miércoles, 27 de septiembre de 2017

Libros que cambiaron mi vida. Parte IV: Del Aleph a King.

Por Armando Boix





Esta es la cuarta entrega de los libros que cambiaron nuestra vida. Armando va ampliando sus gustos y escritores. Nadie diría que un autor como Rafael Llopis al que no se le atribuye ninguna novela aparezca dos veces en estos 20 libros. Pues sí, Armando descubrió el magnífico libro en la biblioteca pública: Historia natural de los cuentos de miedo de Ediciones Júcar. Admito que tengo devoción por este libro y que me la contagio Armando. En nuestras charlas los domingos, delante de unas cervezas y tras visitar el Mercat de San Antoni, Armando nos habló varias veces de este ensayo. Yo conseguí mi ejemplar, un verdadero incunable de 1974, en Octubre de 1994 en Osuna (Sevilla) pero ya no recuerdo como. Es el primer y único ensayo que aparece en esta lista, una ruta de iniciación al terror que Armando supo aprovechar.




El estudio de la lengua y la literatura en la educación secundaria le hizo descubrir al gran Borges. En mi caso tuve un poco más de suerte y mis profesoras de lengua castellana me introdujeron a Isaac Asimov y su Yo, Robot y a Ray Bradbury con su Fahrenheit 451 entre mis lecturas obligatorias, todo un lujo.  Armando se reconoce un enamorado de la obra del insigne argentino, no es para menos. Destaca El Aleph y Ficciones, ambas antologías de Alianza Editorial, son dos volúmenes pequeñitos, de pocas hojas, pero Borges no necesita más para cautivar y modificar para siempre la vida de sus lectores.

Cuan paralela es la vida, me ocurre como a Armando, no guardo ningún grato recuerdo de las obras de lectura obligatoria de lengua catalana y tarde mucho en descubrir a Joan Perucho y sus Les Histories Naturals. Con los mismos complejos que el castellano, las obras de género fantástico en catalán casi deben pedir perdón por existir. Demasiado acosada por el castellano, la literatura catalana siempre quiso revestirse de un halo de respetabilidad donde el fantástico no tenía cabida. Si bien es cierto que en la literatura en castellano el fantástico ha encontrado su lugar bajo el sol, en catalán no tanto. Si no fuera por las micro editoriales como Orciny Press sería imposible encontrar no ya novedades originales en catalán, sino reediciones de maestros como Pere Calders o Manuel de Pedrolo.


Manuel de Pedrolo trabajando en el despacho de su piso de la calle Calvet.

Y cierra esta entrega el rey: Stephen King el revolucionador del género, el elegido que ha aunado cine y literatura, mejor dicho el autor cuyas novelas son fácilmente guionizables para mayor gloria de la industria del entretenimiento. Boix escoge la novela con la adaptación al cine: El Resplandor. Mucho talento junto: Kubrick, Nicholson y King. En esta lista hemos ido siguiendo la evolución del terror, hasta llegar a su actual estado. Se avecinan cambios, siempre se avecinan cambios en todos los campos, pero estos ya no cambiarán nuestra vida, seguramente si lo harán con la de algún lector más joven, pero eso es otra historia que deberá ser contada en otro momento.


by PacoMan

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Para muchos jóvenes impresionables, allá por los años ochenta, Lovecraft era Dios y Rafael Llopis su profeta. Descubrimos con entusiasmo que este había redactado unas Sagradas Escrituras, donde se partía del génesis de la novela gótica hasta el advenimiento del Mesías y más allá. Me refiero a “HISTORIA NATURAL DE LOS CUENTOS DE MIEDO”, publicada por Ediciones Júcar en 1974.

Mi templo, la biblioteca, me procuró un primer ejemplar. Nunca, antes o después, he leído como hice entonces por puro placer tomando notas, trazando esquemas y confeccionando resúmenes, tal era mi interés por el tema y mi voluntad de empaparme con toda la información que contenía. Devolví el libro con pena, y lo solicitaría en préstamo varias veces más. Por fortuna,  algunos años después localicé una copia en una feria del libro. Desde entonces me ha acompañado, siempre a mano. Mientras escribo en el ordenador, lo tengo a la vista muy cerca, con su cubierta de color verde y sus rostros tallados en piedra aullando a la nada.

