sábado, 20 de abril de 2024

El Muskismo: Las malas lecturas de Ciencia Ficción de Elon Musk y sus panas tecnobillonarios

 

Elon Musk, Bill Gates y Jeff Bezos. Imagen tomada de Infobae.






Elon Musk y los tecnobillonarios han leído mal la ciencia ficción


Imagen de Robert Beatty




7 de noviembre de 2021




Por Jill Lepore


Es profesora de historia en Harvard y presentadora del pódcast, “Elon Musk: The Evening Rocket”, del cual se adaptó este ensayo.





La última semana de octubre, Bill Gates cumplió 66 años y lo celebró en una cala de la costa de Turquía, trasladando a los invitados desde un yate alquilado hasta un complejo turístico de playa en un helicóptero privado. Entre los invitados, según los informes locales, se encontraba Jeff Bezos (valor neto: 197.000 millones de dólares), quien después de la fiesta voló de vuelta a su propio yate, que no debe confundirse con el “superyate” que está construyendo y cuyo valor asciende a más de 500 millones de dólares.


La persona más rica del mundo, Elon Musk (valor neto: 317.000 millones de dólares), no asistió. Lo más probable es que estuviera en Texas, donde su empresa Space X estaba preparando el lanzamiento de un cohete. Mark Zuckerberg (valor neto: 119.000 millones de dólares) tampoco estuvo allí, pero al día siguiente de la fiesta de Gates, anunció su plan para el metaverso, una realidad virtual en la que, llevando unos auriculares y un equipo que te aísla del mundo real, puedes pasar el día como un avatar haciendo cosas como ir a fiestas en islas remotas del Egeo o subir a un yate o volar en un cohete, como si fueras obscenamente rico.


El metaverso es a la vez una ilustración y una distracción de un giro más amplio y preocupante en la historia del capitalismo. Los tecnobillonarios del mundo están forjando un nuevo tipo de capitalismo: el muskismo. Musk, a quien le gusta burlarse de sus rivales, se mofó del metaverso de Zuckerberg. Pero desde las misiones a Marte y a la Luna hasta el metaverso, todo es muskismo: capitalismo extremo y extraterrestre, donde los precios de las acciones se rigen menos por las ganancias que por las fantasías de la ciencia ficción.



El término metaverso procede de una novela de ciencia ficción de 1992 escrita por Neal Stephenson, pero la idea es mucho más antigua. Hay una versión de ella, la holocubierta, en Star Trek, una serie de televisión con la que Bezos estaba obsesionado de niño; el mes pasado, envió al espacio a William Shatner, el actor que interpretó al Capitán Kirk en la serie original. Después de haber leído historias sobre la creación de mundos en la infancia, los multimillonarios, ahora como adultos, tienen la suficiente riqueza para construirlos. Los demás estamos atrapados en ellos.

Neal Stephenson


Por extraño que parezca, el muskismo, una forma extravagante de capitalismo, se inspira en historias que critican… al capitalismo. En Amazon Studios, Bezos intentó hacer una adaptación para televisión de La Cultura, una serie de libros que crean una epopeya espacial del escritor escocés Iain Banks (“un gran favorito personal”); Zuckerberg incluyó un volumen de esta antología en una lista de libros que piensa que todos deberían leer, y, en una ocasión, Musk tuiteó: “Si acaso se lo preguntan, soy un anarquista utópico como los que de manera atinada describe Iain Banks”.



Sin embargo, Banks era un socialista declarado. Y, en una entrevista de 2010, tres años antes de su muerte, describió a los protagonistas de La Cultura como “comunistas hippies con hiperarmas y una profunda desconfianza tanto de la mercadolatría como de la codicia”. También expresó su asombro por el hecho de que alguien pudiera leer en sus libros un fomento del libertinaje del libre mercado, y preguntó: “¿Qué parte de la falta de propiedad privada y la ausencia de dinero en las novelas de La Cultura esta gente no vio?”.


