José Pulido es un poeta, escritor y periodista venezolano, residenciado en Génova, Italia. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. En 1989 el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. Ha publicado siete poemarios y nueve novelas.
Forma parte de la Antología DI TÚ QUE HE SIDO XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos (Antología en homenaje a Miguel de Unamuno); Antología Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, Salamanca, España; Mundo aquí XXIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Salamanca; entre otras. Ha sido invitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova. Participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca. En el 2018, en el 2019 y en el 2020 ha sido invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional publica las entrevistas que ha realizado a creadores y artistas en la Serie José Pulido pregunta.
El escritor Ender Rodríguez comparte algunos de sus hallazgos tras la lectura de la poesía de Wafi Salih.
“Yo Wafi Salih
un haikú con espinas
sobre el mundo”.
...¿Será cierto que existo?...
...¿Cuantas tumbas hay en el pecho de Dios?...
Por Ender Rodríguez
El texto a continuación trata de ser un aproximado espejo que se asoma a la multi-versa poética como indagación de la vida en Wafi Salih. No pretende ser un estudio, cronológico, en todo caso, sería más exacto decir que intenta apenas dejarse tocar profundamente por el aleteo de la lírica y el aullido prolongado de lo más vívido en su literatura. Y es que Wafi (Valera, 1966), es una escritora libano/venezolana complejamente inclasificable, no representa ella una limitada bandera dedicada solo al registro de versos sobre los dolores de una confrontación armada en el espectro árabe, ni es la pura belleza y absoluta del canto/ haikú, ni tampoco una única ensayista amante de la espiritualidad aborigen venezolana en María de La Onza, menos aún es solamente una pedagoga de la vida desde su larga carrera de “maestrías experienciales” o quien solo ha generado “guiones para teatro” montados en más de 300 oportunidades por el país; es decir, no es así, porque Wafi son todas las Wafi Salih que la naturaleza integradora del “Todo” le ha obsequiado ser desde la multiplicidad de su ser, de su “otredad vital” que comulga en ella y se interrelaciona en mediación con el mundo.
“Nativa de un país mío y desconocido me nombro donde no estoy”
Lleva la poeta consigo el olor en su memoria del cedro, la flor del azahar, los dátiles, la voz genética al fondo de sus palabras; Parte de su infancia y y juventud, criada en la Costa Oriental del lago, en el Zulia, Venezuela y esa otra patria de sus parientes de sangre, evoca, también su escritura, el arrullo de los balancines que con su seco chirrido, como un lamento, succiona el negro oro, que es el petróleo.
Lo vivido se ha convertido en sus obras literarias, ella es lo que escribe. Algunos haikús o poesía breve, como prefiere llamarlos, tienen un dejo en su tono, de pureza infantil. Etérea, en ese maravillarse ante los elementos, fluye en una cosmogonía de lo que existe y puede vivirse tanto hacia adentro como hacia afuera. Conocida como la maestra del poema breve en el país, se borran las fronteras, los limites, de las realidades, en esos rayos de luz que son sus versos, siendo afuera, adentro, y viceversa. Pienso que estas poéticas tan sucintas, son una manera de sobrellevar el mundo, huir de las puertas de la desolación. Son un método para encenderse el alma desde el enchufe esencial: el verbo.
“Mientras,
La Vía Láctea
en mi taza de té
cada mañana”
Ha publicado Wafi los poemarios Los cantos de la noche (1990), Las horas del aire (1991), Pájaro de raíces (2002), El Dios de las Dunas (2005), Huésped del alba (2006), Caligrafía del aire (2006) y Cielos descalzos (2009), Con el índice de una lágrima y una veintena de libros más, de diversos géneros, ensayo, cuento, poesía infantil, etc.
Destaco de su trabajo literario, “Hombre moreno viene en camino”. Una serie de monólogos, que no pierde relación con su estilo poético. Su reconocimiento literario trasciende el país, lo encontramos en periódicos y revistas literarias por todo el mundo. He contado más de diez antologías poéticas, que la incluyen, seguramente serán muchas más. Traducida al italiano, árabe, francés inglés y pronto al portugués. Numerosos investigadores de la literatura escriben sobre su literatura. Espera un extenso trabajo de investigación literario-antropológico, ser publicado.
“…Atemporales los muertos, la brusca ternura de su presencia ida, golpea en el pecho, similar a un Sultán cuando hinca en el lomo blanco de su corcel las espuelas.
Exceso de espesura sobrevive de ellos. Quietud ilimitada, copia el tormento en las ramas de sol. Ritual silencioso de la amargura.
1973. ¿Ha muerto quién dentro de mí? El desierto tenía la tez húmeda de pólvora, comparable a la grandeza ostentosa de un Califato. Deshace esta tarde de esfinges traídas en el paisaje litúrgico del agua, el simple acto de vivir. Allí dibuja la borra del café, serpientes de triunfo, en el semblante de ángeles sin reino.
Himnos del país inmolado por las arañas del alba, espejo ausente del devenir, pudre la luz, y el ver una rara propiedad de las arterias, proyecta este otro país sustituido por sus sombras…”
El poema anterior tomado del libro “El Dios de Las Dunas” hace referencia a las heridas más hondas que producen las confrontaciones armadas. La guerra civil del Líbano que inició en 1973, y duró 18 años. País siempre convulso, se filtra en la escritura de Wafi. Percibimos la tierra dolida en ella, la tierra misma, desierto que somos, al indagar en lo invisible, en la espiritualidad, de los abrazos, de los que nos amaron y se fueron a algún plano, levitan en silencio, o cantan en nosotros. En este texto el amor es el origen, la esencia (animal, vegetal, mineral, humana) de las vibraciones. En fin, es su obra un salmo a la vida y su contra-vida, es un beso a la luz que engendra y una denuncia a lo macabro que arruina el alma y gime, cual demonios desatados sobre el mundo y hace pensar a muchos que Dios al parecer es otra bomba más que se avecina.
