LA POESÍA DE ADHELY RIVERO: ROSTROS
Y FULGORES DE UN PAISAJE
Por JOSE NAPOLEÓN OROPEZA.
El día 30 de junio de 1984, a las seis en punto de una tarde lluviosa,
en el instante en que me disponía salir de mi casa hacia Bárbula y,
apresuradamente, recogía los libros de poemas de San Juan de la Cruz, Antonio
Machado, Enriqueta Arvelo Larriva y algunas reproducciones de obras de pintura
de Marcel Duchamp, con la idea de emplear---a manera de espejos confrontados,
algunos de sus versos e imágenes pictóricas, como herramientas para el análisis
y disquisiciones sobre el tópico que sería tratado en la clase de Teoría y
Análisis Literario, ese día: “La imagen como mar insondable en la obra de
arte”---justo cuando me preparaba a abordar mi automóvil, se acercó a las
puertas de la casa, el joven poeta
Adhely Rivero.
Después de saludarme, depositó en mis manos un pequeño libro que, bajo
el sencillo título de 15 Poemas, había sido editado, bajo el sello de
Amazonía. La obra, tal vez “cocida”, según me relató, rápidamente, en los días
de su permanencia en el taller de poesía, dictado por el maestro de maestros
Eugenio Montejo y, posteriormente con Rafael Cadenas, había sido impreso en un
grueso papel de color marrón, y hojas muy ásperas. De entrada, daba la
impresión de ser un libro antiguo. Con una portada de Marcos Cupido,
estructurada a partir de la fotografía de unas figuras, rostros y pernas,
moviéndose entre sombras, del joven del joven dibujante José Abreu, la obra
había sido editada en Caracas por la Editorial Arte, que, durante el mes de
junio del año 1984, de manera impecable, la imprimió, cuidando la magia del
exquisito diseño del libro.
Esdras Parra |
Luego de entregarme dos ejemplares de la obra, uno autografiado para mí
y otro firmado para la escritora Esdras Parra, quien, en ese entonces, venía
con regularidad a Valencia, a dictar un taller literario para jóvenes
escritores en los espacios del Ateneo, abordamos nuestros carros y nos
dispusimos, cada uno, a tomar su rumbo. Antes de despedirnos, le trasmití al
poeta mi deseo de invitarlo a asistir a mis clases, en los próximos días, con
el propósito de que dialogara con mis alumnos sobre su libro, después de leer,
en el aula algunos de los textos del libro.
Carlos Ochoa |
Cuando retorné a mi casa, entrada ya la noche, bajo un tremendo
aguacero, cuya fuerza inclemente, no solo arrancaría árboles sino, que
destrozaría cualquier paraguas, mucho más las carpetas, que, al salir del
carro, puse sobre mi cabeza, traté inútilmente, de abrir rápidamente la entrada
a la casa. Pero---azotado por el viento y la fuerza de la lluvia--- no
conseguía el hueco de la cerradura.
Por fin logré entrar. Después de dejar las llaves en la mesa de la sala-recibo me senté en una vieja mecedora de mimbre, asiento favorito a la hora de disponerme a leer, luego de terminar de escribir, o, algunas veces---como aquella noche de lluvia borrascosa---al retornar a casa después de mis clases en la Universidad de Carabobo. Extraje de mi pecho, los libros de San Juan de la Cruz, Antonio Machado y Enriqueta Arvelo Larriva y el libro de Adhely Rivero, que había resguardado de la lluvia entre los otros, formando un acorazado escudo de protección bajo mi pecho.
Coloqué el resto de los libros sobre una mesa que, a su vez, servía de
revistero y me dispuse a leer 15 Poemas. Sin dilaciones, empecé a
revisarlo. Una breve presentación del también poeta Carlos Ochoa, resumía en
dos páginas, su opinión en torno a los certeros hallazgos de la obra escrita
por Adhely Rivero, pues, según él, envuelve al lector “en la vitalidad de un
acto que despierta la conciencia hacia parajes verdaderos, lo dicho en sus
poemas, nos remite a un punto cardinal interior, a una sustancialidad que
sustenta la naturaleza viva, latente, durable”.
La poesía de Adhely Rivero: el tejido de un temblor oculto
En una primera lectura de los quince poemas reunidos en la obra---cuatro
de los cuales aparecen incluidos en una sección titulada Poemas Dispersos,
visualicé, tras esa lectura de los textos, algunos elementos---el caballo, el
verano, la luz, los pájaros, las flores, las hojas, el río, la luna, la lluvia,
la casa, la tierra---que, como las ondas de las aguas de un rio agitado en la
superficie de sus aguas, por alguna laja, trazan círculos; se unen; se
dispersan. Los textos incluidos en 15 Poemas, fijan un espacio ensoñado
en el cual---tras resurgir en un nuevo afloramiento en pos de luz---reaparecen
y nos ofrecen ensoñantes visiones sobre el tema central de la obra: la
recuperación de una memoria que perfila los rostros y seres que andan y
desandan los caminos, urdiendo y convirtiendo---a través de un fantasioso
diálogo entre vivos y muertos---el espacio del llano venezolano en un paisaje
íntimo.
En cada poema se dibuja algún detalle, mediante el registro de una voz
que rastrea un signo, que fija y desfija la memoria familiar, encarnada en las
acciones de un padre, de una madre y de una abuela, cuyos recuerdos y memoria
se desean asir como un cuerpo absoluto. Una memoria que se intenta armar a
partir de las imágenes primigenias---río, casa, luna, caballo, árboles,
pájaros---de un paisaje que desea recobrar, trayendo de vuelta, un rostro, un
detalle, que, a la vez, opera como ductor del recorrido silencioso, lento y
pausado de los seres inmersos entre nieblas. Se esfuman y desaparecen fijando
el amago de una memoria desvanecida como la luz de luna:
Quién me espanta
por muerto
y come las hojas
del caballo
Me asomo
al monte
y es blanco de luna
Sueño donde había puerta
y siento la tierra baldía
Me voy por la luz
de linterna
adonde no hay nadie
en mi sueño.
