero Silva. |
Decir que El Nacional nació invocando las voces del arte no es una especulación. Como regalo de cumpleaños, Pablo Neruda escribió este texto poético para Miguel:
“Érase una vez un hombre que no se encerró en sí mismo sino que se desgranó como las uvas o el trigo. Era difícil pasar por su lado sin leerlo: en su conducta tenía más palabras que los libros.
Se le veía en los ojos la conciencia luminosa, con una iluminación que sólo tienen los niños y más de una vez cambiamos de juguetes en la calle porque hasta su corazón lo llevaba en el bolsillo para no perder el tiempo si alguien lo necesitaba.
Así trasplantó la dicha entre todos sus amigos.
Sesenta años se pasó en este extraño negocio de gastar y no gastarse, de querer y ser querido.
Cuando se lea esta prosa alguien tal vez creerá que estoy haciendo el retrato de algún caballero antiguo.
Y es verdad: joven poeta, antiguo y tierno guerrero es el que yo describí: Se llama Miguel Otero”.
PROFESIONALES
EN LA EMOCIÓN
Los
comunicadores recién llegados a El Nacional terminaban de formarse con los
quehaceres en la calle y con la escuela socrática de los irónicos veteranos que
maceraban la sala de redacción. Entrar a formar parte de ese equipo era como
alcanzar una cumbre en el periodismo venezolano. Ahí estaba la oportunidad de
descollar en alguna de las áreas o fuentes. Aunque el arte nunca abría los
titulares de primera página, se tenía como un privilegio trabajar para las
páginas culturales.
Los
comunicadores con su escritura, sus imágenes y sus diseños, fueron creando un estilo
que gustaba y atraía lectores. Un estilo de “estamos al día, sabemos lo que
ocurre en el mundo”.
Venezuela era un país atractivo, además, para visitar o para participar en los eventos que se organizaban. El Festival Internacional de Teatro, las temporadas de Opera, los congresos de escritores, los museos, los festivales de poesía, las ferias de libros, de artes plásticas, los conciertos, el ballet.
Miyó Vestrini |
José Ratto Ciarlo, Lorenzo Batallán, Miyó Vestrini, Alfredo Armas Alfonzo y Teresa
Alvarenga fueron jefes de las páginas de Arte de El Nacional y luego esa
responsabilidad recayó en mí, por decisión de Miguel Otero Silva.
Pablo Antillano. 1984. Fotografía de Vasco Szinetar. |
La
visión, sensibilidad y erudición de Pablo Antillano, mantuvieron El Nacional en
la vanguardia del periodismo cultural en los años ochenta. Fue una verdadera
fuerza intelectual, en sus actos como coordinador de suplementos y ediciones
especiales.
ESTÉTICA,
INTELECTUALIDAD Y SABIDURÍA
Harold Bloom dijo algo que curiosamente podía adaptarse al estilo que El Nacional
desplegó, hasta el punto de convertirse en un diario de alta influencia en lo
cultural y lo social.
“A lo
que leo y enseño sólo le aplico tres criterios: esplendor estético, fuerza
intelectual y sabiduría. Las presiones sociales y las modas periodísticas
pueden llegar a oscurecer estos criterios durante un tiempo, pero las obras con
fecha de caducidad no perduran. La mente siempre retorna a su necesidad de
belleza, verdad, discernimiento”.
Por
supuesto: los males llegan para quedarse si no hay quien los fumigue. Los
periódicos tenían que vivir de la publicidad y la publicidad ponía su dinero en
los diarios que tenían más lectores. Las mayorías, ya se sabe, buscan el
espectáculo hasta en la muerte; se envician con la pornografía, con lo
escatológico. Las mayorías se encantan con lo superficial, el chisme y la
mentira que le satisfacen este o aquel rencor. Y esas preferencias fueron
propiciadas por quienes veían a los medios de comunicación como simples
negocios.
Han
debido aprender cual es el verdadero negocio comunicacional a largo plazo:
registrar más a fondo el país con esos equipos de profesionales que alcanzaron
un tope. Han podido establecer buenas producciones de crónicas, entrevistas y
reportajes de altura, para curar a los lectores del virus que se iba a desatar
como una maldición.