Hay que reconocer que es posible que la afición a la ciencia ficción de estos hombres se deba a la palabrería de los tecnócratas, pero se trata de personas muy inteligentes y da la sensación de que en efecto leyeron esos libros. (Gates, filántropo, no está muy involucrado en todo esto. “No me interesa Marte”, dijo el invierno pasado. Leía mucha ciencia ficción de niño, pero en general es cosa del pasado para él, y, he de confesar que en una ocasión incluyó un libro mío en una lista de libros para regalar en las fiestas navideñas, así que quién soy yo para cuestionar su gusto literario). Parece que el muskismo implica una mala interpretación de la lectura.



El muskismo se originó en el Silicon Valley de la década de 1990, cuando Musk abandonó un programa de doctorado en Stanford para crear su primera empresa y luego la segunda, X.com. A medida que la brecha entre ricos y pobres se hacía cada vez más grande, las pretensiones de las empresas emergentes de Silicon Valley se hacían cada vez más grandilocuentes. Google abrió una división de investigación y desarrollo llamada X, cuyo objetivo es “resolver algunos de los problemas más difíciles del mundo”.




Las empresas tecnológicas comenzaron a hablar sobre su misión, y su misión siempre parecía muy rimbombante: transformar el futuro del trabajo, conectar a toda la humanidad, hacer del mundo un lugar mejor, salvar el planeta entero. El muskismo es un capitalismo en el que las empresas se preocupan (de manera muy pública y apasionada) por todo tipo de desastres que acaban con el mundo, por la catástrofe demasiado real del cambio climático, pero con mayor frecuencia se preocupan por los misteriosos “riesgos existenciales”, o riesgos x, incluida la extinción de la humanidad, de la que, al parecer, solo los tecnobillonarios pueden salvarnos.


Pero el muskismo también tiene orígenes anteriores, incluso en la propia biografía de Musk. Gran parte del muskismo emana del movimiento tecnocrático que floreció en Norteamérica en la década de 1930, encabezado por el abuelo de Musk, Joshua N. Haldeman, un ferviente anticomunista. Al igual que el muskismo, la tecnocracia se inspiró en la ciencia ficción y se basaba en la convicción de que la tecnología y la ingeniería pueden resolver todos los problemas políticos, sociales y económicos. Los tecnócratas, como se llamaban a sí mismos, no confiaban en la democracia, los políticos, el capitalismo ni la moneda. Además, también se oponían a los nombres de pila: un tecnócrata se presentó en un mitin como “1x1809x56”. El hijo menor de Elon Musk se llama X Æ A-12.


El abuelo de Musk, un aventurero, trasladó a su familia de Canadá a Sudáfrica en 1950, dos años después del inicio del régimen del apartheid. En la década de 1960, Sudáfrica atrajo a los inmigrantes presentándose como un lujoso paraíso para los blancos, bañado por el sol y hecho a medida. Elon Musk nació en Pretoria en 1971 (para que quede claro, Elon Musk fue un niño del apartheid, no un autor del mismo. Además, abandonó Sudáfrica a los 17 años para evitar ser reclutado por el ejército, lo cual era obligatorio).


En la adolescencia, leyó Guía del autoestopista galáctico de Douglas Adams; tiene previsto bautizar el primer cohete de SpaceX a Marte con el nombre de la nave espacial protagonista de la historia, el Corazón de Oro. En esta novela no hay ningún metaverso, pero sí un planeta llamado Magrathea, cuyos habitantes construyen una computadora enorme para hacerle una pregunta sobre “la vida, el universo y todo lo demás”. Transcurridos millones de años, contesta: “Cuarenta y dos”. Musk afirma que el libro le enseñó que: “si puedes formular correctamente la pregunta, entonces la respuesta es la parte fácil”. Pero esa no es la única lección de esta novela que tampoco empezó como un libro. Adams la escribió para la BBC Radio 4 y, a partir de 1978, se emitió en todo el mundo, incluso en Pretoria.


Hace mucho, entre la niebla de los tiempos pasados, durante los grandes y gloriosos días del antiguo Imperio galáctico, la vida era turbulenta, rica y ampliamente libre de impuestos”, entona el narrador al comienzo de uno de los primeros episodios. “Desde luego, muchos hombres se hicieron sumamente ricos, pero eso era algo natural de lo que no había que avergonzarse, porque nadie era verdaderamente pobre, al menos nadie que valiera la pena mencionar”. En otras palabras, Guía del autoestopista es una extensa y muy divertida crítica de la desigualdad económica, una tradición de la ciencia ficción que se remonta a las distopías de H. G. Wells, un socialista.