“…Una caravana de camellos salvajes asemeja la celeridad de las lágrimas. Racimo de oscuridades hincha el vidrio de la honra. Noche con sol... Error, vagina, flor, sobra de Dios. En su apacible oasis, asoma por los velos, su viva muerte…Cuerpo donde no vive nadie. Suena una puerta, tocada por el viento. Quiere entrar, mueve la arena y la casa del cuerpo y el cuerpo de la casa. No alteran el orden incoherente del amor…”
Respiramos este fragmento de poema y viajamos a la aurora árabe que circunda verbos y arenas no movedizas, en el papel. Me confió Wafi en una carta donde le preguntaba las motivaciones de algunos de sus poemas, que una “bomba racimo” esparció el cuerpo de una de sus abuelas, por el patio de los jazmines, y más allá. En el ensangrentado Líbano del año.1983, cuando entró Estados Unidos. Escucho uno de sus cantos, son letanías, que acercan lo sagrado: “…Suspende una cimitarra, al revés del Corán, donde la candidez solar de un Sufi, balancea una lección de fe: “Los dientes del peine de un tejedor, son todos iguales, los hombres blancos y negros, árabes y no árabes…”
Yo como autor de este texto he vivido de cerca la guerra, otras guerras, pero guerras al fin, agrias también al corazón y al tacto. Las guerras de mi infancia, la muerte de seres entrañables. Descubrimos formas igualmente crueles de hacer la guerra, de estar en guerra. Puedo decir que mi infancia como la de Bukoswki, solía irse ciega a saltar como un delfín en el mar congelado. A mi hijo con un síndrome cerebral lo he visto casi morir siete veces. La última en agosto de 2019 cuando convulsionó y se dobló tembloroso derribado en el suelo como una lastimada oruga que no respiraba, su color morado era como el de una mariposa que se despedía. Logró vencer otra batalla, y nos libró del dolor. También se salvó mi padre de sus guerras del alma, cuando sus brotes psicóticos lo hacían estallar y yo jugaba con hojillas, retando la vida. Soy un varón, sin duda alguna, pero sentí que aullaba extrañamente algo en lo que se me asemejaba a un vientre dentro de mí, es que los dolores más profundos, están en esa parte, aunque no se tenga. Es un misterio todos nos parimos a nosotros mismos, cuando algo nos derrota.
El suicidio me persiguió por un largo tiempo, caminaba junto a mi como queriendo ser mi derrotero. Era un humo como el de las ollas de mi madre, que la fuerza de mi familia, el ancla que son ellos, sopló, y lo alejó de mí. Espero que sin retorno. A mi abuela la mató la guerra, de la negligencia, un doctor que abusó de la anestesia, la derribó, para siempre.
La poeta vuelve sobre sus pasos, y me dice, al inquirir sobre su historia personal:
“…Al Líbano viajé a los 7 años, en 1972, y estalló la guerra en el año 1973. Más de un bombardeo, me hizo temblar de terror, y esconderme junto a mi mamá y mi hermano debajo de la cama. Esa memoria de los estallidos sigue atormentándome en muchos de mis sueños. Mi padre nos fue a buscar, la guerra no cesaba, menos mal, porque dieciocho años si es que uno queda vivo, minan el espíritu… Mis abuelos se amaban profundamente, nunca se hablaron ni se vieron antes de casarse, y sin embargo, fueron felices como la más bella historia de amor, pero como toda bella historia, terminó en tragedia. Repetidamente, decía, MI ABUELO, mirando al cielo, a Dios, que jamás, ella, le faltara, que no permitiera, se fuera antes, pero Dios a ese ser, lleno de piedad, no lo oyó, y se la llevo de su lado, de la peor forma.
La trae mi memoria, amasando el pan y haciéndolo bailar por los aires. Recoger las aceitunas, de todo tipo y tamaño, exprimirlas para sacar gota a gota el aceite, todo eso aprendí con ella, y a recitar de memoria los libros sagrados de los Drusos, mientras cebaba el mate. Era enérgica, fuerte, y olía como a tierra con almizcle. Muchos aseveran ver su sombra tras de mí cuidando mis pasos.
Mi familia es de migrantes, de Palestina, que por el desierto llegaron al Líbano. Una caravana, de sucesos, de viaje, mueve mis días. Del Líbano me traigo los sabores del cardamomo, los dátiles, las perras de agua, los frutos secos, las especies, la ternura de las expresiones de afecto de los árabes, y la voz de los desiertos surcándome”.
Yo Ender, me asombro con la dualidad de vida, que en una mano nos entrega belleza, y en la otra espinas. Amo el quehacer poético de Wafi, su vida llena de altibajos, una paradoja hecha mujer. Ama ENSEÑAR, por sus manos sé que han pasado muchos jóvenes, de todo el país, la consultan, para que ella amorosamente los oriente. Tiene muchos hijos del corazón como ella expresa. Pero del cuerpo, el cuerpo, eso que tanto placer da, no pudo sostener más que uno. Perdió los otros cuatro, en los meses de gestación. No hay sufrimiento más grande. Esas almas navegan, iluminándola, lo sé, aunque aún no la conozco en persona, en sus palabras veo esa luz que se desprende, en su rítmica poesia. Insisto ha marcado a muchos jóvenes escritores, en Táchira ya es una referencia. Estudiantes de letras y artes, asesorados por Wafi, hoy son excelentes escritores, una madre lírica que corrige sus metáforas con severa ternura. Por eso la vida nos remienda, y descose, nos reconstruye y desconstruye… a pesar de los pesares.
Wafi es de libar poco, pero cuando lo hace el cocuy y el miche tachirense son sus preferidos. Yo pienso lo mismo. El tabaco, es otra cosa, es para meditar, para reflexionar/poetizando, para sintonizar su espíritu descifrando las neblinas del humo. Al igual que este servidor, sus placeres son simples, costumbres de gente mansa. Sin prejuicios, sometidos a los rituales que impone el arte, y que cada uno interpreta como mejor puede. Yo viví muchos años en la Amazonía venezolana, aprendí, que no todo lo inexplicable, nos era ajeno. Vi cosas y oí otras, que difícilmente me creerían. Por saber que otros mundos son posibles, tal vez por eso, me convertí en poeta, para caminar de mundo a mundo, sin impedimentos, de espacio, tiempo. Solo desde el ser único de la poesía. Muchas cosas me conectan, e identifican con la poeta, pero especialmente el arriesgado goce por vivir.
Desde lo ancestral que le acompaña, la imagino, rememorando amores, batallas perdidas y ganadas que la hacen lo que es. La poeta luminosa como sus haikus, una María de La Onza, elevada en su tapir mágico. Wafi adelanta un trabajo sobre identidad, tesis doctoral, y experiencia de vida, MARIA LIONZA, es su objeto de estudio, y la ceremonia, del tabaco lo que la lleva a ella.
Viví rituales extraordinarios en la amazonía venezolana por los años 91 y 96, como en sueños, un shamán piaroa, envuelto en humo, lanzaba sus oraciones, quejidos, ruidos destemplados de animales, salían de su boca. El extraía de mi pecho, espalda, brazos, todo mi cuerpo y de mi ser más adentro, la malignidad de espíritus extraños, oscuros que según ellos, procuraban mi mal. Yo no los vi, aunque confieso, algo de tranquilidad, logré, no sé, si por sugestión, o porque realmente algo habitaba mi espíritu.
