Estimados Liponautas
Normalmente no colocamos entradas en seguidilla de un mismo autor en este blog. Pero hoy rompimos esa costumbre al colocar nuevamente una entrada del escritor venezolano José Pulido. Hoy colocamos este capítulo de la novela Pelo Blanco, ya que en la entrada de ayer, acerca del escritor Adriano Gonzáles León, fue nombrada. Esta novela de José Pulido trata el tema de la fundación de la Colonia Tovar y para colocar a los Liponautas no venezolanos en contexto acompañamos esta entradilla con un video de la serie Viajando por Venezuela de Empresas Polar sobre la Colonia Tovar y al final del texto de José Pulido podrán disfrutar del cortometraje "COLONIA TOVAR - 180 AÑOS DE HISTORIA".
Esperamos disfruten de la entrada y se animen a leer la novela de José Pulido.
Atentamente
La Gerencia
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Es otro capítulo de aquella primera novela, Pelo Blanco, que escribí sobre la fundación de la Colonia Tovar y los sufrimientos que vivieron sus pobladores en algunas épocas. La novela se publicó en 1987. La portada es de Pedro León Zapata, quien con su genio y talento me respaldó mucho.
LA VIRGEN DE LOS ESTEROS
Aquellos hombres, atractivos para la muerte, bazofia para la vida, — retacos, feos, larguiruchos— lanzaban explosivos escupitajos de tabaco, y no entendían por qué aquel joven intentaba alcanzarlos a pie y alzaba una cabeza de venado como queriendo canjearla por la muchacha que saltaba en el caballo más bonito.
Uno de los hombres preguntó: ¿lo mato Nicanor? y el llamado Nicanor respondió: "déjalo que patalee", mientras abrazaba con fuerza a la aterrorizada Rosa Singer, a quién se le veía una pierna blanquísima de vellos transparentes saliendo de entre la falda floreada, que el viento pegaba a la castaña barriga del caballo.
Se rieron, cabalgaban y reían, mientras Ernesto Wagner Hoffman, apenas un hombrecillo a lo lejos, sacaba de la cabeza de venado un puñado de monedas de oro, que trataba de mostrar, inútilmente, porque la polvareda les quitaba el brillo, las volvía greda y ya no se veían los jinetes que esa mañana irrumpieron por los cerros de la colonia, descubriendo un pueblo extraño, de casas blancas con rayas negras, donde una hermosa muchacha se alzaba hacia unas ramas para arrancar guayabas y era una imagen demasiado atractiva para que no funcionara instantáneamente el lazo.
Cuando varios vecinos recogieron a Ernesto era de noche y estaba tirado, llorando sobre un hormiguero y cien monedas de oro, las mismas que su padre le había regalado tres días antes para la boda con Rosa Singer.
Ese año la colonia había temido el paso de los bandos criollos que peleaban en revoluciones de a tres por mes y los colonos se escondían porque eran personas pacíficas que siempre recordaban, como advertencia, la historia de un joven que recién fundada la colonia bajó hacia la playa en busca de trabajo y un capataz le quemó la espalda a latigazos.
Ernesto Wagner Hoffman y Rosa Singer, habían sido en los últimos meses el centro de atracción de la comunidad, porque nunca antes vieron a dos personas tan verdaderamente enamoradas y siempre decían "ya es tiempo de que un Hoffman sea medianamente feliz".
"Anda a ver qué lleva hoy Ernesto. Ese traqueteo es de su carreta" decían las matronas a sus hijas, cuando a las cinco de la tarde del sábado, bajaba desde la finca, con alguno de sus regalos semanales para Rosa.
— ¿Por qué no se casan esos novios, mamá:? — preguntaban las demás muchachas viendo a Ernesto llegar con un promontorio de flores en su carreta, o una ventana tallada por él. Cierta tarde bajó con un becerrito negro al cual le había colocado un lazo rojo en el cuello.
Rosa era callada, tranquila, hacendosa, aniñada, sensual, de rostro bonito y un cuerpo duro cuyas ondulaciones parecían rechazar la tela. Tenía un alma que superaba cualquier carnalidad, pero su belleza física hubiese bastado para entrar al infierno, ese club de hombres, ese lugar difícil. Ese lugar.
Por todo eso y el amor que sentía, fue que Ernesto Wagner Hoffman pareció enloquecer cuando le enseñaron a la distancia el grupo de hombres llevándose a Rosa. Luego, al recuperarse del primer dolor, no acompañó a los familiares de la muchacha a Caracas, donde se denunció inútilmente lo ocurrido: con sus monedas de oro en una faja y montado en una muía, y una escopeta de dos cañones en la espalda, salió a buscar a los hombres aquellos, prometiéndose que no regresaría sin ella.
Lo demás fue una historia confusa, ya que unos decían que Ernesto vagó varios años por montes y cerros, por llanos y pueblos hasta que se internó en una montaña, a la orilla de un camino y comenzó a disparar contra todos los montoneros que pasaban cerca. Dicen que un día hallaron el cadáver seco de un hombre rubio cerca de un montón de costillas y cuero de mula, pero Ernesto no tenía bigotes, era casi lampiño y el cadáver mostraba bigotes espesos.