Las hojas del caballo se esfuman bajo la luz lunar: tal vez fueron parte
del mismo sueño de imaginar la tierra. Como una puerta, que, una vez evocada,
deja oír las voces y palabras de un ser que pervive, trasmutado en un fulgor
etéreo, dentro del sueño de ser hoja o caballo. Todo emerge de una misma
ensoñación desvanecida, tan pronto el poeta descubriese--- tras la puerta---un
detalle o un rostro oculto: asume la conciencia de aceptar que nada ha sido
real. Todo está dibujándose en un sueño de hoja y un caballo. Tanto las hojas
como ese caballo, parecieran resumir el movimiento de las demás imágenes: la
luz de la luna y la tierra totalmente baldía, forma, también, parte del sueño.
Eugenio Montejo |
Si se está vivo o muerto será siempre un juego de la luz, de los
constantes vaivenes del ser en busca de continuar en el afán de asir un
recuerdo absoluto. De otear en los restos de una memoria cada vez más lejana.
Todo subyace en la evocación de un paso, o de otros movimientos cada vez más
lentos:
Vi caer los pájaros
Aquel sol arando tierra
y nos fuimos trotando
para un olvido
En mi río
Están las huellas de un verano
Las hojarascas suenan
Nada queda de los pasos lentos.
Todo permanece en la zona olvidada. No existe memoria de la muerte,
tampoco de la vida: las imágenes nacen y subyacen, en la memoria como un sueño.
Emerge la posibilidad de un olvido que borra los pasos y reafirma la condición
del río como elemento de resistencia ante la desmemoria y el persistente
olvido. Desde lo más profundo del ser, crecen las aguas del río: prevalece tan
solo el sonido de las hojas y de la memoria signada por las huellas de un
verano que sólo deja huellas en lo más profundo del ser: sin ninguna
vacilación, trota hacia el olvido.
Pero las imágenes de un persistente verano retornan para enclavar la
memoria de las imágenes de un paisaje---la sabana, la palma, el sol, un rostro
cuarteado, un caballo, un pájaro, las flores, un estero, la hojarasca---y los
seres y rostros de un mundo interior, oculto, que, indefectiblemente, aparece y
desaparece, como amago. Pero que corre, interiormente, como un río dormido,
flores de pensamiento, torrente de un río que avanza transmutado en la imagen
de un caballo, que trota en el viento:
No puedo
tenderme
bajo la palma
soñar
mi caballo en el viento
Borraron los esteros
las bifurcaciones
las flores de pensamiento
Y este camino que nos trajo.
En estos 15 textos---lo confirmaremos, al releerlo, años después, cuando
el poeta, en otras obras, retome imágenes y símbolos de este libro---
asombrosamente bien tejido---desde las imágenes de una recurrente ensoñación
que volverá a urdir y presentar el tema de soledad y silencio del llano, temas
que obsederían al poeta: el silencio imponente de un río de luz que divide su
surco y crea bifurcaciones de alguna memoria perdida. Una memoria que trata de
reunir en las imágenes de una flor, de un camino o una carama, amasijo de
troncos y de piedras arrastradas por un río crecido.
En esta hermosa y contundente obra del poeta Rivero, el
esplendor---perfilado en la imagen de un caballo que, entre el viento, tejerá
otra senda de infinitas ensoñaciones---aflora como un universo único: nada que
habite el viento volverá a ser el mismo. Pero, el caballo, resurgirá, siempre,
en otros escenarios en los cuales el poeta reinventaría su figura, su egregia
presencia en muchos de sus textos posteriores. Convierte al caballo en un
símbolo de la fuerza desbordante de la naturaleza. Pero, también en un ser
mágico que se transfigura en otros seres: lo convierte en el puente que une el
cielo con la tierra: vive en el viento, transmutado en cabellera de luz, en un
nudo de músculos fogosos, pues nace de un sueño de luz y de aire. Pasta en el
viento que lo dibuja y desdibuja, en un siguiente texto, en otra estancia de la
misma y recurrente ensoñación:
No puedo
tenderme
bajo la palma
soñar
mi caballo en el viento
Borraron los esteros
las bifurcaciones
las flores de pensamiento
Y este camino que nos trajo.
Esa ensoñación del caballo, lo mismo de éste y de otro camino, será,
borrado en un siguiente instante. Pasado o presente sólo existen como un verbo
nacido del aire, materia para el borrón y el paso del viento que trae, devuelve
o aleja el caballo. Solo existente mientras se lo sueña. Lo mismo que las
flores de pensamiento que perviven como un ser real, una flor desnuda e
íngrima. Pero que, también, como el caballo, habita, recurrentemente, el mismo
sueño. Igualmente pensada, mora en la zona de la intermitencia: en una y en
otra orilla, la de la realidad y la de las ensoñaciones que ocurren y no
ocurren debajo de una palma: el espacio en el cual iniciaría el territorio del
juego permanente del olvido y desolvido. La imaginación espejeante de un camino
que, bajos hilos memoriosos, trae de regreso a los seres y espacios amados.
Pero, a semejanza del camino, terminan borrándose, para incitar, de nuevo, el
juego a la continua ensoñación de seres amados y formas de un paisaje en
permanente formación.
En el centro de la ensoñación---donde seguramente se tejerían las imágenes
y símbolos que acompañarían, a lo largo de su vida de poeta a Adhely Rivero,
cuestión nacida de una elucubración nuestra, al leer el siguiente texto,
mientras, oía la lluvia que, afuera, no cesaba---tuve ante mí, uno de los
poemas más hermosos de esta obra, por su profundidad del bordado semántico,
alcanzada tras el sencillo devaneo de las imágenes, como si fueran las líneas,
rayas, los puntos de un dibujo, cuyos elementos, urdirán, en el alma, el
recuerdo inolvidable de un hermoso poema:
Ahora
llueve
y las gotas negras
los paraguas
pasan por las calles.
Ahora puedo ver por la ventana
un edificio temblando en el agua
Un hombre saltando
Una mujer pintada
en la pared contra la lluvia
Temprano
veía esta nube en el cielo
Ahora yace
desplomada
en el
pavimento.