La ciencia ficción de los primeros tiempos surgió en una época de imperialismo: las historias sobre viajes a otros mundos por lo general eran historias sobre el Imperio británico. Como dijo el propio Cecil Rhodes: “Me apoderaría de los planetas si pudiera”. En sus inicios, la mejor ciencia ficción denunciaba el imperialismo. Wells comenzó La guerra de los mundos, su novela de 1898 en la que los marcianos invaden la Tierra, haciendo un comentario sobre la expansión colonial británica en Tasmania, y escribió que los tasmanienses, “a despecho de su figura humana, fueron enteramente borrados de la existencia en una guerra exterminadora de cincuenta años, que emprendieron los inmigrantes europeos. ¿Somos tan grandes apóstoles de misericordia que tengamos derecho a quejarnos porque los marcianos combatieran con ese mismo espíritu?. Wells no estaba justificando a los marcianos; estaba acusando a los británicos.

Ursula K. LeGuin

Douglas Adams fue para Sudáfrica lo que H. G. Wells fue para el Imperio británico. La Asamblea General de la ONU denunció el apartheid por violar el derecho internacional en 1973. Tres años más tarde, la policía abrió fuego contra miles de estudiantes negros durante una protesta en Soweto, una atrocidad de la que informó la BBC a detalle.



Adams escribió Guía del autoestopista para la BBC en 1977. En ella arremete en especial contra los megarricos, con sus cohetes de propiedad privada, que fundan colonias en otros planetas. “Y para todos los mercaderes más ricos y prósperos, la vida se hizo bastante aburrida y mezquina y empezaron a imaginar que, en consecuencia, la culpa era de los mundos en que se habían establecido; ninguno de ellos era plenamente satisfactorio”, dice el narrador. “O el clima no era lo bastante adecuado en la última parte de la tarde, o el día duraba media hora de más, o el mar tenía precisamente el matiz rosa incorrecto. Y así se crearon las condiciones para una nueva y asombrosa industria especializada: la construcción por encargo de planetas de lujo”.

Octavia Butler


Justo esto parecería ser lo que pretenden los señores Bezos y Musk, con sus planes para la Luna y Marte, y anexarían los planetas si pudieran. ¿Y Douglas Adams? Escribió Guía del autoestopista en una máquina de escribir manual Hermes. Había decorado esa máquina de escribir con una calcomanía. Decía: “FIN AL APARTHEID”.


¿Cómo pudieron estos hombres entender tan mal estos libros? Una pista está en la ciencia ficción que parecen ignorar en gran parte: la nueva ola, el afrofuturismo, la ciencia ficción feminista y poscolonial, la obra de escritores como Margaret Atwood, Vandana Singh, Octavia Butler y Ted Chiang.



Ursula K. LeGuin escribió una vez un ensayo, una réplica a un ensayo de Virginia Woolf, sobre cómo el tema de todas las novelas es el ser humano ordinario, humilde y con defectos. Woolf la llamaba “la señora Brown”. LeGuin pensaba que la ciencia ficción de mediados de siglo (como la de Isaac Asimov y Robert Heinlein, otros dos escritores bastante admirados por Musk y Bezos) se había olvidado de la señora Brown. Le preocupaba que esta versión de la ciencia ficción pareciera estar “atrapada para siempre dentro de nuestras grandes y relucientes naves espaciales, que surcan a toda velocidad la galaxia”, naves que describió como “capaces de contener capitanes heroicos con uniformes negros y plateados” y “capaces de hacer volar en pedazos a otras naves hostiles con sus apocalípticas y holocáusticas pistolas de rayos, y de llevar a montones de colonos de la Tierra a mundos desconocidos”, y, por último, “naves capaces de cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa, excepto una: no pueden tener a la señora Brown como su pasajera”.


De izquierda a derecha: Asimov, Clarke y Heinlein.


El futuro imaginado por el muskismo y el metaverso (los mundos reales y virtuales que construyen los tecnobillonarios) tampoco pueden tener en sus filas a la señora Brown. Al interpretar mal la historia y la ficción, ni siquiera puede imaginarla. Creo que alguien debería hacer una calcomanía. Podría decir: “SALGAN DEL METAVERSO”.