Me explicaron en la cuenca del Suapure (El Río Suapure es parte de la cuenca del Río Orinoco). Existen liturgias muy interesantes, cargadas de símbolos identitarios de sus pueblos, Se de una etnia africana, donde los hombres riegan con su semen la tierra para fertilizarla. Las mujeres wayuú, desentierran al cabo de algunos años a sus muertos, limpian sus huesos con esmero, respeto y devoción y los mudan de sitio, pero no sin antes pedirles que como ella los cuida, ellos la cuiden a ella. Emocionante viaje de los espíritus, de los vivos y los muertos, encontrándose, para el preservación mutua. Comparto con la poeta, la proximidad, a lo mítico, originaria, su relación con esta su otra identidad por adopción.
Salih y el mundo de los ancestros a través del culto de María de La Onza como “empoderada” mujer mítica. Comparto, como premisa mayor, eso de indagar en lo sagrado.
“Cuántas tumbas hay en el pecho de Dios”
El Dios de las dunas
Creo que escribir es entrar a un laberinto dentro de nosotros mismos buscando el infinito. Yo escribo, por necesidad, de escribir, no sé de donde viene esa necesidad, pero viene, y cumplo fiel, al llamado. Houellebecq: dijo: "El poeta es un parásito sagrado". Es posible que nuestra misión sea aplastar el culo a la silla de las fábulas mentales para iluminarnos. "Deseo morirme pluma en mano como un caballero con su espada" nos deja escrito Ludovico Silva y luego declama que: “Un dragón no es un dragón hasta que un poeta no lo decide”.
Rafael Cadenas cavila con nosotros en frente: "Qué se espera de la poesía sino que haga más vivo el vivir". Para algunos escribir es algo que no tienen del todo claro, una pregunta sin respuesta, duda más que pregunta. La poesía: “sirve para sacar la flor de las cenizas” (Sabines), “huye hacia la nada” (Kepa Murua), “es un arma cargada de futuro” (Gabriel Celaya), “es la verdadera alma del mundo” (Benedetti), “es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse” (García Lorca). El sapo/acerca la charca/ cuando croa. (Wafi Salih) En fin, se escribe para todo y para nada. A veces, escribimos para levitar. Yo digo que “La eternidad podrá apalearme, eso es seguro, pero la nada no”.
“Escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al Malo (cf. Kafka). Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es suturar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos”.
San Agustín refiriéndose al tiempo dijo: “Si no me preguntan qué es, lo sé. Si me preguntan qué es, no lo sé”. Borges dijo que pensaba igual que San Agustín sobre la poesía.
Yo creo que el poeta Pablo Mora acierta, sobre sentir y poetizar cuando escribe: "Hundirse, hurgarse, ser, serse".
¿Será eso el ser al escribir y más aún?
Le pregunté a Wafi que ¿por qué escribía? y ésta fue su respuesta:
“Yo escribo porque no sabría vivir sin hacerlo De niña escribía, hacía garabatos que imaginaba, cartas y las colocaba del lado afuera de la ventana esperando un cartero repentino que las haría llegar a alguien que viniera por mí, siempre les explicaba a mis padres, que no era mi casa, que pronto me buscaría mi verdadera familia. A estas alturas de mi vida, el misterio se ha develado, mi verdadera familia, son mis libros, los que leo, los que escribo, y los que añoro, tener y crear.
Al llegar del Líbano, apenas escribía el árabe. Yo no sabía escribir, recordaba el idioma a fuerza, de imponerme pensar en castellano. La maestra Gladys y un ex guerrillero el poeta Reimar Añez, eran mis vecinos y su biblioteca empezó a ser parte de mis visitas con asesorías de ellos. Me dijo la maestra Gladys que debía leer mucho para nivelarme y ellos tenían libros. Entonces, me enamoré de la literatura, del decir, de esa droga que significaba, el viaje que me provocaba. Leía y leía incansablemente. Y para motivar en mí la escritura mi maestra, me sugirió, que les escribiera cartas la familia que había dejado al otro lado del Atlántico. Mis cartas eran tímidas, preguntas claras, como telegramas, la maestra Gladys me dijo, usa todas las palabras que te sabes, y escribe con belleza, me enseñó qué es una metáfora, y aprendí, le obedecí a esos ojos repletos de ternura “has bonitas tus cartas para que les lleguen al corazón”.
Hubo un concurso regional de escuelas incluyendo las pertenecientes a las compañías petroleras y has de creer que quien se ganó el concurso fui yo, con un poema que se llamaba: “Había una vez el primer día de escuela. García Márquez, cuenta que él escribía para que sus amigos lo quisieran. Yo escribía primero como un proceso catártico. Había que comunicarse, decirlo todo, para no ser como mi madre un ser hermético, a quien casi nunca vi llorar, ni hablar de más, solo mirar por horas un punto fijo. Me enamoré del poder decir. Me enamoré del poder de crear. En palabras de Ruben Darío de torcerle el cuello al cisne, que es el lenguaje. Reinventarlo, hacer el amor con él, para desde sus cimientos, hacerlo estremecer”.
Uno de los poemas breves de nuestra escritora: “…La casa es una palabra que regresa. La deletreo en lo mejor de mí, flota, se extiende con un gesto de amor desconocido…” Yo creo que Wafi al escribir recrea el mundo, sublimándolo. A mí, me seducen sus haikús o poemas breves, porque puedo redescubrir los elementos y los signos de vida, más menudos, lo insignificante, lo hace trascendente.
De la antología del Haikú:
“Avispas enloquecidas
sacan de su labor
al jardinero
***
Rugido de lluvia
entre las sabanas
como un león
***
Amor lejano
el calor de otoño
en mi pie desnudo
***
Una lámpara
un ratón, un hombre
roen las horas
***
Desde el puente
fatigan los amantes
el agua quieta
***
Va y viene
la abeja
la rosa aguarda
***
Día de júbilo
en el árbol seco
el cristofué
***
Las hormigas
en fila una tras otra
destino de soldados
***
Fuera de casa
el quejido de la lluvia
suena hondo
***
Frescura en la aldea
arde la choza del mercader
de incienso
***
Se levanta
el invierno más aprisa
en otra parte
***
Retengo sin querer
el chillido desordenado
de las urracas…”
Suelo pensar que la poética de Wafi puede llegar a silenciar de algún modo, las ojivas y los aullidos de las metralletas que muerden el sexo de la tierra.
Leer sus brevedades es abstraerse ante la génesis del “Todo”. Ese que incluye: Las moscas, las almas sobrevolando amaneceres suspendidos en el péndulo imaginario del “otro existir”, el estiércol de las mentes alienadas, y hasta las pulgas de los perros más urbanos y no tan desagradecidos. Yo creo que es en la espiritualidad de las cosas y los seres, en donde reencarna la emoción del sentirse vívido y verbalmente lúcido. Nos dice el poeta e investigador Alberto Hernández sobre los haikús del libro “Honor al fuego” de nuestra poeta:“Este libro de Salih es un remanso en el espacio poético venezolano… Se lee para levitar, para solventar una deuda con la tierra, para hacerle la contraparte a Anteo, quien tenía que pisar tierra para poder llenarse de energía…”
Unos de entre los dos haikús que más me agradan de los casi 1500 que ha escrito en once libros publicados. Todos lúdicos e ingeniosos, pero de ellos, los preferidos son estos: “Ratón sin casa / en la iglesia del pueblo / duerme la siesta”. Y en especial éste donde la poeta pregunta al gran maestro de la palabra:
“Maestro Issa
este tachón con ira
¿será un haikú?”