Magistral poema por la conjunción de imágenes---lluvia, cielo, paraguas,
gotas negras, ventana, hombre, mujer, edificio, nube, pared y pavimento---que
nacen, pasan, se dibujan de un verso a otro, dejando en el tránsito, rayas y
líneas que fijan y desfijan el temblor de unas gotas de lluvia. Pero, también,
de todas las imágenes que demarcan los distintos sucederes de un acontecimiento
transfigurado en una línea, en una gota. Mientras desde la ventana, el poeta
contempla la escena que, bajo la lluvia está bordándose---dejando la impresión
y la visión de seres que pasan frente a él---en el mismo instante que se dibuja
un universo nacido de las gotas de lluvia:
Ahora puedo ver por la ventana
un edificio temblando en el agua
Un hombre saltando
Una mujer pintada
en la pared contra la lluvia
Un minucioso sueño nace desde la mirada del poeta que se sitúa, detrás
de la ventana, para imaginar o ensoñar qué ha sucedido, qué acontece frente a
él, tras el temblor de los seres dibujados bajo la red de la lluvia. El
pensamiento que tuvo temprano, se volvió real en la caída de la nube sobre el pavimento. En ese
instante, el poeta que observaba la escena, cerró, magistralmente, la visión de
las cosas sucediéndose, mientras veía llover y presenciaba, desde la ventana,
cómo nacía la otra historia de un instante de lluvia: la nube quedaba diluida en
el pavimento. En su dureza y en su condición de esplanada quieta y receptora de
los restos de un sueño.
15Poemas cierra con otro poema dedicado al caballo, elemento presente, como símbolo obsesivo y recurrente en la constante ensoñación que da forma a esta obra en la cual---como anteriormente lo intuimos---de un texto al siguiente, el poeta nos presenta las variaciones de un mismo sueño: nada existirá si antes no resulta imaginado. La ensoñación en este conjunto de poemas nos lleva, en uno o en otro sentido, en un viaje indetenible, interminable por la experiencia de la memoria y la desmemoria, urdida a partir de la voluntad de vivir en un permanente vaivén de las palabras.
El último texto del conjunto incluido en la sección titulada Poemas
Dispersos, nos maravilla, por el novedoso tejido formal del tema del caballo,
al convertirlo en un ser mítico que, por igual, desanda entre el viento y
reafirma la belleza de su vigor y su grandeza, cuando se adueña de la luz y se
transmuta en pozo de fulgores.
Desde la visión de este poderoso y enigmático animal, el poeta Rivero
urde el mito de una sabana transfigurada en fuego, cada vez que el caballo deja
su luz en la tierra, abriendo, con su figura desdibujada por el viento, las
primeras imágenes de una leyenda que cifraría el poema, al reunir las estelas
dejadas, en la sabana, por su luz:
Un caballo desdibujado en el viento
deja la luz en la tierra
A su paso ciframos la leyenda
El fuego de un mito que se cruza
en la soledad del campo
Un caballo
Blanco
a la medida de la sabana.
Pasaron seis años desde aquella noche cuando me mantuve, durante largas
e intensas horas leyendo y releyendo los hermosos textos reunidos por el poeta
Adhely Rivero en 15 Poemas, obra en la cual daría forma a las
primeras imágenes que---como ese caballo desdibujado en el viento, la lluvia,
el río y la sabana---conformarían un pozo insondable en la cual la visión de
los ríos, los rostros familiares de vivos y muertos, avivarán el fuego de una
pasión desbordada, indetenible. Un sentimiento fogoso e infinito por la tierra
llanera, dibujado como un deseo irrefrenable de volver y retornar, por siempre,
a los mismos elementos, en busca de las chispas de un tizón encendido por el
sol.
Adhely Rivero. Fotografía de Yuri Valecillo. 1995 |
Luego de esta la primera obra---como si estuviera reafirmando su viaje sin retorno a las mismas imágenes de una sabana inundada o azotada por el fuego---con la visión del caballo que aparece y desaparece, como si él también fuese un encanto--- el poeta Rivero nos dio a conocer En sol de sed, su segundo libro de poemas, impreso en Valencia, por Alfa Impresores editado el 1990, igualmente, bajo el sello de Editorial Amazonia.
Persiste en esta obra el tratamiento del tema del silencio, la soledad
del ser que trata de rescatar las imágenes de un universo familiar que se
mantiene vivo, por el solo hecho de evocarlo. De traer a colación la imagen de
los seres que, alguna vez, habitaron bajo el cielo de un paisaje en permanente
ensoñación: las anécdotas, los rostros, las cosas, los seres inmersos en el
llano, bajo un inclemente sol en algún tiempo y en otro, bajo los torrenciales
aguaceros. Todo ello formando parte de un paisaje, alguna vez real que, ahora,
En sol de sed, resurge de la voluntad de pensarlas o de imaginarlas:
Nada esperes del camino
El paisaje y las bestias
existen
Aparece un río
cuando lo deseamos
Tras el acto de imaginar---o de desear la reaparición de las formas y
seres del paisaje del llano, surgirá el río, que todo lo arrastra en espejeo de
gotas y que, a su vez, ocasiona, que surjan calamidades o alegría. Pero que
aparece cuando lo deseamos, subraya el poeta que, en los tres primeros poemas
de esta obra, en la cual retoma las imágenes y símbolos recurrentes en todo su
universo: la centella, el cielo, la lluvia, el paisaje, las bestias, el río y
el sol. El río, que aparece y desaparece, nos trae, así mismo, tras la
invocación que de él hace el poeta, los seres que permanecían ocultos, cada uno
en lo suyo, tal como se expresa en el tercer texto de este nuevo conjunto:
Montado sobre
los pulmones del animal
como raya de sol
Cada uno va en lo suyo
Él en su bestia.
Yo en desvelo.
Y en ese ir en lo suyo cada uno de los seres que hacen vida en el llano
que el poeta Rivero nos retrata entre anécdotas y hechos, a través de un verbo
descarnado, llevado a la esencia de una raya de sol, dominará la expresión y
pervivencia de una palabra escueta, reducida a su esencia. En este itinerario,
en este inacabado transitar por la sabana, Rivero, nos coloca, de nuevo, frente
a algunos textos que, reaparecen, de pronto, en el conjunto de poemas que
integran el cuerpo formado por En sol de sed. Texto que estuvimos
analizando e interpretando en la lectura de 15 Poemas y que el lector
avisado, interpretará como un deseo expreso del poeta de volver a esos ámbitos
ya creados para reinventar alguno de sus elementos. Como si estuviese
subrayando que estos textos, incluidos de nuevo, evidencian, en su universo, un
pozo maravilloso, que, ahora, retorna, como si una vez logrados esos textos se
convirtieran para el poeta en “amuletos”, como una vez lo aclaró el mismo
Adhely, a lo largo de una entrevista, con motivo de la presentación de Tierras
de Gadín, su tercer conjunto de poemas.
