DIANE ARBUS,CAZADORA DE LA BELLEZA CONVULSA
Por: Carlos Yusti.
A través del arte cada cual busca liberar sus demonios particulares. Da rienda suelta a sus preferencias, sus odios. Desata la metáfora de su miseria interior; libera de algún modo sus extrañas pasiones, da cuerpo a sus fantasmas y terrores diurnos, recupera la vigilia con un sol extinto en el alma o con una aurora que a golpe de cuchillo se abre paso por el escenario de la piel.
Diane Arbus, fotógrafa, lo hizo a través de un conjunto de fotos pobladas de personajes singulares. Fotografías en las cuales un morbo casi infantil dejaba escuchar sus acordes. Fotos en las que lo bituminoso y lo poco común proporcionaban al espectador trozos de una realidad oculta, velada por muchas capas de normalidad.
Diane Arbus fue a la cacería del lado oscuro de la vida poblada de monstruos arrebatadamente humanos, de esa vida amueblada de seres estrafalarios y dramáticos, de seres como sacados de una pesadilla; pero eso sí todo organizado en la foto con sensibilidad y una emocionada sutileza.
Sus padres eran comerciantes judíos. Su almacén quedaba, nada mas y nada menos, que en la quinta avenida. La pequeña Diane ( el apellido Arbus lo adquirirá de su esposo muchos años más tarde) tuvo una infancia fastuosa. Su biógrafa Patricia Bosworth, asegura que fue una niña sobreprotegida y por esa razón ya adolescente quería conocer ambientes menos pulcros, lujosos y limpios como los de su casa paterna. A pesar de su timidez compulsiva exploró la otra cara moneda del mundo. En varias ocasiones, y acompañada de otra amiga, se aventuró por el metro de Nueva York. Los pordioseros, los borrachos y los artistas callejeros llamaban de manera especial su atención. Pasaba horas estudiando todos sus movimientos. En mucho de estos safaris de exploración por el metro no desaprovecha oportunidad para acosar a los exhibicionistas. Patricia Bosworth señala en la biografía que Diane se convirtió así misma en una exhibicionista. Se masturba con las ventanas abiertas a sabiendas que los vecinos pudiesen estar observándola. Según Bosworth, su novio Allan Arbus fue quien la inició en los dulces encantos de la masturbación.
La relación de Allan Arbus con Diane comenzó cuando ella tenía 14 años. A sus padres esta relación no les despertaba interés alguno. Un chico, quisquilloso y atolondrado, cuya mayor aspiración era ser actor, no les inspiraba mucha confianza que se diga. De todos modos y para complacer a Diane aceptaron a Allan con muchas reservas. Diane se casó cuando cumplió los 18 años. Después de la boda el país entró en la segunda guerra mundial. Allan fue movilizado. Como se había iniciado en la fotografía en el ejercito se le permitió especializarse y así se convirtió en fotógrafo militar. De vuelta al hogar y con su aspiración de ser actor ya superada se decidió, junto a su esposa, convertir la fotografía en un proyecto de vida en común.
La pareja comenzó realizando fotografías por encargo para el negocio de los padres de Diane. Poco a poco las fotografías tanto de Diane como las de su esposo fueron apareciendo en revistas importantes como Vogue. En ese tiempo el fotoperiodismo era la pauta a seguir, era una moda indiscutible. La foto como una poética de la vida cotidiana. Los fotógrafos del momento eran Cartier-Bresson y Elliot Erwin. Además ya asomaban como promesas jóvenes como Irving Penn y Richard Avendon; incluso Stanley Kubrick efectuaba sus primeros pasos en fotografía.
El matrimonio Arbus tuvo dos hijos y aunque jamás les faltó trabajo, nunca tuvieron una economía domestica estable. El padre de Diane se hacía el desentendido(quien por ese tiempo se había convertido en la comidilla social debido a que mantenía un coqueteo con Joan Crawford) y no los ayudaba en lo absoluto. Diane Arbus trataba de mantenerse en los parámetros de madre normal, pero muy dentro hervían depresiones y miedos que hacían blanco en sus nervios.
Su trabajo fotográfico para ese entonces era rutinario y sin ningún rasgo estético sobresaliente. Era el año 1958. La fecha es importante debido que es a partir de ese año que su trabajo sufrirá un viraje radical a partir de su asistencia a las clases de Lisette Model. Los paralelismos entre ambas fotógrafas son bastantes acentuados. Lisette Model era hija de padres ricos. Nació en Viena. Era judía. Vivió en París y luego emigró a los Estados Unidos huyendo de los Alemanes. Fue una retratista de lo crudo. Plasmaba la pobreza, la miseria y la vejez con plana frialdad. Más que el impacto estético busca efectos. Intentaba sacudir al espectador. Arbus fue una de sus alumnas más aplicadas y de seguro escuchó muchas veces la frase preferida de Model: "No pulsen el disparador hasta que el sujeto que enfocan les produzca un dolor en la boca del estomago".
