Presentamos un autor notable en la poesía y coronamos nuestro libro número 100 con él, gracias al aporte de nuestra comunidad Rubiano Ediciones.
Agradecemos el honor que nos ha brindado al confiarnos su más reciente obra.
Intentemos hacer una breve reseña sobre su amplia trayectoria: cuenta con estudios universitarios en lengua y literatura y en literatura venezolana Es poeta, editor. Fue jefe del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, director de la revista Poesía, coordinador del Encuentro Internacional Poesía de la Universidad de Carabobo. Director de las Ediciones Poesía, coordinador de Ediciones El Cuervo, traducciones, UC. Cuenta con una gran número de publicaciones: Poemas, 1984; En sol de sed, 1990; Los poemas de Arismendi, 1996; Tierras de Gadín, 1999; Los poemas del viejo, 2002; Antología poética, 2003; Medio siglo, la vida entera, 2005; Half a Century, The Entire Life, 2009, versión al inglés de Sam Hamill y Esteban Moore. Poemas (Antología editada en Costa Rica), 2009. Compañera, 2012. Poesíe Caré, Poemas queridos, 2016, Versión al italiano de Emilio Coco. Está representado en varias antologías nacionales y en la antología italiana La flor de la poesía latinoamericana de hoy, tomo I, 2016. La vida entera. Antología. El Taller Blanco Ediciones. 2021. Colombia. Frontera invisible. Editorial Sultana del Lago. 2022. Gente íngrima. Editorial Sultana del lago. 2023. Dios se está poniendo viejo, 2024. Ediciones L.G Américas, 2024. Traducido en siete idiomas.
Ha recibido cuantiosas premiaciones, entre las más importantes el homenaje en la revista Poesía 156. Condecoración en su Única Clase Alejo Zuloaga, 2009, Condecoración Chuchuíta Carvallo de Díaz, Ateneo de Valencia, 2023. Botón de FILUC. 2023.
Ha participado en el Festival Internacional de Poesía de Venezuela. Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia, en 2007 y 2016. Festival Internacional de Poesía Al-Mutanabi en Suiza. 2008. Festival Internacional de Poesía de Bogotá, Colombia. Festival Internacional de Poesía del Mundo Latino, México. Encuentro Internacional Poesía Universidad de Carabobo, Venezuela.
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SOBRE SABANAS EN EL CIELO
“Quien olvida pronto es el corazón/ el amor perdura en la memoria...”. Así rezan dos versos del nuevo poemario de Adhely Rivero, y quienes hemos transitado su poesía desde 15 poemas iniciamos la búsqueda de esta afirmación.
Sabanas en el cielo es el sensible título del poemario que inicia con un poema que intitula “Pensando en el cielo”, y ya nos asalta un sesgo metafísico que apunta al sentido de morir: “Adónde va uno después de tanto Llano”, pregunta uno de los versos destacando con mayúscula la palabra llano, ya constante poética y ontológica de su obra. Asistimos así a un vínculo mucho más estrecho del poeta entre su pensamiento y su poesía, y el debate dialéctico que aflora al leerlo nos devela además un desdoblamiento del poeta en la figura de su padre que va alternando con las imágenes que afloran hasta fusionarse o ser sencillamente indistinguibles.
Más adelante en la lectura, nos topamos con el desarraigo, el hombre de llano sembrado en una ciudad a la que llega por asuntos meramente humanos: “Hazme invisible contra el peligro/ y el miedo en esta ciudad/ adonde vine a estudiar y a vivir”. Vivir… queda atrás en apariencia el lar natal, mas la recurrencia a la planicie en su poética dice otra cosa, y así “el anciano que tiene el nombre grabado/ en el paisaje de la infancia”, es nuevamente el poeta del llano intacto, porque Adhely es ese Llano con mayúscula, Llano de no paisaje, Llano de recurrir, Llano de ser, Llano del padre que no desaparece, salvo físicamente, y termina quedando en el hijo que prolonga memoria, la única tierra donde podría estar bien, donde nunca envejecería ni moriría, en la intacta condición de los recuerdos pues “Solo el hijo será joven/ de él depende la memoria”, que como ya dijo el poeta, es donde el amor perdura.