Tres textos de 15 Poemas aparecen incluidos en esta segunda obra
de Rivero. El poema sobre el tema del caballo que galopa en el viento y que
resulta ser el sueño no deseado bajo la palma y otros dos textos, incluidos uno
al lado del otro como si conformaran un díptico. El primero lo estuvimos
interpretando, anteriormente. Señalamos que nos parecía el más hermosos de
todos, el gran pozo de la indagación, con su tema del poema que se construye---desde
la visión del poeta detrás de una ventana---siguiendo los pasos y poderes de la
lluvia, al tejer y enlazar las imágenes, como signos que parecieran ser las
rayas de un dibujo. Allí, indudablemente, el poeta perfiló línea formal
presente en la mayor parte de su obra: el poema que se piensa a sí mismo, y que
se construye frente al lector.
El tercer texto es sumamente breve, el único titulado en el libro,
resulta ser de una gran belleza por su capacidad de despertar emociones
insondables, en apenas, un texto brevísimo, devenido en un inolvidable y
deslumbrante haikú:
Cartas
A veces nos sorprende una
nube dobladita
bajo la puerta.
Los tres textos se constituirán, intuimos nosotros, en fuentes para la reinvención del tema del paisaje convertido en permanente fulgor, traído a través de la memoria volcada a través de una palabra llana, elemental, llevada al hueso. Un verbo capaz de sugerir un incesante remolino de significaciones, como la imagen de una carta convertida en nube, bajo la puerta. En un universo que, definitivamente, se sostiene en un sueño constante, en una vivaz ensoñación, heredada del padre:
Pongo la cabeza a buscar
la resonancia de mi padre
Estamos apartados
en el mismo cerco
de soledumbre
Hazle saber la cabecera
del monte azul
Cuando corras ganado
me dice: vas a sentir la lejanía.
El rescate---o la reinvención---de la memoria perdida, extraviada en el borbollón del río, o bajo un ramalazo de sol que cerca los seres que deambulan por estos textos de Rivero, atrapa y “encierran” en el cerco de los vocablos habitados por el silencio, la soledad empozada en un neologismo urdido por Rivero, a partir del fundido de las imágenes del sol y la sombra: soledumbre, la palabra certera, eterna, como una gota de agua, de padre e hijos que, acaso, esperan, desde un solitario rincón, alguna carta convertida en nube. La suerte de uno supondrá el proseguir los pasos del otro. Los seres--- padre, hijo, abuelas, madre, caballo, monte --- cada uno en su sitio, a la sombra de un árbol, o recostado a una piedra, está destinado a buscarse en el otro. A tratar de comprender la soledad del padre desde la suya propia:
Estamos apartados
en el mismo cerco
de soledumbre
Cerco signado, además, por las acciones arquetípica que cada quien cumple en un universo fundamentado en la soledad y pervivencias de todos los avatares ocasionados por la naturaleza, en tiempo de ardiente sequía, o en temporadas de inclemente lluvia.
Pero, de padre a hijo, no solamente, se hereda la tierra con su condición de ser solamente un descampado, un terreno baldío, si no, también, la aceptación del reto de convertir esa tierra en un absoluto paraíso, para orgullo de toda la familia. Del padre que tutea al hijo y le advierte, a través de un diálogo, en imágenes y “consejos” fundidos y asimilados por el hijo en un verdadero pozo de sabiduría. Sembrar; dialogar; “ver” y descubrir las huellas que deja, en el alma, el verdor del monte, profundo y extenso:
Me voy del pensamiento
Por este filo de monte
la luna pasa
en el alma
Yo tuve tiempo de ser la tierra
uno se siembra y se hace
uno es el corazón
Un olor verde y extenso
Los rostros pasan y de padre a hijo se hereda la tierra. Pero, también, la soledumbre sostenida y llevada por un tiempo. Un instante destinado a repetirse como las faenas que supone sembrar la tierra. Y completado el sembradío, volverse esa porción de tierra que aguarda por un ser---padre, madre o hijo---destinado a reiterar y a reinventar los gestos y acciones de sus antepasados:
Yo tuve tiempo de ser la tierra
uno se siembra y se hace
uno es el corazón
Un olor verde y extenso.
Un olor que cruza la soledad del campo. Un fuego que lo atraviesa, como el caballo el viento que deja, igualmente, huellas y herraduras en el alma. La luna pasa. Pero no el pensamiento, ni tampoco el monte que se eleva y fija, para siempre como la palabra de Adhely Rivero en estos versos, la sensación de que el verbo existirá siempre, para siempre, para nombrar un hueso: el destello de una gota de luz. El fulgor que muestra arrugas en los rostros, causados por el paso del sol en caras, rostros y ríos. Y el temblor de un hombre que anudo con sus palabras En sol de sed: la faena del sol al abril tales surcos y crear esos temblores. Esos fulgores suyos en las piedras, o en las palabras del poeta que, definitivamente, nombra y anuda la imagen de un sediento sol en su vigilia:
Cavamos sobre hueso de ganado
tierra blanca
resplandeciente y fina
Yo mismo soy el hombre
en este universo
Lejos golpea el casco
un sentimiento de vigilia
los sostenemos para oír
lo profundo del suelo
Se ara y se cava la tierra blanca, bañada por un sol que la vuelve
resplandeciente y fina, fijando de esa manera, el pacto entre padres e hijos.
El hueso de ganado funda y resume toda la pervivencia de una tierra que
resplandece como el hueso dormido en sus entrañas. El hombre que proclama ser
el dueño de aquel universo. Sostiene la pujanza de vida, la vigilia custodiada
por el padre y el hijo, hilando el sueño de estar despierto desde siempre:
Lejos golpea el casco
un sentimiento de vigilia
Nos sostenemos para oír
lo profundo del suelo
Oír y ver lo profundo del suelo sostiene la vigilia, ese sentimiento evocado y traído por los golpes de un casco que reafirma la persistencia de una historia contada y vivida a partir de la imagen de una tierra tan blanca, resplandeciente y fina, como el hueso que resume esta historia. Cada uno de los actantes---padre o hijo---en diferente tiempo, en el mismo escenario, ha proclamado ser el hombre de un universo atrapado en los golpes del casco del caballo que, acaso, evoquen y traigan a la memoria el instante en que los antepasados empezaron a reiterar los mismos gestos.
Retorna a las imágenes, a esos símbolos que tejen sus imágenes. Se afana
en la tarea de reinterpretarlas y convivir con ellas, otra vez, por la vía de
la reinvención llevada a cabo por el propio poeta, en otros textos de su obra En
sol de sed:
Respeto los restos
y en particular la memoria.
Tengo toda la tierra por delante
De la punta del río
a la mata
Ahora abandono los bienes
por andar en los sueños
Y en la andanza, empezará a resurgir, de nuevo, las imágenes del universo familiar, el recuerdo de quienes reposan en el cementerio y el sueño de andar, en ellos, entre los vivos y los muertos: Respeto los restos/ y en particular la memoria, nos dice el poeta, aunque reconozca que vivirá entre la andanza, infinita, de las ensoñaciones. Tiene la tierra por delante. Pero, en sus manos, una porción de ella en la existencia de dos cementerios que, por la misma vía de las andanzas, conviven, con él, en cada paso:
Un cementerio
donde pisan y pastan animales
Cuando lleve
se respira malamente
el olor de la centella
El viento no deja de cantar
En la atmósfera
tábanos y moscardones
Un cementerio de pueblo
donde somos tan eternos
en familia.
El primer cementerio, donde pisan y pastan animales, se transforma, tras
la lluvia, en el olor de la centella y en el pasto del viento que trae,
vida-muerte en la imagen de tábanos. Quizá no exista si no uno solo: el
cementerio donde las figuras de la familia, los vivos y los muertos son
eternos. Pisan el mismo suelo. Un suelo y una atmósfera en los cuales todos los
seres que habitan allí, padre e hijo, eternos en familia, son eternos por
repetir las mismas andanzas y por revivir las mismas ansias de romper el cerco
de silencio y soledad:
Pongo la cabeza a buscar
la resonancia de mi padre
Estamos apartados
en el mismo cerco
de soledumbre
Hazle saber la cabecera
del monte azul
Cuando corras ganado
me dice: vas a sentir la lejanía.
Voces y huesos en la poesía de Adhely Rivero: retrato de un paisaje.
Como si hubiese escrito un solo
libro, en diferentes versiones reales y algunas veces fantasiosas de un mismo
retrato---tal como sucede con las obras que ofrecen genésicas aproximaciones e
indagaciones de un tema, en distintos escenarios y épocas---toda la obra del
poeta Adhely Rivero, desde aquel libro inicial---15 Poemas---constituido
en el pórtico, en la puerta auroral de su creación poética, en el gran pozo de
todos los fulgores, hasta Frontera Invisible, aún inédito, pasando por En
sol de sed (1990); Los poemas de Arismendi (1996); Tierras
de Gadín (1999); Los poemas del viejo(2002); Medio Siglo La vida
entera (2005) y Compañera (2012), ha sido estructurada sobre la base de
una intensa y luminosa indagación del tema del paisaje del llano venezolano, magistralmente
registrado y retratado en distintos instantes, tomando como punto de
confluencia, el contrapunto de voces y visiones mágicas, fantasiosas, de los
seres que pueblan el espacio del llano.
Todo ello retratado mediante el fundido y transfiguración de voces y
hablas de personajes que hilvanan---mientras trabajan y dialogan---detalles o
visiones del paisaje, como si estuviesen dibujando un mosaico y confluencia de
miradas alternas. Visiones creadas, o
recreadas, a partir de una palabra desnuda, transfigurada en fulgor:
La palabra que me enseña
a montar
corre apacible
duro es el acto
de sostener la línea del cuerpo
en la pendiente del lomo
El viento me empuja a la tierra
Pierdo la silla
los estribos
y se va el caballo
Oigo la voz
en el aire.
Sin que el otro con el cual se dialoga en este poema aparezca, de cuerpo
entero, resulta transfigurado en una palabra que corre apacible desde el primer
verso, en el cual la memoria, y el instante de montar un caballo, se funden en
el acto de sostener el cuerpo sobre la silla de montar. El viento, siempre presente, de manera real o
derivado en otras imágenes, cumple, ahora, la doble función de devolver
palabras del otro a través del recuerdo del padre y, también, de sacudir el
cuerpo, como si el aprendizaje de montar---el caballo, o el poema---dependiese
de resistir a la fuerza del viento que empuja hacia abajo:
El viento me empuja a la tierra
Pierdo la silla
los estribos
y se va el caballo
El caballo se va. Tras su huida
el viento se apacigua, concluida su parte en la jornada: empujar al jinete
hacia la tierra, que, tras la pérdida de los aperos de montar un caballo, como
en retorno apacible, oye la voz del padre ese otro que lo lleva al comienzo de
la faena tan dura de sostener la línea del cuerpo. Pero, tras oír la voz en el aire, el jinete
reanudaría la faena de un aprendizaje que, tal vez, transforme, la caída, en un
logro. Oye la voz. El viento fuerte cumplió su cometido. Pero el
aire devuelve ecos. La palabra que
enseñó a montar, trae, de nuevo, el mensaje.
La anunciación de una línea. El
acto se ha cumplido. El poema está
hecho.
Todas las faenas, todas las acciones que se cumplen, a lo largo del día en un conuco, en una finca, en un potrero, resultan elevadas, en la voz del poeta a la condición de devenir en un acto trascendente y genésico. Cada amanecer implicará, tras la repetición de la faena cumplida, individualmente, por cada trabajador del conuco o de la finca. Con alegría, cantando al ganado, o cortando monte, se cumple el acto de reconciliación con la cosmogonía de un universo nacido en el instante en que, muy alegres, entonando coplas, o tonadas, los obreros inician la faena del día, el trajinar de las cosas y de los seres que aparecen y reaparecen entre el viento, como si fuesen una revelación:
Vuelvo a cantar ganado
con el corazón
divertido
en el viento
y él se queda oyendo el pasto
en la sombra.
Sólo seis versos tejen una epifanía en este poema. El acto de cantar
ganado, celebrando, en acto reiterativo, la memoria rastrea, cantando, el
instante de arrear el ganado al comedero. El viento vuelve a hacerse presente
esta vez, animando la jornada de arrear y cantar, mientras se agita la
escena. El otro que, algunas veces, se
convierte en punto de luz y, esta vez en red de sombra, se queda oyendo el
pasto que crea su propia música, al ser agitado por el viento.