En el ínterin el matrimonio de Diane y Allan no marchaba del todo bien. Todo terminó en ruptura. Fue una separación en buenos términos. Esta crisis conyugal y su estrecha relación con Lisette Model convirtieron a Diane Arbus en una cazadora desesperada. Andaba con su cámara como en un safari de personajes singulares, de seres extraños provistos de una belleza aciaga, de esa belleza convulsa de la que habló el sumo pontífice del surrealismo André Bretón.
Diane Arbus comenzó a recorrer las peores calles de Nueva York con su cámara a punto de disparo. En la jungla de asfalto se movía con sigilo tras su presa. Sus incursiones, sobre todo a altas horas de la noche, eran ya una experiencia que la marcaría para el resto de sus días. Su método fue sencillo: ir al encuentro de lo grotesco, de lo bellamente horrible. Su segundo paso fue entablar conversación con la fauna nocturna, con los reventados de la vida, con los personajes más excéntricos que pululaban por bares de mala muerte y basureros. Diane conversaba largas horas con prostitutas, chulos, mendigos. Les explicaba su pasión por la fotografía y luego los convencía para que dejaran tomar una foto. Poco a poco fue conformando una galería de tipos, de seres que más que personajes de la noche eran alegorías de nuestras pesadillas. Un inigualable museo de hombres, mujeres y niños dejados al margen del gran "sueño americano".
Eran fotos en blanco y negro que trabajan exhaustivamente la luz y las sombras, no obstante los personajes retratados eran tan impactantes que el espectador se fijaba muy poco en la calidad. Algo de morbo amarillista tenían estas fotos de Arbus. Sus modelos eran vagos, borrachines, fenómenos de circo, nudistas, prostitutas, travestidos, parejas de barriadas pobres, retardados, niños especiales, gemelos, enanos, gigantes, locos y de la más variada alcurnia como un hombre de Oklahoma que se autoproclamaba como heredero supremo del trono del Imperio Bizantino. Diane Arbus explica un poco su relación con estos personajes:"Los monstruos eran una cuestión que yo fotografié mucho. Fue una de los primeros motivos que fotografié y poseía un tipo de excitación terrorífica para mí. Yo empecé como a quererlos. Todavía hoy aprecio y quiero a mucho de ellos. Yo realmente no quiero aseverar que ellos son en si mis amigos, sino más bien que ellos me hicieron sentir una mezcla de vergüenza y temor. Hay una cantidad de leyenda sobre los monstruos. Todo para ellos sucede como en un cuento de hadas. Los monstruos nacieron con su trauma. Ellos ya han pasado su prueba en la vida. Ellos son aristócratas".
|
Daniel Talbot y Alfred Hitchcock. Imagen tomada de City Room. |
La película de Tod Browning, Freaks, fue importante en su trabajo. Patricia Bosworth escribe: "De llevó a Diane a ver Freaks, la película de Tod Browning, de 1932; Dan Talbot la había reestrenado en el New Yorker Theatre, del Upper West Side, que era de su propiedad. La película cautivó a Diane, porque los monstruos no eran imaginarios sino reales, y esos seres -enanos, idiotas, contrahechos- siempre habían sido para ella motivo de atracción, de reto y de terror, porque constituían un desafío a muchas convenciones. A veces, Diane pensaba que su terror estaba vinculado a algo que yacía en lo más profundo de su subconsciente. Cuando contemplaba el esqueleto humano o la mujer barbuda pensaba en un ser oscuro y antinatural que llevaba oculto dentro de sí misma. En su infancia le habían prohibido que mirara todo lo que fuera "anormal": un albino con los ojos rosa a medio cerrar, un bebé con labio leporino o una mujer gorda como un globo debido a alguna misteriosa deficiencia glandular. Como se lo habían prohibido, Diane los miraba con más atención, y desarrolló una profunda simpatía por toda rareza humana. Esas criaturas extrañas habían tenido madres normales, pero habían salido del útero alterados por una misteriosa fuerza que no llegaba a comprender".
