14 marzo, 2012.
Crónicas de las leyes contra el saber.
Umberto Mazzei
En
el 48 ac ardió la primera Biblioteca de Alejandría. No fue intencional,
sino un accidente en la lucha de Ptolomeo contra su hermana Cleopatra y
su mentor Cesar. Los restos y lo acumulado en los cuatro siglos
siguientes formaron una nueva biblioteca llamada Serapeum, porque se
instaló en el templo de Serapis.
Elizabeth Taylor personificando a Cleopatra |
En el 391, el emperador Teodosio mandó cerrar los templos paganos y
el patriarca cristiano Teófilo de Alejandría (385-412) tuvo un pretexto
para quemar el Serapeum. Ese incidente y otros similares, destruyeron
todo testimonio del saber de entonces y Europa vivió en la más oscura
ignorancia durante 500 años. Occidente recuperó su cultura greco-romana
sólo gracias a los árabes de Córdoba. La revelación de la cultura
europea original hizo reflorecer la idea humanística en el tardo
medioevo y dio lugar al Renacimiento. Europa volvió a investigar y a
escribir sobre el hombre y su entorno; lo que con la invención de la
imprenta facilitó la fundación de bibliotecas públicas. El acceso
burgués a la cultura deslizó el Renacimiento en el Iluminismo, que nos
legó la libertad filosófica y la ética institucional laica del mundo
moderno.
Cleopatra (1963) Trailer #1 | Movieclips Classic Trailers
En los años 70, hay una vuelta al pasado. Se aprueban en algunos
países leyes que castigan penalmente la discusión o investigación de
versiones históricas oficiales, lo cual las hace sospechosas, porque las
verdades asentadas sobre una sólida base documental no necesitan
muletas legales. El hecho recuerda la práctica inquisitorial para
mantener los disparates científicos de la Biblia. El último episodio, en
2011, es sobre un “Genocidio Armenio”, de 1915, que se atribuye a los
turcos. El caso tiene tintes irónicos; no es Armenia quien penaliza su
discusión, es Francia. Luego no es Turquía sino Alemania quien pide
perdón, por ser aliada de Turquía en la Primera Guerra Mundial; parece
que los alemanes le tomaron gusto a decirse culpables.
Ágora. El filme de Alejandro Amenábar sobre la filosofa Hipatia. |
En 1994, con NAFTA, los Estados Unidos iniciaron una cadena de
acuerdos dichos de “Libre Comercio” en los que se incluye siempre un
capítulo sobre “Propiedad Intelectual”. Ese capítulo contiene normas que
prolongan y aumentan los monopolios en el uso del saber para producción
de medicinas y agroquímicos. Se llega así al absurdo de que patentes
vencidas que pasan a ser patrimonio intelectual de todo el mundo, sigan
siendo saber prohibido en los países que firmaron esos acuerdos con
Estados Unidos, con esperas ulteriores de 5 a 10 años para producir las
versiones genéricas que ahorran gastos y mejoran la salud pública y la
agricultura. La Unión Europea repitió luego normas similares en sus
“Acuerdos de Cooperación”.
Agora (2009) - Official Trailer.
En 2007 se comenzó a negociar en secreto el ACTA (Anti-Counterfeiting
Trade Agreement), una iniciativa de Estados Unidos y la Unión Europea a
la que se sumaron los vasallos de siempre: Australia, Canadá, Corea del
Sur, Emiratos Árabes, Japón, Jordania, Marruecos, México, Nueva
Zelanda, Singapur y Suiza. En 2010 se conoció un borrador oficial y
comenzó la inquietud por la total falta de transparencia. Sin embargo,
no hubo debate previo en los órganos nacionales ni una discusión en los
organismos internacionales vinculados al comercio, la Propiedad
Intelectual o la libertad de expresión.
