Una vieja nota que no pierde vigencia en una Europa en crisis
MIGUEL MORA
4 OCT 2009
Más de 55.000 personas afiliadas; decenas de
grupos ?ultras? en los estadios de fútbol; bandas de rock nazi o
identitario; agresiones contra extranjeros, negros, homosexuales. Bajo
el sonriente paraguas de Silvio Berlusconi, vuelven a Italia las
consignas totalitarias y la violencia fascista.
La primera imagen del documental Nazirock, filmado por el
periodista Claudio Lazzaro, es la manifestación celebrada en Roma, el 2
de diciembre de 2006, contra el Gobierno de Romano Prodi. Ante dos
millones de personas, una avioneta enseña el cartel "Silvio, te echamos
de menos"; se ven algunas esquelas del "Gobierno Mortadella", se oyen
gritos de "Prodi va fan culo", "malditos jueces comunistas", "Gobierno de ladrones y terroristas", "espías del KGB", y "viva il Duce". Luego suena Volare, Berlusconi sube al escenario al son de Azurra libertà,
el himno de su coalición, y el líder posfascista Gianfranco Fini se
pone poético y define al grupo del que pronto formará parte como una
"obra de arte de la libertad".
Después, el líder, sonriente, pelo implantado, zapatos con alzas, 70
años, presenta a los nuevos fichajes de la coalición Casa de la
Libertad. Son Alessandra Mussolini, parlamentaria europea, nieta del
Duce, líder de Acción Social y promotora de un pool electoral
en el que figuran varios personajes de postín: Roberto Fiore, secretario
general de Fuerza Nueva, condenado a nueve años por pertenencia a banda
armada; Luca Romagnoli, líder del grupo neofascista Fiamma Tricolore,
fundado por el fascista Pino Rauti, acusado y nunca juzgado por dos
atentados mortales en los años de plomo, y Adriano Tilgher, condenado en
1975 por tratar de fundar un partido fascista, absuelto por falta de
pruebas en el proceso del atentado de Bolonia de 1980 (85 muertos).
Como sus amigos, Romagnoli es un hombre con empuje:
niega el Holocausto y afirma que Hitler fue un gran estadista. La cámara
de Lazzaro le graba subiendo al palco y acercándose a Berlusconi con
una bandera de la Fiamma Tricolore. Berlusconi la acaricia y la ondea
sin dejar de sonreír. Sabe que ese 2% de los votos que puede rascar con
la nueva vieja derecha es oro puro. "Hacía unos meses, Il Cavaliere
había perdido las elecciones por 20.000 votos, y para lanzarse al acoso y
derribo contra Prodi decidió que no podía renunciar a priori a la extrema derecha", explica Lazzaro. "De modo que los invita al acto y los legitima. Por un puñado de votos".
Apenas trece meses después, en enero de 2008, el Gobierno de
centro-izquierda pierde una votación de censura por culpa de un
tránsfuga cooptado por Berlusconi. Hay nuevas elecciones. Prodi se
retira, y la feroz campaña que agitan los medios y las televisiones de
Il Cavaliere, sus protestas contra la inseguridad ciudadana y sus
promesas de mano dura contra el inmigrante/delincuente cumplen su
objetivo.
Aliado con la Liga Norte y con los posfascistas de Alianza Nacional,
Berlusconi gana por amplia mayoría (44%) con su mensaje optimista,
xenófobo y personalista en el que no faltan guiños a la Mafia (el último
día sostuvo en televisión que Vittorio Mangano, mafioso y asesino
convicto, fue un héroe porque nunca le denunció). El Partido Democrático
de Walter Veltroni logra 12 millones de votos y un 33%, pero no evita
una crisis que dura todavía; la Liga entra al Ejecutivo con su 8%, que
se traduce en varios ministerios, entre ellos el de Interior. Forza
Nuova obtiene 108.837 sufragios. Y la amiga filofascista de Berlusconi,
Daniela Santanché, llega al 2,4% aliada con Fiamma Tricolore. El Caimán
ha vuelto.