Jill Lepore. Fotografía de Connie Yan. Imagen tomada de The Crimson,


Jill Lepore, profesora de historia en Harvard, acaba de publicar If Then: How the Simulmatics Corporation Invented the Future y conduce el pódcast de la BBC/Pushkin “Elon Musk: The Evening Rocket”, del que se adaptó este ensayo.


Tomado de The New York Times








Dimension X (Ep. 1) | Elon Musk: The Evening Rocket | Jill Lepore



ERVD | ¿Genio, vendehumos, estafador, visionario o todo ello junto?







viernes, 19 de abril de 2024

Aprende a dibujar en el Taller permanente de Dibujo los días miércoles en la Casa de Cultura de Naguanagua

 



Aprende a dibujar:

A mano alzada

Al natural

Animado

Geométrico

A partir de los siete años de edad

Los participantes desarrollaran la capacidad de observación y concentración.

En el taller también tendrán la oportunidad de recibir preparación en:

Pintura

Collage

Ensamblaje y 

Fotografía.

Horario: Todos los miércoles de 1:00 pm 3:00 pm.

Se entregara certificado.

Profesor Domingo González

Solicitar Información a los siguiente teléfonos:

04145973310

04144348498


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Domingo González Mendéz.

Domingo Manuel González Méndez, es un fotógrafo profesional venezolano, nacido en Puerto Cabelloestado Carabobo en 1973. Desde su más tierna infancia quedó prendado del mundo fotográfico, gusto sin duda heredado de su madre Elsa Méndez y aupado por su tío abuelo Jorge Severi, dueño del viejo Foto Estudio Severi que estaba ubicado frente a la plaza Bolívar de Valencia.

Es admirador del fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo y del fotgrafo venezolano nativo de Puerto Cabello Héctor Rondón, cronista visual del llamado Porteñazo.

El trabajo personal de Domingo González en gran medida se puede ubicar dentro del género del  Surrealismo .

Estas son algunas de sus exposiciones individuales más recientes:

2018. Retrospectiva 25 Años Trayectoria Fotográfica. Museo de Arte Valencia

2015. Naguanagua Ayer y Hoy. Casa Cultura Naguanagua. Muestra Permanente.

Y estas son sus participaciones más recientes en muestras colectivas:

2022. 1er Salón de Arte Naguanagua Creativa. Media Luna Bistró Restaurant

2022. Avatares Focales. Casa de la Cultura de Naguanagua.

2016. Salón de Pequeño Formato. Museo de Arte de Valencia


Su trabajo publicado mas reciente fue un homenaje al desaparecido pintor venezolano  Policarpo Contreras publicado en el año 2022 titulado Remembranza “Policarpo Contreras”. Cuadernos PPIN, Programa de Promoción a los Investigadores Noveles. Ecuador.


Correo: domagomefoto08@gmail.com     

Cel: +58 414 5973310

@domagomefoto

 


Enlaces relacionados:



jueves, 18 de abril de 2024

Robert Sapolsky, neurocientífico: El libre albedrío no existe, solo somos la suma de aquello que no pudimos controlar

 




"No somos ni más ni menos que la suma de aquello que no pudimos controlar": Robert Sapolsky, el prestigioso neurocientífico que no cree en el libre albedrío



Por su trabajo, Sapolsky ha ganado varios premios y honores, entre ellos la prestigiosa beca MacArthur, también conocida como la "beca de los genios".



Author,Margarita Rodríguez


Role,BBC News Mundo


26 febrero 2024



En una sociedad que se ha construido alrededor de la idea de que uno debería sentirse muy mal consigo mismo o con las cosas sobre las que no tiene control, pensar que no existe el libre albedrío pudiese ser una gran noticia para muchas personas.


Incluso liberador.


Así lo piensa el neurobiólogo estadounidense Robert Sapolsky, para quien el libre albedrío es una ilusión.


Su posición lo ubica dentro de una minoría de pensadores.


La mayoría de filósofos creen en el libre albedrío, un concepto que también se ha vuelto objeto de estudio de la neurociencia. La escuela de Atenas. 



Y es desde la ciencia, principalmente, que Sapolsky argumenta su punto de vista.