Cada poema de Rivero pareciera registrar
el instante en que el viento pasa entre las cosas para reafirmar una memoria, a
través de una imagen, o para revelar en los seres, en los objetos y en los
hechos de la vida cotidiana---como apuntábamos antes---un momento de
revelación. Pero, igualmente, de
premonición de sucesos, de hechos, en un tránsito vital al cual se llega, luego
de reiterar tareas y oficios, tal vez excusa para alcanzar ese sentido
premonitorio, ese percance:
Todos llegaron contando
la vaquería
bañaron los caballos
y se fueron al corral
sobre los tramos
Estaban enamorados de esta vida
Al fondo de la casa
bajaba la noche
y me dije
estos van a ser ladrones de ganado
Me cerca la euforia
la sabana se hacía oscura
cuando dábamos la vuelta
al patio
Las tareas del llanero en el
campo---contar el ganado que retorna al corral, después de ser alimentado en
los pastizales y de pasar por los abrevaderos de melaza, agua y sal---se
cumplen siempre, en medio de un ambiente de jolgorio, chanzas y entonación de
tonadas. Alimentar al ganado y a los
caballos---a los que, además, bañan luego de cumplir alguna faena dentro o fuera
del espacio en el que viven---se constituye, siempre, en una celebración de
cada día.
Cumplida la faena, quienes custodian al ganado y los caballos, se
encaraman en los tramos de madera que rodean y cercan el corral. Allí montados, allí encaramados, pasarán
buena parte del día, cantando o silbando, o, simplemente, conversando, ajenos a
relojes. Pero atentos a cualquier
eventualidad que pudiese presentarse en el corral. Atentos a cualquier indicio---natural o
humano---que altere o signe un cambio en la vida del corral:
Estaban enamorados de esta vida
Al fondo de la casa
bajaba la noche
y me dije
estos van a ser ladrones de ganado
Me cerca la euforia
la sabana se hacía oscura
cuando dábamos la vuelta
al patio.
Quizá en este poema---entre los muchos textos escritos por Rivero, valiéndose del recurso de la descripción y narración de eventos, que se suceden y se alternan para ofrecer visiones distintas de los hechos---el poeta nos presenta un texto en el cual, haciendo gala de su extraordinario talento para crear un pozo de aproximaciones y significaciones semánticas con una sola imagen, crea un universo (la casa/la noche/la sabana). Una imagen de la cual se sirve para crear un profundo mar de sugerencias. La euforia que cerca y envuelve al poeta, en el recuerdo, le permite avizorar el destino de algunos seres humanos que cumplen faenas en el corral. Todo ello envuelto en la imagen de la noche que recoge, que une y junta y en la visión de la sabana---que a nosotros siempre nos ha parecido una mesa extendida al infinito---y la vuelta que todo lo sintetiza en la vuelta al patio, tras la cual, seguramente, todo volverá a comenzar.
Y en la obra de este gran visionario del tema del llano venezolano como
un universo peculiar en el cual las cosas que se marcan y se suceden en la vida
de esa peculiar región de nuestro país donde todos los seres, animados y
desanimados, participan de la inmensidad de la geografía de ese espacio, quizá
como muy pocos escritores---con la notable y luminosa excepción de la gran
Enriqueta Arvelo Larriva---ha encontrado un original elemento de creación,
mediante el uso de un lenguaje descarnado que, no obstante, encierra y acuna en
sus verbos luminosos (compactos como piedra de río), la fuerza del viento.
Un espacio que invita a la expansión, a la libertad y goce con el pecho
abierto a la sabana extendida al infinito. Cada elemento en la vida del
llano---sometido, por igual, a dos fuerzas destructoras y, a la vez, creativas,
refundadoras de la vida en su tierra, como lo son la inundación producto de las
lluvias inclementes y la sequía causada por la inclemencia del sol sobre los
seres: invierno y verano, gestoras de vida y de muerte, han sido transfigurados
en los versos minimalistas de Adhely Rivero.
Versos profundos en su belleza sugerente, en la maestría de un verbo
seductor y proteico. Un verbo reducido a
su mínima expresión, que exhibe una luz potencial, afianzada en la fuerza de
yuxtaponer diversas historias, empleando tan sólo palabras desnudas que
producen fulgores, como un cráneo yacente bajo el sol:
Lo nuevo son las cercas
las rejas
la estufa
En la infancia
apilamos la madera
escogida en verano
Las provisiones venían
en los bongos
Los hombres medían el horizonte
a palanca
Este invierno se tupió la sabana
el camino real
La familia está en la ciudad
Todo amanece húmedo
vacío en los cuartos grandes
si pasan las aguas veremos la casa
en pie
Perdíamos las riquezas que teníamos
del mundo.
¿Cuántas historias y anécdotas quedaron encerradas en este bello texto
que, aun teniendo, cada palabra, la gracia y el fulgor de una gota de agua, nos
ha resumido la fuerza del río y la luz de un universo, donde, rastrear la
memoria, ha supuesto fundir, en unos cuantos versos, la energía de los cuatro
elementos de la naturaleza? Después de haber
leído este poema nadie quedará indemne, luego de haber atravesado un espacio en
el cual todo brota, todo brilla. Nace en una imagen que nos lleva, de entrada, al
elemento tierra, acunada en la memoria de madera apilada, y de nuevas cercas
que iluminan un rincón. Ése de donde ha
de brotar un universo que emerge al calor del verano. La madera apilada. Las cercas.
Las rejas y el hombre midiendo el horizonte, con una palanca, quizá en
busca de la mayor riqueza que teníamos del mundo: la infancia resumida en este
retrato que apila los recuerdos en un montón de madera y en el golpe de agua
que tupe la sabana y borra, para siempre, la visión de algún camino real.
“Tierras de Gadín”: ceremonias del silencio y del río.
En el año 1999, el poeta Adhely Rivero nos dio a conocer un conjunto de poemas titulados Tierras de Gadín, poemario que, en ese mismo año, había sido galardonado con el Premio Único de Poesía “40 Aniversario de la reapertura de la Universidad de Carabobo”, de acuerdo al veredicto del jurado de calificación, integrados por los poetas Manuel Briceño Guerrero, Enrique Mujica y Lidda Franco Farías.