El ACTA desborda las reglas multilaterales internacionales y obedece a
la lógica monopólica y represiva que la industria del entretenimiento
quiere aplicar a Internet y la industria farmacéutica al comercio de
medicinas. El 26 de enero, 2012, cuando la Unión Europea lo firmó,
renunció el relator de ACTA ante el Parlamento Europeo, Kader Arif,
diciendo que ACTA era una “mascarada” contra la sociedad civil, que
omitía las objeciones del parlamento europeo sobre la libertad
individual y denunció maniobras para impedir que se alertase a la
opinión pública sobre su contenido.
A Mafalda no le gusta la SOPA. |
En 2011 vino SOPA, una ley estadounidense para espiar y policiar en
Internet y en estos días se discute en Melbourne la TPPA (Trans-Pacific
Partnership Agreement) con objetivos similares a los de ACTA, sin mucho
éxito.
En febrero 2012, el Patriarca Teófilo vino de vuelta. Un tribunal de
Munich, con una pobre interpretación de la Propiedad Intelectual, ordenó
el cierre de Library.nu e Ifile.it, que tenían una biblioteca pública
común en Internet, con más de 400 mil títulos, para lectura y descarga
gratuita. La orden judicial obedece a una denuncia de 17 editoras:
Cambridge University Press, Elsevier, Georg Thieme; Harper&Collins;
Hogrefe; Macmillan Publishers Ltd; Cengage Learning; John Wiley &
Sons; the McGraw-Hill Companies; Pearson Education Inc; Oxford
University Press; Springer; Taylor & Francis; C H Beck; Walter De
Gruyter, Association of American Publishers, Börsenverain y la
Internacional Publishers Association. Una alianza coordinada y asistida
por la firma de abogados Lausen Rechtsanwalte. El vínculo entre un sitio
y el otro se hizo con la ayuda de PayPal, siguiendo la huella de las
donaciones.
La denuncia concierne sólo 170 títulos, pero la orden es de cierre
total. El caso es significativo, porque no se trata de música pop o
películas, sino de fuentes de saber. Las obras ofrecidas se relacionan
con la enseñanza y la investigación. Su acceso era útil en países con
infraestructura educativa débil y poco dinero para financiar bibliotecas
y eso comienza a darse ahora en países desarrollados. El cierre no
aumentará las ventas, porque muchas de las obras ofrecidas no se
imprimen o tienen poca demanda, tampoco es probable que quienes las
obtenían gratuitamente puedan o quieran pagar una copia onerosa. Una
pregunta que flota en el aire es la de que si con la misma lógica con
que se cerró a Library.nu, se van a cerrar las bibliotecas públicas con
acceso gratuito o ¿es que se van a cobrar derechos por sacar fotocopias
de los libros o por tomar notas del contenido?
Un objetivo de tal ofensiva es también borrar de la cultura a los
autores incómodos. Son los autores con ideas contra los excesos del
capitalismo más factibles que las de Marx los que van desapareciendo de
las bibliotecas. Ni siquiera en la Facultad de Economía de la
Universidad de Ginebra se encuentra la obra de Sismondi, el célebre
ginebrino que acuño el término proletario, que prestó ideas a Marx y a
Keynes y que es más actual que nunca. Es raro encontrar a Friederich List, Malthus, St. Simon, Pareto o a Sombart, inventor de la palabra
capitalismo. No hablemos de un Georges Sorel o un Jean Jaurèz, cuyo
enfoque de la mundialización tiene total actualidad.
El cierre de Library.un e Ifile.it más parece relacionado con limitar
el conocimiento al conjunto de teorías económicas y políticas que abren
espacios a las empresas transnacionales y que hoy se proclaman como
receta única, científica e indiscutible. Esa preferencia doctrinal se
debe, sin duda, a su mecánica electoral infalible para escoger líderes
políticos que sirven los intereses de una oligarquía apátrida y a su
nulidad para hacer más ecuánime la elevación de los estándares de vida.
- Umberto Mazzei es doctor en Ciencias Políticas de la
Universidad de Florencia. Es Director del Instituto de Relaciones
Económicas Internacionales en Ginebra.
http://www.ventanaglobal.info
http://www.ventanaglobal.info
ALAI, América Latina en Movimiento
Tomado de Cambio Político.
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