"Es uno de los científicos más venerados de la actualidad", dice la prestigiosa revista New Scientist.


Por más de tres décadas, Sapolsky pasó una parte de cada año estudiando babuinos salvajes en Kenia, lo que le permitió descubrir complejas interacciones sociales.


Sus investigaciones han ayudado a comprender aspectos del comportamiento humano y el impacto del estrés en la salud.


Es autor de varios libros, entre ellos Behave. The Biology of Humans at our Best and Worst ("Compórtate. La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos") o Determined. Life without Free Will ("Determinado. La vida sin libre albedrío"), en el que plantea que:


"Detrás de cada pensamiento, acción y experiencia yace una cadena de causas biológicas y ambientales, que se extiende desde el momento en que se activa una neurona hasta el inicio de nuestra especie y más allá. En ninguna parte de esta secuencia infinita hay un lugar donde el libre albedrío pueda desempeñar un rol".


El profesor de Biología y Neurología en la Universidad de Stanford conversó con BBC Mundo sobre ese libro en una videollamada.


Mi primera pregunta no podía ser otra: ¿qué se entiende por libre albedrío?


"Probablemente el mejor lugar para empezar sea en donde la gente comete su mayor error: donde no hay libre albedrío", comienza respondiendo.


"Es una circunstancia en la que tomamos una decisión. Todos los días tomamos decisiones. Por ejemplo, elegimos lo que vamos a comer".




Todos los días estamos eligiendo. Pero, dice Sapolsky, en ese proceso influyen muchos factores que no están en nuestras manos.


"Somos conscientes, tenemos una intención y actuamos en consecuencia. Sabemos cuál será el resultado probable, también sabemos que no tenemos que hacerlo, nadie nos obliga, tenemos alternativas y, para la mayoría de las personas, intuitivamente eso es libre albedrío.


"En Estados Unidos, todo el sistema legal se basa en si la persona tenía la intención [de hacer algo] y si, aun sabiendo eso, pudo haber hecho otra cosa. Eso es suficiente para terminar un juicio.


"Y desde mi perspectiva, esto no tiene absolutamente nada que ver con el libre albedrío. Y centrarse en eso es como preguntarle a alguien qué piensa de un libro cuando todo lo que hizo fue leer la última página, porque el punto es: tienes una intención consciente y elegiste actuar en consecuencia.


"Pero ¿cómo te convertiste en el tipo de persona que tendría esa intención? ¿Cómo sucedió eso? Y ahí es donde el libre albedrío simplemente no existe, ahí es donde se evapora”.


"No está allí"

Otro ámbito en el que la gente ve "emocional e intuitivamente" el libre albedrío es en los grandes logros, señala Sapolsky.


Para muchas personas el libre albedrío es un asunto de identidad: son lo que son por las decisiones que tomaron a lo largo del camino.


Por ejemplo, cuando miran a alguien que quizás no tenía tanto talento en ciertas áreas y, aun así, con trabajo duro y autodisciplina sobresalió.


"Cuando pudo haberse relajado y haberse ido de fiesta con los demás, se quedó estudiando. Y eso es muy inspirador. Tal vez no tenía una gran memoria o una gran mente lógica o analítica, o lo que sea que no controlaba, pero mostró mucho libre albedrío en la disciplina y la tenacidad".


Una percepción similar -de acuerdo con el investigador- se aplica a lo opuesto: alguien que, pese a poseer grandes dones, "los desperdició".


"Y esas son dos áreas en las que las personas simplemente se chocan contra una pared y deciden que ahí es donde está el libre albedrío, y no está allí. No creo que esté en ninguna parte".


El determinismo

Le cuento que cuando le propuse a mis editores entrevistarlo, pensaba que lo había hecho por mi libre albedrío.


Pero leyendo su libro me hizo preguntarme cómo es que llegué a esa decisión.


Y es que Sapolsky plantea que cuando nuestro cerebro genera un comportamiento en particular es por "el determinismo que vino poco antes, el cual fue causado por el determinismo que hubo antes de ese y el de antes de ese" y así una larga cadena.


Entonces le pregunto: ¿qué es el determinismo?


Hasta la mecánica cuántica ha entrado en la fascinante discusión sobre el libre albedrío.


"Para mí, es como si cada momento fuera el resultado de lo que vino antes", sostiene.