En un tono más juguetón y visualizador, el artistaCarlos Luís Sánchez Becerra ilustra uno de estos poemas breves:
De su libro de cuentos ganador del concurso de la editorial “Negro Sobre Blanco” en el 2015 “Discípula de Jung”, extraigo un relato que por irónico y profundo, me atrapa:
POETA
Mi no tiempo, cuando me revuelvo en mi yo inflexivo, mi súper yo arruinado, mi ello improbable, muerdo a mi alter ego de viaje, y siento a mi pobre ego desdoblarse en la cruz de su calvario narcisista, ondulo como una cosa detrás de los alambres. Nada puede romper el hechizo de un ser triste, escrito con tinta.
Como podemos observar, olfatear y hacernos deleitar, encontrarnos en Wafi Salih, suerte de reconstrucción de lo escritural íntimamente asumido como su propio decir. Saberse embebida por lo escatológicamente existencial y por otra parte su lírica, de particular finura, son opuestos, que se intercambian las vestimentas, cada tanto. Nuestra poeta nos lleva de la mano a conocer los desiertos que cantan o se lamentan dramáticamente, en la garganta del Cheik, o el eco de las metrallas. Por otro lado nos escarba hasta lo más telúrico, para colocar la lámpara de Diógenes sobre nosotros, y sacar lo venezolanamente nuestro, donde somos y a veces no somos del Todo. Como reza el título de su último libro de ensayos, “MÁS ALLÁ DE LO QUE SOMOS” publicado por “Zócalo Editores”, también de su amada Táchira, en este caso de Rubio, y de la mano del maestro poeta, Segundo Adolfo Medina.
La poeta nos revela, revelándose supremos en su poesía nos trasmuta, ejemplo de lo que digo, es este fragmento de su poema en prosa. Del Dios de las dunas. “¿Quién puede en el rayo de la niñez distinguir dos cielos?”.
En el texto “Carta a Adita” encontramos un pedagógico cantar a la misma poesía, una declaración hermosa de principios, UN ART poético, un credo, para el altar de la poesía. Como una declaración de amor al universo un interlocutor que escucha a la manera de las Cartas a un joven poeta, de Rilke.
De su libro “Con el índice de una lágrima” dejamos como final y cierre temporal el poema “cansancio”:
“Quien soy
ya no está
El era y él vendrá
turba los almendros
Fiel ¿A qué?
Desierta
como un astro
Habito
la llama
inútil
de este día
El peso
de tanto cielo en la mirada
Ahoga como barcos de papel
la batalla
del vértigo
de esta noche
en ruinas”.
Hermoso texto que nos habla de las expectativas existenciales y del vacío así como del asombro que nos rebasa, alegra u oprime. Mientras tanto el Líbano vive una especie de irregular guerra continuada; por otro lado, nuestro país asiste a la catástrofe humanitaria más terrible y la sangre galopa, derramándose, por doquier. A pesar de las carcajadas de la muerte y el hastío, la poesía nos devuelve una fe en lo trascendental. Querida Wafi Salih, eres un espacio ganado para el deshielo de las mortandades, para lo elevado del espíritu, el amor y la risa. Para la resiliencia más sagrada desde la lírica más sacra, y los huesos de la vida alineados. Sanos como ahora al fin, están los de mi espalda, tan maltratada, y sometidos a dos operaciones que fueron dos torturas, por el peso, de tanta realidad, doliendo.
Y aunque Murua nos diga, que escribir no sirva para tomar el poder, ni para enseñarle nada a nadie; tomar el lápiz o la máquina de pedales en las manos, siempre será un desvelo lúdico, una aventura, una obsesión por contar lo incontable. Es como re-hacer un big bang con imágenes que se nos salen del tintero cerebral y hasta del alma, para el otro que nos leerá.
Ha sido un honor para mí escribir sobre la, querida poeta Líbano/venezolana y de este modo, me deje llevar por su voz: crines desahogadas del infinito, ardiendo amaneceres. Eso creo que también, es ella, Wafi.
“Yo, hecho un palabrero, he sido invitado a tanta poiesis”.
(San Cristóbal - Venezuela. 1972) Escritor y artista multidisciplinario. Lcdo en Educación Integral. Ha publicado: Cantos del origen (2001, CONAC); El sofá de Beatrice (2006, CENAL); Primavera cero (IPASME, 2007); Creactivo I (BARIQUÍA , 2007); Rabo de Pez Nuevos idiomas en la creación formato e-book (FEUNET, 2014), Entrecruzamientos (EAE Editorial Académica ESpañola 2015), Ex sesos y asa res Borrones para textos no tan perversos (CENAL, 2016), El Blues de la Parca (AMAZON, 2017), Creactivo II (AMAZON, 2017), Poemas Absurdos (LP5 Chile, 2020) y VISO Poesía visual, objetual y collages en Venezuela (SABERULA, 2020) entre otros publicados en internet, y en físico como coautor. Ha publicado en espacios digitales literarios de Venezuela, España, México, Bolivia, Argentina, Chile, Colombia y Brasil. A través del proyecto LAVOE algunos de sus poemas se han traducido y grabado al alemán, inglés, francés, portugués, wayuú. Actualmente se plantea publicaciones alternativas, audiopoesía y experimentos variados en otras plataformas de publicación digital y audiovisuales de fácil acceso.(SCRIBD / ACADEMIA.EDU / SABERULA)
Francisco de Miranda, el más universal de los americanos, se encontró con la muerte el 14 de julio de 1816, aniversario de la toma de la Bastilla. Había sido traicionado y abandonado por sus compañeros de aventura de 1811, y también por otros protagonistas del que le había parecido su mayor día de gloria pero en realidad había sido el comienzo de todos sus infortunios. El más traidor de los traidores, el marqués de Casa León, lo lanzó a la arena de los leones, pero la traición de Casa León no fue el único vejamen que en esos días apuntó contra su cabeza ya adornada por nobles canas. El “Manifiesto de Cartagena”, de Simón Bolívar, contiene acusaciones de las que su autor se arrepentirá después. Se trata de un documento fundamental, en el que el futuro Libertador asienta su derecho a ser Libertador. Tiene que caminar sobre los huesos de Miranda, y lo hace. Con el tiempo se dará cuenta de que esa parte del documento se vierte en su contra y lo hace ver mezquino, y más aún, frente a su propia muerte entenderá que hizo muy mal, y que es posible que la vida le esté cobrando aquella muerte. No obstante esa fea mancha, esa nueva traición, poco después de cometerla, Bolívar arrancó, como un cóndor vencedor, hacia su propia gloria. Fue la Campaña Admirable que, por desgracia, no llegó a tiempo para salvar a Miranda. Miranda ya estaba en el mar, navegando muy despacio hacia muerte de su cuerpo.
