En julio de 1981, a propósito de cumplirse cien años de la muerte de Cecilio Acosta, Arturo Uslar Pietri le dedicó su programa “Valores Humanos”. Documento de extraordinario valor, el texto que sigue es la transcripción tomada directamente del video disponible en internet
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Por ARTURO USLAR PIETRI
25 DE MARZO DE 2018
Amigos invisibles, se cumplen cien años de la muerte de Cecilio Acosta. Precisamente, ese mismo año de 1881, a comienzos de él, llegó a Caracas José Martí, el héroe cubano. En ese momento era un joven desconocido, tenía 28 años de edad, venía de Nueva York, estaba ya desde muy temprano trabajando por la independencia de Cuba y, posiblemente, vino a Venezuela en aquel momento pensando que podía aquí encontrar simpatía, eco o ayuda para su empresa de propagar la idea de que Cuba debía ser libre. Era una vieja idea, por lo demás. Esa idea de la libertad de Cuba la habían tenido los libertadores de América del Sur. Bolívar pensó muchas veces en una expedición a Cuba y a Puerto Rico para independizarlas. Se pensó en ella también desde Venezuela en tiempos de Páez.
De modo que era una vieja idea de que podíamos y debíamos ayudar a la independencia de Cuba y de Puerto Rico. Claro que esto no se realizó por muchas razones, pero los cubanos independentistas estuvieron trabajando todo el tiempo desde comienzos del siglo XIX por lograrla, y Martí fue uno de los que más temprano estuvo activo en los centros de emigrados cubanos de Nueva York, tratando de crear una conciencia a favor de eso. De modo que él viene a Venezuela a comienzos de 1881, hace cien años y aquí en Venezuela lo reciben muy bien, era un hombre joven, un hombre brillante, de una inteligencia comunicativa, de un don de palabra extraordinario, de una extraordinaria simpatía personal. Todo esto va a crear una atmósfera de curiosidad, de interés en torno a él, particularmente entre la gente joven de la época. Él se va a vincular con los intelectuales del momento y una de las primeras cosas que va hacer Martí en Caracas es visitar a Cecilio Acosta. Cecilio Acosta tenía para ese momento 63 años de edad, no era una edad muy avanzada, pero era un hombre que estaba físicamente muy agotado, estaba muy destruido, estaba en un estado de gran abatimiento y de gran debilidad física y hasta mental. De modo que él va a ver un hombre que está prácticamente concluyendo, él va a ver un hombre que está en el completo ocaso de su tiempo y de sus facultades. Sin embargo le va a producir una impresión muy importante. Cuando pocos meses después muere Cecilio Acosta ese mismo año, Martí escribe una de las páginas más hermosas que él escribió durante su permanencia en Venezuela, que es un elogio de Cecilio Acosta. Es un elogio que hay que leerlo con toda la curiosidad del caso para mirar la impresión que en el joven cubano hizo aquella persona. Una impresión extraordinaria, él dice los elogios más grandes de él. Dice allá está muda y sin voz aquella palabra que fue portadora de tantas verdades, está inmóvil aquella mano que fue sostén de pluma honrada, dice que era un hombre de ideas brillantes, que era una fuente de conocimiento y de orientación para los demás. De modo que Martí refleja una impresión de admiración, de adhesión moral por aquella figura ya crepuscular, ya moribunda, ya a punto de desaparecer de Cecilio Acosta. Todo esto nos plantea a nosotros ahora, en este centenario de su muerte, una serie de interrogantes que tendríamos que examinar con la mayor seriedad posible. Si nos ponemos a ver qué es lo que nos queda de Cecilio Acosta, qué obra deja Cecilio Acosta había que contestar que deja una obra escasa y fragmentaria. Cecilio Acosta no deja un libro, no deja una obra coherente, no deja un trabajo central importante. Deja simplemente fragmentos. Esos fragmentos que deja Cecilio Acosta son de gran importancia y desde luego vamos a hablar de ellos y hay que analizarlos. Pero es curioso que un hombre que fue básicamente un intelectual, que estuvo dedicado a una vida un poco aislada y vuelta hacia sí mismo, no hubiera dejado una obra más considerable. Muchas explicaciones habría para esto. Lo que ocurre es que en aquella Venezuela de esa época, la obra y la actitud de Cecilio Acosta constituyen una especie de contraste moral muy importante. Un contraste que va a tener su eco en todo el país, un contraste que va a servir para que la gente en momentos de gran desesperación nacional, piense en que no todo está perdido, que el país puede tener recursos morales, que hay hombres que podrían representar esa otra posibilidad y que allí está precisamente ese hombre que es Cecilio Acosta, que le parece a ellos que la representa. De modo que Cecilio Acosta se convierte en un extraordinario prestigio moral e intelectual en esa Venezuela.