Mientras el rumbo demagógico que marcó el país entre 2000 y 2005 se
pone otra vez en marcha, asoman signos de que algunos usos y costumbres
de la Italia fascista (1922-1943) están despertando sin que nadie haga
nada por evitarlo. En tres años, de 2005 a 2008, se registraron 262
casos de violencia fascista contra jóvenes de los centros sociales,
inmigrantes, gays, gitanos. Y más de cien actos vandálicos contra sedes
de partido, lápidas y monumentos partisanos. Cada año, 600.000 italianos
dejan su tarjeta de visita en la tumba de Benito Mussolini. Cada
domingo, decenas de grupos de extrema derecha toman con sus gritos y su
parafernalia nazi-fascista los centros de las ciudades con la excusa de
animar a su equipo. Como en España, sí. Pero distinto. El discurso
anticomunista de Berlusconi y la retórica racista de la Liga Norte
resuenan a todas horas desde los medios del magnate de la televisión y
forman una ensordecedora espiral de ruido y furia.
El éxtasis de la nostalgia fascista es la histórica victoria electoral del ex picchiatore
(combatiente en las peleas callejeras contra los rojos de los años
ochenta) Gianni Alemanno en la segunda vuelta de las municipales de
Roma. Por primera vez desde 1943, un fascista (posfascista) se sienta en
el capitolio de la Ciudad Abierta. Para festejarlo, sus seguidores
suben hasta el Campidoglio haciendo el saludo romano. Berlusconi, que
celebra el éxito sentándose en las rodillas a la abeja reina de las velinas, Sabine Began, hace una de sus ocurrentes bromas: "Somos la nueva falange romana".
Unas semanas más tarde, el 1 de mayo de 2008, Nicola
Tommasoli, un diseñador gráfico de 29 años, es apaleado por un grupo de
jóvenes neofascistas en el centro histórico de Verona. La razón: se
había negado a darles un cigarrillo. Tommasoli muere en el hospital y la
policía arresta a tres de sus agresores: Raffaele delle Donne,
Guglielmo Corsi (ambos de 19 años) y Andrea Vesentini, de 20. Forman
parte de un grupo de aficionados ultras del Verona, el Veneto
Fronte Skinheads, y habían sido investigados antes por agresiones
racistas. Un tribunal acaba de condenar a cuatro de ellos (Vesentini ha
sido absuelto) a un total de 50 años de cárcel.
En la banda de Delle Donne, apodado Il Biondino, figuran 17 jóvenes ultras, skinheads
y neofascistas; algunos, hijos de empresarios e industriales, otros, de
obreros. Según el fiscal de Verona, Guido Papalia, "actuaban como la
banda de La naranja mecánica, y esperaban encontrar, si no el aplauso, al menos la indulgencia de sus paisanos".
Verona, la ciudad de Romeo y Julieta, está regida con mano de hierro
por un alcalde de la Liga Norte, Flavio Tosi, una de las estrellas
emergentes de la formación padana. Tosi pide "penas ejemplares" para los
culpables. En 2007, tras ser elegido con el 60% de los votos, había
expulsado a los gitanos de la ciudad alegando que "perturbaban la
belleza del centro histórico".
La banda se limita a seguir el ideario y el estilo impuesto por los alcaldes-sheriff
que dominan el opulento Noreste italiano. Territorio Padania. Camisas
verdes (título de otra película de Claudio Lazzaro sobre el racismo
lombardo nunca estrenada en Italia). Ciudades-Estado contra los barbarrojas
del Sur. Gente como Giancarlo Gentilini, hoy vicealcalde de Treviso, un
tipo cordial y gritón, grande como un armario, considerado el regidor
más fascista de Italia y que justo en aquellos días inicia, a sus 78
años, su cuarto mandato como sheriff.