Otra versión afirma que Ernesto, dos años después de haber salido de la colonia y de buscar a Rosa por todas partes, rincón por rincón, la vio al fin en una tarde de toros coleados en un poblado de Barinas. Él había llegado un día antes para la fiesta patronal, porque sabía que en esas celebraciones se oían muchas historias y alguien podía darle información respecto a una mujer rubia, porque además no abundaban mujeres así por los becerrales, por los ásperos llanos.
Ernesto fue a la manga de coleo que estaba totalmente tupida de hombres encaramados en los estantes, en los travesaños y tranqueros. Se asomó desde la orilla contraria a la tribuna presidencial. El Presidente del Estado se hallaba muy contento porque el General Nicanor Oviedo era invitado de honor de la ciudad. Un caudillo de moda. Ernesto, de acuerdo a lo que cuentan todavía, se asomó entre las alpargatas y las botas de los espectadores y vio cómo pasaban masas veloces de caballos sudados y espumeantes persiguiendo al toro, que luego caía por el jalón de rabo que le daba uno que otro coleador.
El coleador que lograba la hazaña se acercaba victorioso a la tribuna, donde a manera de premio, un grupo de mujeres le cosían velozmente cintas multicolores en la camisa. Allí estaba Rosa, vestida como una reina francesa, sonriente ante los halagos que toda la población parecía prometerle. Se hallaba agarrada al brazo de su esposo, el General Nicanor Oviedo, aindiado, de mirada cínica y sonrisa repleta de poder.
La figura de Rosa formaba, en sus ojos llenos de lágrimas, un borrón blanco y en el fondo de la manga de coleo captó un borrón gredoso, marrón y negro que avanzaba: se aclaró los ojos y eran los coleadores persiguiendo al toro babeante sin poderle agarrar el rabo. Ernesto se metió a la pista y cuando todos gritaron "hay un hombre en el medio" ella lo vio como abismada, clavada en el cielo, lejos del hedor a bosta, a barro, a caballos, a aguardiente. Tenía la boquita abierta y dolida. Sólo ella supo lo que sucedía cuando Ernesto Wagner Hoffman levantó los brazos hacia el espacio, gritando, sin hacer caso a la tromba de músculos que se le venía encima:
— ¡Te busqué!
En un idioma que la turba no entendió.
El público se desgarró en un grito que sí se entendió y que fue lo último de la realidad para Ernesto:
— ¡Cuidado!
Hay otra historia sobre Ernesto y Rosa.
Una noche Ernesto se quedó varado cerca de un río fangoso, chisporroteado y martirizado de lluvias, marcado de caimanes, espolvoreado de mariposillas feas. Su caballo negro y llagoso se reventó en ese sitio. Ernesto, acurrucado entre unas raíces se puso a llorar y luego trató de dormir, pero no quería cerrar los ojos. Colmado de fiebres y cansancio soñó que había muerto y que el cielo era de hierro y de papel crepé. Allí se caminaba con calma, solo había ángeles corriendo, amontonándose alrededor de un ángel femenino desnudo, que tenía alas pesadas pero de papel.
El ángel bonito lloraba y los demás le manifestaban "es mejor que Dios lo sepa, porque Dios de todas maneras lo sabe todo" pero el ángel lloraba y decía "algo terrible me ha puesto enferma". Ernesto se acercó y les dijo que sí. "Es que Rosa se perdió, se la llevaron unos hombres armados. ¿Ustedes no tienen por casualidad un poco de agua? la sed me está matando". El montón de ángeles se apartó para que el hombre viera lo que ocurría y él observó que el ángel bonito lloraba porque le brotaba leche de los senos.
— Entre los ángeles eso es el acabose — comentó uno.
— Si tienes sed puedes tomar mi leche — le propuso el ángel hermoso y los demás se miraron sorprendidos, porque eso parecía una solución.
— No puedo tomar tu leche, sería pecado y me va a doler una muela que me molesta cada vez que pruebo algo dulce— comentó, retrocediendo un poco, porque escuchaba un caballo muriendo cerca de allí.
No pudo negarse más, unos ángeles masculinos lo agarraron con fuerza y lo obligaron a que bebiera la leche de los senos.
Aquella cosa era caliente y dulce y le gustó; así que comenzó a exprimir el seno del ángel, hasta que el dolor de muelas le alteró los nervios y tuvo que morder la punta del seno para que lo dejaran quieto.
El seno se quebró y alguien dijo desde muy lejos: "tiene buenos dientes" y abrió los ojos unos instantes. Varios hombres vestidos de dril y unas mujeres de caras redondas lo rodeaban. La más vieja tenía en las manos una totuma rota que olía a guarapo de canela.