"Este es un mundo en el que no hay nada que suceda sin una explicación, sin lo que vino antes".


Pero quizás hay una excepción: la mecánica cuántica.


En su libro, el neurocientífico examina "algunos de los dominios fundamentales del universo en los que cosas extremadamente pequeñas operan de maneras que no son deterministas", es decir, el mundo cuántico.


Pero, al mismo tiempo, me cuenta que unos físicos le enviaron recientemente un trabajo en el que planteaban que "el mundo es más determinista debido a la mecánica cuántica".


Pero más allá de lo enriquecedor que pueda resultar ese debate, para Sapolsky hay algo claro: "La mecánica cuántica no es lo que determina si eres la Madre Teresa o Vladimir Putin. Fuera de eso, nada ocurre sin una explicación".


"Lo que acaba de suceder pasó debido a lo que vino justo antes y eso se aplica a cada mecanismo que nos hace quienes somos".


"Imperativo moral"

Sapolsky dejó de creer en el libre albedrío cuando era un adolescente.


"Ha sido un imperativo moral para mi ver a los humanos sin juzgarlos y sin creer que cualquier persona merece algo especial, vivir sin capacidad de odiar o de creer que merezco privilegios", escribió.


Le pregunto a qué se refiere.


En su libro, Sapolsky refleja una preocupación por el sistema de justicia penal en EE.UU. y la importancia de que ciertos casos sean tratados desde otras perspectivas.


"Si aceptas que no existe el libre albedrío en absoluto, que no somos ni más ni menos que la suma de la biología y del entorno, si realmente crees eso, la culpa y el castigo no tienen ningún sentido, a menos que los entiendas en términos instrumentales".


Por ejemplo -señala- si tomamos la aplaysia, un caracol marino que ha sido objeto de amplios estudios en el campo de la neurociencia, sabemos que si le pegamos en la cabeza va a provocar una reacción.


"Lo haces para entender el comportamiento. No le pegas porque crees que es malvado", explica.


"De la misma forma, los elogios y las recompensas no tienen sentido en sí mismos. Pueden usarse de manera instrumental, pero no son virtudes en sí mismos.


"Y si ese es el caso, nadie tiene derecho a que sus necesidades se consideren más importantes que las necesidades de los demás. Y odiar a alguien es como odiar un coronavirus. Nada de eso tiene sentido.


"Hay que hacer algo sobre el hecho de que todos hemos sido educados para aceptar que algunas personas sean tratadas mucho mejor que el promedio por cosas sobre las que no tenían control.


"De la misma manera, algunas son tratadas mucho peor por cosas sobre las que no tenían control. El mayor problema es que eso nos parece bien la mayor parte del tiempo".


La pregunta

En la discusión sobre el libre albedrío, hay una pregunta que para Sapolsky es clave: ¿de dónde vino esa intención en primer lugar?


No hacerse esa pregunta -asegura- es como creer que todo lo que necesitas para valorar una película es ver únicamente los últimos tres minutos.

¿Puedes juzgar un libro entero leyendo solo la última página?


Para explicarme la trascendencia de esa pregunta agarra un bolígrafo y me lo muestra.


Me dice que ese acto lo está haciendo conscientemente, que está "lleno de intención".


"Es inconcebible para mí imaginar todas las cosas que llevaron a este momento, sería muy difícil hacerlo".


Además, "nuestra intención de hacer algo se siente tan poderosa que no alcanzamos a imaginar que no podamos tener dicha intención solo porque así lo deseamos".


O en otras palabras: nuestro deseo por hacer algo es tan fuerte que no se nos cruza por la cabeza el hecho de que no podemos desear lo que deseamos.


Me pide pensar en un escenario, el de un sujeto que asesinó a un grupo de personas.


Ese individuo cuando tenía 10 años sufrió un accidente automovilístico que destruyó 75% de su corteza frontal, un área del cerebro importante para la interpretación, expresión y regulación de las emociones.


"¿Por qué esta persona se convirtió en la persona que es? Un solo evento [el accidente] fue como un terremoto" en su vida, indica.


"Ahora mira al resto de nosotros. Imagina que hay millones y millones de telarañas invisibles, pequeños hilos, que te trajeron a este momento y te hicieron quién eres".