El amor unívoco al padre y a la tierra viene desde sus primeras publicaciones: “Pongo la cabeza a buscar/ la resonancia de mi padre”, leemos en su En sol de sed, que años más tarde, en su poemario Los poemas del viejo, consolida la voz de su padre hilando memorias cuando asiente y sentencia: “Se casan los hijos/ Es bueno que se vayan/ Nosotros somos pura sombra/ y necesitamos un tiempo de nostalgia”; un tiempo que llega, rotundo, en Sabanas en el cielo, que recorremos con un sentir inevitablemente vallejiano, trayendo a la memoria el pulso del padre en los versos del poeta peruano: “Hay soledad en el hogar; se reza;/ y no hay noticias de los hijos hoy./ Mi padre se despierta, ausculta/ la huida a Egipto, el restañante adiós./ Está ahora tan cerca;/ si hay algo en él de lejos, seré yo”. La evocación y la añoranza entretejidas como en el poemario de Adhely, o tal vez zurcidas como el mismo poeta señala en su poema “Creando”: “Cuando uno está creando/ la carne es blanda, sensible,/ se hace el oficio zurciendo,/ basteando con música de oído o academia./ Cuando estamos dando el puntal al poema...”; para concluir: “Y nadie nos toma el tiempo/ de morir como la chicharra cantando, porque El minero/ el médico/ y el poeta van detrás de la veta”, esa veta que solo aflora en la memoria, y que es quizá mucho más rica cuanto más se ha cavado, cuando el tiempo hace aflorar en la propia carne lo que vimos transitar en la ajena... La mina vive a ras del padre y de la tierra, esa dicotomía vital que el poeta aferra como hijo de ambos, y que la distancia no ha borrado ni distorsionado por mucho mundo y sentir recorridos pues “Perdura la vida, en la memoria”.
Mas, qué hacer cuando el hijo se siente envejecer, cuando el cuerpo cede al tiempo, cuando “cuesta pensar que tengo dificultad para mirar/ en la mañana sin gafas oscuras, cuando uno se mira a un espejo y sabe que le están cobrando/ la renta año tras año…”. ¿Qué hace el poeta con tanta memoria ocupada en el amor? Escribe. Enumera caballos, reses, pájaros y haceres atravesados por el padre, la tierra, y el transcurrir de la vida, pues “Tenemos mucha literatura sobre el tiempo/ y no sabemos cuándo se madura”, salvo cuando nace un libro como este.
SABANAS EN EL CIELO
O ESTAR EN LO MÍO
Toda lectura es hacer un desorden. El que lee se goza en trastocar, en salirse de las rutas del escritor, del creador. Dios hizo al humano para las rubieras, para que su casa, su paisaje, su universo nunca sean el mismo, dejen de parecérsele; por donde pasa nuestra planta o nuestro ojo crece la maravilla de lo irreconocible, de lo nuevo, de lo otro. Los que leemos nunca cambiaremos. La reparación de nuestras tremenduras es otro juego del infinito. Así entro yo al poemario Sabanas en el cielo, con las cambiantes tablas del lector, el fresco ocupante de la cordial generosidad que respira cada poema. Ahora es mío en lo íntimo del sentimiento y en lo público de estas palabras que ahora tú, otro lector, las hablas conmigo más que leerlas. Véase lo osado que es una lectura cuando se disfraza de escritura, llevo ya como diez líneas metiendo los entes de mi ser en el paisaje poético de este libro de Adhely Rivero.