En ocho años de alcaldía y cinco de vicealcaldía, la política de
"tolerancia doble cero" de Gentilini se ha convertido en el modelo de la
Liga Norte y el PDL de Berlusconi para afrontar el complejo fenómeno de
la inmigración. "Han salido muchos sheriffitos, pero el auténtico sheriff
soy yo", dice Gentilini a este diario en una entrevista realizada en
mayo de 2008. Y añade: "Lo he hecho todo aplicando las enseñanzas del
fascismo y el catolicismo".
Es decir: "Apliqué el Evangelio según Gentilini, la tolerancia doble
cero y el respeto a las leyes. En tres meses desaparecieron los
lavacoches y los mendigos, y en un año echamos a los vendedores de
falsos de pacotilla y baratijas. Yo no soy xenófobo, pero odio a los
camellos, a las prostitutas, el comercio de armas, y no puedo tolerar a
los gitanos. De hecho destruí dos campamentos nómadas porque eran
refugio de gente que robaba noche y día. No puedo consentir que niños
gitanos de seis o siete años roben a nuestros ancianos".
No se trata de folclor. Más allá de la pintoresca pantalla de las velinas
y las prostitutas convertidas en candidatas, la caza del gitano y el
clandestino ha ocupado al Gobierno italiano durante el primer año de
legislatura. Una ofensiva racial en toda regla, alentada por los medios
de la derecha y tolerada por los del centro-izquierda, elaborada con
medidas como el censo de la población romaní, menores incluidos, y con
múltiples disposiciones represivas, todas ellas condenadas (sin mucho
énfasis) por los organismos internacionales: continuo desmantelamiento
de chabolas sin alternativa de realojamiento, malos tratos y vejaciones
policiales, acusaciones falsas y detenciones ilegales, condenas
judiciales sin pruebas, reglas contra la mendicidad que contemplan la
exacción de los menores a sus familias, nula integración escolar...
Una persecución sistemática, disfrazada de labor
humanitaria. No muy distinta, según la ONU, de la emprendida por
Bulgaria o Eslovenia, y que, a pesar de las reiteradas condenas del
Parlamento Europeo, ha logrado su objetivo principal: echar del país a
los gitanos, rumanos sobre todo, hasta dejar una cifra testimonial.
Según Roberto Malini, director de la ONG EveryOne, de los 165.000
gitanos que había residiendo en Italia en 2008, hoy quedan cerca de
35.000, italianos incluidos, y la presencia de rumanos se ha reducido al
mínimo, "unos 3.000". "Con la excusa de la emergencia, el Gobierno ha
dado 24 millones de euros para construir nuevos campamentos-guetos. Y el
Consejo de Estado dijo el 5 de agosto que era legal la toma de huellas
digitales y la obligación de portar tarjetas identificativas en el pecho
con la palabra rom".
En vista del clima reinante, un aficionado ultra se permitió
decir hace unos meses en una radio temática de aficionados violentos:
"Personalmente, estoy en contra del odio a las personas de color del
centro de África... Pero, sinceramente, un gitano destrozado a golpes de
cadenas o torturado como un perro, me gustaría". Y añadía: "Qué
desgracia que Hitler se preocupara sólo de los judíos y no mucho de
ellos".
Si se observa de cerca, la política emprendida por el Gobierno
Berlusconi frente a las minorías y los inmigrantes, con el Paquete de
Seguridad impulsado por el ministro del Interior Roberto Maroni (Liga
Norte), no ha tenido en estos meses gran cosa que envidiar al ideario de
Forza Nuova. De hecho, eso afirma el propio portavoz romano de la
agrupación (5.500 inscritos), Gianguido Saletnich, que ha respondido a
un cuestionario por correo electrónico: "Este Gobierno ha hecho suyas
muchas ideas de Forza Nuova, como el cierre de las fronteras a los
clandestinos o el uso de militares para vigilar el territorio, cosas que
habíamos propuesto nosotros primero en la campaña electoral".