El accidente de tránsito en el caso del criminal o la altura corporal de un astro del baloncesto son "causas únicas" y son "muy fáciles de comprender".


Los problemas surgen -explica el experto- cuando abordamos la "causalidad distribuida".


"Cuando nos referimos a quienes somos, en la mayoría de los casos se trata de millones de estos pequeños hilos invisibles.


"En conjunto, eso es tan determinista como tener la corteza frontal destruida en un accidente automovilístico".


Una neurona

En su libro, Sapolsky pide que le muestren "una neurona (o un cerebro) cuya generación de un comportamiento sea independiente de la suma de su pasado biológico".


La lógica de esa petición viene a continuación, pero primero me explica que cualquier neurona funciona como resultado de lo que están haciendo las otras miles de neuronas que la rodean.


Para tratar de entender un comportamiento podemos intentar retroceder unos segundos y ver qué activó a un grupo de neuronas, pero también podemos retroceder un mes, años, décadas en busca de una explicación, dice el experto.


"Podría tener conexiones con hasta 50.000 otras neuronas, no es una isla. Lo que sea que esté haciendo se enmarca en ese contexto".


Su actividad es una función de, por ejemplo: "¿desayunaste?, ¿tienes hambre?, ¿estás cansado?".


No es un misterio que cuando estamos cansados nos cuesta pensar con claridad.


Así, me habla del adenosín trifosfato (ATP), la molécula que utilizan las células para obtener energía.


Si anoche no dormiste bien o si no has comido, ciertas células mostrarán menos ATP de lo normal.


"Años atrás, mi laboratorio demostró que si estás bajo estrés mientras duermes, acumulas menos ATP en tu cerebro que si no tuvieras estrés".


Pero no solo se trata de neuronas: "¿Cómo estaban tus niveles hormonales esta mañana?", apunta.


Si tenemos un mayor nivel de una hormona determinada, puede influir en que, por ejemplo, nos sintamos más irritables o que estemos más abiertos a tomar riesgos y, también, en cuán sensible nuestro cerebro estará a ciertos estímulos externos.


Sapolsky nos recuerda que las hormonas regulan los genes y que, a su vez, los genes tienen mucho que ver en las encrucijadas propias de la toma de decisiones.


Y así volvemos a la neurona de su petición.


¿Es realmente autónoma?

"Muéstrame que esa neurona habría hecho exactamente lo mismo separada de los niveles hormonales", me dice.


O independientemente de que el año pasado hubiésemos sufrido un trauma brutal o nos hubiésemos enamorado (porque eventos como esos influyen en la construcción del cerebro).


El profesor nos invita a irnos incluso más atrás: a nuestra adolescencia, nuestra infancia, cuando estábamos en el útero.


De acuerdo con Sapolsky, lo que pasó minutos después de que nacimos, la cultura en que nacimos, cómo nos criaron... Ese tipo de aspectos, sobre los cuales no tuvimos control, influyen en nuestro comportamiento.


"Esa neurona está formada por los genes con los que empezaste cuando eras una célula".


Y mucho antes de eso: "¿Fueron tus antepasados pastores o agricultores? ¿Vivían en una selva tropical o en el desierto? Porque eso se transmitirá siglo a siglo y el trabajo de cada generación es esculpir el cerebro de sus hijos para que tengan los mismos valores culturales".


Con todo eso en mente, viene el desafío: "Ve y cambia todo eso. (Si) la neurona hace exactamente lo mismo, eso es libre albedrío".


"Muéstrame que tu cerebro acaba de producir un comportamiento independiente de todo eso y, si lo haces, estás demostrando el libre albedrío. No puedes hacerlo".


Para el neurobiólogo, en pleno siglo XXI contamos con bastante conocimiento científico que ha demostrado cuán importante es la parte genética, la hormonal, el entorno, todas las piezas que, juntas, nos hacen quienes somos.


"Creo que la carga de la prueba recae en las personas que insisten en que hay libre albedrío", indica.


"No me corresponde a mí demostrar que no existe (…) Muéstrame hormonas que hagan lo contrario de lo que hacen normalmente. Muéstrame que acabas de cambiar tu secuencia de ADN. Hazlo y luego hablemos sobre el libre albedrío".