Para retratar nudistas tuvo que visitar algunos campamentos que fueron un experimento de liberación sexual novedoso en aquellos años. Ella cuenta más o menos así esta experiencia: "Los campamentos nudistas eran un asunto nuevo para mí. He ido a tres de ellos en espacio de años. La primera vez fue en 1963. Me quedé una semana entera y eso realmente me estremeció. Era el campamento más granado y por esa razón, por alguna razón, era también el más patético. Realmente estaba cayéndose en pedazos. El lugar era mohoso y el césped no estaba creciendo. Siempre había querido ir pero mi ansiedad no me atrevió. Recuerdo que para llegar al sitio me fue complicado. El director me encontró en la estación del autobús, porque yo no tenía un automóvil. Así que entré en su automóvil y recuerdo que estaba muy nerviosa. Él dijo: 'Espero logre comprender que usted ha venido a un campamento nudista'. Le aseguré que lo entendía perfectamente. Así que nosotros estábamos allí de mutuo acuerdo. Y entonces él me dio este discurso: 'Usted encontrará que el tono moral aquí es más alto que el existente en el mundo externo. La razón para esto tenía que ver con el hecho de que el cuerpo humano realmente no es tan bonito y cuando usted lo mira el misterio se lleva en el interior'. Realmente todo aquello me produjo asombro. Recuerdo que el primer hombre desnudo observé estaba cortando el césped tan tranquilo".
En 1967 se inaugura la muestra "New Sensations" y los retratos de freaks cazados por Diane provocan distintas reacciones. Algunos rechazan las fotos de manera rotunda, otros subrayan su tono decadente y de mal gusto. Los más espectadores más atentos saben que se encuentran ante una fotógrafa inusual. Por esos años revistas como Harper's Bazar y Esquire le encargan una serie de retratos de escritores, actores, actrices y poetas. Por su lente desfilan Norman Mailer, Mae West, Borges.
Se convirtió en una fotógrafa de culto y su trabajo era respetado y admirado por fotógrafos de la talla de Avedon y Walter Evans. Por otro lado su vida, tan convulsa y deforme como los personajes de sus fotos, formaba ya parte de su mitología.
Vestía de manera descuida y en ocasiones hasta lamentable. Duraba semanas con una misma ropa. Su vida sexual era agitada y en grado sumo promiscua. Se acostaba indistintamente con hombres y mujeres. Hasta se aseguraba que en algunas oportunidades tuvo sexo con muchos de los monstruos a los cuales retrató. Fue especialista en fotografiar orgías. La depresiones se hicieron más frecuentes. A pesar de que su reputación de artista siempre fue ascendente su situación económica fue precaria. La razón era que recibía contados encargos y muchas de sus fotos, donde dejaba el alma, despertaban todas las admiraciones posibles, pero las revistas tenían cierto prurito en publicarlas.
Un 27 de julio Diane Arbus se suicidó. Se había cortado las venas. Además presentaba los síntomas característicos de una sobredosis de pastillas para dormir.
A la luz de hoy las fotos realizadas por Diane Arbus siguen perturbando. Aunque la televisión ha curado a uno de todos los horrores posibles el trabajo de la Arbus posee el toque mágico de lo artístico, hay una insanía metódica, lírica y plástica que se eleva por encima de todo amarillismo mediático. En apariencia son fotos enmarcadas en la normalidad. Por ejemplo tenemos a una pareja con dos hijos. La madre con uno de meses en los brazos, el padre sostiene al otro de la mano. El bebe, la mujer y el hombre miran fijamente a la cámara. Sus expresiones faciales son leves. Lo extraño es el niño (con la boca abierta) y su mirada perdida. Está esa otra foto de una pareja normal con un gigantón que roza el techo. Luego tenemos esa otra foto de una mujer tragándose una espada.
|
Un gigante judío, en su casa, con sus padres en el Bronx, Nueva York, 1970. Imagen tomada de El País. |
La enciclopedia de fotografía americana informa que en el año 1972 Arbus había vendido más cien mil copias de sus fotografías. Este dato muestra que para el sueño americano el arte valido es aquel que se cotiza bien el mercado. Diane Arbus fue una fotógrafo de los extremos; los seres que retrató estaban empañados de una belleza frenética. Sus fotos en alguna medida fueron ese espejo donde pudo conocer(se) y descifrar(se) esa monstruosidad que en algunos vive muy bien guardada y en otros escapa a la superficie como una extraña metáfora que cala los huesos.
|
Carlos Yusti en Barcelona, con la estatua de Colon al fondo, al final de la Rambla donde desemboca en el puerto. |
Carlos Yusti (Valencia, 1959). Es pintor y escritor. Ha publicado los libros Pocaterra y su mundo (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Carabobo, 1991); Vírgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994) y De ciertos peces voladores (1997). En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el 2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categoría Crónica, por su libro Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión. Como pintor ha realizado 40 exposiciones individuales. Fue el director editorial de las revistas impresas Fauna Urbana y Fauna Nocturna. Colabora con las publicaciones El correo del Caroní en Guayana y el Notitarde en Valencia y la revista Rasmia. Coordina la página web de arte y literatura Códice y Arte Literal
Enlaces relacionados: