Un segundo círculo celeste era el de los anuncios gigantes de neón: EFE en colores, Pepsi Cola con su roto yin yang en movimiento, la roja Coca-Cola de cola alternante, cerveza Polar que sube y baja y la piramidal torre La Previsora dando la hora. Luces inmorales. Otras luces necesarias en un tercer círculo lo proporcionaban las mejores librerías de Caracas, agrupadas en constelaciones.
La Cruz del Sur y constelación del mismo nombre en una lateral del boulevard, que era librería, editorial, sala de exposiciones y revista. Era la más histórica y no apuntaba al norte sino al este. La constelación la conforman otras dos librerías: una de textos esotéricos tan del gusto de Armando Molina Duarte y cuyo nombre no recuerdo, y en la base de la cruz la librería Suma. En un lateral el restaurant La Vesubiana. A un costado de la librería almorzamos pasta, y mi papa preguntaba a los dueños por Adriano Gonzales Leónque nunca estaba, luego veíamos una exposición, hacíamos escala en una juguetería educativa, y ya empezando la noche toda la familia nos recogíamos, entre libros y juguetes, en una pequeña habitación del hotel Khursaal. El alimento espiritual corría a cargo de las librerías. Así concluía nuestro viaje a Caracas desde Valencia.
Gran Café
Era SUMA en mayúscula como su cartel, la librería más brillante de ese cielo familiar. Allí mi padre hacia escala, dejaba sus maletas al llegar de un viaje de congresos científicos o antes de partir del país, y Bethencourt, el librero y su amable hermana se las custodiaban tras el mostrador. Recuerdo que una vez la dejo atravesada, y el librero se tropezó y se le cayó su pipa. Lejos de molestarse, con una sonrisa recogió la pipa y su picadura. ¡Clientes de provincia! En los pasillos cercanos a la puerta que da a la calle estaba la narrativa, en el medio la filosofía y solo al final de la librería los valiosos libros de poesía. En el fondo perpendicular el escritorio y alrededor la tertulia. Eran los tiempos en que Manuel Matute sería el último presidente de la Republica del Este y Mario Abreu el Ministro de Defensa. Le habían dado un golpe de Estado a Caupolicán Ovalles. (En un rincón de la barra del Molino rojo Miquilenamaquinaba golpes de verdad).
En los pasillos de la librería Suma recibí mi primer regaño como lector de parte de un escritor. Yo tenía apenas 15 años y Héctor Bujanda, hoy periodista, un poco menos, como trece. Nosotros sabíamos quién era Manuel Caballero, y por supuesto, el solo veía a dos ingenuos jóvenes escoger un viejo manual de la Academia de Ciencias de la URSS. Nos jaló metafóricamente las orejas y con energía nos instó a la lectura y compra de su libro sobre la internacional. Le hice caso 20 años después. Una tercera anécdota de Suma la dejo para el final.
Otras dos constelaciones más al este de la Cruz del Sur eran las osas mayores y menores, o le podríamos decir a la Osa Mayor Constelación del Papagayo por la cafetería contigua a la gran escultura urbana de Jesús Soto, un sol rojo. Una gran librería de novedades en el nivel de la calle tenía un anuncio del Gabo tamaño natural que nos recibía en la puerta. Pero los tesoros siempre están ocultos y bajando la escalera topábamos con las vitrinas de la librería del gran Walter, hoy el último librero del país. Libros finamente escogidos, literatura europea y sureña, libros objetos y de pinturas esculturas y fotografía. Fotografías adornaban las paredes con escritores de visita o presentaciones de Jorge Luis Borges o Mario Vargas Llosa que en un descuido firmaba sus libros para el lector casual que los hallase. Todo esto creaba un ambiente real maravilloso. Y la Osa Mayor era la conformada por la librería del FCE al lado del Hotel Savoy (no confundir con la heladería Savoy en el otro extremo de la vía etílica y cerca de la segunda librería del FCE). Todo Paz, todo Reyes, todo Pitol, todo sor Juana Ines de la Cruz, los universales clásicos Porrua traducidos por mexicanos y exiliados españoles, los códices aztecas, y el único libro de Rulfo. Y bajando en la pata de la osa La Gran Pulpería del Libro de Castellano Guedez, que recientemente hizo una historia de las librerías y pulperías de libros desde el siglo XVI al XIX, no llegó ni al XX ni al XXI por humildad, para no concluir con él mismo y su hermano de la librería Historia. La Gran Pulpería es la mayor librería del país en cantidad y calidad. Es un gran agujero negro que traga todos los libros y del que no querríamos salir. El purgatorio como librería.