Él había nacido en 1818 en un pueblecito entonces de los alrededores de Caracas, en San Diego de los Altos y allí estuvo hasta los 10 años de edad. Había perdido a su padre muy niño y viene con su madre a Caracas donde va a vivir toda su vida, va a pasar en Caracas toda su existencia hasta su muerte, sin salir nunca de aquella pequeña ciudad. Jamás hizo un viaje, jamás se asomó al extranjero, jamás perdió de vista la torre del campanario de la Catedral de Caracas. Allí discurre toda su vida y esa vida tan segregada ocurre y discurre en el momento en que en Venezuela van a suceder acontecimientos muy importantes.
Cuando Cecilio Acosta llega de niño a Caracas es precisamente el momento en que va a ocurrir la separación de la Gran Colombia, en que comienza la época nacional venezolana, en que en torno de Páez se configura todo un grupo de hombres muy ilustrados que tratan de darle un rumbo a la República legalista y civista. De modo que esta es la atmósfera que él respira cuando ya está dejando de ser un niño. Él va a tener una influencia muy importante en su vida, su sentimiento religioso. Acosta es un hombre profundamente religioso, tan religioso que incluso cursó en el seminario estudios para hacerse sacerdote y esos estudios le tomaron varios años en el seminario. De esos estudios le quedaron varias cosas, le quedó una confirmación para toda la vida de su fe religiosa, era un hombre que en esa materia no tenía ni una vacilación, ni una duda, era un espíritu enteramente adscrito a la enseñanza, a la doctrina y a los principios de la iglesia y en segundo lugar le quedó una formación clásica muy importante. En su tiempo del seminario él se convirtió en un gran latinista, un hombre que conocía perfectamente de la literatura latina y que la dominaba y que escribía un latín extraordinariamente puro, esta formación fue muy importante para él luego. De allí pasa él a la universidad a estudiar Derecho. Es un estudiante lento, si uno se pone a pensar que en aquella época en que generalmente la gente se graduaba muy joven, en los estudios universitarios que hace, unos estudios de topografía por una parte y por otra parte de jurisprudencia y de derecho, los viene a terminar cuando tenía 30 años de edad. De modo que es un resultado tardío y lento. Es posible que en esto influyera su mala salud, él fue toda la vida un hombre de mala salud, a pesar de que era muy disciplinado y estudioso. Y vivía en una modesta casa de Caracas junto con su madre, esa es otra vinculación y fijación muy importante de Acosta. Acosta tiene con su madre una fijación no solamente del hijo único para la madre que ha sido para él todo puesto que perdió al padre siendo muy niño, sino que se establece una especie de vinculación afectiva indestructible y dominante. Él no vive sino con su madre, no se apartará de ella nunca, no se casará nunca, de modo pues que es un caso que revela por lo menos una condición de carácter muy digna de tenerse en cuenta. Cuando pierde a su madre, que su madre va a vivir muchos años y él la va a perder ya siendo un hombre más que maduro, ya en el comienzo de la ancianidad, este va a ser un golpe terrible para Acosta y uno de los golpes que posiblemente lo acabó de destruir interiormente y precipitó su crisis final hasta consumir su propia vida. De modo que esta vinculación con la madre, esta formación religiosa, todo esto determina un poco lo que era el carácter de Acosta.
Ahora cuando Acosta es ya un hombre de treinta años, precisamente ocurre el famoso motín de 1948 que marca la transición del paecismo, del monaguismo en Venezuela, lo que hemos llamado un poco a la ligera en la historia venezolana el asesinato del Congreso. El país entra en una conmoción profunda, surgen persecuciones políticas, surgen divisiones ardientes extraordinarias y todo esto lo presencia este hombre que tiene treinta años, que es un hombre culto, que es un hombre con una formación académica muy apreciable. Sin embargo él no parece mezclarse, en esa época ya él comenzaba a escribir en la prensa artículos y los artículos que nos quedan de él, de esa época son artículos más bien de advertencia, son artículos escritos con cierta lejanía y serenidad. No participa en la lucha, no se alindera en un lado o en otro sino que tiene siempre una especie de tono alto, de tono admonitorio para decirle a la gente que lo lee cómo debía ser una República, cómo debía ser la conducta de los hombres que verdaderamente desean la civilización para el país, cuáles son las aspiraciones y las normas que debían observar. Y en esto no se va a apartar nunca, si uno lee lo que nos queda de Acosta, uno encuentra siempre ese tono admonitorio, superior y un poco lejano. Él parece estarle hablándole a una gentes que no son las que están en las plazas públicas sino tal vez a unos jóvenes, a unos niños que van a ser los que mañana puedan hacer esa República con la que él sueña, pero que no es ni por asomo lo que él está viendo.
A él le toca luego vivir la época de los Monagas, que es una época muy agitada y dura para el país, y presenciar la caída de los Monagas. Cuando en el año 58 cae José Tadeo Monagas, Acosta tiene cuarenta años, es un hombre que está en plena madurez, que tiene un gran prestigio intelectual y sin embargo él no figura en ningún plano político importante. En todo ese tiempo un hombre con tanta fama, con tanto renombre intelectual, con tanto respeto como se le tenía, es curioso, jamás va a formar parte de un gabinete, nunca va a desempeñar una función pública importante, jamás concurrirá a un congreso. La mayoría de estos hombres, de estos intelectuales, de los hombres más o menos equivalentes a su figura, un Fermín Toro, fueron hombres que figuraron en los gabinetes, que fueron a los congresos y se destacaron en ello. Y sobre todo ese congreso de 1858 que conocemos con el nombre de la Convención de Valencia, que es un momento muy importante de la historia de Venezuela, porque es el momento en que a la caída de Monagas hay una tentativa de reorganizar el país, de terminar la vieja pugna que venía dividiéndolo de godos y liberales y de establecer un equilibrio por medio de unas instituciones muy sensatamente adoptadas, que fuera una especie de transacción entre el federalismo extremo y el centralismo extremo. Esa es la labor que hace la Convención de Valencia, con un esfuerzo muy grande de darle al país una base para que el país marche hacia el futuro, libre de amenaza. Sin embargo esa Convención fracasa, lo que sale de esa reunión de 1858 no es un porvenir para una República, para un orden legal, lo que sale es la guerra federal, el país se enguerrilla, se divide, se ensangrienta y surgen cinco años de terrible guerra destructiva. Esos cinco años los presencia igualmente Acosta, los presencia con horror, sin embargo no participa tampoco. Es curioso que en aquella época en que el país se divide a fondo, en que aparentemente todo el mundo está en un bando o en otro, Acosta se mantiene en su aislamiento, en su soledad, en su estudio, sin participar directamente ni en un sentido ni en otro. Luego, cuando llega el final del triunfo de la Federación él se mantiene también completamente fuera de toda actividad política. Mucha gente se pregunta por qué no figuró Acosta, por qué no le buscaron estos hombres que estaban tratando de organizar el país de una manera nueva. En torno a Acosta siempre ha habido un equívoco y ese equívoco es bueno que lo planteemos y que le dirijamos siquiera una mirada. Ha habido un equívoco de pensar que Acosta era un reaccionario, que Acosta era un hombre de ideas ultramontanas, muy cerradas, que iba a pugnar con toda la tendencia que el país traía por medio de los liberales y más tarde de los federales. Esto no es cierto, Acosta es el hombre que probablemente tenía las ideas más avanzadas de su tiempo, tal vez con la excepción de Fermín Toro, si uno se pone a leer esos fragmentos que nos quedan de él y esas cosas que nos dan de él, son ideas extraordinariamente avanzadas. Era un hombre que deseaba la libertad, que defendía la