Pero donde el sheriff Gentilini ha creado escuela es en el
trato dispensado a los homosexuales. Él fue el primero que acometió una
"limpieza étnica de maricones". Lo explicaba así en la entrevista:
"Junto al hospital de Treviso hay un aparcamiento, y algunos vecinos
vinieron a decirme que había allí hombres y mujeres que de madrugada
pedían prestaciones. La gente estaba aterrorizada. Pedí a la comandante
de la policía municipal que investigara, me dijo que, en efecto, había
allí homosexuales, lesbianas y otras especies de esa categoría, dije que
en tres días quería ese lugar liberado, los arrestamos, los
identificamos e hicimos la limpieza. Dijeron que soy un homófobo, pero
no es verdad. Cada cual es árbitro de su propio cuerpo. Soy incluso
favorable a la prostitución libre, pero las efusiones amorosas no pueden
realizarse en los espacios municipales. En clubes y casas, lo que
quieran, pero sin penalizar a los ciudadanos. Me compararon con las
leyes raciales de Hitler. Bah, un ardid para vender periódicos".
Algunos italianos parecen compartir las creencias de Gentilini sobre
los homosexuales. En un país donde en nombre de la religión (y de la
escasa valentía del centro-izquierda) todavía no hay una ley de parejas
de hecho, los gays ya ni sueñan con ver reconocidos sus derechos. El
sentimiento lo ejemplifica Roberto Fiore, líder de Forza Nuova, que en
una arenga a sus chicos en la película Nazirock afirma:
"Levantaremos las barricadas contra el matrimonio homosexual, los
valores cristianos son valores santos, son valores príncipe".
En los últimos meses, la falta de reacción oficial
ante los continuos ataques que ha sufrido la comunidad gay ha sembrado
el pánico en ese sector de la población. Tras el encadenamiento de
agresiones (más de 60 sólo este año) en Roma, Florencia, Milán y Nápoles
a manos de encapuchados de extrema derecha, las asociaciones de
homosexuales han denunciado que en el país "se ha instalado la licencia
de agredir gracias a la deriva violenta de la falsa propaganda: un
Decreto de Seguridad que no defiende a nadie, la instigación a la
violencia escuadrista y la homofobia son las verdaderas alarmas sociales
de este país".
El pasado 26 de agosto, una pareja de turistas gays fue agredida por
un grupo de jóvenes en pleno centro histórico de Nápoles, ante la
indiferencia general. Poco después, un grupo de homosexuales pidió asilo
político de forma simbólica en el consulado español de Milán.
La batalla contra el diferente, todo tipo de diferente, es una
reivindicación histórica de la Liga Norte. "Su racismo de taberna puso
primero en el punto de mira al terrone, el paleto meridional;
luego a los albaneses, los negros, los gitanos, finalmente los árabes",
cuenta Claudio Lazzaro. La teoría de Gentilini sobre los musulmanes, que
se inspira en viejos discursos de Umberto Bossi, líder de la
agrupación, es ésta: "Hay que aplicar la religión de Estado eliminando
los intentos de construir mezquitas, porque son lugares de encuentro y
refugio de gente de la que no se sabe su identidad, ni de dónde vienen. Y
es inútil que me digan que una mezquita es como una iglesia, porque ya
sabemos que el islam persigue la eliminación del infiel, mientras el
cristianismo se inspira en el perdón y la conversión".
La otra petición histórica de la Liga son las patrullas ciudadanas, la llamada justicia fai da te,
que el Gobierno ha legalizado finalmente este año creando una encendida
polémica. Las patrullas denotan una desconfianza ancestral en las
fuerzas del orden estatales. "La Liga siempre ha aspirado a tener su
propia policía para controlar el territorio", explica Lazzaro. "Las
patrullas son el primer paso".