Depende de a quién le preguntes

Le digo que creer que el libre albedrío no existe pudiese ser una visión un tanto pesimista porque cuál sería el punto de esforzarnos por tomar las mejores decisiones si al final, como dice en su libro, "no somos ni más ni menos que la suma de aquello que no pudimos controlar: nuestra biología, nuestro entorno y la interacción entre ambos".


Y así se lo pregunto: ¿es una perspectiva pesimista?


Tampoco tuvimos control en los genes que heredamos.


"Pienso que es totalmente pesimista", me responde, pero me aclara que no es la persona correcta para hacerle esa pregunta.


"Porque he sido afortunado en la vida, las cosas han salido bien para mí por todas esas razones que no controlo".


Reconoce que muchas personas no han tenido la misma suerte y no se trata de que sea su culpa o que carezcan de autocontrol.


Por ejemplo, "si tu corteza frontal se desarrolló de esta manera en lugar de esta otra, no es que seas perezosa".


"Para la mayoría de las personas esto debería ser una gran noticia, porque es toda una sociedad la que se ha construido alrededor de la idea de que uno debería sentirse muy mal consigo mismo o con las cosas sobre las que no tiene control".


De hecho, cree que la idea de que no somos los capitanes de nuestro destino puede llegar a ser una visión bastante "liberadora y humana".


Reacciones

Si bien a lo largo de la historia ha habido algunos escépticos del libre albedrío, también son muchísimos los que, dentro y fuera de la academia, defienden su existencia.


El libro de Sapolsky ha generado reacciones variadas.


Adam Piovarchy, investigador de la Universidad de Notre Dame, escribió un artículo en The Conversation que tituló: "Un profesor de Stanford dice que la ciencia demuestra que el libre albedrío no existe. He aquí por qué está equivocado".


Piovarchy sostiene que Sapolsky cae en el error de asumir que las preguntas sobre el libre albedrío "se responden mirando simplemente lo que dice la ciencia", y añade que el libre albedrío es también una cuestión metafísica y moral, que es algo que los filósofos han venido estudiando desde mucho tiempo.




John Martin Fischer, filósofo y profesor de la Universidad de California, experto en libre albedrío, también cuestiona el planteamiento del neurocientífico:


"Sapolsky desea abrirnos los ojos frente a lo que él considera nuestras falsas creencias de que somos libres y moralmente responsables, e incluso agentes activos, tres aspectos centrales y fundamentales de la vida humana y de nuestra navegación por ella", escribió en una reseña publicada por la Universidad de Notre Dame.


Y es que, desde la filosofía, el panorama se ve muy diferente. "La ciencia, por supuesto, es relevante; pero eso no convierte el libre albedrío en una cuestión científica".


Sapolsky no lo ve así: "en cierto modo solo la ciencia tiene algo que decir al respecto", me dice, pues es la que nos ayuda "a entender cómo te convertiste en la persona que eres ahora mismo".


Para el escritor Oliver Burkeman, el autor demuestra en su obra que enfrentar la inexistencia del libre albedrío "no tiene por qué condenarnos a la amoralidad o la desesperación".


En una reseña sobre el libro, publicada en The Guardian, indica que cuando el científico aborda cómo deberíamos vivir sin libre albedrío, su "cosmovisión humana pasa a primer plano".


"Algunos sostienen que darnos cuenta de que nos falta libertad podría convertirnos en monstruos morales. Pero él argumenta conmovedoramente que, en realidad, es una razón para vivir con profundo perdón y comprensión, para ver 'lo absurdo de odiar a cualquier persona por cualquier cosa que haya hecho'”.


Keiran Southern escribió en The Times que "si las ideas de Sapolsky fueran ampliamente aceptadas, conducirían a profundos cambios sociales, sobre todo dentro del sistema de justicia penal".


Quizás Sapolsky quisiera convencerte de que no existe el libre albedrío, pero si no lo logra, al menos te invitará a pensar que es posible que haya menos libre albedrío del que se asume.


"Ya sabemos lo suficiente como para entender que la infinita cantidad de personas cuyas vidas son menos afortunadas que la nuestra no merecen implícitamente ser invisibles", escribió el científico.


Tomada de la BBC


The biology of our best and worst selves | Robert Sapolsky