En el oeste cruzando la avenida lateral al Gran Café centro de tertulias literarias desde Sardio, ver hablar entre si a los autores de los libros que acabamos de comprar: Calzadilla, Juan Nuño, y el pintor Pascual Navarro con una camisa de curiosos bordados. En otra mesa Papillon. Comprendemos que la literatura vive, y luego de esa avenida límite de Sabana Grande, está la constelación de Plaza Venezuela que pasando la Previsora, con otro Soto de pared, y la otra FCE, la librería Ludens con Javier Marichal antes de irse a trabajar con los jesuitas y la librería Le France del educadísimo Pierre Paneico.
El cuarto círculo bajando del cielo, más cercano a nosotros entonces jóvenes, y próximo al suelo es el de los vendedores ambulantes, a precios accesibles, libros de segunda y tercera mano, y algunos intonsos. Siempre compre por igual en las librerías de las constelaciones y en este anillo de asteroides de buhoneros, y pasaba algún cometa con la biblioteca personal completa de algún exiliado. Solo que con el precio de uno de librería compraba once en los buhoneros. Mi biblioteca personal se debe a ambos, pero más a los libros de la calle. (El libro callejero, hijo de la calle de las siete puñaladas, que recorrí con Luis Enrique Belmonte, pero eso ya es otra historia, digresión a futuro).
El librero Walter Rodriguez
Digo que el primer cielo de verdad, de todos, y el cuarto y último cielo de todos, es también firmamento porque se mantiene pese a la crisis, y nos iluminaran hasta el final de nuestros días. La esencia del librero es el vendedor informal: el alfa y omega de la profesión. Las constelaciones se apagaron. Solo el astronauta Walter lo vemos en todas las ferias del libro de Caracas y de las provincias. En Valencia le compre el Atlas de Borges buscado por años en su edición original, con cajita.
Un presagio, tan caro a los romanos me anunció el declinar de las constelaciones, que más bien astrológicamente deberían anunciarnos cosas nuestras. En la librería Suma un cliente autoridad eclesiástica y académica, el padre Ugalde, sale con su maletín y suena el detector de la puerta. Entre pena y con una sonrisa los empleados le dicen que por las normas deben revisar el maletín. Testigo de ocasión, me acerque para lo que creía un pecado venial del prelado para obsequiar un libro a un niño pobre o una biblioteca de las escuelas Fe y Alegría. Todo lo dora un buen fin, escribía Gracián. Con pena y sonrisa abrió el maletín cuyo único contenido era una gran pistola automática. A modo de explicación, que nadie le solicito, nos dijo que trabajaba en “sectores populares”. Con el sacerdote del maletín cierro mis recuerdos de la librería Suma.
"Anemoi" de Alberto Cavalieri, Bulevar de Sabana Grande (Caracas - Venezuela). Johnny Gomes
Todas las librerías de Sabana Grande eran librerías de izquierda por sus títulos y clientes. De la izquierda exquisita y de la militante. Sus libros eran muy costosos. Ahora hay otra red de librerías: las del SUR, del Ministerio del poder popular para la Cultura, ediciones del Perro y la Rana, Monte Avila, Fundarte. Nuevas constelaciones al oeste de la ciudad, practicando la inclusión, con libros a precios accesibles, a menos del costo para que jóvenes de sectores populares hoy puedan hacerse una biblioteca personal para formarse, el complemento de la biblioteca pública. Esta semana entre el 8 y el 18 de noviembre una lluvia de estrellas desciende al casco histórico de la capital. Es la FILVEN 2018 que organiza entre otros Cristian Valles del CENAL. No pierdan esa oportunidad.
Volviendo al pasado, mi pasado. La cultura creada en ese paso de la edad escolar a la adolescencia se la debo a la Vía Láctea de Sabana Grande, láctea para mí por los helados de vainilla, y etílica para los republicanos del este y los balleneros, admirados por el doctor Téllez Carrasco que era a efectos prácticos un abstemio. Entre los recortes de la pastelería Savoy, comprados por mi papá: una económica bolsa con pedacitos de galletas susy, cocosete o fragmentos de bombones, y la bolsa de libros de poesías cuentos y ensayo comprados por mi mama, o viceversa, significaron mi paso de la niñez a la adolescencia. Sigo ahí. Me comí los chocolates y todavía leo, o releo con mis hijos, algunos de esos libros de las Constelaciones de Sabana Grande.
Pedro Téllez (Valencia, Venezuela, 1966). Ensayista. Conferencista. Bibliófilo. Médico psiquiatra. Ha publicado los libros: Añadir comento (1977). Fichas y remates(1998), Tela de araña (1999), La última cena del ensayo (2005) y Un Naipe en el camino de El Dorado (2007). Ha sido redactor en la revista Poesía y colaborador de la revista Zona Tórrida, publicaciones de la Universidad de Carabobo. Colaborador en publicaciones periódicas tales como Predios, Arte de leer, Mañongo y Tiempo Universitario.