Revista Esquire. Abril 1966. Frank Sinatra Has a Cold. Imagen tomada de El Portadista |
De
repente y tal comenzó a aparecer, el mandato “escribe corto”, “Un párrafo y una
foto”, como interpretación y justificación de aquellos que no leen, de esa
mayoría que comenzó a sentirse cómoda con la televisión y los mensajes
digeridos. Mientras eso ocurría, en países de más lectoría se continuaba
haciendo un periodismo de entrevistas y crónicas que se convertían en un
magnífico negocio, aunque los textos fueran largos. Gay Talese había publicado
Frank Sinatra está resfriado, una entrevista que se convirtió en ejemplo de una
sólida alianza entre periodistas y lectores, aunque ocupa la extensión de una
novela corta.
José Ignacio Cabrujas |
En
Venezuela, entre tantas crónicas, entrevistas y artículos excelentes, se puede
destacar como un texto fundamental para explicar la cultura venezolana, lo que
escribió José Ignacio Cabrujas sobre Catia. Hoy siguen hallando en ese escrito
fragmentos de la historia sentimental de una generación que pasó, con gran
estilo, de la dictadura a la incertidumbre.
OswaldoTrejo |
“OswaldoTrejo nos contó, a un grupo de zagaletones, nada menos que el argumento de una
de las más singulares novelas que se escribieron en el siglo XIX, À rebours (Acontrapelo) de Huysmans, que él había leído (yo creo que Trejo era el único
venezolano, muy probablemente el único latinoamericano, que había leído a
Huysmans, en una época donde nadie leía a este autor que tuvo la desgracia de
ser contemporáneo de Zola, cuya gloria masacró a Huysmans, siendo este
cincuenta veces mejor escritor que Zola). Trejo nos contaba de qué trataba À rebours, que él había leído en francés. También iba mucho a la plaza Oscar Guaramato, que escribía estos cuentos sobrios, ominosos, fundadores del estilo
que hoy conocemos como el estilo de Concurso de Cuentos de El Nacional, que ha
ofuscado tanto la cuentística venezolana: estos personajes que, en hamacas,
mueren de gangrena en medio de una insurrección federal; mujeres que hacen
arepas muy cerca de un bahareque mientras el hombre está, siempre en su hamaca,
pensando en lo que puede suceder”.
Oscar Guaramato |
Eso de
que la gente no tiene tiempo de leer, no puede concentrarse o le parece
aburrido leer, recibió un gran respaldo en los medios, hasta el punto de que
las páginas de arte se convirtieron en agendas, en breves notas y
posteriormente esas estrecheces de texto fueron acompañadas por videos. En el
fondo predominaba el deseo de hacer una televisión encima del papel.
Respecto
a los pocos caracteres de Twitter, ya es de notar que hay en demasía twitteros
que ni siquiera pueden elaborar un mensaje inteligente, bien escrito y
coherente en esos pequeños textos. He ahí el resultado de tantos años opuestos
a la lectura. Leer y escribir no es lo mismo que saber leer y saber escribir.
En
cultura, la realidad son los creadores de arte, los artistas, los que de alguna
manera proponen ideas que pueden servir para sentir, pensar o consolarse por
una tarde triste. El Nacional era el escenario abierto para que los artistas y
los intelectuales se comunicaran con el país.
Cuando
las salas de redacción fueron manejadas por las gerencias descollantes, la
función de los periódicos comenzó a cambiar.
El boom
de las gerencias comenzó a fagocitar empresas, a buscar ganancias con experimentos
surgidos de planteamientos foráneos. Gerencias invariablemente integradas por
profesionales más afectos a la publicidad que a la lectura fuerte. Algunos de
ellos, esgrimían como brújula el concepto de que la cultura es una inutilidad.
Usaron
con frecuencia el sistema de “misión y visión”, que generalmente concluía
esbozando una visión y una misión de los medios escritos que no tenían nada que
ver con su verdadera y primordial razón de existencia.
Esas
gerencias apuntaban hacia algo que no podía desvincularse de ningún medio: la
búsqueda de ganancias. Pero todo terminaba desembocando en la creación de
lectores mediocres.
UN
FENÓMENO CULTURAL
Cuando
aparece un periódico se da inicio al proceso de crear sus propios lectores. Un
periódico, en un principio, es como un faro: ejerce una función parecida a
colocar una luz para que los navegantes se orienten en la oscuridad y no se
estrellen.
