La historia
de Library.nu y de su “flamante” cierre del sitio que tenía millones de
libros en línea ocurrido el 15 de febrero pasado bien podría ser para
una novela, que algún día alguien subirá a algún sitio que no será
Library.nu. Seguramente habrá algún sitio que lo reemplace. Esta vez, la
coalición de editoriales ganó la contienda en el marco de la oleada de
cierres de sitios de intercambio de archivos que ya bajó Megaupload y
apretó a The Pirate Bay, entre otros. Sin embargo, ante la ausencia de
un reemplazo considerable en relación con la oferta que había logrado
Library.nu, instituciones y organizaciones que bregan por los derechos
de los usuarios, profesores e intelectuales se preguntan si el daño
sobre el acceso a la cultura no es mayor que el daño al “derecho de
autor”. Es decir, Library.nu era un problema y también una gran
solución.
Diecisiete compañías editoras se unieron desde Estados Unidos, Inglaterra y Alemania para bajar al sitio que tenía una oferta inabarcable de literatura universal, la cual rondaba los 400 mil ejemplares y algunos dicen que podría llegar al millón. Entre las editoriales, están Harper Collins, Oxford University Press y Macmillan. Algo parecido a lo que ocurrió con los sitios que indexaban archivos en Megaupload pasó con Library.nu, donde se acumulaban enlaces de descarga de libros que en verdad estaban guardados en iFile.it, un servicio de backup de archivos. Como se informó, la Corte alemana recibió diecisiete demandas en las cuales se mencionaban diez libros por cada editor. Las penas esperadas podrían rondar los 250 mil euros y como máximo seis meses de prisión. Aunque por lo general las editoriales se manejan con el famoso takedown notice (algo así como “te avisamos que tienes que bajar el sitio o te vamos a ir a buscar”), esta vez decidieron juntarse ante la imposibilidad de llegar directamente al sitio que ordenaba los índices de libros. Los encargados de la tarea de encontrarlos fueron los alemanes de Lausen Retchsanwalte, especializados en perseguir violaciones a la propiedad intelectual, una ardua tarea en tiempos de Internet.
La conexión entre los dos sitios llegó luego de que encontraran una coincidencia entre Library.nu, aparentemente hosteado en Ucrania con dirección legal en la isla Niue del Pacífico, pero la dirección de registro de ambos sitios estaba en Irlanda. Entonces, los abogados trabajaron con la Irish National Federation Against Copyright Theft para encontrar las conexiones, hasta que lograron observar que el botón de “Donaciones” de Library.nu, que confirmaba la recepción por correo electrónico aunque el recibo de PayPal llegaba con el nombre de los verdaderos dueños de la cuenta: Fidel Núñez e Irina Ivanova, los mismos dueños y directores de Library.nu eran los de iFile.it.
Christopher Kelty |
Más allá de la torpeza de los creadores, lo que se pregunta Christopher Kelty, profesor de la Universidad de California y autor del libro Two Bits: the cultural significance of the Free Software, el sitio tenía principalmente libros escolares, monografías, análisis biográficos, manuales técnicos, investigaciones en ingeniería, matemática, biología y ciencia, textos con copyright pero fuera de mercado, mal y bien escaneados, en inglés, francés, español o ruso. Como cuenta Kelty en su artículo “The Disapearing virtual library” publicado en Al Jazeera, esos “bárbaros que pusieron la industria editorial de rodillas no eran otros que estudiantes de cada rincón del planeta” deseosos de aprender. Eso es lo que miles de jóvenes y adultos con avidez de aprendizaje hicieron con Library.nu, en apenas unos pocos años “crearon un mundo de lectura y apostaron a compartir contenidos”. Los editores piensan –dice Kelty– que se trató de una gran victoria en la “guerra contra la piratería”, que va a mejorar las ganancias de la industria y les ofrecerá mayor control, y los “piratas” piensan que simplemente el contenido se irá hacia otro sitio.
Pero el punto, para Kelty, está en comprender que la demanda global
por el aprendizaje y la escolarización no está siendo tenida en cuenta
por la industria editorial y “no puede ser tenida en cuenta con estos
modelos de negocios y con estos precios”. La gran clase media global
deseosa de aprender y compartir conocimiento, repartida por todos los
rincones del planeta, “clama por conocimiento” y, esta vez, el argumento
en contra de Library.nu todavía es más difícil de defender: no se trata
de entretenimiento sonoro o audiovisual, de jóvenes haciendo travesuras
y copiando discos para que los bajen sus amigos, sino de un colosal
acceso al conocimiento.
Lo que dice Kelty irónicamente es que el centro de la discusión
deberá merodear entre la idea de criminalizar el acceso a los libros
“ilegales” contrapuesto al asunto de “compartir conocimiento”. La furia
por la interrupción al acceso al conocimiento se apoderó de las redes
sociales, los blogs, los posts y miles de universidades de todo el mundo
que habían encontrado en Library.nu un espacio para terminar con la
escasez de acceso al saber, en un mundo en el que la industria editorial
sigue pensando que el saber ocupa lugar y hay que pagar por él. O como
dice magistralmente Kelty en un tramo de su artículo, “dentro de poco,
leer será tener una copia ilegal de un libro en el cerebro”.
Tomado de Página 12
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