Berlusconi, que tantas veces ha deslegitimado a los jueces, y que
recientemente ha acusado a los fiscales anti-Mafia de usar el dinero
público para investigar historias que "sólo intentan hacer daño al
país", ha recortado drásticamente los recursos destinados a las fuerzas
de seguridad. Los sindicatos policiales han denunciado que nunca desde
la II Guerra Mundial habían sufrido semejantes recortes.
A falta de policías, los sábados por la noche, con el buen tiempo,
los jóvenes violentos de Verona patrullaban la ciudad en "rondas
preventivas" contra los inmigrantes. Hacían la justicia por su cuenta.
Pegaban a gente de color, a vendedores de khebab, a italianos
del sur. "Les bastaba encontrar a uno que llevaba el pelo largo y la
emprendían a golpes", dijo el fiscal de Verona.
El ataque al diseñador gráfico Tommasoli no tuvo siquiera
connotaciones políticas. Según la fiscalía, se trató de un acto de
violencia gratuita contra alguien que, simplemente, era diferente:
"Aunque los agresores tienen símbolos nazis en casa, su única ideología
es el odio al diferente", explicó el fiscal. "Al que no se viste como
nosotros, no come lo mismo, no habla con nuestro acento, al que, según
ellos, ofende el decoro de la ciudad".
"No nos drogamos, no bebemos, somos gente de orden", dijo Delle Donne
tras entregarse a la policía. "Un buen chico sin vicios, hijo de la
buena burguesía, estudiante, como tantos otros por estos lares que
pensaban limpiar el mundo matando gente", apostilló el fiscal.
El Veneto Fronte Skinheads es una organización de extrema derecha
"muy arraigada en el territorio". Por desgracia, no es la única. Un
informe de los Servicios Secretos reveló hace unos meses que en Italia
hay al menos 55.000 jóvenes y 65 grupos ultras de inspiración
neonazi y neofascista actuando, sobre todo, en el norte, Trentino Alto
Adige y Véneto, pero también en Emilia Romaña, Toscana, Lazio.
El director de la Policía de Prevención, Carlo de Stefano, aclara que
el objetivo de esos grupos no tiene ya nada que ver con el fútbol: "Les
mueve la violencia en sí misma, contra el distinto por el color de
piel, el credo religioso o simplemente la manera de vestir". "No tienen
valores culturales ni políticos", añade este jefe antiterrorista
italiano, "salvo la discriminación, la xenofobia y el racismo".
El fenómeno preocupa cada vez más a la opinión pública. El libro-reportaje Oltrenero
[Más allá del negro], del fotógrafo Alessandro Cosmelli y el reportero
Marco Mathieu, cuyas poderosas fotos ilustra este texto; los ensayos de
Saverio Ferrari, miembro del Observatorio Democrático de las Nuevas
Derechas, o las películas de Claudio Lazzaro ponen de manifiesto que,
como ha dicho el escritor siciliano Andrea Camilleri, creador del
comisario Montalbano, "Italia nunca ajustó las cuentas con el fascismo, y
éste está resurgiendo en formas nuevas".
Ferrari, autor de Le nuove camiccie brune [Las nuevas
camisas pardas], que se editó en abril, habla de un salto de calidad y
de cantidad en ese fenómeno: "Ha habido dos muertos y siete intentos de
homicidio, ya no son sólo ataques contra las sedes de la izquierda.
Ahora golpean a las personas: militantes jóvenes, homosexuales,
inmigrantes, redskin. La característica fundamental es que cada
vez más se ataca con cuchillos, método copiado de las curvas de los
estadios, de las aficiones, que monopoliza la extrema derecha. El
fenómeno se ha hecho cada vez más nazista y menos fascista, en línea con
los otros países europeos. Los que quedaron fuera de la legitimación
del posfascismo se han volcado hacia el nazismo, usan iconografías de
las SS, copian modelos políticos de los viejos colaboracionistas, como
la Guardia de Hierro rumana, y claman contra los judíos. Pese a todo, la
derecha del Gobierno se sigue aliando con estos grupos, les sirve de
contenedor, les ofrece espacio en el PDL y legitima el racismo y el
fascismo. En Milán, hace unos días, Mario Borgezio, parlamentario
europeo de la Liga, se ha aliado con un círculo neofascista llamado
Cuore Nero".
