Escritores y Encierro
Pareciera que el escritor vive un encierro continuo, incluso el acto
de leer es como descender a una catacumba privada: el silencio, la quietud, la
vista fija, el reloj aparentemente detenido. Quizás así podrían explicarse los libros
que se han escrito en las cárceles, en los campos de concentración, de trabajos
forzados y exterminio. Desde el marqués de Sade hasta Eduardo Liendo, muchos
autores desde la prisión y en situaciones desesperadas sobreviven gracias al
acto creativo que les impide enloquecer o rendirse a la depresión, aunque
escribir en esas condiciones pudiera interpretarse como un acto de locura.
Eduardo Liendo |
Así, la creatividad pareciera abrir una ventana dentro de la
angustia ominosa de la desesperanza, pero tal vez el escritor sobreviva porque continuamente
nada en esas aguas, inclusive desde la comodidad de su estudio. ¿Acaso no
confiesa Bolaño que escribir encerrado en un baño le permitía escapar de una
vida familiar asfixiante? Encierros más dramáticos como los de Austin Reed (autor del primer libro de memorias de un afroamericano en prisión.) o Walter Benjamin quien esperó su fin en el exilio francés y dejó un ensayo incompleto
sobre Las flores del mal, nos
sorprenden por la calidad de sus textos construidos en situaciones angustiantes
y en ambientes opresivos.
Caricatura de Walter Benjamin |
De esta forma los textos
carcelarios se convierten en fuentes de denuncia, pozos metafísicos, gritos
de alerta o apenas una evidencia de que a pesar de todas las adversidades valió
la pena vivir. Como Jharomir Hladik, el célebre personaje borgiano que ante la
inminencia de un pelotón de fusilamiento nazi sólo alcanza a pedirle a Dios que
le dé un año para concluir su obra Los
enemigos. Concedida la petición y culminada la obra “…la gota de agua
resbaló en su mejilla. Inició un grito enloquecido, movió la cara, la cuádruple
descarga lo derribó.” Sin embargo, sabemos que su fin no fue en vano, tanto a
Hladik como a los autores en la entrada de hoy les bastó con dejar varias
cuartillas para repetir el milagro secreto de la escritura.
Javier Domínguez
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La capacidad liberadora de la escritura
"En busca del tiempo perdido entre rejas"
'Proust contra la decadencia’, que Józef Czapski escribió en un campo de concentración, recuerda la capacidad liberadora de la literatura
Elsa Fernández-Santos
Madrid 30 ABR 2012
Madrid 30 ABR 2012
Existe una fotografía del escritor argentino Antonio Di Benedetto
descamisado, que muy delgado posa junto a una reproducción de un retrato
de Dostoiveski, ese en el que novelista ruso parece perder la mirada.
La imagen posee una extraña trascendencia, quizá la que surge del lazo
entre dos escritores de diferentes épocas, unidos no solo por la
experiencia de la cárcel —el autor de Zama, durante la
dictadura argentina, y Dostoiveski cuando fue enviado a Siberia por el zar Nicolás I— sino por encontrar en el pozo del cautiverio la luz de la
creación. El libro Proust contra la decadencia. Conferencias en el campo de Griazowietz,
del polaco Józef Czapski (1896-1993), recién publicado por Siruela en
una edición a cargo de Mauro Armiño, devuelve a la actualidad este viejo
misterio: el del hombre preso salvado por el arte o por la toma de
conciencia de su propia trascendencia frente al infierno.
Antonio Di benedetto. Ilustración de Max Aguirre |
Czapski pronunció sus conferencias sobre Proust en el invierno entre
1940 y 1941, “en un frío refectorio de un convento desafectado que
servía de comedor de nuestro campo de prisioneros en Griazowietz”. De
memoria, sin libros, los recuerdos de la obra de Proust se convirtieron
en el paisaje que le empujó a sobrevivir. Escribe Czapski: “Sigue
resultándonos incomprensible por qué precisamente nosotros, 400
oficiales y soldados, nos salvamos de 15.000 camaradas que
desaparecieron sin dejar rastro, en alguna parte por debajo del círculo
polar y en los confines de Siberia [se refiere a la matanza de Katyn].
Sobre este fondo lúgubre, aquellas horas pasadas con recuerdos sobre
Proust y Delacroix me parecen las horas más felices. Este ensayo no es
más que un humilde tributo de reconocimiento hacia el arte francés, que
nos ayudó a vivir durante esos pocos años en la URSS”.
Autorretrato en el campo de concentración de Jozef Czapski |
“Czapski fue detenido por los soviéticos poco después de empezar la
Segunda Guerra Mundial. No se fiaban de los polacos y los mandaban a
campos de concentración”, explica Armiño. “Allí, el que sabía algo se lo
enseñaba a los demás. Sobre todo los militares polacos, que venían de
familias nobles y eran muy cultos. Arquitectos, médicos… Se daban
conferencias unos a otros para luchar contra el aburrimiento y la
depresión. Lo más importante para Czapski fue tener tan buena memoria”.
“Su historia”, añade Armiño, “nos da cuenta de la dimensión salvadora de
la literatura”.
Jorge Semprún |
Como Jorge Semprún leyendo y releyendo a Paul Valéry en Buchenwald.