libertad, que creía en el pueblo, cosa rara en aquella época, que predicaba incluso el papel importante que tenían que desempeñar en la sociedad las clases trabajadoras. Él habla del taller y dice, es preferible que nos ocupemos del taller y no de las abstracciones filosóficas. Es decir, que el porvenir que venía era un porvenir que iba a pertenecer al pueblo, él pensaba en el ascenso del pueblo. De modo que Acosta no tiene una mentalidad reaccionaria como tantas veces se le atribuye. Por qué ha venido esa especie de idea de que Acosta era un reaccionario, de que Acosta era un hombre antiliberal por naturaleza, era muy liberal y él lo dijo una vez en una polémica. Dice, no me vengan a mí a echar en cara mis ideas que son las más avanzadas que puede haber y que no estoy detrás de nadie en cuanto a creer en la libertad o en el progreso social, y era verdad. Probablemente viene de dos causas. Viene de su clericalismo, que evidentemente en aquella época liberales y clericales eran contrarios, de modo que se podía pensar que ese clericalismo que tuvo toda su vida por su devoción inquebrantable a la iglesia y a su enseñanza, lo debió colocar en una situación extraña con respecto a todo ese movimiento liberal, anticlerical, masónico, que era el que se había ido extendiendo y el pueblo tanto no aparecía allí. Y luego hay otro aspecto que es importante también y que puede que también haya contribuido a configurarle por lo menos esa imagen y es el de que él fue siempre un enemigo de la revuelta armada, él no creía en la violencia, él condenaba la violencia, él pensaba que era un mal, y que por ese camino no iba el país a salir nunca de sus males. Él pensaba que la sola paz, que la sola tranquilidad, que la sola estabilidad gubernamental era ya un bien, porque el país se iba a habituar a vivir pacíficamente, a trabajar, a organizarse y que el cambio de ruptura continua del orden público, las insurrecciones continuadas, los alzamientos, las guerras civiles, el recurso, la violencia como manera de lucha política, era precisamente la fuente de todos los males y no tendrían remedios esos males mientras no se cesara en la violencia. De modo que él veía con muy malos ojos, eso que se llamaba en nuestro lenguaje del siglo XIX, las revoluciones, los alzamientos, los pronunciamientos, lo veía con un gran sentido crítico, pensaba que eran un mal y que de allí no iba a salir bien ninguno. Esto desde luego tenía que enajenarle también la simpatía de aquellos hombres enardecidos, violentos, apasionados que no estaban pensando sino en una revuelta detrás de otra, en un alzamiento detrás de otro, en un pronunciamiento armado. Pero aparte de esto sus ideas son realmente de las más avanzadas.
¿Qué es lo que nos queda de las ideas de Acosta? Las ideas de Acosta hay que irlas a buscar en esos escritos fragmentarios, por ejemplo, en tiempo de Monagas. Él escribe una carta, esto es muy significativo, él era un hombre reservado, encerrado, poco comunicativo, solamente con un pequeño círculo de amigos y allegados que lo visitaban. Escribía una que otra vez en los periódicos y muchas veces las cosas que tenía que decir las decía en forma de carta a alguien, él se escribía una correspondencia copiosa con amigos suyos de Venezuela y fuera de Venezuela, con gente de Colombia, con gente de España mantuvo correspondencia muy importante y esa correspondencia está probablemente en una de las partes más importantes de su obra y de su pensamiento. En una de esas cartas publicadas en 1857, que ya conocemos hoy en día con el nombre de Cosas sabidas y cosas por saberse, él hace un análisis muy importante de la educación venezolana y ese análisis es muy atinado. ¿Qué es lo que dice de la educación venezolana?, dice cosas que todavía hoy en día tienen validez, él cree en la necesidad de extender la educación primaria, él piensa que la base, el nudo central del problema está en la educación primaria y hay que extenderla, hay que llevarla a todos. Él tiene más bien una actitud, curiosa en él, de desdén por la universidad. Él piensa que no es la universidad la que hay que fomentar, que hay que fomentar la escuela primaria, que hay que formar allí sus hombres que van hacer el país. En esto él coincide un poco con Simón Rodríguez, hay una coincidencia en esa visión que Simón Rodríguez tenía igualmente de que lo fundamental era la escuela primaria y que mientras no hubiera una escuela primaria que echara las bases para un hombre distinto, no iba a haber progreso social. En esto él coincide y lo dice con frases muy hermosas, dice, la luz que conviene es la que se expande y no la que se concentra.