En “Tierras de Gadín”, el poeta Adhely Rivero prosigue en su
indagación del tema del silencio, mediante el recurso de un diálogo con el río,
en su doble bifurcación: el dibujo de la corriente del río que rodea y pasa por
las tierras del Gadín---con todo lo que implica el decurso de un río, y la
contemplación del movimiento constantes de las aguas arrastrando caramas,
piedras de todos los tamaños y forma remolinos en su cauce. Como, igualmente,
en los diálogos alternos sostenidos ente padre-hijo-madre-campesinos, mientras
observan el avance de la carama en las aguas revueltas de un río crecido, o en
la montaña nevada de una circunferencia creada, al amanecer, entre los signos
que anuncian el comienzo de un día, en reiterado oleaje de acciones y miradas:
Los botes pesados entre
las olas del río
En la puerta una balanza repite
la circunferencia
y se construye una montaña nevada
de quesos
Hoy es lunes
y los lunes mi padre abre el comercio
alambre de púas
nylon sal
víveres y enseres
apilados
en el sopor del verano.
Como si se tratase de una visión congelada, de un retrato de una escena detenida en el tiempo, sobre las olas del río sobre las cuales unos botes aguardan, el poema arranca a partir de la visión de un detalle del paisaje externo---olas, botes---y, enseguida, marca el itinerario por el espacio del almacén destinado a la venta de quesos. Una vez abierta la puerta, comienza el instante de otra vuelta: un giro y registro de las acciones reiteradas que anudan el comienzo del día:
En la puerta una balanza repite
la circunferencia
y se construye una montaña nevada
de quesos
Hoy es lunes
Y el universo familiar se abre cuando el padre despliega la puerta---un
lunes cualquiera---y, tras abrirla, empieza un nuevo día que nos permite “ver”
lo que guarda en el local de su casa destinado a almacén, a despensa de los
objetos en torno a los cuales transcurre el resto del día. Todo ello preanunciado por la imagen de la
circunferencia, del círculo abierto a un nuevo día. Se reiteran miradas y visiones de los
distintos momentos y formas, apiladas allí en el sopor del verano.
Adhely Rivero |
Y el viento, con su sopor, continuamente, mueve las cosas, al ritmo que
impondría el padre, mientras arregla el lugar para el próximo encuentro, en el
cual, padre e hijo reanudarían su diálogo y, entre bromas y chácharas, prosiga
la vida ese día lunes. Una hora, un día
que---tal como decíamos---se abre cuando la puerta es desplegada a un nuevo
comienzo. Una puerta que, por igual,
permitirá ir al rescate de la memoria de los antepasados y la doble visión,
contrastada a través de diálogos alternos, vivencia frente a la realidad, el
goce del instante de ver los rostros de gente conocida, en el doble sueño que
avanza tejiendo vivencias y esperanzas puestas en el olor del río que pasa y
trae la posible embarcación que vendría cargada de sueños:
Tengo un olor de río
El oído muy fino
puesto en la embarcación que viene
Serena
sin tropezar carama
Se agota el día
que me hará ver la estela
La gente conocida
Se levantan los pájaros
Certero el sueño que viaja
cortando las curvas del cauce.
Entre el sueño que viaja y corta las curvas del cauce, persiste el olor
del río. Una corriente que abre los
sentidos, a la espera del ser que se sueña, mientras se aguarda el arribo de
una embarcación en la que habría de alumbrar la estela. La luz que devuelva, o traiga el rostro de
gente conocida. La espera conforma líneas de un sueño que corta las curvas del
cauce. Pero ni el rostro, ni la estela
terminan anudando el final de este sueño:
Se levantan los pájaros
Certero el sueño que viaja
cortando las curvas del cauce
Todo ha quedado en la certeza del olor del río. Lo rubrica el vuelo de los pájaros que se
levantan, reafirmando, así---y no de otra manera---que las curvas del cauce han
sido cortadas, aun cuando se sueñe en la verdad del curso de ese viaje, cierto
o incierto, cuyo término sólo será firme con la llegada de la embarcación que,
acaso, no forme parte de esa ensoñación.
Pero el sueño prosigue. El sueño del ser que deambula por las Tierras de
Gadín, trazando, en su avance, los puntos y líneas de una ruta signada por las
olas del río que, en sus giros---como antes lo intuimos---abren la puerta tras
la cual, una balanza coloca a los seres que irán marcando, con sus pasos, la
sal y la memoria del día que permite reiterar las mismas visiones.
Aly Pérez |
El poeta Aly Pérez, en las palabras de presentación escritas con motivo de
la publicación de Tierras de Gadín, en un certero análisis
interpretativo de los hallazgos formales de esta obra que, en la urdimbre de
sus imágenes, se tejen múltiples imágenes para que la memoria navegue entre
ellas:
“Al leer Tierras de Gadín, se abre el pelaje del verano y las ánimas del invierno se enmudecen ante lo huraño de la llanura. “Gadín” viene de la voz campesina: bello arcaísmo que significa estrechez de río. Luego, se va haciendo vena de agua o sudor de humedad entre barro y piedras, donde botes pesados arrastraron en la superficie un mundo lleno de historias que navegan en la memoria. Así el poeta recupera en su palabra la inmensidad de esta tierra donde cada hombre es llanura y silencio. Sentimos el invierno, la hierba seca, el árbol y el polvo del camino, el paso leve del animal entre bajíos y remolinos solares, dando paso a un tiempo de nubes ennegrecidas que dejan caer el canto melancólico del aguacero, en rebosados cántaros en la vastedad de tanto espacio”
Pero esa vastedad de tanto espacio, de la cual nos habla el poeta Aly
Pérez parece volverse inmensidad íntima, callada, en el juego de la memoria que
conjuga diversos tiempos y anécdotas en una sola imagen: la de los antepasados,
la de los dueños de la tierra heredada y la de los ancestros familiares que son
recordados. O invocados, tratando de
lograr, a través de ellos, la comprensión de un universo en permanente cambio:
Esto es la perdición
por andar de noche
Nos topamos la lluvia
oscura y fría
Ánima
de los que donaron las tierras
mudaron sus ganados
corrales
y sus entierros de oro
para fundarnos
Ánima
bisabuela
te invoca mi claridad
de sentimiento
Dime el camino
de la vacada.
