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Verdaderas historias Zutreffende geschichten
Aquel bosque que fuimos
Un homenaje a las mujeres que
vinieron solas a fundar la Colonia Tovar
Por Marisol Marrero
Oigo voces que me llaman desde
antes, son voces de las mujeres pioneras que habitaron este pueblo, mujeres que
venían solas o con sus hijos, a presenciar el milagro de construir una nueva
vida, haciendo de inmediato un inventario de aquel bosque que las rodeaba,
nacientes de aguas escondidas (waldguellen) ojos de tigre que fosforecen en la
oscuridad, rugidos que estremecen el corazón ante lo desconocido, son las cosas
que aquí habitan, así como hierbas, grutas, troncos, raíces, juncos, bejucos,
todas cosas que le servirán para construir la morada.
Lo que hoy es evidente ante sus
ojos, una vez fue imaginario ¡Venir a fundar! Aquí comprendieron que todas las deidades
germánicas residían en su temerario corazón y descubrieron lo infinito que hay
en cada cosa, la poesía de una piedra, la magia de una concha de arbol, el
ensueño del atardecer, en fin la vida nueva que no deja de asombrarlas.
A esas mujeres, a su esfuerzo, a
su fortaleza, quiero hacer un homenaje. Espero que sus nombres vuelvan a
repetirse en las nuevas generaciones.
Bárbara Ramnstein, de 29 años,
venía con su hijo Hilhelm, de 8, Katharina Mutscheler, de 33 años, con su hija
Josepha de 7 años, Marianne Gross y su hija Ricarda que murió durante el viaje,
a su dolor dedico especialmente estas páginas.
María Anna Jäger, viuda de Mai,
con sus hijas gemelas de 9 años, además de un hijo varón, Sophie Frasser, Khatarina
Baldinger de 29 años, Barbara Futterer, de 33 años, Magdalena y Barbara Herr,
Justine Lisele, Therese de 50 y Gertrud Frey, Therese Schutz, Katherine Müller
de 30, Elisa Lowenstein, Euphrosina Mossbacher, Apolinea Grisbaun, Magdalene Göerig,
María Anna Müssle, de 26, Emerenzia Fisher, de 24, y la costurera francesa
Felice Greverig.
Después del impacto inicial de
encontrarse en medio de la selva, luego de subirla intrincada montaña, llegaron
a unos galpones aun sin terminar, cansadas y ateridas por el frío húmedo al
cual no estaban acostumbradas. Si esta situación era engorrosa para una familia
establecida, con el apoyo que llenen entre sí, cuál sería el impacto para las
mujeres que venían solas, viudas, y algunas con sus hijos pequeños, a los
cuales tenían que alimentar de inmediato, y la desolación de Marianne Gross a
la cual se le había muerto su hija en el viaje. Solo de pensar en ella se me
encoge el corazón, imaginando donde se agazaparla, en que rincón pensaría en su
hija, la cual quedó como una rosa sobre el mar de fuego en el atardecer. Venía
adonde no estaba él y de repente se encontró en un laberinto sin salida.
Este lugar está vivo, pensó María
Anna Jäger, con su alegre carácter, aquí vivirán mis hijos, haré de esta tierra
algo hermoso para ellos. Ella imprimía a las cosas que la rodeaban, los mismos
caracteres que reconocía en si misma, con optimismo. La naturaleza como un ser
viviente era su consuelo en esos momentos, hasta que le consiguió un compañero a
su alegria.
A Emerenzia Fisher, la arrebatadora
intensidad de su experiencia juvenil, caracterizada por la desmesura, ejercía
en ella una atracción casi hipnótica, esta no la dejaba entristecerse. Era tan
estrafalaria que contagiaba su alegría a las demás.
Creía en la suerte, es decir en si misma, por eso fue de las primeras que quiso reconocer el terreno que le había sido asignado, para de inmediato pensar donde debía poner su casa, sobre todo quería tener el horizonte frente a si, por eso estaba esperanzada en que su ubicación estuviera en lugar más alto, y también que tuviera un manantial, para verse la cara en el espejo de sus aguas ¡Era muy bella!
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