Este poemario, que leo como una nueva propiedad espiritual en mi vida, me ha devuelto a lo primario de mi existencia, el paisaje de mi infancia, el llano, las tres sílabas del Génesis, el mío. Espero perdón por personalizar esta lectura, yo también soy un arbusto de la sabana, por eso en cada poema trato de redescubrirme; con ellos mido y valoro mi fidelidad o mi ingratitud con el Paisaje (esa planicie amorosa y de suave aspereza), con ese Padre llamado Dios, pero que prefiero nombrarlo Otro. Sabanas en el cielo viene a decirme que solo hay dos, yo y el Otro, esta osamenta con carne y el paisaje en su compleja e inocente desnudez, un adentro recubierto y un afuera llamado libertad que siempre intento enlazar con mi resuello. Años y páginas transitando sinsabores y venturas en los caminitos de mi historia y llego al recodo deslumbrante de estas palabras: “Una noche salí a caminar, quería pensar en Dios/ y sus ocupaciones para ayudar a la humanidad, / y concluí que debía acercarme para ver/ cómo darle una mano en mi vecindario/ con la oscuridad del ser”. Esos versos me dicen todo, marcan la ruta en lo que hay que hacer. El asunto es el Otro, el continuamente externo, el vecindario, ese paisaje de humana tierra que se extiende fuera de mí, ese que es distinto, segundo, tercero o ajeno. Hacia esa plenitud o planicie nos esparcimos.
El poeta guariqueño Francisco Lazo Martí nos dijo una vez: “El llano es una ola que ha caído/ El cielo es una ola que no cae”. Hay algo irresoluto en la cruda belleza de esos versos. Todo oleaje es una amenaza, un amago que nos mantiene en vilo o nos adormece, algo que es siendo a medias para no ser, ha caído, pero no cae. A su modo también Adhely participa del ancestral dilema: “Me pregunto: quién me puso aquí, mar afuera, / cuando mi cabeza es una cresta de olas?”. La disyuntiva se resuelve del mismo modo que se inicia, a versos que encubren
la pregunta: “Vi el cielo azul/ y venía pensando en el cielo,/ qué hermosas sabanas/ debía tener Dios./…/Adónde va uno después de tanto Llano”. A ningún lado, no hay otra parte, ni para el poeta, ni para el Padre. Ya algunos estamos en lo ineluctable, plantados en el colmo interminable del paisaje, el llano cielo, estamos en el Otro. El poeta sabe que vanamente: “Los que huyen de un lado de la tierra/ intentan atravesar los riesgos del agua”. En otro poema es más enfático: “Las olas se topan en la orilla con muchos necios”. Por eso nos enteramos que “Solo el viento y la arena del desierto/ atraviesan el mar en la presencia de Dios”. Qué simple es resolver la vida o el destino, basta no resistirnos, aflojar un poco y quedar en manos del Otro, de Dios o del paisaje; no hay que escoger entre lo abstracto o lo palpable, no hay que preocuparse: “Algo se asienta al fondo de uno, / un sueño realista en la memoria/ que el corazón ha dejado libre”.
Un detalle que me ha fascinado siempre en la escritura del poeta Adhely Rivero es su hechicería de volver el habla cotidiana del llanero en profunda y brillante piedra de sabiduría firme pero sosegada, cómo inserta la brevedad de la expresión común para que alumbre en todo el poema. Cuando uno atraviesa la mata de las páginas de este nuevo poemario, a la ropa del corazón se le adhieren trozos o ramas como éstos: “voy a pedir que me dejen en lo mío./ Allí es donde puedo estar bien”, “Me decían nada tranquilo/ con los ángeles del cielo.”, “Voy a extrañar la casa/ que cuido y me cuida,/ te la compro a buen precio,/ para no volver a estar solo en el mundo.”, “Decía Padre,/ ah vaina, venirme a poner viejo/ ahora que me está gustando habitar bajo este cielo.”, “Nadie sabe esperar tanto como una silla/ recostada a la pared.”, “Si importa que llueva,/ el viento tumba la ropa”. Es como la caricia del mastranto dejándonos su aroma cuando andamos por los vericuetos del monte, allí el Padre Dios con mano callosa nos extravía para que recuperemos de una vez nuestro legítimo sentimiento de propiedad.
Celebro este precioso libro del poeta Adhely Rivero. Para escribir estas pocas y desordenadas palabras de lector muchas veces lo ojeé con asombro, reverencia y deleite en mi hamaca, allí, como dice finalmente uno de sus versos, también tardé bastante en levantarme para sentir qué es ser dueño. Tengo que decirlo, después de cada lectura, en el sendero de sus páginas otra vez estoy en lo mío, las sabanas de Dios, el Otro.
Adhely Rivero nació en Arismendi, estado Barinas, Venezuela en 1954.
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