Al mismo tiempo, la violencia en las ciudades es
cada vez menos política, explica Ferrari. "Los jueces han detectado la
presencia de bandas criminales en las curvas [de los estadios], que son
lugares de comercio y negocios. Por ejemplo, en la afición del Inter, la
Juventus, el Milan, que históricamente era más de izquierda y hoy está
dominada por Los Guerreros Ultras, una banda criminal sin ideología. No
estamos ya ante un fenómeno político cultural o deportivo, sino ante
bandas de delincuentes que hacen negocios vendiendo entradas, droga, souvenirs. Aunque muchos grupos neofascistas han hecho proselitismo en los estadios".
Otro de los epicentros del fenómeno es Casa Pound, un movimiento y un
centro social neofascista, llamado así en honor del poeta
estadounidense Ezra Pound, situado en un edificio ocupado en 2003 en el
barrio Esquilino de Roma. Su líder es Gianluca Iannone, periodista, ex
miembro del Frente de Juventud (juventudes del Movimiento Social
Italiano) y fundador de un sello discográfico independiente y de una
banda de rock, los Zetazeroalfa. En sus conciertos, sus seguidores
bailan mientras se pegan unos a otros con los cinturones. Iannone ha
sido candidato a la cámara de diputados por Fiamma Tricolore y ha
fundado Radio Bandera Negra.
El fútbol, el culto a Hitler, la música hardcore y el rock
identitario, las ocupaciones de casas, la nostalgia del grupo Terza
Posizione, que sembró el terror a finales de los setenta; el Blocco
Studentesco, que reventó hace unos meses las protestas estudiantiles
contra la reforma educativa del Gobierno; las agresiones continuas, las
ideas de la Liga y de Forza Nuova elevadas a leyes de Estado, las frases
revisionistas de Berlusconi sobre Mussolini ("no mató a nadie, mandaba a
los opositores de veraneo"), y el férreo control de los medios de
comunicación que ejerce el primer ministro conforman un panorama
confuso, opaco, cada día más inquietante.
En Nazirock, una voz española, la de Manuel Andrino, jefe de
Falange, hablando ante el congreso de Forza Nuova, aporta claridad:
"¡Adelante, camaradas, hasta el exterminio total de los enemigos!".
"Legitimado, si no alentado desde el poder, cabalgando a lomos de la
industria del miedo agitada por los medios de Berlusconi, y azuzado por
la ignorancia, el nuevo fascismo italiano ha salido de las
alcantarillas", afirma Claudio Lazzaro. "Pero sería erróneo afirmar que
estamos en una dictadura y que Berlusconi es un neofascista. La historia
no se repite nunca de la misma forma. Estamos frente a algo nuevo, ante
una anomalía de los cánones de la democracia equivalente sin duda a lo
que el fascismo representó en su día. Es un nuevo tipo de dictadura que
trata de eliminar la separación de poderes y de esclavizar a la prensa.
Es sin duda una deriva antidemocrática".
"Quizá se pueda llamar empresarismo autoritario", concluye
Lazzaro, porque Berlusconi se comporta como un consejero delegado, y
considera que la prensa y las televisiones son su órgano de información.
En 15 años ha modificado el ADN de los italianos, ha sacado lo peor de
nosotros y ya no nos reconocemos. Pero su técnica de marketing político es sencilla, estaba ya en Mi lucha,
de Hitler: haz feliz al más ignorante, dirígete al más estúpido de la
masa y así llegarás a los grandes números. Se trata de entenderlo, de
darle un nombre y de combatirlo. Pero me temo que cuando lo hayamos
entendido será demasiado tarde".
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