Como Primo Levi, en una inmunda barraca de Auschwitz, recitando al pikolo de su kommando el Canto del Ulises de La divina Comedia,
o como la profesora Tatiana Gnedich, encarcelada sin libros y sin luz
en un gulag de Siberia, repitiendo sin descanso los 30.000 versos del Don Juan
de Byron. El crítico y ensayista George Steiner suele utilizar esta
última historia para ilustrar el milagroso poder de la mente humana.
Gracias a su prodigiosa memoria, Gnedich se sabía el poema palabra por
palabra y gracias a también a esa memoria pasó el cautiverio dedicada a
traducir al ruso el poema. Cuando salió de la cárcel, ciega, dictó su
traducción que hoy está considera cómo la más hermosa y precisa que
existe en ruso de Byron. “Un ser humano así es intocable”, ha dicho
Steiner, quien en La barbarie de la ignorancia (Taller de Mario Muchnik), escribe: “La poesía puede salvar al hombre. Hasta en lo imposible”.
Lo cree también el poeta español Marcos Ana, preso en las cárceles
franquistas durante 23 años. Ana recuerda desde su casa de Madrid cómo
empezó a escribir en prisión: “Fue en una celda de castigo, entré por
cien días. Los compañeros me pasaron unas hojas de Canto general, de
Neruda, y otras de Rafael Alberti. Vi subir en mí una melodía que me
empujaba a escribir pese a desconocer la carpintería de un poema. La
poesía fue mi manera de luchar por mi libertad y la de mis compañeros.
Me ayudó a mí y a los demás, mis poemas pasaban de mano en mano”. El
poeta reconoce que, años después, ya en libertad, esa necesidad se
apaciguó: “Me ha costado escribir desde que salí. Recuerdo que le conté a
Neruda mis historias más tristes y las más hermosas. Él me dijo que las
tenía que escribir pero yo le dije que ya no me podía detener en eso. Y
era verdad. Vivir se volvió entonces más importante que escribir”.
Jozef Czapski en Egipto |
“En los campos el mero hecho de tomar notas era un riesgo”, recuerda el
ensayista Reyes Mate. “Aún así tenemos obras que fueron productos del
campo. Los diarios y cartas de la judía holandesa Etty Hillesum, El corazón pensante de los barracones,
que comenzó un diario a modo de ejercicio literario y acabó en una
escritura de una altura mística sorprendente. O Zalmen Gradowski, un sonderkommando autor de En el corazón del infierno,
que dejó oculto entre las paredes de un horno crematorio unos papeles
que le sobrevivieron. Pensó que las generaciones posteriores podrían
llegar a saber cómo se moría en el lager, pero no cómo se
vivía. Uno y otro no sobrevivieron a su escritura y murieron en
Auschwitz. Hillesum pudo escribir mientras estuvo en un campo de
concentración de Westerboork, pero su escritura cesa cuando es internada
en el campo de exterminio. Gradowski sí escribió, clandestinamente, en
el campo de exterminio. Es decir: hubo poesía en Auschwitz”.
Fue en Siberia donde Dostoiveski, condenado a trabajos forzados, se refugió en la filosofía. El ensayo Dostoiveski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar (Galaxia Gutenberg), de László Földényi, narra cómo el autor de Crimen y castigo
descubrió allí con profundo dolor cómo para Hegel Siberia no formaba
parte del mapa de la historia. Ese sentimiento de expulsión y absoluto
abandono llevó al ruso a tocar fondo. Desde ahí, según él, y en sus
horas más atroces, alcanzó la verdad que le salvó.
Ya lo dijo Albert Camus en El hombre rebelde a propósito de
otro ilustre preso, el Marqués de Sade:
“En el fondo de las prisiones, el sueño no tiene límites y la realidad no frena nada. La inteligencia encadenada pierde en lucidez pero gana en furor”.
“En el fondo de las prisiones, el sueño no tiene límites y la realidad no frena nada. La inteligencia encadenada pierde en lucidez pero gana en furor”.
Tomado de El País
Pulsando aquí podran leer 17 páginas de Proust contra la decadencia. Conferencias en el campo de Griazowietz
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Javier Domínguez. Valencia. Venezuela.
Narrador. Autor de los libros de cuentos “El camino de los hilos” (2005) y “Mundos diagonales” (2015). Y la novela inédita “Crónicas del triunfo”.
2do. Lugar en el XI Concurso de cuentos de La Policlínica Metropolitana 2017. Caracas. Venezuela.
Actualmente es coordina el taller de narrativa “Escribe tu cuento” en la Fundación La Letra Voladora. Además de colaborar con microcuentos en el sitio web www.microcuentos.es
22/06/2024
Brillante artículo y mejor entradilla de Javier.
ResponderEliminarNo están todos lo que son, pero son todos los que están.
No me resisto a añadir a Antonio Gramsci, encarcelado por Mussolini. En la cárcel desarrolló una gran obra, no toda destinada a ser publicada. Entrañable son las cartas a su hijo, que sin duda podría haber inspirado al magistral Roberto Benigni y su gran película La vita è bella (La vida es bella, 1997), sin embargo se basó en la historia real de su propio padre, encerrado 3 años en un campo de concentración nazi.
También se podría haber añadido a la más conocida El diario de Ana Frank... pero eso es harina de otra costal.
Gracias por agregar tu parecer a la entrada PacoMan :)
ResponderEliminarGracias por tus comentarios Paco, sin duda que falta un montón de gente. Esperamos al menos podamos despertar la curiosidad de algunos con estos pocos autores. :)
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