Queridos amigos lectores.
En el ánimo de disfrutar de la literatura desde todos los ángulos posibles, hoy les acercamos un texto del joven narrador Freddy Yance (Maracaibo, Venezuela. 1996).
F.Y: -Qué pasará si los cuentos se publican?
Yo: -No pasará nada, pero puede que los lean.
F.Y: -Y qué pasará si los mando a concurso?
Yo:-No pasará nada tampoco, pero puede ser que los lean.
F.Y.: -Bueno, haré las dos cosas entonces."
Yo: -No pasará nada, pero puede que los lean.
F.Y: -Y qué pasará si los mando a concurso?
Yo:-No pasará nada tampoco, pero puede ser que los lean.
F.Y.: -Bueno, haré las dos cosas entonces."
Hemos escogido estos trabajos por el rigor empleado en su elaboración y la seriedad con que Yance asume su oficio. Le deseamos mucho éxito en esta profesión nada fácil y pocas veces atendida como merece. Sin embargo, como toda manifestación de arte, es solidaria y sin la incorporación v del semejante no tendría sentido. Tambien iniciamos una nueva tarea de esta página, la difusión de la nueva literatura. Esperamos que la disfruten, vale la pena.
Graciela Bonnet
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Un día cualquiera
Eran las tres de la tarde y el sol no se apiadaba de las doradas
pieles de los transeúntes. Yo tenía el oficio de visitador médico, debía
llevar medicinas «nuevas» a un centro psiquiátrico del norte de la
ciudad o perdería la casa.
La carretera era plana, pero en ocasiones se inclinaba hacia arriba,
sólo hacia arriba. Salí a las cuatro de la mañana, el dueño de la casa
me había despertado con un grito atroz; estaba furioso porque hace seis
meses que no le pago nada, no pude menos que tomar mis maletas y
partir, claro, primero traté de explicarle mi situación, tengo esposa y
par de hijos, varones los dos, todo lo que gano se lo doy a ellos y no
me queda nada para pagar la renta. El señor optó por echarme con una
condición sana, dejaría quedarse a mi mujer y mis dos hijos con todas
nuestras cosas, y sólo yo partiría con mis maletas rumbo quién sabe
adónde con el único afán de encontrar el dinero que le debía, para poder
volver a mi casa.
El sol está pegado al piso y siento que camino sobre él. La tenue luz
amarilla circunda las paredes y reblandece el asfalto de la carretera. A
las siete de la mañana me detuve a tomar un café y a desayunar en la
esquina de la plaza Bolívar, tomé el autobús de la alcaldía, y me bajé
en el centro de la ciudad, de allí al norte tardaría lo mismo que había
tardado en llegar hasta allí, es decir tres horas; pero estar en el
centro amerita caminar, tropezar, pisar y al mismo tiempo aceptar todo
esto cuando se viene de vuelta.
Caminé toda la Libertador, crucé a la izquierda en la segunda o
tercera calle, y tomé el autobús de San Jacinto. Cuando esto sucedió ya
eran las doce del mediodía, tenía el estómago en la garganta y la
lengua en una parrilla de pollo cuyo olor bailaba y salpicaba en mi
nariz. Corto ya de dinero, decidí hacerme el loco, y no incurrir en
gastos vanos. Por fin arrancó el autobús , la tortura que suponía el
sazonado olor del humo que invadía todo, había desaparecido y ojalá se
hubiese mantenido así, de no ser por el nuevo tipo de humo que entraba
desafiando las leyes de la gravedad por la parte de atrás, la naftalina
incinerada tiene el mismo poder de algunos narcóticos de adormecer el
hambre, al hombre y los hombros, así fue jadeante, babeante y pálido, me
desmayé en mi propio asiento, y como es costumbre dormir o morir en
esos asientos (diferencia que aún no entiendo), nadie se percató de mi
falta de ritmo cardiaco y el apresurado descenso de mis palpitaciones.
Vaya usted a saber quién inventó las bocinas de los autobuses, y a
quien haya sido le debo la vida y también mi sordera del oído izquierdo.
El hecho es que en Delicias, donde siempre hay cola, es decir en toda
la carretera, había un autobús de El Moján saludando a un autobús del
Panamericano, soltó un alarido tan estrepitoso que me devolvió a la vida
en el acto sacudiendo mi pobre y sórdido letargo, esto me hizo recordar
el grito del dueño de la casa donde vivo alquilado, y también recordé
por qué iba en este autobús, por qué no había comido nada, el por qué
estaba tan enfadado y transpirando como un cerdo.
Eran ya las cuatro de la tarde quien sabe por qué el tiempo pasa tan
lento dentro de un autobús y afuera con dos pasos que dé uno sobre la
acera ya han pasado dos horas.
