Henry Miller y Brenda Venus
Prefacio de Querida Brenda
Traducción de Fernández de Castro
Tras una
separación de casi diez años, un feliz accidente me permitió reencontrar
a Henry Miller, mi viejo amigo. Ese golpe de fortuna fue una oferta de
la cátedra Andrew Mellon del prestigioso California Institute of
Technology de Pasadena. Comprendí que si aceptaba estaría a unos pocos
kilómetros de Miller y más o menos a la misma distancia de Anais NinEra
una maravillosa oportunidad de reforjar y reavivar una vieja e
importante amistad que estaba dando síntomas de fatiga y negligencia,
sujeta como estaba al azar del tiempo y la distancia. Así que irrumpí en
escena (por decirlo de alguna manera) justo a mitad de la presente
correspondencia.
"Ella le permitió dominar sus enfermedades y degustar las delicias del Paraíso. Todos le estamos agradecidos por su gentileza y su amorosa percepción."
Henry Miller y Brenda Venus.
Por Lawrence Durrell
El propio Miller tenía un montón de cosas que contarme acerca de Brenda, y no dejó pasar un solo día sin garrapatear algún mensaje para ella. Estaba de forma omnipresente en su pensamiento. No exagera cuando dice que ella le mantiene en vida; realmente, su generosidad y tacto le permitieron acabar sus días en una maravillosa euforia de amorosa amistad. Esta correspondencia es el fruto de aquel profundo «asunto del corazón», y nunca mejor dicho porque dada su edad y su precario estado de salud difícilmente podría haber sido otra cosa. Era, como él mismo dice, una ruina física. Entonces, cuando la joven actriz entró en su vida, una bocanada de aire avivó los rescoldos de Mona, de June, Betty, Anais… y una vez más volvió a ser el joven y rebelde amante de sus primeros libros. ¡Qué suerte! Todo el mundo se sentía feliz por él, incluidos sus hijos y amigos, pues cualquier otra alternativa previsible que pudiera ofrecérsele se presentaba extremadamente árida. Se hubiera visto obligado a embotar sus últimos años con la aguja y la adormidera por toda compañía. ¡Pobre Henry! En cambio los vivió en un éxtasis de amor testificado, valorado y compartido. Brenda Venus interpretó el más alto papel que una actriz podría desear: Musa y Nurse de un gran espíritu en su declinar. Fue una suerte que llegase cuando lo hizo. Y fue una suerte que se tratase de una mujer sensible y compasiva, y perfectamente capaz de ponerse a la altura de su papel.
Miller
acababa de salir de una desgraciada experiencia matrimonial con la
deliciosa pianista japonesa Hoki, y su autoconfianza estaba tan
maltrecha como su salud. Él ha rendido un vívido y emotivo recuento de
ese período en Insomnia: or the Devil at Large, porque no hay necesidad de repetir los detalles.
Con la
llegada de Brenda Venus todo cambió. No había un sólo momento del día en
que no estuviese pensando en ella, temiendo por ella, refiriéndose a
ella… en realidad su conversación estaba tachonada de referencias a las
cualidades de su corazón y su mente. Y casi con idéntica frecuencia
podía interrumpir cualquier cosa que estuviese haciendo para escribirle
unas líneas. Era muy consciente de encontrarse en el reflujo de su vida.
Había mantenido un obstinado silencio acerca de sus operaciones… una de
las cuales duró dieciséis horas. Pero
la vivacidad de su mente y de su corazón le hacían tan alegre y ligero
que uno se engañaba creyéndole más joven de lo que era. Sólo al ver su
cuerpo comprendí cuan frágil y delgado se había quedado. Una arteria
artificial, como un pedazo de manguera, que le iba desde un muslo hasta
el sistema cardiaco le palpitaba ominosamente en el cuello y el pecho.
Siendo un gran caminante —solía sentirse desdichado si paseaba menos de
diez kilómetros diarios, y en París iba siempre caminando a todas
partes— ¡se veía ahora totalmente conminado a permanecer en cama! Y por
si fuera poco estaba completamente ciego de un ojo y casi del otro. Teniendo
esas enfermedades en mente, el lector debería ahora hojear la
correspondencia: creería estar leyendo la obra exuberante de un hombre
de cuarenta años. Su humor y su ardor dicen mucho acerca de la tierna
amistad y devoción de su último amor.
Inevitablemente
una correspondencia de esta naturaleza, y tan cerrada en su mayor
parte, tiene algunas omisiones, así como repeticiones o incluso hiatos
cuando los autores se están viendo diariamente; hay asimismo pasajes que
podrían provocar un cierto malestar en el lector porque hay muchas
cosas que se dicen abiertamente; Miller muchas veces recurre a lo que él
llamó una vez su estilo «anatómico», como en Sexus; pero la señorita
Venus capeó esos temporales con tranquila paciencia y perseverancia, lo
cual demuestra claramente lo mucho que valoraba su amistad con él, y lo
precioso que era para ella tenerle como mentor.
En
verdad, cualquiera que lo conoció podrá atestiguar que se trataba de un
ser cautivador a pesar de sus imprevisibles momentos de intemperancia. Y
aquí, como en sus libros autobiográficos, nos ofrece un completo
retrato de sí mismo en el umbral de la muerte.
El papel de
Brenda Venus mantendrá su interés e importancia también como memorial de
su última gran amistad, una Ariel para su Próspero, podría decirse.
Ella le permitió dominar sus enfermedades y degustar las delicias del
Paraíso. Todos le estamos agradecidos por su gentileza y su amorosa
percepción.
Lawrence Durrell
París, marzo de 1983.
Henry Miller
Querida Brenda
Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus
Barcelona, Seix Barral, 1986, pags. 50 -52
Tomado de Otros mundos
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