Aquel ensayo, donde se trazaba una visión general y ordenada de la evolución del relato de horror, fue mi Biblia o, mejor dicho, mi mapa de carreteras para transitar en años venideros por tal literatura. Pude situar en su contexto y valorar mejor las aportaciones de autores como Le Fanu, Stoker, Bierce, Machen, Blackwood o M. R. James, me encendí de deseo ante sus referencias a obras inalcanzables en una edición española, que tardaría mucho en poder disfrutar (gracias Siruela, gracias Valdemar). Si algo sé sobre literatura fantástica, en las páginas de Rafael Llopis empecé a aprenderlo. Tantas veces he leído el libro completo o lo he revisado por capítulos que casi me lo he aprendido de memoria. Ahora mi ejemplar está tan manoseado, con sus hojas desprendidas del lomo, que ni necesito consultar el índice: puedo abrirlo directamente, con un leve vistazo, y alcanzar de inmediato la sección que busco.

Compañera natural de aquel ensayo era la “Antología de cuentos de terror”, del mismo Llopis, publicada por primera vez por Taurus en 1963 y luego reeditada en tres volúmenes en la colección de bolsillo de Alianza Editorial. Se trataba de una selección histórica, con breves introducciones a cada autor, que partía de Lope de Vega, Daniel Defoe, Sade y los novelistas góticos para llegar hasta Lovecraft, con el añadido de algunos autores españoles, como el gallego Wenceslao Fernández Flores y el catalán Noel Clarasó. Una ilustración preciosa a la modélica crónica del género narrada por Rafael Llopis en su “Historia natural de los cuentos de miedo”.




Libros que cambiaron mi vida (14).

Los libros de texto no han de ser siempre instrumentos de tortura; de vez en cuando incluso pueden propiciar descubrimientos excitantes. Uno por el que conservo apreció fue el preparado por Lázaro Carreter y Vicente Tusón para la asignatura de literatura española de segundo de B.U.P. Durante una clase que no debía resultarme demasiado distraída, me puse a hojear los últimos capítulos. Entre los textos comentados, leí un breve cuento de Jorge Luis Borges, “La casa de Asterión”:

“Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera.”

Lázaro Carreter

Así empezaba el relato. No diré nada de su conclusión, demoledora. El texto me cautivó y no solo por su calidad intrínseca: tenía ante mí una pieza de género fantástico escrita por un autor con suficiente reputación crítica como para aparecer en un manual académico. Acostumbrado a que muchos de los géneros con los que más disfrutaba fueran considerados despectivamente subliteratura, aquel reconocimiento me resultó sorprendente. Es cierto que en aquellos años aún resonaba el “boom” de la literatura latinoamericana, hábilmente promocionada por la agente Carmen Balcells; pero, más que Borges, eran autores de una generación posterior quienes recibían el aplauso, como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.



No recuerdo si Lázaro Carreter mencionaba que “La casa de Asterión” pertenecía a un volumen de cuentos titulado “EL ALEPH”, de 1949, o si investigué para conseguir el dato. Lo cierto es que busqué aquel título para comprarlo y leer nuevas historias de aquel argentino genial. Encontré “La casa de Asterión” rodeada de verdaderas obras maestras, y no uso el calificativo de un modo frívolo. El libro se abría con “El inmortal”, sobre un miembro de las legiones romanas que encuentra purificación a la muerte en un río de regiones bárbaras; lo acompañaban “Emma Zunz”, crónica de una venganza minuciosamente planeada; “Deutsches Requiem”, sobre cómo un hombre culto y sensible puede llegar a convertirse en ejecutante del horror; “El Zahir” acerca del hallazgo de una moneda de poder místico capaz de obsesionar a su poseedor; “La búsqueda de Averroes”, una meditación sobre lo imposible de llegar a un conocimiento de aquello cuya verdadera naturaleza ni podemos sospechar; “La escritura de Dios”, descubrimiento de la palabra sagrada pronunciada en el mismo instante de la creación; o el cuento que da título a la antología, “El Aleph”, dedicado a un objeto que aguarda en un sótano de Buenos Aires y en el cual convergen los planos de múltiples dimensiones y tal vez contenga el universo entero… Un conjunto de relatos que, junto a “Ficciones”, resumen lo más característico de la imaginación borgiana, tan contagiosa como personal, de imitación imposible para otros escritores sin caer en el ridículo.

Vasco Szinetar con Jorge Luis Borges en 1982.