El 4 de junio de 1813 fue sacado en la noche y colocado en un buque con rumbo a Puerto Rico. Un mes antes, en Mérida, Bolívar había recibido el título de “Libertador”. En La Guaira, Miranda sufrió horrores, encadenado, rodeado de alimañas y testigo de las crueldades más inicuas realizadas por los enemigos de la Independencia Empezaba su Vía Crucis. Poco después pasaría por Puerto Rico, donde sus condiciones mejoraron algo. Empezaron a tratarlo casi como un ser humano. Fue allí en donde lo visitó varias veces el realista venezolano, pero no por realista indigno ni nada que se le parezca, Andrés Level de Goda, que por cierto era cuñado de José Francisco Bermúdez e hizo cuanto pudo a favor de Miranda, y tiempo después a favor de todos los independentistas, cuando en España (Level de Goda) insistió en que la rebelión de los venezolanos no podía ser considerada traición. En Puerto Rico, en donde por órdenes del gobernador Salvador Meléndez su prisión se hizo más liviana, escribió Miranda un memorial dirigido a las Cortes, y fechado el 30 de junio. Era una posibilidad, una esperanza que se estrelló contra el muro del atraso que supuso la restauración brutal de Fernando VII, triste rey que sólo puede compararse en infelicidad a su tristísimo padre, Carlos IV. Hacia fines de 1813 fue embarcado de nuevo, y de nuevo atravesó el océano de oeste a este, pero ahora con cadenas. Y con cadenas llegó a Cádiz en enero de 1814. Se cerraba un círculo crudelísimo, que se abrió a comienzos de 1771, cuando vio “monstruosísimos pexes que llaman ballenatos”, así como los delfines, que llama toninas y juegan y saltan en torno a la nave. Monstruos y ágiles bailarines que esta vez, esta última vez, no pudo ver desde el espacio encerrado en donde viajaba unido a una pared de ignominia por sus cadenas. De allí en adelante el cuerpo de Francisco de Miranda quedó encerrado en La Carraca mientras su alma se elevaba y cantaba entre las nubes más altas. Su alma inmortal, aun dentro de su envoltorio material, volvía a visitar los sitios que mucho antes había visitado su cuerpo. Su imaginación retornaba a cumplir con su deber ineludible: una y otra vez se veía escapado, fugado de aquel sitio. Logró que le permitieran moverse con alguna libertad, pero él mismo se encargó de que lo encadenaran de nuevo: le remacharon los grillos cuando descubrieron un plan de fuga, y casi un par de años más, hasta marzo de 1816, estuvo engrillado. Allí se enteraría de que el joven Simón Bolívar, el que lo llevó a Caracas y fue uno de sus paisanos que forjaron el primer escalón de su cadena, se convirtió en el hombre que llevaba todo el peso de la lucha, el Libertador, que voló sobre los Andes y retomó Caracas en una campaña que bien mereció el título de Admirable. Supo también que el más bárbaro de todos los bárbaros, el feroz y sanguinario José Tomás Boves, recorría los Llanos reclutando soldados para la causa realista, y en aquellos paseos que a veces se salpicaban de sangre en las batallas, quedaba demostrado que la ignorancia llevaba a aquellos seres miserables a traicionarse ellos mismos, y que Bolívar, mediante la guerra a muerte, trató de que entendieran que no estaban luchando contra los mantuanos, sino contra su propia patria. Y también supo que Bolívar había dejado atrás toda civilización y se había convertido casi en un caudillo, si no equivalente por lo menos parecido a Antoñanzas o a Cervériz o a Boves, y que muchos de los hombres que seguían a Bolívar lo habían imitado y por ello se había convertido Venezuela en un territorio de carniceros y bárbaros, en donde la muerte bailaba y se frotaba los huesos y reía desde su oquedad regando su pestilencia sobre cerros de gusanos. Y como contraparte de aquella danza macabra, las esperanzas de Miranda renacían a cada hora. Sus intentos de fuga fueron descubiertos, pero él insistía en soñarse libre. Trató de escaparse hacia Gibraltar, en donde estaba el hijo de su amigo Turnbull. Otra vez se enfermó justo cuando estaba a punto de fugarse. Su sobrino López Méndez, en Londres, trató de interceder por él. Hasta que, por fin, el 25 de marzo de 1816 logra ponerse al borde de lo que más ansía: escapar. Su alma, gracias a Dios, inicia el proceso que la llevará a escapar de su cuerpo. Un ataque de apoplejía convierte, ahora sí, su cuerpo, casi en objeto. Un dominico, de apellido Albarsánchez, trata de llevarle auxilios religiosos, pero el cuerpo responde con brusquedad: “Déjeme usted morir en paz”. Era la paz lo que llamaba a su alma que ya llevaba más de cuarenta años dominada por la guerra. En mayo pareció recuperarse. Escribió varias cartas en las que le decía al mundo que sabía muy bien que su muerte estaba cerca. Hasta que el 13 de julio de 1816 se agravó, y murió el 14. Era el aniversario de la Toma de La Bastilla, el día de la Revolución de Francia. Era día de cantar himnos guerreros. Pero Miranda se adentraba por fin en el reino de la paz, en silencio. Apenas lo vieron morir Pedro José Morán, su criado, y uno de los presos que vivía también su muerte de piedra. Los jefes de la cárcel, como si Miranda hubiera muerto de peste, quemaron de inmediato todas sus pertenencias. Su cuerpo, envuelto sumariamente por las sábanas y el colchón en donde había muerto, fue enterrado en una fosa común en la propia fortaleza, y con el tiempo se perdió. Debe haber salido a reencontrarse con todos los paisajes que conoció en vida. O a averiguar qué pasaba con el Continente que él quería libre, y que terminó de hacerse libre en una hermosa batalla, conducida por Antonio José de Sucre, que estuvo bajo las órdenes de Miranda en 1812 y que en Ayacucho, en junio de 1821, se convirtió en el verdadero vencedor de los realistas. En la mano triunfante de Francisco de Miranda. En el triunfo de Francisco de Miranda, que ese día llegó, por fin, al verdadero cielo.
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Eduardo Casanova
Estudió Derecho y Letras en la Universidad Central de Venezuela y en la Universidad Nacional de Buenos Aires. En 1963 se estrenó su obra teatral Barrabasalia, escrita en colaboración con Arturo Uslar Braun, en 1975 se estrenó su comedia "El solo de saxofón". Luego, en 1968, recibió su título de abogado. Presidente de la Fundación para las Artes del Distrito Federal (Fundarte), 1984. Director del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG), 1984-1987. Premio Guillermo Meneses por su obra narrativa (2000). Presidente del Círculo de Escritores de Venezuela, 1999 y 2001.
