Para muchos jóvenes impresionables, allá
por los años ochenta, Lovecraft era Dios y Rafael Llopis su profeta.
Descubrimos con entusiasmo que este había redactado unas Sagradas Escrituras,
donde se partía del génesis de la novela gótica hasta el advenimiento del
Mesías y más allá. Me refiero a “HISTORIA NATURAL DE LOS CUENTOS DE MIEDO”,
publicada por Ediciones Júcar en 1974.
Mi templo, la biblioteca, me procuró un
primer ejemplar. Nunca, antes o después, he leído como hice entonces por puro
placer tomando notas, trazando esquemas y confeccionando resúmenes, tal era mi
interés por el tema y mi voluntad de empaparme con toda la información que
contenía. Devolví el libro con pena, y lo solicitaría en préstamo varias veces
más. Por fortuna, algunos años después
localicé una copia en una feria del libro. Desde entonces me ha acompañado,
siempre a mano. Mientras escribo en el ordenador, lo tengo a la vista muy
cerca, con su cubierta de color verde y sus rostros tallados en piedra aullando
a la nada.
Aquel ensayo, donde se trazaba una visión
general y ordenada de la evolución del relato de horror, fue mi Biblia o, mejor
dicho, mi mapa de carreteras para transitar en años venideros por tal
literatura. Pude situar en su contexto y valorar mejor las aportaciones de
autores como Le Fanu, Stoker, Bierce, Machen, Blackwood o M. R. James, me
encendí de deseo ante sus referencias a obras inalcanzables en una edición
española, que tardaría mucho en poder disfrutar (gracias Siruela, gracias
Valdemar). Si algo sé sobre literatura fantástica, en las páginas de Rafael
Llopis empecé a aprenderlo. Tantas veces he leído el libro completo o lo he
revisado por capítulos que casi me lo he aprendido de memoria. Ahora mi
ejemplar está tan manoseado, con sus hojas desprendidas del lomo, que ni
necesito consultar el índice: puedo abrirlo directamente, con un leve vistazo,
y alcanzar de inmediato la sección que busco.
Compañera natural de aquel ensayo era la
“Antología de cuentos de terror”, del mismo Llopis, publicada por primera vez
por Taurus en 1963 y luego reeditada en tres volúmenes en la colección de
bolsillo de Alianza Editorial. Se trataba de una selección histórica, con
breves introducciones a cada autor, que partía de Lope de Vega, Daniel Defoe,
Sade y los novelistas góticos para llegar hasta Lovecraft, con el añadido de
algunos autores españoles, como el gallego Wenceslao Fernández Flores y el
catalán Noel Clarasó. Una ilustración preciosa a la modélica crónica del género
narrada por Rafael Llopis en su “Historia natural de los cuentos de miedo”.
Libros que cambiaron mi
vida (14).
Los libros de texto no han de ser siempre
instrumentos de tortura; de vez en cuando incluso pueden propiciar
descubrimientos excitantes. Uno por el que conservo apreció fue el preparado
por Lázaro Carreter y Vicente Tusón para la asignatura de literatura española
de segundo de B.U.P. Durante una clase que no debía resultarme demasiado
distraída, me puse a hojear los últimos capítulos. Entre los textos comentados,
leí un breve cuento de Jorge Luis Borges, “La casa de Asterión”:
“Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura.
Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es
verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo
número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los
animales. Que entre el que quiera.”
Así empezaba el relato. No diré nada de su conclusión, demoledora. El
texto me cautivó y no solo por su calidad intrínseca: tenía ante mí una pieza
de género fantástico escrita por un autor con suficiente reputación crítica
como para aparecer en un manual académico. Acostumbrado a que muchos de los
géneros con los que más disfrutaba fueran considerados despectivamente
subliteratura, aquel reconocimiento me resultó sorprendente. Es cierto que en
aquellos años aún resonaba el “boom” de la literatura latinoamericana,
hábilmente promocionada por la agente Carmen Balcells; pero, más que Borges,
eran autores de una generación posterior quienes recibían el aplauso, como Julio
Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.
No recuerdo si Lázaro Carreter mencionaba que “La casa de Asterión”
pertenecía a un volumen de cuentos titulado “EL ALEPH”, de 1949, o si
investigué para conseguir el dato. Lo cierto es que busqué aquel título para
comprarlo y leer nuevas historias de aquel argentino genial. Encontré “La casa
de Asterión” rodeada de verdaderas obras maestras, y no uso el calificativo de
un modo frívolo. El libro se abría con “El inmortal”, sobre un miembro de las
legiones romanas que encuentra purificación a la muerte en un río de regiones bárbaras;
lo acompañaban “Emma Zunz”, crónica de una venganza minuciosamente planeada;
“Deutsches Requiem”, sobre cómo un hombre culto y sensible puede llegar a
convertirse en ejecutante del horror; “El Zahir” acerca del hallazgo de una
moneda de poder místico capaz de obsesionar a su poseedor; “La búsqueda de
Averroes”, una meditación sobre lo imposible de llegar a un conocimiento de
aquello cuya verdadera naturaleza ni podemos sospechar; “La escritura de Dios”,
descubrimiento de la palabra sagrada pronunciada en el mismo instante de la
creación; o el cuento que da título a la antología, “El Aleph”, dedicado a un
objeto que aguarda en un sótano de Buenos Aires y en el cual convergen los
planos de múltiples dimensiones y tal vez contenga el universo entero… Un
conjunto de relatos que, junto a “Ficciones”, resumen lo más característico de
la imaginación borgiana, tan contagiosa como personal, de imitación imposible
para otros escritores sin caer en el ridículo.