Luego tiene otra idea que también coincide un poco con Simón Rodríguez, y es curioso porque él no debió conocer a Rodríguez ni el pensamiento de Rodríguez, y es la idea de que hay que educar para el trabajo, de que hay que enseñarle a la gente a conocer las nuevas técnicas, el avance tecnológico de la época, el ferrocarril, la máquina de vapor, el telégrafo, que todo esto son los elementos de una nueva época y que eso hay que enseñarlo. Hay que educar a la gente para aprovechar y utilizar esos recursos, eso igualmente, él coincide un poco con el pensamiento de Rodríguez, que pensaba que había que enseñar a la gente no solamente ciencias y conocimientos sino que había que educarlos para vivir, educarlos para trabajar, adaptarlos a una posibilidad de ascenso social que se la tenía que dar la escuela, en esto él coincide. De modo que su pensamiento en materia pedagógica es muy avanzado, extraordinariamente avanzado. Claro, no le hacían caso, era aquella carta escrita a unos amigos, que circulaba en un pequeño grupo de gente que podían participar en esas ideas, pero eso no era por allí por donde iba el rumbo del país. Él se mantiene en su aislamiento, se mantiene en su apartamiento, se mantiene en su soledad, diciendo de vez en cuando estas cosas y rodeado de ese prestigio que va creciendo en torno a su nombre y en torno a su figura y en torno a su actitud. Hay un momento muy curioso en que él parece romper esa consigna de serenidad y es el año de 1868. Cuando precisamente el año de 1.878, precisamente, cuando ha surgido la reacción antiguzmancista que encabeza Alcántara, en ese momento Acosta, que era un hombre muy sensible en medio de su carácter, recibe una chirigota de Antonio Leocadio Guzmán. El viejo Guzmán en un escrito incidentalmente lo llama perezoso. Este calificativo es curioso, porque revela que seguramente en muchos círculos de la época se consideraba que Acosta no había hecho la obra que tenía que hacer, que Acosta había producido relativamente poco y ese calificativo de perezoso reflejaba un cierto criterio que debía haber en torno a él. Y en ese momento, este hombre sereno, este hombre distante, este hombre que parece no querer intervenir en la pugna, y que la critica, reacciona con una violencia extraordinaria y escribe la única diatriba que nos queda de él, que es una diatriba en contra de Leocadio Guzmán que se llama Los fantasmas que son y uno que va a ser, escrito un poco en la forma de los sueños de Quevedo, en el que ataca a Antonio Leocadio Guzmán con las frases más duras que se puedan decir. Le dice cosas sumamente hirientes, le recuerda toda su vida, las mentiras de su vida, las falsificaciones que ha hecho de su papel en la historia con un apasionamiento verdaderamente inconcebible en aquel hombre que parecía un modelo de serenidad. Incluso le dice cosas graciosas, hirientes e ingeniosas, le llama diccionario sin definiciones, máquina de palabras, le dice horrores. Es una reacción de violencia extraordinaria y luego en esa misma reacción hay una cosa muy curiosa, que revela el fondo de autovaloración y de orgullo propio que tenía Acosta. Él dice, se atreve a insultarme a mí, a Cecilio Acosta. Dice él, él no sabe que yo tengo una vida sin tacha, él no sabe que nadie me puede enrostrar a mí nada, él no sabe que yo tengo tras de mí un pensamiento, y una formación. Y llega a decir algo más. Él dice, lo que yo digo, perdura. Es decir, hay una especie de auto conciencia de su valer, de su importancia, de lo que significaba él en aquella sociedad. Porque este hombre evidentemente llegó a tener ese prestigio moral extraordinario intelectual en el país, y que no dejó sino esas obras fragmentarias o aquel otro discurso que pronuncia precisamente ya al final de la guerra federal, en la época de los azules, cuando lo hacen miembro correspondiente de la Academia Española. En ese momento se hace en Caracas un homenaje público a Cecilio Acosta, concurre gente de todas clases y él pronuncia un hermosísimo discurso literario en que hace un gran elogio de las letras, en que dice que las letras son la civilización, que el país no podrá enrumbarse mientras no cuente con un aprecio mayor que lo de las letras significa y que las cultive. Ese discurso que parece un discurso realmente de catacumba, porque da la impresión de que son un grupo pequeñísimo de gentes que están hablando de formas de civilización en un país que está entregado a la barbarie de la guerra, es una muestra de su manera de pensar. Sin embargo este hombre con todo eso nunca llega a actuar, muchas veces se ha estudiado su carácter y se ha pensado que era un hombre que tenía ciertas complejidades de carácter, era de una timidez extraordinaria, de una modestia casi enfermiza, le tenía horror a la figuración y a la figuración pública. Era un hombre en el fondo indeciso, temeroso, muy muy refugiado en esa forma elemental y simple de la protección de su casa y de su madre al lado. De modo que todo esto hace que este hombre no pudiera haber tenido, ni la influencia, ni el papel ni el eco que ha debido de tener en el país un hombre de su magnitud, pero desempeñaba un papel y ese papel indudablemente es un papel digno de que lo recordemos y lo reconsideremos, que era el papel de mantener un polo moral, de mantener un ideal de civilización, de mantener una especie de nostalgia por una forma de vida más justa, más alta, menos salvaje y agresiva que él representaba y que él encarnaba con su traje negro, con su aire distraído, con su soledad y con su pobreza. El año de 1881 muere, parece que tuvo un proceso después de la muerte de su madre de una especie de destrucción mental paulatina, fue perdiendo facultades, tal vez era un proceso de arterioesclerosis temprana, se hizo un poco abstraído, le costaba trabajo coordinar y comunicarse y esto fue agravándose hasta que desembocó en su muerte que ocurre en el año de 1881.
Cuando él muere sus amigos se reúnen y tienen la sensación que ha desaparecido una figura muy importante, es entonces cuando José Martí que está en Caracas escribe aquel elogio encendido de Acosta que realmente nos hace ver y medir el sentimiento que había en ciertos círculos hacia la figura de Acosta. Muere en la mayor pobreza, hasta el extremo de que para enterrarlo tiene que sufragar los gastos la caridad pública, porque no había con qué enterrar a Acosta. Es un hombre que vivió siempre en la mayor estrechez, en la mayor limitación de medios. Hay testimonios de quienes lo visitaron en aquella casita en que vivía de Velásquez a Santa Rosalía, una modesta casita y allí vivía en los límites materialmente de la indigencia, privado de todo, sin ninguna comodidad, sin ningún auxilio. Desaparece y cuando él desaparece va a ocurrir en los jóvenes que le siguen una transformación importante. Lo que va a venir no es lo que pudiéramos llamar los discípulos de la prédica moral de Acosta, lo que va a venir es el positivismo, el positivismo que había venido al final de la época de Guzmán y casi desde la época federal entrando en la universidad venezolana a través de las enseñanzas de Ernest y de Villavicencio y que iba a darle a los jóvenes intelectuales de la época una visión distinta de la historia del país y de la realidad social, una historia y una visión inspirada en los principios de la nueva ciencia positiva, en la influencia de tener, en la influencia de los grandes planteadores del determinismo social e histórico. Y esto, claro, los va a alejar de aquella enseñanza moral y elevada que representaba Cecilio Acosta. Pero hoy a cien años de distancia nosotros tenemos que volvernos hacia él hacia la escasa y dispersa obra que deja para reconocer el inmenso valor que tuvo en aquella Venezuela desgarrada, dividida, desviada, torpe, entregada a la lucha armada, casi con una pérdida completa de vista de lo que pudiéramos llamar los fines nacionales. Aquella figura apostólica, aquella figura venerable, aquella especie de ascetismo moral por el cual aquel hombre se convirtió en una representación visible y continua de lo que debía ser y no era, de lo que debía realizarse y no se alcanzaba, de lo que debía hacer un hombre de bien en un país de orden y de civilización, y ese es el valor fundamental que tuvo para sus contemporáneos y que debe seguir teniendo para nosotros Cecilio Acosta.
Tomado de El Nacional