Foto de Vasco Szinetar. Imagen tomada de El Estimulo.
LOS OJOS DE HANNI
El zorro ártico mira las estrellas
con ganas de comerse la vasta muchedumbre
Si se volvieran malvadas las constelaciones
y crearan un hambre de serpiente arriba
se tragarían como venado al zorro ártico
pero nunca jamás apagarían sus ojos
porque son los mismos que usaba Hanni Ossott
Ojos de zorro polar acurrucando poemas
asustados en las piedras hendidas del ayer
cazando deseos virginales que no hay
bajo un sombrío clima de damasco y satén,
sus palabras que se fueron rompiendo retoñando encendiendo
como las brasas mentales de Rainer Maria Rilke
palabras de necesitar amor teniéndolo y de sacarle brillo
a sueños que se oxidan
La noche era un proceso de no amar, ponderar el sufrir
soportaba silencios de señora que no compartía sus dolores
y su aurífera boca curaba las palabras
se atiborró de bibliotecas, cocinó una casa y se la comió,
también se tragó un ángel y media docena de literaturas paralelas,
todas esas cosas que uno hace de repente cuando ya no puede más y entonces recapacita y ya no puede más
Cuando mueres no sabes leer
No intentas bailar, ni te invitan a una interesante reunión
pero es obvio que ella sabrá realizarlo todo en forma de futuro
ponga usted un cuarto en un espejo
para que la vea cruzando hacia el perfume
que ha quedado en el verbo destapado sin tapa descubierto
buscando nido efímero en las galaxias de los guardarropas
Cuando mueres no eres tú quien se va
y ella no se fue ¿Cómo podría alejarse?
ya estaba mordida de constelaciones
inmune ante el olvido
hacendosa dueña de soledades huérfanas
dejó clavados sus ojos refulgentes
como un almanaque
en todo lo que vamos a sentir de ahora en adelante.
José Pulido
A veces iba al apartamento de Manuel Caballero, a beber café y conversar con él sobre autores inquietantes y tan distintos como Michel Houellebecq, John le Carre, Virginia Woolf o el poeta John Ashbery. Nos unió mucho un amigo común: Salvador Garmendia. El humor y la conciencia crítica de Manuel y Salvador eran ingredientes poderosos de sus escrituras y de sus personas.
Salvador Garmendia, Manuel Caballero y Rafael Cadenas, formaron el trío de barquisimetanos que conquistó a Caracas con las armas de la palabra y la autenticidad. Eran amigos que parecían hermanos. Ellos tres, aparte de ser historia de la literatura, del ensayo y de la poesía, son un sentimiento. Un sentimiento clase media. Y eso define la tragedia de quienes no conocen a estos hombres porque hace que Venezuela siga siendo cumbre y barranco o dos orillas que no se miran, (para que no parezca discriminatorio el comentario).
Hanni Ossott / Cortesía Ediciones «Letra Muerta».Tomada de El Nacional.
Un día Manuel me contó que nació en Caracas y así, recién nacido, sus padres se lo llevaron a Barquisimeto metido en una ponchera. Eso lo convirtió en un humorista natural.
En fin. Hubo una temporada apacible en cuyas madrugadas yo caminaba con Salvador y Manuel y otros amigos por el Parque del Este y siempre nos alegrábamos de la misma manera y con los mismos comentarios, a la hora exacta en que los pericos se alborotaban con el sol.
Cuando Manuel dejaba abierta la posibilidad de visitarlo no la desperdiciaba porque era como agarrarlo en su cueva, en su hábitat íntimo.
De paso, cultivaba la ilusión de poder conversar con su esposa, que no era, por supuesto, una esposa común y corriente. Sí: parecía atrapada en una bata casera. Sí: tenía en el bello y marchito rostro la marca del aburrimiento y la soledad que las esposas perfeccionan. Sí: fumaba como si deambulara dentro del laberinto de su propio ser. A veces parecía fumar solitaria en una infinita estación de trenes sin trenes, donde no se llegaba y no se partía.
Fotograia familiar de Hanni Ossot y Manuel Caballero. Imagen tomada de Letra Muerta.
Sí: era una esposa. Pero se llamaba Hanni Ossot y escribía poemas como este:
POR SALIR DEL CHARCO
En algún lugar del mundo
una mujer se sentaba todas las mañanas
a contemplar un viejo edificio.
Y había ventanas, sí
plenas de sombras
hombres, mujeres, monstruos.
Esa casa estaba deshabitada
no había amantes, no.
Sólo aves que a veces cruzaban el horrendo paisaje.
En algún lugar del mundo
había una lámpara rota
que no era de ella.
También un diccionario.
Eso no podía resolver su soledad.
Había tres árboles, cuatro árboles
y ruidos, la calle, los automóviles.
En algún lugar del mundo ella
no pudo hablar con quien podría
ser su amante.
El placer estaba vedado.
Las ambulancias pasaban
El fastidio cundía.
En algún lugar del mundo
ella se detenía
a ver un enchufe
un sofá
una mesa repleta de libros y de centavos
y al marido: mustio, callado, leyendo...
También había pastillas, muchas pastillas
y un avión que pasaba.
Llevando a gente que sí tenía lugar.
En algún lugar del mundo
ella rezaba
por salir
por salir
del charco.
Cada verso ha sido vertido por un alma sometida a certezas inútiles y a dudas rozagantes; un alma que está harta de perseguir días y decide hibernar a la espera de una primavera nocturna. Un alma que necesita aferrarse a la sacralidad como refugio contra la intemperie.
Por eso no es de extrañar que sus versos sacudan el alma ajena ¿no es así?. Yo quería comentarle lo que sentía ante sus poemas y confesar toda la obsesión por Rilke que me había originado su traducción de Las elegías de Duino. Una traducción que ni siquiera fue superada por la que hizo Juan Rulfo, de quien esperé una mayor cercanía con la sensibilidad rilkeana.
Sé que tener una conversación con alguien sobre tales temas carecía de importancia para ella, si ese alguien no la conmovía hasta los huesos. A veces intercambiábamos palabras en torno a un autor o a un suceso aislado, pero al terminar su café, se alejaba. Nunca pude decirle con sinceridad cuánto me interesaba lo que escribía y tal vez enterarla de que yo también me enfrascaba en esos torbellinos.
Puedes decirle a alguien “Mira: estoy vendiendo una bicicleta” y algo responderá. Porque no albergará dudas de que vendes una bicicleta. Es más cuesta arriba decir: “Mira: soy poeta. Hablemos de poesía”. O algo así como “mire, señora, usted me ha enviciado con las elegías de Duino” o “mire, señora, usted me ha echado a perder las emociones simples con esos poemas suyos”.
Cualquiera se cree poeta pero eso es algo que solo se comprueba largando los pedazos de años y de sueños en una sucesión de hirientes bellezas. El alma es como una guitarra cuyas cuerdas son las palabras. Es un instrumento que se afina viviendo y muriendo intensamente al mismo tiempo. Si no sabes afinar ese instrumento es probable que tampoco lo sepas ejecutar con propiedad. Y lo más importante es tener conciencia de alegría. Identidad de alegría. Alegrarse porque la vida se deja vivir y revivir aun siendo tan misteriosa.
Quería entablar con ella largas conversaciones y saber más de su interioridad. Una ambición desmedida de parte de cualquier hombre, de cualquier persona. Porque Hanni Ossot vivió cada minuto de su vida macerándose, curtiéndose, destilándose en poesía. Ella se entregó toda al sonido del sentido, a la hondura del conocimiento. El deseo de decir algo que la conmoviera más de lo que estaba conmovida la motivaba y la agotaba ¿cómo podía ser fácil enhebrarla y conocerla?
Hanni Ossott dando clases en el Instituto de Diseño Fundación Neumann. Imagen tomada de Raquel Abend Van Dalen
Nunca ocurrió el intenso y prolongado diálogo que anhelaba con ella: Hanni bebía unos instantes el café con nosotros, yo notaba angustiado que ponía poco café en su taza. “Va a desaparecer en dos sorbos” pensaba. Y en efecto: demasiado pronto la taza descendía después de haber convertido su boca en una herida. La Poeta se iba a otra parte de la vivienda a continuar con sus soledades y sus lecturas.
Fotografia de Jaime Ballestas.
Sé que ella leyó Elegías de Duino con más emoción y detenimiento que nadie. Yo, que me he dado cabezazos contra los muros de esa mansión celestial nunca me empeciné tanto con las elegías de Rilke, aunque sé que esa es la altura, la elevación, la poesía que viaja como el humo.
¿Quién, pues, si yo gritara, me oiría entre la jerarquía
de los ángeles?, y si repentinamente uno me llevara
hacia su corazón, yo me desvanecería ante su más fuerte
existencia. Porque lo bello no es más
que el inicio de lo terrible, que todavía apenas
soportamos,
Y lo admiramos tanto porque serenamente
rehúsa destruirnos. Todo ángel es terrible.
Así fluye su traducción en la primera elegía y sé que ese es Rilke, un Rilke completo vertido en perfecto español. En el prólogo de su traducción Hanni escribió:
“El tono de las Elegías es lento así como lo es también aquello que Rilke exige de nosotros. Se trata de una paciencia convertida en transformación. Esta transformación es profundamente religiosa, no al modo de la religión cristiana, sino al modo del hombre desasistido existencialmente que decide desde el morir toda fundación. No hay para nosotros madres que nos amparen ni amores sino una profunda soledad. Rilke entiende la muerte no solo como un desfallecer sino como aquello por cuyo contacto llegamos a ser, como si la vida se reafirmara a partir de la muerte”.
Más adelante completa la idea:
“A esta preparación frente a la muerte Rilke opone la prisa del héroe y de los amantes; ellos son siempre los urgidos y la pena en el desgastarse. Ellos son los que andan como si no hubiese lugar. Para Rilke se trata de hacer lugar, de hacer pertenencia y casa. La modernidad de Rilke radica en esto, en saber que el hombre carece de lugar”
La segunda elegía, en cualquiera de sus versos, muestra cómo la magia de Rilke se llevó en sus garras doradas los restos de una temblorosa y sublime Hanni:
¿Sabe pues a nosotros el espacio del universo
En el que nos disolvemos? ¿Capturan los ángeles,
realmente, solo lo suyo, su propio desbordamiento,
o se encuentra a veces en ello, como por error, un poco
de nuestras naturalezas? ¿Estamos nosotros tan solo
mezclados a sus rasgos como la vaguedad en los rostros
de las mujeres embarazadas? Ellos no lo advierten
durante el remolino del regreso hacia sí mismos. (¿Cómo podrían notarlo?)
El poeta Rafael Arráiz Lucca era un gran amigo de Manuel y de Hanni. Él la entrevistó y la escuchó con devoción.
Rafael opinaba: “…uno de los más intensos, trágicos y profundos poemas que se han escrito en Venezuela es “Del país de la pena”, contenido en el libro El reino donde la noche se abre. De él he afirmado: “Es un poema metafísico en la medida en que trasciende a partir de su particularidad, haciendo que la materia nombrada se esfumine ante la preponderancia de ese otro que subyace en su búsqueda. Es un poema de angustia religiosa en tanto que es plegaria del perplejo, del que padece la incertidumbre. Es poema polifónico porque a través de esa única voz, íngrima e implorante, hablan muchas de sus voces interiores, su multitud secreta”.
“En una entrevista que sostuve con Hanni para la revista Imagen en 1986, con motivo de la aparición del libro, señaló: “Ese poema fue escrito una noche de noviembre de 1985 entre las diez de la noche y las cuatro de la madrugada. Aquello fue terrible: escribía, me levantaba, me asomaba por la ventana, me sentaba otra vez. Ha sido el poema más largo, intenso y complicado que he escrito en mi vida”. Y así fue, nunca más fue médium de un poema de tal longitud ni tan estremecedora vivencia. Debo decir, para que no quede ningún género de duda, que su obra no se reduce a ese poema excepcional, pero tampoco puedo dejar de señalar su radical importancia para nuestra historia de la poesía. Ossott alcanza en esta segunda etapa a darle expresión a sus voces interiores, y estas voces se articulan a partir de la experiencia de la exterioridad. Un paisaje, un sonido, un acontecimiento gustativo puede servir de puente para la aparición de esa voz profunda. De modo que esa voz no surge descontextualizada, abstracta, sino interpelada por alguna circunstancia exterior”.
Manuel Caballero y Hanni Ossott.Noviembre de 2002.Banco del Libro.Caracas. Fotograia de Patricia Van Dalen.
MANUEL TAMBIÉN LO SINTIÓ
Manuel Caballero, quien la apoyó con amor y nobleza y vivió todo su proceso de elevación y de angustias, escribió para Arquitrave, la revista del poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio, una introducción para una selección de poemas:
“Puedo decir que Hanni no escribía poemas sino que los vivía con una intensidad que rara vez he encontrado en otro artista. Puedo dar un testimonio, pues siempre me había burlado de la idea romántica de que un poema podía surgir completamente armado de la cabeza y el corazón del poeta (estoy consciente de lo ramplón de la vieja comparación jupiterina, pero no se olvide que no soy poeta, y que a la prosa de prisa la visita el lugar común con mayor frecuencia que al resto de la escritura). Nunca me había tragado aquella leyenda de Samuel Taylor Cooleridge visitado por el demonio de la inspiración para escribir su Kublai Khan.