Todo El
Nacional fue un fenómeno cultural. Su estilo comunicacional se basaba en un
lenguaje que aportaba conocimientos. La relación con lo intelectual y con el
análisis permanente de los acontecimientos, permitía obtener una visión muy
clara y acertada. También el humor, que se explotaba con altura, era una veta
que caracterizaba a El Nacional.
En lo
que va del siglo veintiuno se han registrado sucesos impensables en una
sociedad civilizada, culta, preparada para los retos más exigentes de la
inteligencia artística y científica.
Cuando
Venezuela parecía encaminada hacia la democratización de un criterio que le da
importancia a la cultura, todo se derrumbó, como en la canción. Toda la
actividad cultural que se desarrollaba en Venezuela se borró de un golpe y se
convirtió en un antro de propaganda política con cien años de atraso.
En
Venezuela, con todas las fallas que pudieran encontrarse, las actividades
culturales eran de una intensidad y calidad que asombraban más al foráneo que
al nativo. Volviendo a Miller, cito lo que dijo en aquella ocasión en que
almorzamos como si nos conociéramos:
“Me ha
impresionado mucho la idea de un festival de teatro en Venezuela... Espero
completar mi impulso teatral, aprender más sobre el teatro venezolano. Me
sorprende esto, no es muy normal que un país tenga 14 o 15 agrupaciones
teatrales profesionales”.
Ese día
pensé: “Lástima que Arthur Miller no podrá conocer lo que hacen en el teatro
Cabrujas, Chocrón, Chalbaud, Carlos Giménez, Javier Vidal, José Simón Escalona,
Néstor Caballero, Ugo Ulive, Levy Rosell, Edilio Peña, Elisa Lerner, CésarRengifo, Xiomara Moreno, Gustavo Ott, Gilberto Pinto y el incomparable Rodolfo Santana”.
Arturo Uslar Pietri |
Sentí
deseos de asombrarlo, de mostrarle a fondo lo que éramos en cultura, pero no se
me ocurrió nada. ¿Cómo traducirle de inmediato algo de nuestros creadores? Por
eso pongo, para sacarme la espina, lo que dijo Arturo Uslar Pietri hace 83
años. Algo que me pareció una fiel expresión de nuestras circunstancias.
Carlos Eduardo Frías |
Carlos Eduardo Frías lo entrevistó en la Caracas de 1934. Uslar Pietri tenía 28 años
de edad y habló de su escritura y del país con una impresionante sabiduría:
“En Las
lanzas coloradas no he hecho sino dramatizar esta idea: en América, como en
todo ser vivo, el cuerpo ha estado adulto y hecho antes que el espíritu. La
guerra de independencia fue la principal manifestación exterior de la plenitud
de la carne americana. Una guerra alegre y cruel de pueblo joven. Terminada la
guerra ya sentíamos el cuerpo sólido y peculiar, pero de manera más aguda aún
la ausencia del espíritu correspondiente. Todo lo de la inteligencia nos venía
de afuera y pertenecía a los extranjeros. Desde entonces hasta ahora, la
historia del continente podría llamarse “historia de la búsqueda de la cultura
americana”.
Arthur Miller y Marilyn Monroe |
CIERRE
CON DAMAS
-¿Quieres
almorzar con Arthur Miller? Me preguntó hace más de treinta años María Teresa
Castillo y le dije que sí, por supuesto. Agarré un grabador y decidí no comer
la parrilla que vendían a 2,50 con refresco de manzanita, a unos pasos del
periódico.
En
aquella ocasión, Miller comentó, acompañado de su esposa: “no hay nada nuevo
que yo pueda decir sobre Marilyn y, como no quiero aburrir, mejor será no decir
nada”.
Su
esposa es la célebre y carismática fotógrafa de Life, Ingeber Morath. El
director de cine John Huston la bautizó como “la suprema sacerdotisa de la
fotografía”. Fue integrante de Magnum con Henri Cartier Bresson y Robert Capa.
Arthur Miller y Ingebor Morath |
La
abordo, sin pensarlo mucho:
-¿Le
molesta que en todas partes estén preguntándole a Miller sobre Marilyn?
-No...
no me molesta. La conocí a ella antes de que Arthur... La fotografié: era una
mujer fantástica...
Lo dice
con sinceridad. Aclara que se casó con Miller después de morir Marilyn.
-¿Usted
no es fantástica?
-Cada
una tiene una cosa distinta... susurra Ingebor Morath.
*******
José Pulido. Fotografía de Gabriela Pulido Simne |
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