Cuando el sol comienza a apaciguarse y el viento del mar llega
venturoso sobre nuestros pálidos, sucios, pegajosos y grasosos rostros,
provoca sentarse a fumar un cigarrillo y tomar café, escuchar un chiste
de alguna cola o de algún fiasco gubernamental, como es de costumbre
hacer a esta hora y con este ambiente. Pero el maligno reloj del celular
(cuyos números apenas diviso y creo que mi ceguera se debe también al
ruido de la bocina de los autobuses), ya marcaba las cinco. Debía
apresurarme o no encontraría a nadie en el psiquiátrico, así que comencé
a correr, y cuál no seria mi sorpresa cuando un policía, gordo, sonso y
medio medio, se me pega a la carrera también y al verlo venir me
detengo presuroso, nervioso y con el corazón que se me sale del pecho.
Nos quedamos mirando uno al otro por un breve instante y aunque no lo
dijimos ambos pensamos la misma frase – ¿Por qué estás corriendo?- al
final ninguno de los dos la dijo, el decreto fue otro, me asoció por mi
figura: estatura media, pelo corto, cinco dedos en cada mano y un par
de ojos que distinguen el azul del blanco con las específicas
características que había dado de un ladrón cierta señora cuyo auto fue
robado. Me llevaron a la estación de policía.
Ya eran las siete de la tarde, lo sé no porque vi mi celular pues ya
no lo poseía, sino porque uno de los que me acompañaba en el auto me dio
la hora, y yo le creí. A pesar de mi oposición al hecho de ser acusado
de un acto que no había perpetrado, sentí a la vez un alivio, un extraño
alivio que surgía entre mi estómago y de la espina dorsal, al final me
senté en una de las bancas de la estación. Recuerdo que daban los
resultados del juego de béisbol, pedí un cigarrillo y me trajeron
también un café, el policía de turno y yo nos llevamos bien, me preguntó
que por qué corría, le respondí, al tiempo que recordaba por qué
corría, por qué había bajado del autobús, por qué había salido de casa
tan temprano.
Luego de largo rato pensando en silencio le dije con cara de niño
regañado – por favor no me suelte. Déjeme pasar aquí esta noche ya que
no tengo cara ni fuerzas para volver a casa. El policía accedió, y pasé a
una de las celdas que por suerte estaba vacía, me tiré rendido sobre el
piso frio y húmedo y me quedé dormido. Por fin.
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Graciela Bonnet
Nació en Córdoba, Argentina, en 1958. Es Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela (1984). Ha trabajado 25 años como correctora de pruebas y supervisora de ediciones por contrato para todas las editoriales venezolanas, entre ellas Monte Avila, Planeta, Biblioteca Ayacucho, ediciones de la Casa de la Poesía, Pomaire, Eclepsidra, Santillana, Editorial Pequeña Venecia, La Liebre Libre. Experiencia de tres años como redactora free lance para una editorial de libros de autoayuda. Escritora fantasma (sin firma) realizó investigaciones para crear libros, novelas, tesis y monografías.Es dibujante amateur. En 1997 el grupo editorial Eclepsidra publicó su poemario "En Caso de que Todo Falle." En 2013 editorial Lector Cómplice editó "Libretas Doradas, Lápices de Carbón" En el año 2000 participó del encuentro de Mujeres Poetas en Cereté, Colombia.
Y su blog es: Graciela Bonnet Vertiente Recíproca
Nació en Córdoba, Argentina, en 1958. Es Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela (1984). Ha trabajado 25 años como correctora de pruebas y supervisora de ediciones por contrato para todas las editoriales venezolanas, entre ellas Monte Avila, Planeta, Biblioteca Ayacucho, ediciones de la Casa de la Poesía, Pomaire, Eclepsidra, Santillana, Editorial Pequeña Venecia, La Liebre Libre. Experiencia de tres años como redactora free lance para una editorial de libros de autoayuda. Escritora fantasma (sin firma) realizó investigaciones para crear libros, novelas, tesis y monografías.Es dibujante amateur. En 1997 el grupo editorial Eclepsidra publicó su poemario "En Caso de que Todo Falle." En 2013 editorial Lector Cómplice editó "Libretas Doradas, Lápices de Carbón" En el año 2000 participó del encuentro de Mujeres Poetas en Cereté, Colombia.
Y su blog es: Graciela Bonnet Vertiente Recíproca
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Freddy Yance (Maracaibo, 1996)
Narrador y poeta. Estudia comunicación social mención medios impresos en la Universidad Rafael Belloso Chacín.
Reconoce la influencia de Jorge Luis Borges y Roberto Bolaño, prefiere expresarse a través del cuento o el relato. Sus temas son variados y el estilo busca acercarse a la forma oral. Escribe impulsado por la necesidad, tanto de saciar la sed intelectual como de transformar lo subjetivo en universal.
Pueden visitar su blog abriendo este enlace: https://siete47.wordpress.com/
Narrador y poeta. Estudia comunicación social mención medios impresos en la Universidad Rafael Belloso Chacín.
Reconoce la influencia de Jorge Luis Borges y Roberto Bolaño, prefiere expresarse a través del cuento o el relato. Sus temas son variados y el estilo busca acercarse a la forma oral. Escribe impulsado por la necesidad, tanto de saciar la sed intelectual como de transformar lo subjetivo en universal.
Pueden visitar su blog abriendo este enlace: https://siete47.wordpress.com/
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