Me he tropezado con lectores que juzgan a Borges excesivamente barroco, en su variante conceptista, un intelectual frío al que fascinan las ideas y se aleja de todo lo humano. No lo veo así. Siempre lo he sentido una mente poderosa al amparo de una personalidad frágil, un albatros con alas demasiado grandes para vivir cómodamente en tierra, alguien que amó con verdadera pasión la literatura y la metafísica, y se refugió en los libros como último bastión contra los sinsabores de una vida que nunca le pareció grata, como el mismo describió en unos versos:

“Ya no seré feliz. Tal vez no importa. 

 Hay tantas otras cosas en el mundo”.

De su producción, sus relatos han sido siempre lo más apreciado entre el público. Yo adoró hasta la última línea que escribió, cada palabra pronunciada en una conferencia. Cuentos, poemas, ensayos y artículos me parecen equiparables en calidad, facetas diferentes pero unidas en una gema de singular perfección. Para mí es el más importante escritor que dio la lengua castellana en el siglo XX… Y nunca escribió una novela. Un refrendo a mi amor por el cuento como formato literario, útil en estos días, cuando impera tirana la novela, con cuantas más páginas mejor, y si es posible agrupada en trilogías o series interminables.


  
Seguramente la culpa fuera del temario, pero juzgo muy poco hábil la elección de lecturas que mis profesores de lengua y literatura catalana me impusieron en el instituto, con textos medievales cuyo significado casi no llegaba a descifrar o novelas naturalistas de una aridez tal que despellejaban todo interés en el neófito. Tan aburrido me pareció todo aquello que, durante muchos años, casi no leí nada por placer de lo creado en la narrativa de mi lengua materna.

Rafael Llopis, de quien ya he dicho que fue mi Virgilio en mi descenso a los infiernos de la literatura fantástica, tuvo a bien corregir ese error cometido al generalizar una visión fragmentaria. Gracias a él supe de un autor notable que con seguridad encajaría mucho mejor en mis gustos, Joan Perucho, recreador de la novela de caballerías, de mundos paralelos, de tramoyas góticas. Hasta se había atrevido a homenajear a Lovecraft. Compré, pues, una edición de bolsillo de una de sus obras. Mi felicidad sería absoluta al descubrir que tenía entre manos una excelente novela de vampiros: “LES HISTÒRIES NATURALS”.

Joan Perucho
En el marco de las guerras carlistas de nuestro siglo XIX, el botánico ilustrado y racionalista Antoni de Montpalau inicia la caza del caballero Onofre de Dip, miembro de la embajada que en tiempos del rey Jaime I concertó las nupcias con Violante de Hungría, donde contraería la infección vampírica. El no muerto tiene planes para los nuevos tiempos, y pasan por convertir también en vampiro al conde Ramón Cabrera, líder de los ejércitos carlistas parapetado en la fortaleza de Morella… “Les històries naturals” amalgamaba exitosamente la pura imaginación con leyendas locales, como los perros vampiro de Pratdip; personajes ficticios con otros reales; peripecias inventadas e historia cierta, todo ello publicado por primera vez en 1960, cuando Tim Powers aún necesitaba que le ataran los zapatos.

Tim Powers

La lectura de Perucho fue una reconciliación, y como suelen ser estas, apasionada. No solo con la literatura catalana, sino con toda la escrita en este mal avenido país. Significaba comprobar que la presunción, tantas veces repetida, de que las letras españolas eran esencialmente realistas se reducía a una idea prejuiciosa. El género fantástico había gozado siempre de distinguidos cultivadores, no solo por parte de “periféricos y marginales” (la expresión es de Llopis) como Perucho o Cunqueiro. Teníamos también golosas aportaciones de Emilio Carrere, Carmen de Burgos, Noel Clarasó y Wenceslao Fernández Flores, de titanes como Valle-Inclán, Galdós, Pardo Bazán, Valera o Alarcón, pasando por nuestros románticos y llegando a la novela de caballerías y el Romancero. Los manuales de historia de la literatura podían soslayarlo, pero las obras estaban ahí. Solo era necesario redescubrirlas.




