A los treinta años de su muerte, es el escritor que más nutre el imaginario de Hollywood
Stanislaw Lem, Roberto Bolaño, Rodrigo Fresán o Jonathan Lethem se declararon fans de sus libros
"El poder del mal es hacer que la realidad deje de existir", decía el autor
Murió sin un dólar antes del estreno millonario de 'Blade Runner'
Una crisis nerviosa en 1974 le hizo creer que habitaba en dos mundos paralelos
Josep Massot
20/08/2012
Es uno de los grandes escritores del siglo XX y sin embargo es de los menos leídos por los grandes escritores. Philip K(indred) Dick
(1928-1982) es un autor popular que escribió más de 120 relatos y 30
novelas y cuya influencia sigue creciendo de la mano de filmes basados
en sus obras, como Blade Runner (Ridley Scott) o Minority report
(Spielberg), Lin Wiseman estrena el 14 de septiembre el remake de
Desafío total, Ridley Scott prepara una adaptación de El hombre en el
castillo y están en marcha las versiones de Ubik, Fluyan mis lágrimas,
dijo el policía y El rey de los elfos. Beben de sus obras El show de Truman (inspirado claramente en Tiempo desarticulado), The Matrix, Abre los ojos, eXistenZ, El sexto día o El origen
y escritores como Stanislaw Lem, Roberto Bolaño (“Dick era una especie
de Kafka pasado por el ácido lisérgico y la rabia”), Rodrigo Fresán,
Jonathan Lethem o Murakami se declararon fans de sus libros, mientras
otros le imitan (Martin Amis con La flecha del tiempo tan similar a El mundo contra reloj).
La biografía del autor podría resumirse en que fue un pobre diablo, al que su fracaso como escritor que quería escribir como Kurt Vonnegut le llevó a ganarse la vida con relatos pulp de ciencia ficción y al que las drogas y una crisis de esquizofrenia paranoide (el 2 del 2 de 1974) le hizo creer que hablaba con Dios y que llevaba una doble vida en mundos paralelos, una como escritor de novelas fantasiosas en el siglo XX, asediado por la CIA, el FBI y Nixon, y otra como cristiano del siglo I en Judea. Pero, como decía Nabokov, lo importante en una novela o en una biografía, son los detalles.
La biografía del autor podría resumirse en que fue un pobre diablo, al que su fracaso como escritor que quería escribir como Kurt Vonnegut le llevó a ganarse la vida con relatos pulp de ciencia ficción y al que las drogas y una crisis de esquizofrenia paranoide (el 2 del 2 de 1974) le hizo creer que hablaba con Dios y que llevaba una doble vida en mundos paralelos, una como escritor de novelas fantasiosas en el siglo XX, asediado por la CIA, el FBI y Nixon, y otra como cristiano del siglo I en Judea. Pero, como decía Nabokov, lo importante en una novela o en una biografía, son los detalles.
La escritura acelerada, ansiosa y
desordenada de Philip K. Dick trasciende su encasillamiento en la
ciencia ficción, del mismo modo que Hammet o Chandler desbordaron la
novela negra. La vida de Philip K. Dick, trazada por Emanuel Carrère en Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos,
reúne los elementos propicios para congregar el fervor de mitómanos.
Murió sin un dólar en 1982 con sólo 53 años, apenas unos meses antes del
estreno millonario de Blade Runner, basada en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?.
La construcción de la leyenda del autor se inicia con un nacimiento
trágico. Su hermana melliza murió a los pocos días y sobre la lápida de
la tumba se grabó su nombre junto al de su gemela fantasma, con la fecha
de caducidad en blanco (1928-....) Culpó a su madre por haber dejado
morir a su hermana por malnutrición y nunca le abandonó la mala
conciencia de haber sobrevivido a su célula melliza.
Trasladado de Chicago a la California beat, el malditismo de Philip
K. Dick se fue nutriendo después con su adicción a los alucinógenos y a
las anfetaminas y a sus cada vez más frecuentes episodios esquizoides.
En sus indigeribles diarios –The Exegesis– sostiene que un día
de 1974, descansando en su casa, después de haber ido al dentista, y
atormentado por el dolor, reclamó por teléfono analgésicos a la
farmacia. Cuando abrió la puerta de la calle, la mensajera, que lucía un
collar con el símbolo cristiano del pez, le disparó un rayo láser rosa
que la transmitió conocimientos arcanos. Descubrió la anamnesis, la
pérdida del olvido, y jura que en un parpadeo recordó que en realidad
era un griego que vivía en el año 50 después de Cristo. El propio Philip
K. Dick bromeaba con que sostener con demasiada obstinación la
veracidad de sus visiones le hubiera conducido directamente al
manicomio. Sus escritos se hicieron más ininteligibles; fracasado de
nuevo en su enésimo matrimonio, su casa e vio poblada de yonquis,
camellos de tres al cuarto y prostitutas baratas, y su mente fue
invadida por visiones mesiánicas y religiosas. Atiborrado de sedantes y
barbitúricos, e inútiles las curas de desintoxicación, soñaba que el
universo le hablaba y que la radio le insultaba. Quedó atrapado en el
mundo que había imaginado.