Esa comunicación, esa invocación permanente de los antepasados, de
quienes donaron o vendieron las tierras, permite un permanente intercambio, no
sólo de recuerdos, sino de momentos epifánicos: el encuentro o invocación de la
bisabuela supone el goce de un instante de suprema claridad. Tras la continua mudanza de los objetos
familiares, se inicia el traslado, el aprendizaje que vendría del permanente
contacto con los antepasados. Como bien
lo señala el poeta Pérez, la obra de Adhely Rivero, se torna llanura inmensa y
silencio que urde un camino de luz.
Porque, además de vivir reinventando los pasos de sus ancestros, a
través del recuerdo, reinventa, de manera permanente, los rituales mágicos de
mirar hacia el cielo:
No va a llover
y llueve
Todo el día miramos al cielo
Hay un desplazamiento de pájaros
contrario al viento
el sol está alto
y la sombra menuda bajo
la bestia
Encima llevo
la vieja estampa del alma
de los vaqueros
Diría uno
bien que lo engaña el tiempo.
Gestos y figuras ancestrales que
reiteran acciones arquetípicas que han tenido, gracias a la palabra, elemental
desnuda que predomina en la obra poética de Adhely Rivero, la ocasión de ser
fundadas mediante la fijación de un verbo que torna universal todo aquello que
nombra, con la excusa de vivir, a plenitud, la experiencia de nombrar toda la
tierra, al decir agua o cielo:
Me das tu palabra y la tomo a bien
A decir verdad, se siente agua
en toda la tierra
Es muy frío el sueño
En la pureza del día
el invierno
en la casa
cumpliendo la orfandad
del cielo.
El juego de miradas, de visiones cruzadas, de líneas e imágenes que
alternan diferentes percepciones de las estelas de luz que siempre dejan en la
casa, en la sala, en el patio, la tierra, el cielo o la lluvia. En el ánimo del
poeta---a partir de imágenes, primigenias, arquetípicas---queda registrado el
devaneo de una visión que, aun partiendo de la percepción de un elemento real,
siempre, estará revestida de un aura de una permanente ensoñación: crea
atmósferas mágicas, maravillosas, que envuelven los espacios y seres en una
permanente transfiguración epifánica, en sujetos de una incesante revelación
perenne:
Todo está entero
Se fue la lluvia
y los animales van llegando al humo
Las aves amontonadas en la troja
con los quesos
El almohadón de plumas
parece un pájaro ahogado
en la sala
Dios me da el cielo claro
para que vea que todo está
entre la casa y el patio.
En ese cielo claro que anuncia
la revelación del universo a partir de un detalle ese “pájaro ahogado” en la
sala, quizá rubrique la nueva visión que funde las miradas del patio al
interior de la casa. “Todo está entero”,
se nos dice. La lluvia ha cesado. O tal vez, comienza ahora otra lluvia, al que
estaría signada por la reconciliación del ser que ha presenciado el paso de la
lluvia como un gesto de Dios que amontona las aves en la troja y, al mismo
tiempo, los convierte en humo. En otra
lluvia.
Los distintos rostros de Adhely
Rivero
Adhely Rivero nació en Guadarrama,
Arismendi estado Barinas, el día 04 de junio de 1954. Desde el año 1970, está residenciado en
Valencia, donde cursó estudios, en la Universidad de Carabobo, tendientes a la
obtención del título Licenciado en Educación, Mención Lengua y Literatura por
la Universidad de Carabobo. En esta
institución, además, cursó estudios en la Maestría de Literatura Venezolana.
Poeta, editor, ejerció, durante varios años el cargo de jefe del
Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de
Carabobo. Director de la Revista Poesía.
Fundador y coordinador del Encuentro Internacional Poesía de la
Universidad de Carabobo. Director de las
Ediciones Poesía de la Universidad de Carabobo. Fundador y coordinador de las Ediciones El
Cuervo, traducciones, de la Universidad de Carabobo. Miembro del Comité de
Redacción de la revista Zona Tórrida.
Ha dictado Talleres de Poesía en la Universidad de Carabobo.
Fue condecorado con la orden Alejo Zuloaga Egusquiza, en su única clase,
por la Universidad de Carabobo, como “un reconocimiento a su larga trayectoria
como poeta y como destacado promotor de la literatura y su encomiable y
brillante ejercicio del cargo de Jefe del Departamento de Literatura, de la
Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, proyectando la imagen de la
institución, dentro y fuera del país, a través de las labores de extensión de
dicho Departamento, convertido, gracias a la labor del poeta Adhely Rivero, en
una sólida referencia en el ámbito nacional e internacional”, tal como reza el
Decreto Rectoral, firmado por la profesora Jessy Divo de Romero, rectora de la
Universidad de Carabobo.
En el número 156 de la Revista Poesía, le fue reconocida su labor al frente de la misma. Su obra poética ha sido galardonada en diversos certámenes nacionales de poesía. Está representado en varias antologías nacionales e internacionales. Participó en el Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia, en 2007, y 2016. Festival Internacional de Poesía Al-Mutanabi en Suiza, 2008. Festival Internacional de Poesía de Bogotá, Colombia. Festival Internacional de Poesía del Mundo Latino, México. Festival Internacional de Literatura de los Llanos colombo-venezolano, Yopal, Casanare. Colombia. Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires, Argentina. Festival Internacional de Literatura de los Llanos colombo-venezolano, Arauca, Colombia. Feria Internacional del Libro de Bogotá, Colombia. Feria Internacional del Libro de Caracas, Venezuela. Festival Internacional de Poesía de Venezuela. Encuentro Internacional Poesía Universidad de Carabobo. Feria Internacional del Libro Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela. Bienal Internacional de Literatura “Mariano Picón Salas”, Mérida, Venezuela.
Su obra ha sido traducida, parcialmente, al inglés, portugués, italiano,
alemán, francés y árabe. Actualmente, se
encuentra en la revisión de un nuevo volumen de poemas que ha titulado Frontera
invisible.
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*José Napoleón Oropeza (+) es poeta, ensayista, narrador y compilador. Ha sido dos veces ganador del Concurso de Cuentos de El Nacional (1971 y 1992), Premio Bienal de Literatura José Rafael Pocaterra (1978), Premio de Novela Guillermo Meneses (1975), Premio de Narrativa Manuel Díaz Rodríguez (1983) y Premio Conac de Narrativa Manuel Vicente Romerogarcía (1997), entre otros.
Revista Poesía Número 156 by Dimitri Lipo
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