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Vasco Szinetar con Jorge Luis Borges en 1982. |
Me he tropezado con lectores que juzgan a
Borges excesivamente barroco, en su variante conceptista, un intelectual frío
al que fascinan las ideas y se aleja de todo lo humano. No lo veo así. Siempre
lo he sentido una mente poderosa al amparo de una personalidad frágil, un
albatros con alas demasiado grandes para vivir cómodamente en tierra, alguien
que amó con verdadera pasión la literatura y la metafísica, y se refugió en los
libros como último bastión contra los sinsabores de una vida que nunca le
pareció grata, como el mismo describió en unos versos:
“Ya no seré feliz. Tal
vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo”.
De su producción, sus relatos han sido
siempre lo más apreciado entre el público. Yo adoró hasta la última línea que
escribió, cada palabra pronunciada en una conferencia. Cuentos, poemas, ensayos
y artículos me parecen equiparables en calidad, facetas diferentes pero unidas
en una gema de singular perfección. Para mí es el más importante escritor que
dio la lengua castellana en el siglo XX… Y nunca escribió una novela. Un refrendo
a mi amor por el cuento como formato literario, útil en estos días, cuando
impera tirana la novela, con cuantas más páginas mejor, y si es posible
agrupada en trilogías o series interminables.
Seguramente la culpa fuera del temario,
pero juzgo muy poco hábil la elección de lecturas que mis profesores de lengua
y literatura catalana me impusieron en el instituto, con textos medievales cuyo
significado casi no llegaba a descifrar o novelas naturalistas de una aridez tal
que despellejaban todo interés en el neófito. Tan aburrido me pareció todo
aquello que, durante muchos años, casi no leí nada por placer de lo creado en
la narrativa de mi lengua materna.
Rafael Llopis, de quien ya he dicho que
fue mi Virgilio en mi descenso a los infiernos de la literatura fantástica,
tuvo a bien corregir ese error cometido al generalizar una visión fragmentaria.
Gracias a él supe de un autor notable que con seguridad encajaría mucho mejor
en mis gustos, Joan Perucho, recreador de la novela de caballerías, de mundos
paralelos, de tramoyas góticas. Hasta se había atrevido a homenajear a
Lovecraft. Compré, pues, una edición de bolsillo de una de sus obras. Mi
felicidad sería absoluta al descubrir que tenía entre manos una excelente novela
de vampiros: “LES HISTÒRIES NATURALS”.
En el marco de las guerras carlistas de
nuestro siglo XIX, el botánico ilustrado y racionalista Antoni de Montpalau
inicia la caza del caballero Onofre de Dip, miembro de la embajada que en
tiempos del rey Jaime I concertó las nupcias con Violante de Hungría, donde
contraería la infección vampírica. El no muerto tiene planes para los nuevos
tiempos, y pasan por convertir también en vampiro al conde Ramón Cabrera, líder
de los ejércitos carlistas parapetado en la fortaleza de Morella… “Les
històries naturals” amalgamaba exitosamente la pura imaginación con leyendas
locales, como los perros vampiro de Pratdip; personajes ficticios con otros
reales; peripecias inventadas e historia cierta, todo ello publicado por primera
vez en 1960, cuando Tim Powers aún necesitaba que le ataran los zapatos.
La lectura de Perucho fue una
reconciliación, y como suelen ser estas, apasionada. No solo con la literatura
catalana, sino con toda la escrita en este mal avenido país. Significaba
comprobar que la presunción, tantas veces repetida, de que las letras españolas
eran esencialmente realistas se reducía a una idea prejuiciosa. El género
fantástico había gozado siempre de distinguidos cultivadores, no solo por parte
de “periféricos y marginales” (la expresión es de Llopis) como Perucho o
Cunqueiro. Teníamos también golosas aportaciones de Emilio Carrere, Carmen de
Burgos, Noel Clarasó y Wenceslao Fernández Flores, de titanes como
Valle-Inclán, Galdós, Pardo Bazán, Valera o Alarcón, pasando por nuestros
románticos y llegando a la novela de caballerías y el Romancero. Los manuales
de historia de la literatura podían soslayarlo, pero las obras estaban ahí.
Solo era necesario redescubrirlas.
Como si se tratara de un ritual mágico o
una conjunción planetaria, en literatura el éxito depende de la sincronía
perfecta entre varios factores. Por un lado está el talento del autor, por otro
la existencia de un público receptivo, y ambos han de encontrarse en el momento
y el lugar exactos. Algo así le ocurrió a Stephen King cuando, con menos de
media docena de novelas publicadas, se convirtió ya en el autor de terror
contemporáneo más conocido del planeta.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la
ficción sobrenatural pasó a ocupar un puesto bastante marginal en el interés de
los lectores, en favor de otras formas de literatura fantástica como la ciencia
ficción. Autores que la habían practicado en la última etapa de revistas como
“Weird Tales” hubieron de refugiarse en la anticipación, el thriller policíaco
o los guiones para radio, televisión y cine. El propio King, al inicio de su
carrera, hubo de escuchar de su agente literario que si pensaba encasillarse
como autor de novelas de miedo iba a morirse de hambre. Sin embargo, a finales
de los sesenta y principios de los setenta. obras como “La semilla del diablo”
o “El exorcista” se convirtieron en éxitos de una dimensión insospechada.
Lectores y espectadores empezaban a demandar productos semejantes, que se
desmarcaran del “atrezzo” del horror gótico para integrar el miedo en un
escenario familiar y moderno, por tanto mucho más inquietante. Fue el momento
oportuno para que Stephen King buscara editor a su novela inaugural, “Carrie”.
Es indiscutible que las adaptaciones al
cine, con directores como Brian de Palma, Stanley Kubrick y David Cronenberg,
jugaron un papel importante para catapultarle al estrellato. La primera novela
de Stephen King que leí, “EL RESPLANDOR”, en una edición de bolsillo de Plaza
& Janés llegada a las librerías en 1982, aprovechaba esa baza, pues
reproducía en portada la imagen icónica de Jack Nicholson con mirada
enfebrecida. La edición en Pomaire, como “Insólito esplendor”, me había pasado
desapercibida, pues tenía solo doce años en el momento de su publicación, y no
vería la película hasta años después de haberme sumergido en la lectura de las
desgracias de la familia Torrance durante su estancia en el hotel Overlook,
gracias a un reestreno. Tenía idea, eso sí, de que Stephen King trataba temas
escalofriantes y no necesitaba yo mayores recomendaciones para desear
conocerlo.
Acostumbrado a autores románticos,
victorianos o de los años de entreguerras, su estilo moderno, cercano y plagado
de referentes “pop” me resultó refrescante. Las historias que narraba con una
voz muy personal podrían ocurrirme a mí también; de hecho, era fácil sentirme
identificado con muchos de sus protagonistas adolescentes. Y eso que aveces se
le achaca como un defecto, que dedique tanto espacio a construir sus
personajes, a dotarles de un pasado y un entorno, en lugar de molestarme me
llenaba de satisfacción, pues de ese modo lograba que me conmovieran de un modo
más intenso todas las desgracias que habrían de ocurrirles después.
Tras aquella lectura de “El resplandor”
me obsesioné por reunir los libros de King aparecidos anteriormente. “Cujo” era
el más reciente. Recuerdo que gracias a primer empleo como becario en un banco,
durante un verano estando todavía en el instituto, logré los recursos para
adquirirlos. Seguidamente fui leyendo todo lo que iría publicando, coincidiendo
con su aparición. La llegada del nuevo siglo fue enfriando mi entusiasmo, con
algunas novelas insatisfactorias como “El cazador de sueños” o “Buick 8”, y ya
no fui tanto el lector fiel al que King tanto apela. Por fortuna, en los
últimos años Stephen King ha recuperado buena parte de su inspiración creadora.
Añadida al oficio adquirido, nos permite disfrutar nuevamente de una etapa de
oscuras maravillas.
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En 1968 nace. Reside en Málaga desde hace más de tres lustros.
Economista y de vocación docente. En la actualidad, trabaja de Director Técnico.
Aficionado a la Ciencia Ficción desde antes de nacer. Muy de vez en cuando, sube post a su maltratado blog.
Armando BOIX (1966). Formado en artes aplicadas, ha desarrollado una carrera profesional como dibujante técnico y diseñador, al tiempo que, desde 1994, empezaba a publicar sus primeros relatos y artículos en fanzines y revistas. Dirigió la revista especializada en cine fantástico Stalker y ha recibido diversos premios literarios, como el Gran Angular de novela juvenil por El Jardín de los Autómatas (1997), el Pablo Rido de relatos o el Gigamesh de ensayo.
Sus últimos libros publicados son la novela La joven a la que amaban las hadas(2012), la antología El noveno capítulo y otros relatos (2014) y el volumen contres novelas cortas En calles oscuras (2015).