La escritura de Philip K. Dick no hubiera pasado ningún examen
académico. Es obsesiva, deshilvanada, absorbente. Quiso ser un escritor mainstream (Confesiones de un artista de mierda),
pero enamoró a lectores underground, como John Lennon, Timothy Leary o
Robert Crumb, y al final fortaleció la creencia de que sólo la
literatura popular merecía la pena. La divinidad -decía– se revela en lo
humilde y sus mensajes son enviados por medio de anuncios televisivos,
novelas baratas o acertijos en la prensa.
"Me gusta construir universos que se deshacen. Me gusta verlos desbaratarse y ver cómo los personajes en las novelas se adaptan a este problema". escribió Dick. No sólo creía que el mundo era teatro.También el tiempo era para él una ficción. En su misticismo delirante creía que Dios enviaba información codificada al mundo y que los seres humanos tenían que desvelarla. O en lenguaje más actual: "parece que somos bucles de memoria (portadores de ADN capaces de experiencia) en una sistema computacional pensante en el que, aunque hemos correctamente grabado y almacenado miles de años de información experiencial, y cada uno de nosotros posee depósitos un tanto diferentes de todas las otras formas de vida, hay un mal funcionamiento -una falla- en la recuperación de la memoria”. Como los gnósticos, creía que un demiurgo malévolo había construido un contramundo falso y que sólo el amor o la empatía podía deshacer el engaño de las apariencias y recuperar el mundo original. Si Mary Shelley daba un final trágico a Frankenstein, cuya existencia artificial retaba el monopolio creador de Dios, Philip K. Dick actualiza la sátira de Swift y los yahoos sabios, convirtiendo a los humanos deshumanizados, idólatras de la razón, en seres más mecánicos que los robots e indiferentes y pasivos ante el poder que determina sus vidas.
"Me gusta construir universos que se deshacen. Me gusta verlos desbaratarse y ver cómo los personajes en las novelas se adaptan a este problema". escribió Dick. No sólo creía que el mundo era teatro.También el tiempo era para él una ficción. En su misticismo delirante creía que Dios enviaba información codificada al mundo y que los seres humanos tenían que desvelarla. O en lenguaje más actual: "parece que somos bucles de memoria (portadores de ADN capaces de experiencia) en una sistema computacional pensante en el que, aunque hemos correctamente grabado y almacenado miles de años de información experiencial, y cada uno de nosotros posee depósitos un tanto diferentes de todas las otras formas de vida, hay un mal funcionamiento -una falla- en la recuperación de la memoria”. Como los gnósticos, creía que un demiurgo malévolo había construido un contramundo falso y que sólo el amor o la empatía podía deshacer el engaño de las apariencias y recuperar el mundo original. Si Mary Shelley daba un final trágico a Frankenstein, cuya existencia artificial retaba el monopolio creador de Dios, Philip K. Dick actualiza la sátira de Swift y los yahoos sabios, convirtiendo a los humanos deshumanizados, idólatras de la razón, en seres más mecánicos que los robots e indiferentes y pasivos ante el poder que determina sus vidas.
“El poder del mal es hacer que la realidad cese de existir. Es el
lento diluirse de todo lo existente hasta que la vida se difumine como
un fantasma", escribió en La divina invasión. En sus libros los
humanos programan estados de ánimo a conveniencia para huir de sus
realidades o pasan a vivir realmente en el mundo de los muñecos Barbie y
Kent.
"La herramienta básica para la manipulación de la realidad es la
manipulación de las palabras. Si puedes controlar el significado de las
palabras, puedes controlar a la gente que debe usar las palabras. ¿Cuál
es la verdadera base del poder político? No las armas ni las tropas,
sino la habilidad de hacer que los demás hagan lo que uno desea que
hagan". No estaba alienado cuando decía odiar los Estados que se
interfieren en las vidas privadas de los ciudadanos: "La idea que se
aferró a mi hace 27 años es ésta: toda sociedad en la que la gente
interfiere en la vida privada de los demás no es una buena sociedad;
todo Estado en que el gobierno ‘sabe de usted más que usted’, es un
Estado que debe ser derribado”.
Películas basadas en su obra...
BLADE RUNNER. 1982. Basada en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, encumbró a Philip K. Dick
MINORITY REPORT. 2002. Spielberg rodó una absorbente versión del relato Informe de la minoría, donde aparecen las obsesiones del escritor
UNA MIRADA A LA OSCURIDAD. 2006. De Richard Linklater, con Keanu Reeves y Winona Ryder, rodada con el método rotoscopia.
DESAFÍO TOTAL. 2012. Remake, por estrenar, de Lin Wiseman con Colin Farrell y Jessica Biel, del fallido filme de Paul Verhoeven
...e inspiradas por sus libros
EL SHOW DE TRUMAN. 1998. Dirigida por Peter Weir, la trama parece un calco de la desarrollada por Dick en Tiempo desarticulado
ABRE LOS OJOS. 1997. Amenábar nunca no la reconocido, pero su película no hubiera sido posible sin haber leído Ubik
MATRIX. 1999. El filme trata el gran tema dickiano sobre la realidad real y la virtual, que influyó a Gibson (Neuromance) y a Lew
eXISTENz. 1999. David Cronenberg se inspira en Los tres estigmas de Palmer Eldricht y es un homenaje a Philip K. Dick
Tomado de La vanguardia
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