Como si se tratara de un ritual mágico o una conjunción planetaria, en literatura el éxito depende de la sincronía perfecta entre varios factores. Por un lado está el talento del autor, por otro la existencia de un público receptivo, y ambos han de encontrarse en el momento y el lugar exactos. Algo así le ocurrió a Stephen King cuando, con menos de media docena de novelas publicadas, se convirtió ya en el autor de terror contemporáneo más conocido del planeta.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la ficción sobrenatural pasó a ocupar un puesto bastante marginal en el interés de los lectores, en favor de otras formas de literatura fantástica como la ciencia ficción. Autores que la habían practicado en la última etapa de revistas como “Weird Tales” hubieron de refugiarse en la anticipación, el thriller policíaco o los guiones para radio, televisión y cine. El propio King, al inicio de su carrera, hubo de escuchar de su agente literario que si pensaba encasillarse como autor de novelas de miedo iba a morirse de hambre. Sin embargo, a finales de los sesenta y principios de los setenta. obras como “La semilla del diablo” o “El exorcista” se convirtieron en éxitos de una dimensión insospechada. Lectores y espectadores empezaban a demandar productos semejantes, que se desmarcaran del “atrezzo” del horror gótico para integrar el miedo en un escenario familiar y moderno, por tanto mucho más inquietante. Fue el momento oportuno para que Stephen King buscara editor a su novela inaugural, “Carrie”.

Stephen King

Es indiscutible que las adaptaciones al cine, con directores como Brian de Palma, Stanley Kubrick y David Cronenberg, jugaron un papel importante para catapultarle al estrellato. La primera novela de Stephen King que leí, “EL RESPLANDOR”, en una edición de bolsillo de Plaza & Janés llegada a las librerías en 1982, aprovechaba esa baza, pues reproducía en portada la imagen icónica de Jack Nicholson con mirada enfebrecida. La edición en Pomaire, como “Insólito esplendor”, me había pasado desapercibida, pues tenía solo doce años en el momento de su publicación, y no vería la película hasta años después de haberme sumergido en la lectura de las desgracias de la familia Torrance durante su estancia en el hotel Overlook, gracias a un reestreno. Tenía idea, eso sí, de que Stephen King trataba temas escalofriantes y no necesitaba yo mayores recomendaciones para desear conocerlo.


Acostumbrado a autores románticos, victorianos o de los años de entreguerras, su estilo moderno, cercano y plagado de referentes “pop” me resultó refrescante. Las historias que narraba con una voz muy personal podrían ocurrirme a mí también; de hecho, era fácil sentirme identificado con muchos de sus protagonistas adolescentes. Y eso que aveces se le achaca como un defecto, que dedique tanto espacio a construir sus personajes, a dotarles de un pasado y un entorno, en lugar de molestarme me llenaba de satisfacción, pues de ese modo lograba que me conmovieran de un modo más intenso todas las desgracias que habrían de ocurrirles después.



Tras aquella lectura de “El resplandor” me obsesioné por reunir los libros de King aparecidos anteriormente. “Cujo” era el más reciente. Recuerdo que gracias a primer empleo como becario en un banco, durante un verano estando todavía en el instituto, logré los recursos para adquirirlos. Seguidamente fui leyendo todo lo que iría publicando, coincidiendo con su aparición. La llegada del nuevo siglo fue enfriando mi entusiasmo, con algunas novelas insatisfactorias como “El cazador de sueños” o “Buick 8”, y ya no fui tanto el lector fiel al que King tanto apela. Por fortuna, en los últimos años Stephen King ha recuperado buena parte de su inspiración creadora. Añadida al oficio adquirido, nos permite disfrutar nuevamente de una etapa de oscuras maravillas.




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by PacoMan 

En 1968 nace. Reside en Málaga desde hace más de tres lustros.
Economista y de vocación docente. En la actualidad, trabaja de Director Técnico.
Aficionado a la Ciencia Ficción desde antes de nacer. Muy de vez en cuando, sube post a su maltratado blog.



Y colabora con el blog de Grupo Li Po


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Armando BOIX (1966). Formado en artes aplicadas, ha desarrollado una carrera profesional como dibujante  técnico  y diseñador, al  tiempo que, desde 1994, empezaba a publicar sus primeros relatos y artículos en fanzines y revistas. Dirigió la revista especializada en cine fantástico Stalker y ha recibido diversos premios literarios, como el Gran Angular de novela juvenil por  El Jardín de los Autómatas  (1997),   el   Pablo  Rido   de   relatos  o   el   Gigamesh   de  ensayo.  

 Sus últimos libros publicados son  la novela  La joven a la que amaban las hadas(2012), la antología  El noveno capítulo y otros relatos (2014) y el volumen contres novelas cortas En calles oscuras (2015).


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