Reciban un cordial saludo. Hoy tenemos el agrado de compartir un texto de nuestro amigoJavier Pérez Andújar donde nos acerca al recientemente fallecidoDomingo Santosque fueescritor, traductor, editor y promotor de la ciencia ficción en España.
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El hombre que creyó en la ciencia ficción
Javier Pérez Andújar Barcelona - Sábado, 17/11/2018
Le debemos parte de lo que somos. Por supuesto, no era ese su propósito, y acaso ni siquiera fuese responsable. Pero la cultura tiene esos efectos. Es inútil citarle por su nombre, pues Domingo Santos no se había lanzado al universo con su nombre verdadero. Se llamaba de otra manera, pero esto qué más da. Lo cierto es que nació en Barcelona y en esta ciudad murió el pasado 2 de noviembre. Su salud hacía tiempo que era delicada. Dentro de un mes, el 15 de diciembre, hubiera cumplido 77 años. Domingo Santos fue, como autor, editor, antólogo y traductor, el gran promotor en España de la literatura de la ciencia ficción que entonces se escribía en todo el mundo (y también de toda la que la precedió). Cuidó y alentó a los autores locales, y sobre todo introdujo entre nosotros, y desde nuestra ciudad, a los maestros anglosajones. Es decir, a los número uno. De Robert A. Heinleinya no se habla tanto; quizá su nombre vuelva a nuestras cabezas si se cita la película dePaul VerhoevenStarship Troopers o si se evoca aquel libro suyo, Forastero en tierra extraña, que se convirtió en una especie de Biblia hippie en el sentido en que también el Kama Sutrafue el equivalente ilustrado de las 1.080 recetas de cocina en los años de la liberación sexual (ahora nos hemos pasado a la liberación animal).
El profesor de la UPC Miquel Barceló, otro destacado impulsor de la literatura de ciencia ficción, dijo que la escritura de Santos era “reflexiva y humanista”, que nos avisaba en el camino y que su estilo no estaba lejos de Heinlein. ¿En qué consiste alentar todo un universo en medio del vacío, quedarse flotando como el Coyote una vez pasado el precipicio? ¿Cómo puede cambiar a la gente una persona que lleva unos fotolitos a la imprenta? Cuando Domingo Santos se dirigía a los talleres de nuestra ciudad (¿se acuerdan de la palabra offset?) para divulgar la literatura de Philip K. Dick, el terremoto cinematográfico de Blade Runner ni siquiera existía en forma de guión, Dick era un autor poco considerado incluso dentro de la ciencia ficción que, como toda secta, es carne de ortodoxia, y únicamente un puñado de corazones románticos y solitarios (y que se negaban a echarle la llave a las puertas de la percepción), adoraba a quien hoy habita el santoral de la literatura hipster, a quien celebran hasta los más puritanos de las letras, a quien ahora se cita por delante de Asimov siempre que sale a relucir la materia. Acaso Asimov y Dick ya sean el equivalente de Chaplin y Buster Keaton cuando se habla de los clásicos del cine.
En una entrevista que le hizo su amigo Luis Vigil (otro de esa generación, a la cual se debe que aquí exista una contraliteratura en toda su naturaleza), Domingo Santos contaba que trabajaba por las mañanas en una entidad bancaria y que escribía por las tardes “porque uno, además de escribir, quiere comer... El día que los editores paguen lo suficiente a los autores por sus obras, tal vez me decida solamente a escribir. Mientras tanto, no puedo, quiero, ni me atrevo... Nunca me ha gustado tener que escribir por encargo cosas que no me gustan, solamente para subsistir”. Era el año 1970, y en ese momento Vigil y Santos se habían conjurado, junto con Sebastián Martínez, en la mayor aventura de la ciencia ficción que se ha conocido en este país. Hacía poco más de dos años que publicaban una revista mítica de tapas negras y formato cuadrado llamada Nueva Dimensión. (Nadie había hecho una revista cuadrada, excepto los asombrosos Pauwels y Bergier cuando crearon Planète en París, con la redacción en los Campos Elíseos. Planète fue la revista más fascinante de la historia dedicada al saber disidente, del mismo modo que Nueva Dimensión fue la revista de ciencia ficción más bonita del mundo).