Una noche tuve la prueba de que me equivocaba en mi escepticismo. Habíamos bebido un trago de ron para cenar, pero Hanni apartó su plato, y se encerró a escribir sin interrupción hasta la alta madrugada, cuando se echó a mi lado, todavía temblorosa y sin poder dormir: acababa de escribir El país de la pena, tal vez su texto más emblemático, incluido en El reino donde la noche se abre”.
Ella lo alude en varios poemas y le dedicó uno que tituló así:
MI AMOR YACE EN UN POZO
Déjame escribir
al menos escribir
es lo mínimo que se puede pedir
La noche está fresca
y no hay casi carros por las calles
Las flores están floreciendo a su manera pero es de noche
y las flores también tienen un modo de florecer al anochecer
también
–me imagino
que “hay amores que matan”
pasiones, grandes pasiones.
Mi amor, mi gran amor, yace en un pozo
allí florecen raras flores
flores que no saben cantar ni bailar
todo es mustio allí
Me he entregado a un amor raro
sin nervios
sin locura
sin gritos
ni pasión
puro intelecto
al menos déjame escribir
esta noche
un poema
al menos se trata de una pasión.
Manuel fue afortunado y ella también. Él la conoció leyendo a solas y en voz sincera sus poemas. Rebotando su cuerpo y sus palabras en las paredes de arena y cemento y en las paredes de su casa perdida, el hogar en donde su alma fue infantil y fue adolescente. Manuel Caballero me orientaba respecto a la historia, me clarificaba el país. Su amada Hanni destruía mis clichés:
Hanni era una poeta para leer como quien limpia el piso con la frente, buscando la hondura, el tuétano. Era necesario leerla de una manera honesta y amorosa. Ella sabía que la poesía y su sangre eran lo mismo. Repito unas palabras suyas que han sido citadas muchas veces:
“Descender allí, desde las alturas diurnas de la conciencia a esa zona mediana y crepuscular, otorga alegría al poeta. Habrá entonces para él un festín. Los dioses porque no puede ser de otro modo le otorgan el beneficio de probar riquezas. No importa cuán fuerte pueda ser el plato. Horror, dicha, hastío, pasión. Frente a ello debe conservar el pie en la frontera para no sucumbir. Amarrado al mástil debe rezar la Letanía que lo mantiene al barco. Y es que la poesía es también la práctica de un ritual. El mismo sitio, el mismo escritorio, la misma pluma. El mismo miedo que nos invita a separarnos del papel, lo que no queremos hablar con los otros ese día para que no nos disturbe. Lo que no queremos escuchar de la poesía misma... porque hiere”.
Aparte de Rilke, Jorge Luis Borges era otro autor que captaba su interés. Como infinidad de personas ella leía a Borges pero con más pasión. Y lo escribió:
“Durante la larga noche en que murió Borges yo estaba en mi estudio. Revisaba qué libro de poemas podría leer en ese momento. Recorrí toda mi biblioteca y me detuve ante sus Obras completas editadas por Emecé Editores. Las coloqué sobre mi mesa de trabajo y me dirigí a la ventana para ver la Noche. En ese instante sentí que una gran bola de fuego cruzaba el Universo, de manera elíptica, para encontrarse con otra gran bola de fuego, en una suerte de beso de amor.
Me dije: ése es Borges, ha muerto y va a encontrarse con Heráclito. Uní mis manos en actitud de rezo y recité:
“Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado…”
Hanni cuenta que después escogió al azar un poema de Borges y le salió El tango.
“Recé El Tango, con voz ronca y con ritmo. Mi marido se despertó. Me dijo: ¿Qué haces Hanni? Leo a Borges—le contesté. No le dije que Borges había muerto, ni que yo rezaba. Recibí su regaño con pasividad”.
Hanni le puso continuación a esa historia:
“No puedo explicarme este hecho sino por la palabra consustanciación… ¡He amado tanto a Borges! Recuerdo que una vez casada, con mi primer marido, él me manifestaba sus celos de Borges. Y es que leía en la cama una y cien veces Las Ruinas Circulares”.
Creo que una mayoría de lectores admiramos y queremos a Borges. Yo cito a Borges hasta cuando hago la declaración del impuesto sobre la renta. Y pude hablar con él y decirle “soy un lector suyo”. Pero también he admirado y querido a Hanni Ossot y no pude expresarle esto que hoy escribo.
Y aferrado a esa razón, ya que nunca pude hablar con ella lo suficiente, lo necesario para ser un mejor lector de su desgarrado y sublime esfuerzo poético, me pregunto, antes que cualquier procacidad insensible lo haga: ¿ha sido acaso una tontería escribir sobre su poesía en tales términos? ¿Una palabrería inútil?
Y dejo que sea la poeta Hanni Ossot quien responda, aprovechando la posibilidad de tomar sus palabras y colocarlas aquí con la alegría que me proporciona fingir que estoy conversando con ella.
“La poesía es riesgo puesto que es alma. Desde el alma vivimos en el riesgo. Todo en ella es aparentemente inconcluso, provisional, equívoco, sombrío. La moralidad no entra en ella. Por eso la poesía es amoral, carnal, sangrante, doliente. Ni el alma ni la poesía están hechas para los acomodados. Pocos políticos acuden a ella, apenas recitan versos en recepciones y espectáculos. Quienes se entregan al alma y a la poesía trabajan desde la imagen del marinero que lucha en el mar. Adivinando, profiriendo invocaciones, escuchando la caracola”.
¡FUERA EL LEXOTANIL!
CIAO BAMBINO…
Y entonces invento que le comunico, para terminar de una vez con esto:
-Hanni: eres una casa habitada por emociones nuevas y sentimientos antiguos. Hanni: eres un torbellino de emociones y sentimientos atrapados en una casa sagrada. Hanni: tu cuerpo todo es un pensamiento.
Y ella, magnífica señora poeta, responde, usando algunas líneas de un poema suyo:
“Aunque es inevitable que alguien llegue. Por la ventana entra la luz, el viento, el ladrón, el amante, la naturaleza... A veces se ansía compartir, a veces no. No siempre están las puertas o las ventanas abiertas”.
Y murmuro, pensando también en Manuel, quien se hizo merecedor del extraño amor de una flor de cúspide:
Poeta, escritor y periodista, nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.
Vive en Génova, Italia.
En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado acreadores y artistas.
(Ha fundado y dirigido varios suplementos y revistas de literatura. Si se requiere información detallada sobre estas publicaciones, favor solicitarla a este correo: jipulido777@gmail.com)
Forma parte de la Antología Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, Salamanca, España, entre otras.Ha sidoinvitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova.Participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca. En el 2018 y en el 2019 invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova.
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Poemario Heridas espaciales y mermelada casera editado porBarralibro Editores.