— Parece que se le está bajando la fiebre — dijo uno de los hombres y Ernesto se desmayó. Cuando despertó habían pasado dos días y estaba acostado en un catre limpio y seco en un caserón hediondo a correajes de burro y que olía a café, a vacas y a tierra.
— Se salvó de milagro — le comentó la mujer de cara redonda y piernas flacas que le entregaba una taza de café. La rodilla de un hombre se veía estática en la puerta de afuera.
— Muchas gracias... ¿En la casa de quién estoy?
— En la casa de un hato — respondió la mujer.
Me duele una muela — explicó, como si fuese una indiscutible razón para ponerse de pie.
— Sus botas están secas, ahí.
— ¿Por qué no le consigues cera de hormigas? un dolor de muelas es muy arrecho — intervino el hombre que se entreveía en el portal.
Ernesto salió al corredor y vio el llano, más lejos el río y en todas partes el invierno. Cuando el hombre le alargó un pedazo de tabaco de mascar Ernesto dijo:
— Ando buscando una mujer blanca. Como yo.
— ¿Una mujer como usted? —
— Con el cabello parecido al mío. Se llama Rosa y fue robada por unos hombres a caballo.
— La única mujer así que hemos visto por los llanos es la Virgen de los Esteros, una que tenemos en la capilla — comentó el hombre, lamentando tardíamente la broma, porque Ernesto mostraba ganas de llorar.
— El maestro Juancho la vio bajando por el río y la pintó... La Virgen le dijo "morka, morka, morka, dame pan, llévame al pueblo, tengo que ir a la iglesia, me están esperando en la iglesia" y cuando el maestro Juancho Benavides se arrodilló diciendo "Ave María, tus fieles te obedecerán y te amarán y te adorarán" ella se alejó corriendo o volando con su rarísimo vestido, con sus trenzas amarillas llenas de mariposas y desapareció en la montaña. El maestro Juancho Benavides la pintó y la llevó a la iglesia: la pintó en una tabla y le puso "La Virgen de los Esteros" porque dice que ella tenía la vista fija hacia allá lejos, hacia el mundo de los Esteros y él dice que algún día hay que construirle un templo grande por aquí. Allá, mire: hacia aquella perdición de palmas azules.
Ernesto tenía los ojos demasiado abiertos para ver nada. Su voz salió forzada, manipulada con los dedos de la mente, en un esfuerzo doloroso:
— ¿Ella dijo "morka"? —
— Si... Juancho Benavides dice que era "morka" pero a lo mejor decía "oiga" "oiga". Juancho Benavides asegura que era morka y que eso quiere decir "Humano": ella lo estaba llamando humano.
— Dijo que tenía crinejas amarillas.
— Si. Llenas de mariposas. Juancho la pintó igualita ¿la quiere ver?
El hombre le dijo "vamos pues", luego que Ernesto respondió angustiado que sí quería ver el retrato de la Virgen de los Esteros.
Cuando llegaron a la capilla congestionada de velas y flores del monte, Ernesto vio a Rosa de cuerpo completo pintada en una tabla, que había sido una mesa antes que el pintor hiciera su trabajo minucioso.
Era Rosa y el maestro Juancho no se había dado cuenta que pintó a la Virgen de los Esteros visiblemente embarazada y con los ojos azules botando lágrimas.
Mientras miles de pequeñas mariposas la rodeaban como ávidas de sudor, como ávidas de heridas, como moscas disfrazadas de mariposas y en ningún momento el hombre entendió lo que Ernesto expresaba y menos lo entendió Juancho Benavides, quien dijo gritando, con odio y neurastenia "sáquenme a ese hombre de aquí; es un pecador sucio" cuando Ernesto se abrazó a la tabla y besó la boca de óleo casero de aquella imagen — Sáquelo o lo descabezo — acotó y el hombretón de sombrero de paja arrastró como pudo a Ernesto Wagner Hoffman, quien se desprendió de los brazos del llanero y se difuminó corriendo hacia donde decían que había aparecido la Virgen.
— Sacrilegio — era todo lo que repetía Juancho, mientras limpiaba la mancha de tabaco que había quedado moviéndose luminosa en la boca de la Virgen rubia.
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Cortometraje situado en 1943 mostrando la cultura y tradición de la Colonia Tovar - 2 meses de trabajo resumidos en ésta producción, muchísimas gracias a todos los que lograron hacer que éste trabajo fuera posible.
Producción: @_crealo_ @unserekolonie
Reparto:
Camila Breidenbach
Edgar Sebastián Jaspe
Leonida Frey
Arturo Frey
Rafael Frey.
Post-producción
Ysrael Paredes (Raikox)
Luis Gabriel Ruthman
Carlos Miguel Rivero
Guion:
Haidy Collin
Fotografía:
Javier Godoy
Voces:
Cristian Breidenbach
Julio Carrillo
Agradecimientos a :
Casa Museo Familia Breidenbach
Casa Familia Ruth
Felix Avendaño
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José Pulido. Fotografía de Gabriela Pulido Simne |
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