En los números de Nueva Dimensión los lectores rindieron culto a sus autores, aclamaron los dibujos de Beà, Frazetta, Maroto, Moebius, Sió, Steranko, Usero, ahí Jan sacó una de las primeras aventuras de Superlópez. En las páginas azules, Alejo Cuervo (hoy editor y dueño de la librería Gigamesh, templo de la ciencia ficción de Barcelona), vio publicadas sus cartas de fan. La revista salió durante 14 años, al final estaba solo Santos llevando el timón. Luego siguió lanzando proyectos desde diferentes editoriales. Y después escribió sobre los poderes mágicos de las piedras para los coleccionables de los kioscos; era recién entrado el siglo XXI y por fin las palabras ciencia ficción aparecían rotuladas en librerías hasta entonces inhóspitas. Este es el país del Cid campeador aunque lo vistamos de replicante. Hace años que hay un premio literario que lleva el nombre de Domingo Santos y otro con el título de una de sus novelas más célebres, Gabriel.
(El pasado lunes, día 12, murió Stan Leea los 95 años. Ya saben, lo que venía después de Disney. Éramos nosotros quienes veníamos de la nada, de una ruptura cultural que pagaron muy cara nuestros pioneros. Junto con Domingo Santos, nos enseñó a modelar esa fantasía que nos hacía sentirnos nuevos.)
Javier Pérez Andújar nació en San Adrián de Besós en 1965. Es licenciado en filología hispánica por la Universidad de Barcelona. Su primera novela apareció en 2007, y sorprendió por su originalidad: Los príncipes valientes, a la que siguió y Todo lo que se llevó el diablo y Paseos con mi madre. También ha editado y prologado las antologías de relatos fantásticos Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos y La vida no vale nada. Fue colaborador habitual de L’hora del lector de TV3 y en la actualidad colabora en el diario El Periódico.
Hoy tenemos el gusto de compartir con ustedes el texto del artista plástico valenciano Javier Téllez que rinde un homenaje a la desaparecida Libreria Suma.
Deseamos disfruten de la entrada.
Atentamente.
La Gerencia.
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No había visita a Caracas con mi padre que no incluyera una parada en la librería ‘’Suma’’ situada en el Boulevard de Sabana Grande. Cuando éramos pequeños mi hermano y yo lo esperábamos con mi madre saboreando helados en el Gran Café o escogiendo dulces en la chocolatería Savoy mientras el desaparecía tras las puertas de cristal de esta librería y solo le veíamos volver una hora mas tarde cargando dificultosamente múltiples bolsas llenas de libros que encontrarían con suerte algún lugar en los anaqueles de nuestra casa-biblioteca en Valencia. A medida que fuimos creciendo empezamos a acompañarlo a la librería y muy pronto a comprar también nuestros propios libros y a cargar con el peso de nuestros intereses literarios, responsabilidad que convertimos desde entonces en un habito.
El infatigable librero y editor Raúl Bethencourt, dueño y señor de ‘’Suma’’desde 1963, no solo tenia un ojo extraordinario para mantener siempre en sus estantes las muestras mas relevantes de la actividad editorial en nuestra lengua sino que también ofrecía su librería como un foro abierto de discusión e intercambio de ideas. Fueron muchos los libros que se bautizaron en esta librería, un a verdadera Ágora de la escena intelectual de la ciudad que fue también escenario de recitales de poesía y de conferencias impartidas por nuestros mas valiosos escritores.
Como para muchos Venezolanos la librería Suma fue un lugar importantísimo en mi educación sentimental e intelectual. Son muchos los libros que conservo en mi biblioteca condecorados con la típica calcomanía azul y plata de la Librería Suma, que ilustra esta nota: Las Cartas del vidente de Artur Rimbaud, las novelas de Jean Genet, Las cartas desde Rodez de Artaud, la autobiografía de Canetti, las obras completas de Borges, los ensayos de Focault y Deleuze, Benjamin y de Adorno, las Memorias de Adriano de Yourcenar, los guiones de Buñuel, Eisenstein y Godard, ediciones agotadas de la fantástica revista Cine al Día y muchos otros volúmenes que eran fruto de dos décadas prodigiosas en la producción editorial en España y Latinoamerica, caracterizada por firmas editoriales tales como Anagrama, Visor, Seix Barral, Tusquets, Fundamentos, Muchnik, Alfaguara, Taurus, Joaquín Mortiz, Emecé, Tusquets, Sudamericana, Siglo XXI, Siruela…
Tristemente recibimos ayer la noticia del cierre final de la librería Suma. Sabemos que no es la primera librería que cierra sus puertas en Caracas en la ultima década, pero el hecho que un lugar tan emblemático como este, que heroicamente ha tratado por todos los medios posibles de subsistir en la grave crisis económica y moral que atraviesa el país, se vea obligado a cerrar sus puertas resulta lamentable y sintomático del grave deterioro de la vida intelectual en el país. Es tarea imprescindible hoy investigar si se conserva un archivo con documentación de los eventos que se realizaron por décadas en el local, para conservarlo antes que desaparezca, como parece desparecer todo aquello que alguna vez significó algo para la cultura en el pais.